CAPÍTULO 13

Un móvil callado

Grace sacó el móvil del bolsillo.

¿Funcionaba?

Sí, funcionaba.

Entonces...

Habían quedado en no agobiarse, no pasarse el día mandándose mensajes, no ejercer de adolescentes que pierden el tiempo con estupideces.

La distancia era dolor.

Y bastaba muy poco para acentuarlo.

Los mensajes, las fotos, los «te quiero» o los «te echo de menos» o los «ojalá estuvieras aquí» eran masoquistas. Se querían, se echaban de menos y, desde luego, ojalá estuvieran juntos.

¿O no?

A veces, Doug era imprevisible.

Debería haber vuelto ya. La universidad había acabado. El primer año era difícil, de acuerdo, pero nada hacía indicar que algo hubiera salido mal. ¿Quizá el trabajo? Doug se quejaba a menudo de lo que le costaba compatibilizarlo con las clases. Pero lo necesitaba, como tantos estudiantes con padres normales, no precisamente ricos. Quizá le tocara esperar a final de mes para volver, aunque las clases ya hubieran terminado.

—Vamos, Doug...

Releyó los últimos mensajes. Eran los habituales. Exámenes, cansancio... Miró su última fotografía. Le sonreía desde la entrada de la cafetería. El delantal y el gorro no le sentaban nada bien. Doug era insultantemente guapo. Las otras fotografías eran de su habitación, del campus de Berkeley, del BART que cruzaba la bahía bajo las frías aguas del Pacífico...

Sí, tres días eran muchos días.

Aun habiendo decidido no agobiarse, darse espacio, respirar...

En tres días podían pasar muchas cosas.

Detuvo los dedos justo cuando iba a teclear la pregunta.

Vaciló.

Y decidió llamarle por teléfono, directamente.

Tres malditos, eternos y jodidos días eran demasiado.

Buscó el número en la memoria y lo marcó. Se llevó el aparato al oído y cerró los ojos, con la respiración contenida. A lo peor, Doug se enfadaba.

Pero no. ¿Por qué iba a enfadarse? No lo llamaba a cada momento, ni cada día. A veces, ni siquiera lo hacían una vez a la semana.

El zumbido al otro lado sonó cinco veces. Luego, se escuchó la voz alegre y jovial de su novio.

—¡Hola, si estás oyendo esto es que no puedo responderte! ¡Deja tu mensaje y te llamo, o no!

Se quedó muda.

¿Un mensaje?

¿Cualquier cosa tipo «Doug, ¿qué te pasa, por qué no escribes ni llamas? Dime algo», en plan mujer angustiada o novia histérica?

No era de esas.

No quería ser de esas.

Bastaba con que él se diese cuenta de la llamada perdida.

Cortó la comunicación.

Aunque quizá se hubiera quedado grabada su respiración, tan turbulenta como repentinamente angustiada.