Saliendo del estrecho de Guerlache, en el extremo septentrional de la península, nos sorprendió ver barcos de pesca en mayo de 2000, cuando allí es otoño. Yo estaba convencido de que estaba prohibido extraer pescado o cualquier producto de la Antártida, pero hay flotas que faenan en estos mares indómitos y peligrosos.
Los caladeros del océano Glacial Antártico se encuentran entre los menos explotados del planeta. Se pesca sobre todo krill, unas 120.000 t al año, muy por debajo de las más de seis millones que se calcula que se podrían capturar anualmente en estos mares. Ver aquellos barcos me produjo un cierto desasosiego, al preguntarme cuánto tiempo tardarían en llegar más, cuando realmente fuera rentable llegar a esos lugares o cuando los caladeros de otras especies estuvieran agotados y los armadores se decidieran a atacar este extremo del planeta todavía remoto e incómodo.
El deshielo en esta parte tan productiva del planeta es un hecho, y las compañías navieras ven sus ventajas a corto plazo. El punto de no retorno de esta situación, a escala humana, se dará cuando la dinámica cambie el ciclo global del propio hielo, en cuyo caso se requerirán siglos o milenios para volver a una situación similar a la de hace unas décadas. En el hemisferio sur ya existen grandes áreas navegables alrededor de la península que antes eran inaccesibles, por lo que los buques de pesca pueden llegar a lugares antes impracticables por las condiciones de la banquisa. Tenemos que ser muy cautos al aumentar las cuotas de captura ahora que la tecnología nos permite pescar el krill con mayor eficiencia y tratarlo para comercializarlo de una forma más eficaz, porque, como hemos comentado antes, si el hielo desaparece, también en invierno el problema se agravará.
Lo mismo puede aplicarse a la minería. ¿Qué impide la extracción de mineral o petróleo y gas del continente antártico? El hielo y un clima extremo. Sin embargo, como hemos visto, al igual que la cubierta helada se está retrayendo y las plantas ocupan el espacio libre, la minería podría ser una realidad en el futuro. En la Antártida hay oro, hierro, uranio, cobre… por no hablar de petróleo, gas y carbón. Se calcula (son cálculos muy aproximados y seguramente a la baja) que el continente blanco podría proporcionar unos cuarenta y cinco mil millones de barriles de petróleo, 3,2 trillones de metros cúbicos de gas y hasta un 11 por ciento de las reservas de carbón del planeta.
Es mucho material, en un momento en que los recursos empiezan a escasear. Muchos dirán que lo que impide su explotación es el Tratado Antártico en vigor, pero yo afirmo que hacia el año 2040, cuando se reescriba ese tratado, tendremos la tecnología para explotar al menos las zonas más penetrables de la Antártida.
Hay tres problemas básicos. El primero es que la mayor parte del continente está aplastada por una inmensa masa de hielo en continuo movimiento, los glaciares terrestres. Ese movimiento dificulta llegar al punto que queremos, la parte de tierra donde se esconde el tesoro. Habría que idear un sistema que permitiera corregir el continuo avance del hielo y la propia excavación. El segundo problema es el frío, pero ése es un obstáculo superado; en el Ártico ya están operando a muy bajas temperaturas. El tercero tiene que ver con los movimientos del hielo marino y los icebergs. No veo que ninguno de estos problemas sea irresoluble a medio plazo. Ah, sí, me olvidaba de lo más importante: es un lugar prístino y tiene que ser reservado para la observación científica. Por desgracia, somos tan estúpidos que éste será el problema que más fácilmente resolveremos poniendo sobre la mesa la urgencia de nuestro crecimiento perpetuo.
Los australianos, que reclaman nada menos que un 42 por ciento del territorio antártico, en 2006 realizaron una serie de declaraciones oficiales en las que dejaban claro que no se iban a dejar pisotear en lo tocante a la explotación de los recursos mineros o vivos de la Antártida. La explotación es sólo cuestión de tiempo, creedme, y todo lo veremos, como siempre, desde la distancia. Al menos aquí no habrá comunidades indígenas o pueblos ancestrales que nos quiten el sueño durante treinta segundos mientras los destruimos sin complejos en beneficio de nuestra propia comodidad.