CAPÍTULO 24

Estornudo en la tormenta

Norman se sentía incapaz de reaccionar.

Había escuchado lo que nadie había escuchado.

Las canciones secretas de Leo Calvert.

De pronto, era un ladrón de emociones.

Y después de la conmoción, la charla de ellas, aunque no clara, difusa y medio perdida entre palabras sueltas. Una cosa era la música, sonando por los potentes altavoces, otra muy distinta una conversación mantenida bajo tierra, en un sótano, en voz baja, aunque a veces habían subido el tono.

¿Cómo prestarles atención después de aquel impacto?

¿Cuántos temas habían sido?

Ni idea.

Pero estaba seguro de que todos eran buenos.

Muy buenos.

Se había estremecido con el primer trueno y el primer rayo. Pero no se levantó hasta el segundo. Cuando quiso darse cuenta, ya habían empezado a caer las primeras gotas.

Y no unas gotas cualesquiera.

Auténticos perdigones líquidos.

No había donde protegerse. Las paredes de la casa eran lisas. Ningún voladizo superior le cubría. Y aunque lo hubiera habido. La violencia de la lluvia, movida además por las súbitas ráfagas de viento, le alcanzó de lleno. Para cuando llegó a la entrada ya estaba medio ciego a causa del agua. Lo único que pudo hacer fue pegarse a la fachada, bajo el pequeño toldillo del porche. Era inútil echar a correr en la oscuridad, porque, de pronto, todo estaba negro. Podía tropezar y caerse. Podría perderse antes de llegar al puente. Podía incluso morir agotado antes de llegar al pueblo. La única solución era quedarse allí.

Y esperar.

Quizá toda la noche.

Sonrió pese a todo.

Era un precio barato por lo que acababa de escuchar, por aquel privilegio único. Aunque si pillaba una pulmonía, y era lo que acabaría sucediendo, lo pasaría peor que mal.

Ya estaba empapado.

Calado hasta los huesos.

Con la ropa fría y pegada al cuerpo.

Llevaba cinco minutos y aquello era un infierno, así que imaginarse toda la noche igual...

Trató de evitarlo, pero fue imposible.

Aquel picor de la nariz...

Los estremecimientos...

El estornudo sonó alto y claro, impetuoso, sin ningún trueno que lo cubriera. Por encima de la lluvia, estalló en la noche igual que una aldaba en una puerta de roble.