CAPÍTULO 12

Primeras preguntas

Al entrar en la oficina del sheriff, temió encontrarse con el mismo agente que le había despertado horas antes en el bosque, obligándole a arriar velas y a gastarse su escaso dinero en una habitación. Tuvo suerte. El tipo debía de ser un patrullero, así que no estaba por allí. En la oficina vio a una mujer uniformada y a dos agentes hablando de pie junto a una máquina de café.

Ninguno de ellos le prestó la menor atención.

La mujer sí.

—¿Qué quieres, hijo?

—Hablar con el sheriff, por favor.

Ella lo taladró con una mirada aséptica, como evaluándolo.

Debió de gustarle su aspecto, o lo que fuera, porque continuó siendo amable.

—¿Para qué quieres hablar con el sheriff?

—Un asunto personal.

La mirada pasó de aséptica a críptica.

—¿No te sirvo yo, o algún otro agente?

—No.

—Pues me temo que deberás contarme de qué asunto personal se trata —dijo despacio—. El sheriff no recibe a nadie.

Imaginaba que tendría dificultades.

¿Cuántas personas habrían acudido allí en busca de información?

—Es sobre la muerte de Leo Calvert —se rindió.

—¿Periodista? —Frunció el ceño la mujer.

La respuesta era no, pero...

—Es por un trabajo sobre él —manifestó de manera ambigua.

—Un trabajo.

—Sí, señora.

—Te aseguro que te sería más fácil hacerlo sobre Elvis, o sobre Kurt Cobain, o sobre cualquier otro más famoso.

Norman no supo qué decir.

Los dos agentes dejaron de hablar al ver que el recién llegado seguía en el mostrador de la oficina y se acercaron a él. Uno llevaba el café en la mano. El otro apoyó las suyas con chulería en el cinto repleto de colgantes: la pistola, las esposas, el aturdidor, la porra...

—¿Qué pasa, Beatrice? —preguntó el primero.

—Quiere ver al sheriff.

—¿Por?

—Algo acerca de Leo Calvert.

Los dos agentes le observaron. Ya no llevaba la mochila, ni la guitarra. Lo había dejado todo en el motel. Su aspecto era de lo más normal, no el de un correcaminos vulgar y corriente.

—Calvert murió hace cinco años, chico —le dijo el policía como si no lo supiera.

—El sheriff Hobson lleva en el cargo dos —le informó el que aún no había hablado—. El viejo sheriff McLaughton fue el que llevó el caso, y se jubiló.

—Si quieres información, deberías hablar con él —intervino la agente de nuevo.

Cuando los viejos se jubilaban se iban a vivir a Florida.

—¿Sigue aquí? —vaciló.

—Por supuesto. —El tono de ella pareció explícito.

—Y tienes suerte. —Le tocó de nuevo el turno al primer hombre—. Es de esos a los que les gusta hablar y contar historias. Toda una enciclopedia con piernas, ¿verdad, Lester?

—Desde luego —confirmó su compañero.

La mujer estaba escribiendo ya la dirección en un papel.

Se lo pasó por encima del mostrador.

—Dile que te mando yo —le sugirió.

Norman se guardó la nota. En las películas los agentes de pueblo solían ser peores que los de ciudad, agresivos, maleducados, sobre todo con los extranjeros o los que hacían preguntas. La realidad en este caso era otra.

Se alegró de que fuera así.

—Gracias —se despidió—. Han sido muy amables.

—¡No te metas en líos! —le dijo uno de ellos justo cuando iba a cruzar la puerta.

Bueno, después de todo, eran policías.

Y él un desconocido, aunque tuviera cara de buena persona.