La única oportunidad
Con el pasar de las horas,
el humor de Nassira
fue cambiando...
De un enamoramiento que la tomó desprevenida a un odio feroz ante la ausencia del que la hubiera bien amado.
La chiquita que solía visitarla en la tienda no le supo contestar a la andanada de preguntas que le hizo al caer la tarde y continuar sin noticias. Le dijo que no entendía, ella no sabía quién era «el Holandés». Lo que la mora no sabía era que la niña lo conocía por su apodo de «Térter», alacrán.
Dolorida por dentro y por fuera. Tanta movida después de largo tiempo y en su condición le terminó repercutiendo hasta en el cuero cabelludo, ya que hasta de los pelos la había sostenido.
Su mirada iba y venía desde la entrada a su corazón. Cuando se hizo la noche y se dio cuenta de que no vendría, lloró como una tonta de la amargura. Se ve que no había sido lo mismo para él que para ella, se lamentó. Tarde, muy tarde, cuando se hallaba dormida, una sombra se proyectó en la tienda. Era el Holandés, luchando contra su instinto, que falto de coraje se había negado a entrar.
***
Cuando la mora escuchó el jaleo de los hombres que llegaron como manada de lobos, primero se asustó. Creyó que los atacaban, hasta que escuchó esa voz que le era tan conocida. El cacique Cangapol estaba en las tolderías. ¿Qué hacía por aquí?, ¿a quién buscaba? Nunca se imaginó volver a verlo y menos entre estos herejes que, al decir de Teshka, no le tenían mucho apego.
El pensar en la india le hizo darse cuenta de que podía ser un modo de escapar. Debía encontrar la manera de hacerse ver ante el jefe tehuelche para que le avisase a ella, o que él mismo arreglase su fuga.
De todos modos, la tristeza hacía mella en su espíritu. Era una pobre desgraciada al elegir de quién enamorarse, se lamentó sin remedio. Renuente a continuar pensando en el Holandés, se propuso recuperar su vida y, la verdad, era un desastre lo que había hecho con esta hasta el momento.
Más tarde se daría cuenta de que, después de todo, el que la miraba desde arriba no le había soltado la mano...
***
Anochecía cuando se le ocurrió levantar el toldo y espiar. A unos pasos reconoció el caballo del jefe de los llanos, un rucio conocido por su traza, y el poncho cruzado al medio que, como le habían dicho alguna vez, hecho, seguro, por su mujer. Un poco más allá, Cangapol hablaba con un paisano. Los ojos del indio alcanzaron a verla porque se ensombrecieron, y ella también lo notó. Asustada por el encuentro, bajó el cuero y aguardó. No fue mucho. Apenas unos instantes...
—¿Qué haces aquí?, ¿cómo has llegado? —la interrogó Cangapol con su modo autoritario que la puso a temblar—. ¿Dónde está Teshka? ¿Qué le hicieron a mi hermana?
—¡Soltadme! —gritó la mora cuando el indio le apretó el brazo sin medir su fuerza—. Ella no está aquí... Me escapé. Es mucho para contar... ¡Tengo que huir! —balbuceó mirándolo a los ojos—. Por lo que más queráis, ayudadme a salir de este lugar. No sé qué piensan hacer conmigo. Deseo volver con Teshka, o llevadme a los ranchos si no me deseáis junto a ella. Pero os pido que me llevéis con vosotros, por favor... —suplicó llorosa, y con las piernas flojas por el temor, acabó en el suelo.
La expresión del indio no era para nada auspiciosa. Sospechaba que había algo más para decir por parte de esa mujer tendenciosa a la mentira. Cuanto más si se sabía presa de esa gente. Conocía al Holandés lo suficiente para suponer que la mujer no se la había llevado de arriba...
—Está bien. Solo lo hago por Teshka... Mañana partiremos antes de que amanezca. Ve la forma de estar presente o nos marcharemos sin ti. —La mora asintió y se juró que estaría lista, como fuese, a la hora señalada.
La noche, a Nassira, se le hizo eterna. Escuchaba ruidos, cánticos que le resultaban familiares de tantas veces oídos. Un dolor maceraba su corazón al pensar en el hombre que la había poseído. Supo que, si no era en esta, sería poco probable volver a tener otra oportunidad de salir del cautiverio. También conocía el encono del cacique; no vacilaría en entregarla si se las veía fuleras.
El miedo a que la descubrieran huyendo la llevó a tomar una decisión inesperada. Por nada del mundo aceptaría quedarse. Sus sentimientos estaban claros en lo de ser tan solo una amante ocasional del gigantón. Y dudaba que la otra lo aceptase como si tal cosa. Se hallaría siempre en peligro. O peor aún, que por venganza la entregaran a los salvajes cuando el Holandés dejase el asentamiento por cualquier motivo. Fue entonces que decidió: o se iba o que la mataran, pero quedarse no se quedaba.
Nassira bien conocía a Madero. El gaucho amigo del cacique. Temprano, lo escuchó moverse y, emponchada, se le acercó. Supo enseguida que el hombre estaba al tanto de su fuga. La emparejó con uno de sus antiguos aparceros orillados al grupo por la ley y las injusticias. Al armarse un amontonamiento, y como la oscuridad todavía no se iba, la pudieron ocultar. Los ojos de la muchacha se abrieron como dos monedas al escuchar al hombre que desvelaba sus sueños saludar a la tropilla. A medida que se alejaban, sintió que le faltaba el aire y aspiró una bocanada urgente; recién estaría a salvo luego de varios días. No quería imaginarse cómo reaccionaría él al conocer su partida. Faltaba un rato para la salida del sol. Todavía había luciérnagas iluminando el camino...
***
Rochus presintió que encontraría la tienda vacía. Algo le dijo que todos estaban al tanto y habían colaborado para que se fuera. ¿Eran tan visibles sus emociones para con la prisionera?, se reclamó enojado. Su tan mentado control se había esfumado y mostraba su lado humano.
Su mujer lo había estado mirando de reojo un buen rato, luego de que llegara esa noche que pasó con ella. El clan destacaba por taimado y conservador del espíritu más salvaje. Ninguno le blanqueó lo sucedido cuando el caudillo los interrogó sobre la cautiva. Un silencio solo opacado por el chistido tardío de una lechuza cuando las nubes taparon por largo rato la salida del sol. Una parte de sí aceptó la realidad como la mejor solución. Otra, la que pocos conocían y que despertaba en él unas ansias locas de salir a perseguirlos, se angustiaba por el amor perdido. Un amor de verdad. Inigualable y único en su especie. Esperaba que el destino los volviera a cruzar para darles otra oportunidad.