CAPÍTULO 48

USB

Se detuvieron uno frente al otro.

—Creía que no vendrías —dijo Norman.

—Hombre de poca fe.

—Bueno, no parecías muy convencida.

—¿Querías que saliera corriendo?

—Sí, ¿no?

—¿Desde cuándo te has vuelto un creído?

—No soy un creído. —Bajó los ojos.

—¿Qué querías darme? —Grace se cruzó de brazos—. No veo ninguna caja de bombones.

Norman arqueó las cejas.

—¿Eres de esas?

—No, pero tú sí pareces de los que regala cajas de bombones.

—Eso sería si tuviera dinero. —Extendió las manos desnudas.

—Venga, ¿de qué se trata?

¿Cuánto faltaba para que saliera el autobús, diez minutos, quince?

A veces el tiempo era como un chicle.

Incluso podía hacerse estallar.

Norman metió la mano en el bolsillo del pantalón. Ya lo tenía a punto. Cuando lo sacó, dejó la mochila y la guitarra en el suelo, al lado del coche, como si necesitara un poco de libertad.

Lo que ocultaba su mano era un USB.

Se lo dio a Grace.

—¿Son...? —Ella se quedó a medias.

—Algunas de mis canciones, sí.

—Vaya.

—Me gustaría que las tuvieras, solo eso.

—¿Llevas muchos USB encima?

—No, solo ese. ¿Por qué?

—Por nada. —Se olvidó definitivamente de la ironía como escudo y salvaguarda.

Ya no era el momento.

Norman le estaba regalando... su alma.

Su mirada era sincera.

Grace sintió que se le doblaban las rodillas.

Su padre le había regalado un CD a su madre.

—Gracias. —Lo apretó en la palma de la mano.

—Las grabé con mi ordenador, en casa, con un programa para eso. El resultado es pobre, nada que ver con un directo como el de anoche, pero la esencia está ahí. Y las letras.

—¿Está la de la rueda?

—¡Claro!

Callaron los dos.

Todo parecía dicho.

Y sin embargo era justamente lo contrario.

Todo estaba por decir.