CAPÍTULO 8

Sombras en el puente

Grace redujo la velocidad de la bicicleta al ir a entrar en el puente. Mera precaución. Si un coche venía de cara, enfilando la última curva antes de acceder a él por el otro lado, podía encontrárselo de manera inesperada y en la parte más estrecha. No era lo usual. El camino conducía únicamente a su casa. Pero a veces tenían visitas. Muy esporádicamente, pero las tenían. No estaba de más tomar precauciones.

Ahora, las flores quedaban en la parte izquierda.

Su padre había muerto circulando en el otro sentido.

Así que era distinto.

No seguía sus huellas, como cuando iba al pueblo.

Pese a todo, estuvo a punto de despistarse un momento.

Él estaba allí.

El joven del día anterior, el de la tumba, el que la había acusado de saquearla, con su mochila y su guitarra al hombro.

Él.

Grace sintió una oleada de irritación.

Una parte de sí misma le pidió que se detuviera, que le gritara que estaba loco y le expulsara de allí. Otra, más comedida, la impulsó a seguir pedaleando.

La parte agresiva quería matar.

La parte reflexiva, alejarse cuanto antes.

El puente era público. No le pertenecía. No tenía ningún derecho a enfrentarse a alguien por estar allí, aunque fuera el último lugar que su padre había visto con vida aquella noche. Más aún: entre las flores, marchitas o no, el chico parecía un ángel.

Un ángel oscuro, pero ángel al fin y al cabo.

Grace estuvo a punto de rozarse con la barandilla de su lado.

El cruce de miradas fue fugaz, rápido, pero también intenso. Dos vidas convergiendo en una quemada allí mismo, en un instante infinito. En los ojos de él, primero dudas, después la sorpresa del reconocimiento y, finalmente, el asombro. En los de ella, la rabia, después la furia del inmediato pedaleo y, por último, un extraño sentimiento de... ¿vergüenza?

¿Por qué iba a sentir vergüenza?

¡El intruso era él!

¡El loco era él!

Un fan más. Un devoto más. Un loco más. Peregrinaban hasta la tumba de un hombre cuyo único mérito había sido componer y cantar un puñado de canciones.

Canciones sin éxito.

Hasta que la muerte de su creador las convirtió en himnos.

¿A cuántos habían salvado aquellas canciones? ¿Y por qué? ¿Por qué la gente necesitaba la excusa de una canción para verse reflejada a sí misma, como en un espejo, y pensar o creer que con ella llegaba la liberación?

¿O era que lo que más odiaba era compartir a su padre con tantos miles de anónimos seres humanos?

¡Era suyo!

Grace siguió pedaleando.

Mandíbulas cerradas, manos aferradas al manillar de la bicicleta, ojos fijos en el camino.

Lo dejó atrás.

Enfiló la curva tras el puente y lo perdió de vista.

¿Por qué, en ese momento, supo que volvería a verle?