Norman tuvo una sacudida.
Claro, hablaban de padres.
Uno, muerto. El otro, preso.
—Está en el corredor de la muerte —dijo.
Grace le lanzó una mirada aterrada.
—¿Qué?
—Bueno, ya sabes que puede pasarse ahí muchos años. Pero sí. La condena fue total. Pena de muerte.
—Dios... —Ella se puso pálida—. ¿Vas a verle?
—No.
—¿Por qué?
—Te dije que había matado a mi madre.
—Sí, ya lo sé.
—No te dije que lo hizo delante de mí.
—No me... —Grace se quedó sin aliento.
—Fue duro —explicó Norman, centrando la vista en algún lugar indeterminado de la oscuridad.
—¿Duro? ¡Tuvo que ser traumático!
—También.
—¿Tú estás bien, tienes pesadillas...?
—Te dije que lo superé.
—¿Por aquella noche en el concierto de mi padre?
—Entre otras cosas. Pero sí, me ayudó. Comprendí que o tocaba fondo y lo sucedido me arrastraba al abismo, o apretaba los dientes y me decidía a seguir. Y eso fue lo que hice.
—Pero eso requiere mucho valor.
—Más bien resistencia. —Norman se enfrentó a su angustiada mirada—. Por eso fue tan importante aquel concierto, las canciones, las letras de tu padre. Y por eso sigo exorcizando mis demonios escribiendo y también cantando.
—¿No te internaron, te llevaron a psiquiatras o algo así?
—Un par de psicólogos sí me vieron. Determinaron que estaba bien y eso fue todo. Mira..., yo ya le odiaba entonces. No entendía por qué mi madre no le dejaba. Luego lo entendí de golpe: si lo hacía, la mataba. Fue lo que acabó sucediendo.
—Si estabas ahí, ¿cómo te libraste?
—También me habría matado porque se volvió loco. Perdió la razón. Pero armó tanto escándalo que aparecieron unos vecinos y echaron la puerta abajo; en ese momento, mi padre estaba a menos de dos metros de mí gritándome que yo era como ella. Aquellas personas me sacaron de casa.
Grace empezó a venirse abajo.
Se había preguntado varias veces qué hacía allí, por qué había ido al bar de Mo a escucharle. ¿Curiosidad? ¿Escapismo? Tal vez. Después de la charla con la tía Susan todavía no se había atrevido a hablar con su madre. Se negaba a pensar en Doug. No quería hundirse en la derrota. Sentía una insoportable presión en la mente y un millón de fantasmas revoloteaban por su alma.
A Norman le había salvado aquel concierto de Leo Calvert.
¿Podía salvarse ella por haberle escuchado a él en el bar de Mo?
Volvió a mirar a su compañero.
Dejó de verle a él y vio a su padre, al mismísimo Leo Calvert con muchos años menos.
Se llevó una mano a los ojos.
—Siento habértelo contado —dijo Norman.
—Yo he preguntado —lo justificó Grace.
—¿Cuál es el mejor recuerdo que tienes de él? ¿Ese de cuando estuviste enferma?
—Sigues queriendo escribir ese libro, ¿eh?
—No, perdona. Ahora estoy contigo.
Estaba con ella.
Una chica a punto de cumplir los diecisiete y un joven de veintitrés.
Dos solitarios con una mochila de problemas a cuestas.
—Ya da igual. —Suspiró Grace—. El día menos pensado harán incluso una película, y una actriz guapísima, que no se parecerá en nada a mí, interpretará mi papel convirtiéndome en yo qué sé qué clase de hija o de mujer. Se acabará la verdad. Hollywood dictará sus propias normas y lo que probablemente pasará a la posteridad será eso: la visión que se dé de mi padre y de nosotras.
—Entonces más razón para contar vuestra verdad, ¿no crees? Y no pienso en mí, te lo juro. Escríbelo tú. Que te salga del corazón y ya está.
—¿Así de fácil?
—Fácil no es, pero mi profesor de literatura me dijo una vez que todos teníamos una voz. Había que buscarla y encontrarla. Luego dejarla fluir.
—Tu profesor debía de ser otro soñador.
Norman se rio.
—¡Eso sí es cierto! —admitió—. Pero fue el mejor que tuve. —Volvió a lo que estaban hablando—. Yo no quiero ser famoso ni hacerme rico, Grace. Te lo juro. Lo único que quiero es ser libre y feliz.
—Todo el mundo quiere ser famoso y hacerse rico, Norman —protestó ella—. Esa es la trampa escondida detrás de los fantasmas de la libertad y la felicidad.
—¿Por qué estás siempre a la defensiva y tratando de ser cínica cuando no lo eres? —lamentó él con dolor.
Grace endureció el gesto.
Rebecca le había dicho lo mismo.
¿Esa era la maldita sensación que daba, lo que proyectaba en los demás?
—Ni estoy a la defensiva ni soy cínica —protestó.
—Puedo entenderlo. Supongo que ser hija de tu padre es como... no sé, una marca indeleble que llevarás siempre.
—¿Tú no sientes la marca de tu padre?
—Nadie sabe quién es él ni quién soy yo. Tu madre y tú sí que estáis expuestas.
Grace se dejó caer hacia atrás.
Necesitaba tumbarse, tener más puntos de apoyo, mirar el cielo.
—Joder, Norman. —Suspiró—. Pareces la maldita voz de mi conciencia. Descansa un poco, ¿quieres?