Grace vio cómo se alejaba el coche.
Estaba sola.
No había preguntado por su tía de manera casual o arbitraria. Llevaba un buen rato pensando en la conversación de la noche pasada, cuando dejó a Norman en el motel. Las palabras rebotaban por su mente, lo mismo que aún notaba el shock, el estremecimiento que sintió al darse cuenta de lo que acababa de decir.
«¿Por qué suicidarse cuando iba a volver, aunque le pesara a mi madre?».
Había arrancado el coche después de casi echar a Norman.
Pero al llegar a casa, ella ya se había acostado.
«Aunque le pesara a mi madre».
No solo era lo que le dijo al chico.
En el estudio, justo antes de que aquel trueno y su rayo cortaran la posibilidad de seguir hablando, Rebecca también se había quedado medio paralizada.
«Hay mucho más, cielo».
¿Qué más había?
Cerró los ojos y revivió la escena.
Entera.
«Te protegía a ti, y también me protegía a mí. Es complicado hablar de ello ahora, después de tanto tiempo. La perspectiva cambia, y él... Él está muerto, cariño. Ya no...».
Grace se acercó al teléfono.
Se quedó mirándolo y se sentó a su lado, de momento incapaz de cogerlo.
«Aunque le pesara a mi madre».
«Hay mucho más, cielo».
«Me duele tanto...».
La tía Susan era dos años mayor que Rebecca. Estaba divorciada y vivía en Nantucket. Pero al comienzo, cuando Leo Calvert apareció en sus vidas y aún vivía en el pueblo, se enamoró de él. Siempre dijo que ella le habría hecho más feliz. Siempre. Pero la futura estrella prefirió a la mujer con la que se casó. Susan lo llevó mal. Su despecho fue su sentencia. Su matrimonio con un rico industrial de Wyoming fue un desastre. El divorcio, público y famoso, acabó siendo una caja de truenos. Hubo acusaciones por los dos lados, graves y fuertes. De eso hacía ya seis años. En el entierro de su padre, Grace aún recordaba la pelea de las dos hermanas.
—¡Es culpa tuya! ¡No podía respirar! ¡No se puede parar un torrente con las manos!
Rebecca la había abofeteado.
Tardaron dos años en hacer las paces.
Las dos reconocieron estar afectadas por el suceso.
Pero la distancia ya era insalvable. Una distancia física y emocional, tapada o disimulada por esporádicas llamadas telefónicas. En ellas, si no se peleaban, incluso conseguían trenzar unos minutos de charla cordial, aunque fuera ficticia. No importaban las flechas envenenadas: eran hermanas y, en el fondo, se querían. No importaba que un hombre se hubiera cruzado entre las dos. Los vínculos de sangre no desaparecen de la noche a la mañana. Rebecca se desahogaba a veces con Susan, y Susan se desahogaba a veces con Rebecca. Una era viuda. La otra, divorciada con problemas.
«¡Es culpa tuya! ¡No podía respirar! ¡No se puede parar un torrente con las manos!».
¿Por qué, de pronto, todo eso volvía a su mente?
Grace tomó aire y descolgó el teléfono. Luego marcó el número de la tía Susan.
Noche y día.
Ni siquiera se parecían en nada, y menos físicamente, aunque las dos eran muy guapas.
—¿Dígame?
Ya era tarde para colgar.
—Tía Susan, soy yo.
—¿Grace? —La sorpresa dio paso a una súbita preocupación—. ¿Estáis bien? ¿Le ha pasado algo a tu madre?
—No, no, estamos bien —la tranquilizó.
—¡Menos mal, qué susto! —Notó el alivio en la voz.
—¿Ha de suceder algo para que te llame?
—Cariño, no es que haya muchas buenas noticias que dar. ¿O sí? Después de tantos meses, la gente suele llamarse para las cosas malas.
—Pues ya ves. Solo quería charlar contigo.
—¡Eso me gusta! —Pareció celebrarlo, ya más liberada del susto inicial—. ¡Eres mi sobrina favorita!
—Soy tu única sobrina —le recordó.
—Pues por eso mismo. —Decidió salirse de los prolegómenos—. ¿Cómo se presenta el verano?
—Como siempre.
—¿Preparada para ir a la universidad?
—Sí. —Prefirió no pasarse el rato discutiendo con ella—. Lo malo es que andamos un poco desbordadas por lo del aniversario.
