CAPÍTULO 37

Vivir en la eternidad de la muerte

Estaba preparando una exposición en el pueblo. El consistorio le cedía un espacio para exponer una cincuentena de sus cuadros. Tampoco pretendía más. Pero desde que había vuelto a la pintura, después de aquellos años de ostracismo y desidia personal tras la muerte de Leo, iba acumulando obras y más obras.

Era el momento de recuperar el tiempo perdido.

Sin embargo, una cosa era el pueblo y otra...

Leyó el correo electrónico otra vez:

 

Querida señora Rebecca Calvert:

 

Sería para nosotros un honor que considerara exponer sus más recientes trabajos en nuestra galería. Como imaginamos que ya sabrá, la Contemporary Art Gallery es en San Francisco un referente en el mundo pictórico. Podemos asegurarle un gran éxito por anticipado. Si estuviera de acuerdo, en fechas próximas podríamos concertar una cita y viajaríamos para verla y estudiar el material de que dispone. O visitarnos usted a nosotros, y así vería nuestras instalaciones. Nuestra idea es presentar su colección en los meses de octubre y noviembre, como escaparate de posibles compras antes de Navidad. Ni que decir tiene que, además del relieve social del evento, para nosotros contar con la esposa del gran Leo Calvert entre nuestros expositores supondría un enorme reto que estamos dispuestos a asumir con agrado. Puede escribirnos a esta dirección de correo electrónico o llamarnos por teléfono para resolver cualquier inquietud que se le presente.

Atentamente suyo,

George Alberton Seassapek

 

Exponer en San Francisco otra vez.

Después de... ¿cuánto? Dios, ya ni lo recordaba. ¿Siete, ocho, nueve años? ¿Más?

Rebecca leyó el correo de nuevo.

Era la tercera vez.

Una para enterarse, otra para entenderlo y esta para asimilarlo.

Había frases significativas: «recientes trabajos». ¿Cómo sabían que estaba pintando? ¿Alguien del consistorio se lo había dicho a alguien de San Francisco, quizá un periodista, y este último se lo había comentado a los de la Contemporary Art Gallery? «Relieve social del evento». ¿Buscaban publicidad más que calidad? Ni siquiera sabían si lo que estaba haciendo era bueno o malo, si valía la pena o no. Su pasado como pintora había muerto hacía años. Y la frase más demoledora: «Contar con la esposa del gran Leo Calvert». ¿Buscaban eso, tener a la esposa de? ¿Buscaban a la viuda de la estrella en lugar de a la pintora Rebecca Hayden? ¿Qué dirían si les pedía usar su apellido de soltera en lugar de su apellido de casada?

Cerró el ordenador.

No era un correo que pudiera responderse de inmediato.

Una cosa era la alegría que pudiera experimentar. Otra muy distinta reflexionar sobre ello.

Nunca había querido ser la esposa de. Nunca se había aprovechado de Leo y su fama de los últimos cinco años. Siempre se negó a ir a programas de televisión para hablar de él. Mantenía todas las distancias posibles.

Pero si quería volver a pintar, y más aún, a exponer, tendría que pagar el precio.

Cuando la entrevistasen, ¿qué haría?, ¿prohibir todas las preguntas acerca de él?

Pensó en Grace.

La gran pregunta era si serían capaces, algún día, de pasar página.

Grace vivía encerrada en sí misma, y ella...

Ella era peor.

Se había convertido en la carcelera y guardiana del legado de Leo.

Rebecca levantó la vista y se encontró con el retrato de su marido, sonriente desde el sencillo marco de plata situado en una esquina de la mesa de trabajo. Cada vez que lo veía, los recuerdos fluían en tropel. Los buenos y los malos. Una mezcla a veces positiva y otras negativa, pero casi siempre explosiva. Todo en Leo había sido explosivo. Incluso cuando amaba era un volcán. El sexo con él parecía un eterno 4 de julio. Emociones, sensaciones, sentimientos, dulzura, intensidad... Sus gritos resonaban por toda la casa. Tenían que hacerlo cuando Grace no estaba o encerrarse en el sótano.

Leo, siempre Leo.

—Nunca lo hubiera hecho —le dijo a la foto—. Si lo pensaste aquella noche... —Hizo un esfuerzo por tragar la bola que acababa de aparecer en su garganta—. Intentaba... protegerte. Intentaba que entendieras... Pero nunca te habría dejado, amor mío. Sabía que la música era una amante voraz, y que antes que marido o padre... siempre ibas a ser músico, con o sin éxito...

Le echaba de menos.

Y esa era una de las noches en las que más lo sentía.

Oír las canciones con Grace lo había cambiado todo.

Había sido como si Leo les gritase a ambas: «¡Estoy vivo! ¡Estoy en esas canciones! ¡Sacadme de aquí!».

Vivo en la eternidad de la muerte.