CAPÍTULO 30

Voces escritas

Cuando ellos se marcharon, Rebecca bajó al sótano.

Necesitaba estar sola, en silencio, refugiarse en sí misma.

Necesitaba abrazar la música que todavía colgaba de aquellas paredes como estalactitas de sangre en su alma. Ni siquiera hacía falta escucharla por los altavoces, solo sentirla en su cabeza.

La cena, al final, había estado bien. Grace se había calmado lo justo. Pero el peso del día se prolongaba. El rechazo de Doug, la visita de Ferdinand Meehan, la discusión mantenida allí mismo, en el estudio, sobre la necesidad o no de editar las canciones y, por último...

La tormenta y la inesperada aparición del chico habían impedido que las dos siguieran hablando. Y, por encima de todo, que Grace siguiera preguntando.

Las malditas preguntas que, finalmente, salían a la luz.

¿Cuánto más podría silenciarle las respuestas?

Grace ya no era una niña.

Por primera vez casi se había derrumbado ante su hija.

No conectó el equipo. No puso música. Abrió el armario y cogió la gruesa carpeta de las letras, con decenas, cientos de ideas o textos, algunos sin apenas desarrollar, escritos tanto en hojas de libreta como en servilletas, recortes de periódico con anotaciones en los márgenes o cualquier superficie donde se pudieran dejar unas palabras impresas. Leo era metódico, lo guardaba todo, pero dentro de ese método también predominaba el caos.

¿Había sido realmente un genio?

El Leo que ella había conocido, del que se había enamorado, no era un genio. Era un ser humano con todas sus limitaciones, sus luces y sus sombras.

El mismo Leo del que seguía enamorada.

La carpeta le pesó en las manos. Un peso que no tenía nada que ver con el real, sino con el contenido anímico, la vida y la sangre de él.

La abrió por la mitad.

La primera letra con que se encontró estaba escrita en una hoja de papel medio rota, con líneas irregulares, apresuradas, como solía hacer casi siempre que le sobrevenía una idea y todo fluía en forma de torrente desde la cabeza a la mano. Luego venían los retoques, los tachones, hasta convertir la hoja en una especie de galimatías difícil de entender. Incluso a ella le costaba. La letra decía:

 

Hay palabras que antes de ser escritas ya están muertas,

antes de ser pronunciadas ya están gastadas,

antes de ser oídas ya son mentiras.

 

¿Cuál es tu palabra amiga al borde del silencio?

¿Qué quisieras escuchar mientras te acercas al abismo?

¿Cuál te carcome el corazón en la soledad de la noche?

 

Hay palabras que después de ser escritas ya no valen,

después de ser dichas no han sido oídas,

después de ser escuchadas lloran.

 

¿Cuál es la palabra que más te duele?

¿Cuál es la que gritas en el orgasmo?

¿Cuál es la que dirás en el último suspiro?

 

Palabras.

Solo palabras.

Déjalas junto al viento para que él se las lleve.

Palabras.

Solo palabras.

Todas las inocencias están huérfanas de palabras.

 

No había fecha. A veces sí la ponía, al pie del texto. Pero no en este caso. En la carpeta tampoco estaban en orden. Imposible saber cuándo había escrito aquello.

Pasó unas cuantas hojas o recortes más, la mayoría solo con ideas o pequeñas frases. Hasta que encontró la letra de una de las canciones grabadas y destinadas a aparecer en su disco de regreso. En ella sí había una fecha: siete meses antes de morir, en las últimas navidades.

 

Todas las mañanas abro la ventana del mundo.

Todas las mañanas me pongo los zapatos de la ilusión.

Todas las mañanas me lavo con el agua de la vida.

No importa que anoche estuviera nublado, o lloviendo.

Me duele que te acostaras sin decirme «te quiero».

Pero yo también estaba muy cansado para soñar.

Todas las mañanas pienso que hoy el día será mejor.

Todas las mañanas te acaricio con mi mente y beso tu aliento.

Todas las mañanas deseo que al anochecer me des tu calor.

Pero las sábanas se enfrían rápido al levantarnos.

La vida ha dado muchas vueltas dentro y fuera de nosotros

mientras el amor se llenaba de paz y nos cerraba los ojos.

Todas las mañanas son días llenos de preguntas.

Todas las mañanas son respuestas llenas de dudas.

Todas las mañanas se llenan de suspiros tras los silencios de la noche.

Conservamos la esperanza de que todo lo que fuimos vuelva.

Aún nos queda ese cariño que el tiempo no borrará jamás.

Aún reímos sabiendo que los dos somos uno más allá de la razón.

 

Las letras de Leo solían ser complejas, las frases muy largas, las rimas escasas. Aunque se habían hecho ya muchas versiones de sus mejores temas, en el fondo era el único que podía cantarlas de verdad, con toda la pasión, la fuerza y el sentimiento que les imprimía cuando se subía a un escenario.

Leyó unas pocas más.

Sí, Grace tenía razón.

Eran tristes.

Los años duros, los años sin éxito, los años de internamiento en centros de rehabilitación, los años en los que escribía y escribía letras, o grababa las canciones en el estudio, sin saber qué haría o qué sucedería con ellas. Letras tristes de un alma rota.

Rebecca sabía que podía recoger los pedazos.

Recomponerlos.

Pero las cicatrices quedaban siempre.

Ella más que nadie sabía que Leo no era feliz.

Se detuvo en una última letra, muy antigua, escrita según la fecha en una de las primeras giras de promoción. Una canción que Leo sí había llegado a grabar pero que quedó fuera de la selección para el segundo álbum. Podía recordarlo.

Toda una declaración de principios.

Tanta soledad...

 

Llevo una habitación de hotel en mi corazón.

Llevo una cárcel vacía en mi mente.

Y mi pensamiento es un cauce abierto en la montaña.

Llevo una silla de madera al borde de mi ansiedad.

Llevo una película inacabada en mi vida.

Y mis manos extendidas que aún esperan nuevos horizontes.

Llevo una habitación de hotel en mi corazón.

Todas sus ventanas dan al exterior.

La cama es grande para ti y para mí.

 

Llevo una habitación de hotel en mi corazón.

Llevo las alas de mi libertad plegadas.

Y cada noche cierro los ojos pensando en el mañana.

Llevo una moneda en el fondo de un bolsillo agujereado.

Llevo una intención colgada de mi voluntad.

Y me faltan horas para tantas ilusiones soñadas.

Llevo una habitación de hotel en mi corazón.

Tiene una puerta que es todo un mundo y frontera.

La cama es grande para ti y para mí.

 

Llevo una habitación de hotel en mi corazón.

Un número, un teléfono, una televisión gastada.

Llevo tu imagen a través de todas esas habitaciones.

He perdido la llave en la esquina del círculo.

La cama es grande para ti y para mí.

 

Rebecca ya no pudo más.

Cerró la carpeta, la dejó en el armario. No quería llorar. Grace regresaría de un momento a otro y era capaz de buscar pelea, seguir con la discusión interrumpida por la tormenta y la aparición de Norman. Mejor acostarse.

Aunque eso lo único que haría sería aplazar el siguiente asalto.

Salió del estudio, cerró la puerta y entró en su habitación.

Se estaba desnudando cuando escuchó el motor del coche.

Apagó la luz y acabó de meterse en la cama a oscuras.