—¿El...? —reaccionó rápido—. ¡Dios, ya estamos casi en julio, es verdad! —Se revistió de asombro—. ¿Es posible que ya hayan pasado cinco años?
—Sí, tía.
—Lo siento, cariño.
—Dímelo a mí.
—Habrá un bombardeo, claro. Noticias, más especulaciones, discos radiados a todas horas, las televisiones haciendo trabajo de arqueología para encontrar imágenes inéditas... ¡No os arriendo la ganancia! ¡Esos carroñeros...!
—Te llamaba por eso —mintió—. Aún no es el día y el sensacionalismo ya ha empezado. Lo que más me duele es que vuelven a hablar de la teoría del suicidio.
—¡Qué estupidez! —gruñó su tía—. ¿Cómo iba a suicidarse Leo? ¿Y por qué? ¡No tiene el menor sentido! —Se exaltó aún más—. ¡Yo sé la verdad, y tu madre también! ¡Al resto del mundo, que le den! Pero claro...
Grace se quedó paralizada.
—¿Qué verdad?
—Vamos, Grace...
—No, ¿de qué verdad hablas, tía Susan?
Hubo un tono de dolor.
—¿Está ahí tu madre?
—No, ha salido.
—Pregúntaselo a ella cuando vuelva.
—¡No, te lo pregunto a ti! ¿Qué piensas, crees o sabes tú?
Sobrevino una pausa, breve, dramática.
El auricular le pesaba una tonelada.
—Grace —reapareció la voz al otro lado de la línea—. Digan lo que digan los informes policiales, tu padre debía de conducir a toda mecha, estaba enfadado. A la fuerza tuvo que tomar demasiado rápido esa curva antes del puente y, cuando quiso darse cuenta y trató de enderezar el volante, fue demasiado tarde. Ni siquiera pudo pisar el freno: chocó con la barandilla y cayó. ¡Es la única explicación!
«Estaba enfadado».
—¿Por qué estaba enfadado papá?
—Cariño...
—¡No, dímelo!
—¡Tú estabas ahí! ¿No lo recuerdas?
¿Recordarlo?
Tenía ese día borrado de la memoria.
—¡Fue por la pelea, Grace! —estalló su tía—. Quizá la tuvieron abajo, en el estudio. O quizá no te diste cuenta. —La voz se tensó más y más—. El día del entierro, Rebecca me lo confesó todo. Tuvo un momento de debilidad conmigo y... Tu madre tenía miedo. Yo diría que incluso pánico. Estaba angustiada por el regreso de Leo al mundo de la música, pensaba que todo volvería a repetirse, la misma historia, toda aquella locura, alcohol, drogas... ¡Le dijo que si volvía a las andadas le dejaría, se divorciaría! ¡Le dijo que no podía volver a pasar otra vez por lo mismo! ¡Leo le pidió que confiara en él, pero tu madre se vino abajo, llorando...! ¡Tu padre salió de casa dando un portazo, se subió al coche y...! —Hablaba tan atropelladamente que incluso jadeaba—. ¡Nunca se hubiera quitado la vida, y no solo por ese disco o la nueva gira, sino por vosotras, porque quería a Rebecca y, sobre todo, estaba loco contigo! ¡Esa es la única explicación, justo la que no se les puede dar a los malditos carroñeros de los medios de comunicación o a esas ratas de internet! ¡A la fuerza tuvo que ir rápido y perder el control del coche!
La clave.
La discusión de su madre y su tía el día del entierro.
«¡Es culpa tuya! ¡No podía respirar! ¡No se puede parar un torrente con las manos!».
Las canciones tristes, los años de silencio, el anhelo de volver tras la recuperación, el nuevo disco, la gira... Demasiado para una esposa que lo amaba con locura y no quería verle destruido.
Aunque no tenía por qué ser así.
«Leo le pidió que confiara en él, pero tu madre se vino abajo, llorando».
Grace se dio cuenta de que, en el fondo, siempre lo había sabido.
Por más que hubiera borrado aquella pelea de su mente.
«Aunque le pesara a mi madre».
«Hay mucho más, cielo».
«Me duele tanto...».
Un accidente. Un maldito accidente.
Causas y consecuencias.
Su madre vivía con ello desde entonces.