CAPÍTULO 11

Lágrimas

Rebecca esperó a que Grace saliera de nuevo para entrar en la habitación.

La revista no estaba en la basura, ni en la papelera, ni la llevaba ella encima al irse, así que tenía que estar aún en la casa. Podría haberla escondido en un cajón. No esperaba encontrársela encima de la mesa.

Miró la portada.

Recordaba aquella sesión de fotos.

Ella misma le había elegido la camisa.

Al acabar, para celebrarlo, se comieron una pizza, vieron una vieja película en un viejo cine de Hollywood Boulevard e hicieron el amor en el discreto hotel que les había reservado Contact Records.

Cuando Ferdinand Meehan todavía les prometía la luna.

El titular era simple: «CINCO AÑOS SIN LEO».

El subtítulo, en cambio, destilaba veneno: «¿Dónde están sus canciones?».

Rebecca se sentó en la cama de su hija. Era incapaz de sacar la revista de la habitación. Le pesaba. Buscó el reportaje y al encontrarlo se sintió peor, más cansada. Ya no le dolían las fotos de Leo, posando o actuando. Eran las de siempre. Las conocía de sobra. Pero sí le dolían las del accidente, el puente con la barandilla rota, el coche colgado de la grúa con la gente mirando, embobados, aquel saco negro, frío y oscuro, en el que habían introducido su cuerpo sin vida. Y por supuesto los comentarios.

Todavía.

 

Ahora, a los cinco años de su desaparición, inevitablemente vuelven las preguntas y los interrogantes. ¿Se suicidó Leo Calvert? Si fue así, ¿por qué lo hizo? ¿Es cierto, como dice su mujer, que esas canciones póstumas no están acabadas y que por eso, defendiendo su memoria, se niega a publicarlas? ¿Verán la luz algún día? ¿Se perderán como aquellas lágrimas en la lluvia de la película Blade Runner?

 

Lágrimas en la lluvia.

Ellos no tenían ni idea.

¿Cuántas lágrimas caben en un ser humano?

Las sintió en los ojos, de manera inesperada, después de tanto tiempo resistiéndose a ceder.

—Maldita sea... —suspiró.

Todo iba a volver. Con la excusa del quinto aniversario, todo iba a volver. Y lo haría luego a los diez años, a los quince, a los veinte, como sucedía con Elvis, con Lennon, con Michael Jackson. El ciclo interminable. En su caso con la eterna duda. El bucle con la misma pregunta, una y otra vez: ¿se suicidó?

Rebecca no pudo evitar que las dos lágrimas saltaran inesperadamente de sus ojos y cayeran en la revista.

Justo encima de la fotografía de su casa.

La cerró, con fuerza, sepultándolas, aplastándolas, y luego dejó la publicación sobre la mesa, exactamente igual a como la había encontrado.

Siguió sentada en la cama un poco más.

—Dime qué quieres que haga, Leo —musitó con voz entrecortada por la emoción.