CAPÍTULO 34

Primeros pasos

¿Habían sido los treinta minutos más gloriosos de su vida?

Posiblemente.

Pero no solo por estar allí. No solo por el público.

Comprendió que era por Grace.

Y no por ser la hija de Leo Calvert.

La gente le palmeaba la espalda, le hablaba.

—¡Bien, chico!

—¡Eres bueno, cabrón!

—¡Buenas letras, buen ritmo!

—¡Rock and roll!

Atravesó aquel océano de beneplácitos y se reunió con ella. Los dos sabían que era inevitable. Grace le esperaba en la entrada. Norman ya llevaba la guitarra metida en la funda y colgada del hombro y la bolsa con la ropa en la mano. Lo había recogido todo a cien por hora para evitar que desapareciera.

—Hola —dijo él.

—Hola.

—Gracias por venir.

—Sentía curiosidad —le quitó importancia.

—¿Quieres tomar algo? —Señaló la barra.

—No, salgamos de aquí. La gente me mira y odio eso. Si encima hablan o hacen preguntas...

Sin decir nada más, salieron al exterior.

Lejos del bullicio del bar, la noche les acogió con dulzura.

Apenas dieron unos pasos sin rumbo antes de detenerse. Un sábado por la noche la calle principal del pueblo era un ir y venir de coches, pero salvo por el ronroneo de los motores, predominaba la calma. Nadie conducía con la ventanilla bajada y la música a toda mecha molestando a los demás.

Norman se sintió en la necesidad de decir:

—Siento haber cantado esa canción de tu padre al final. Me dijiste que no te gustaba oírlas, y que por eso no ibas nunca al bar de Mo.

—La gente te la ha pedido.

—Sí, ya, pero... No sabía si te molestaría.

—¿Importa lo que yo piense?

—Pues claro. ¿Por qué no debería importarme?

Dieron unos pocos pasos más. Grace miraba el suelo.

—La verdad es que lo has hecho bien.

—He tratado de ser fiel a su canción, pero también darle mi toque.

—No me refería solo a esa canción. Me refiero a toda tu actuación. Me gustan tus letras, cómo las cantas, y la manera que tienes de tocar la guitarra.

—¿En serio?

—Vamos, hombre. Ya sabes que eres bueno, no me vengas con falsas modestias.

—No es falsa modestia, Grace. Y te juro que no sé si soy bueno. Quizá es que esta noche, aquí, me he sentido... diferente.

—El espíritu de Leo Calvert. —Pareció burlarse ella.

—Supongo. Esas cosas influyen. La trascendencia y todo eso.

—Me ha gustado mucho la ironía de la canción del cielo, el purgatorio y el infierno.

—Gracias.

—A mi padre le habrías encantado —dijo de pronto ella.

Norman se quedó medio paralizado.

Grace seguía caminando sin rumbo.

Pasos perdidos.

—¿Hay algún lugar donde podamos sentarnos? ¿O prefieres caminar? —preguntó él.

No era una cita.

Pero tampoco un encuentro casual.

Y ya no había hacha de guerra de por medio.

—Ven. —Tomó la iniciativa Grace—. El parque está ahí al lado. No hay mucho que hacer en un pueblo pequeño como este, salvo emborracharse.

La torre luminosa del motel se vislumbraba a lo lejos. Ella también la vio.

—¿Estás bien ahí?

—Sí. La encargada es maja, aunque se enrolla mucho y entrar en su oficina es como meterse en un refrigerador.

—He oído decir que tiene alterada la temperatura corporal.

—¿En serio?

—Dame la bolsa, no cargues con todo.

—No importa, no pesa.

—¿Por qué la llevas encima?

—Iba a llevárosla, aunque también pensé que si venías a verme lo harías en coche y te la podrías llevar.

—Así que estabas seguro de que vendría.

—No, pero... —Se desacompasó un poco.

—No importa —dijo Grace—. Yo también estaba segura de que te pasarías por casa ayer por la mañana a primera hora, con la excusa de devolver la ropa, u hoy, y me he equivocado. Al final hasta creía que te la quedarías como recuerdo.

—Yo nunca haría eso.

—Vale, lo sé, sí, perdona.

Se cruzaron con una docena de chicos y chicas, veinteañeros. No eran simples excursionistas. Parecían venir precisamente del motel.

—Debe de estar lleno, como cada fin de semana —dijo Grace.

—La verdad es que sí. Con la policía controlando que nadie acampe por el bosque...

—El punto de reunión es la tumba de papá. —Puso cara de circunstancias—. Se ponen a cantar...

—Yo también lo hice —reconoció Norman.

—¿Cuándo?

—Al irte tú el otro día…

—¿Y qué le cantaste?

—«Preguntas».

—Sí, es preciosa. —Volvió la cabeza hacia él—. ¿Por qué lo hiciste?

—No sé si lo entenderías.

—Inténtalo.

—Grace, tú le tuviste, era tu padre. Pero para otra gente...

—Era mi padre, sí, pero no le tuve. Ahí te equivocas. Se pasaba el día actuando de aquí para allá o en el estudio del sótano, componiendo y grabando casi obsesivamente. Lo mejor de aquellos años fue cuando estuve enferma y él lo dejó todo para estar a mi lado. Ahí sí fui feliz. Ahí sí le tuve para mí. Fueron unos meses perfectos a pesar de que hubiera podido morir.

—¿Qué te...?

—No hagas preguntas, ¿vale? Me da la impresión de que son para tu maldito libro.

—Solo hablábamos. No te estoy sonsacando.

—Mejor.

Llegaron al parque. Había muchos bancos ocupados por grupos de jóvenes. De común acuerdo, sin decir nada, siguieron caminando un poco más, en dirección a la zona arbolada que ascendía hacia la loma. En esa zona solo había esporádicas parejas picoteando espacios en la hierba.

Grace escogió uno, apartado del resto.

Fue la primera en sentarse. El suelo estaba seco. Su compañero esperó a que se acomodara antes de imitarla.

Se quedó muy cerca, aunque sin rozarla.

—¿Puedo preguntarte algo?

—A ver.

—Tú quieres publicar las canciones de tu padre, ¿verdad?

—Habrá que hacerlo tarde o temprano —reconoció.

—Pero tú estás de acuerdo —insistió Norman.

—Sí —asintió ella.

—¿Por qué se resiste tu madre?

—Motivos personales. —Levantó los ojos al cielo tratando de que él no percibiera el rictus de dureza.

—Hay personas a las que cosas así les ayudan. —Suspiró el chico—. Una novela, una canción... No hablo solo por mí. En mi caso ya era importante desde aquella noche en el Candlestick Park.

—Las canciones de mi padre estaban ahí cuando él vivía —lo dejó claro una vez más—. ¿Por qué nadie se dio cuenta de ello? ¿Por qué tuvo que morir para convertirse en una estrella?

—No lo sé —admitió Norman—. Pero por eso ahora es un cantante de culto.

—¿Y de qué les sirve eso si ya no pueden verlo?

—¿Te sirve a ti? —preguntó él.

No hubo respuesta.

No podía haberla.

Mientras Grace se helaba con la pregunta, Norman observó su perfil recortado contra las luces del pueblo. Nunca había creído en los amores a primera vista.

Y resultaba que existían.

Lo peor era que andaba... no, se movía por el filo de la navaja. Un desliz, un paso en falso, y ella se iría para siempre. Seguía siendo el fan de la tumba, el que se había presentado en su casa bajo la lluvia, el que...

—¿Cuánta condena cumple tu padre en la cárcel? —preguntó inesperadamente Grace.