Eran casi las diez de la noche. Kat iba conduciendo y repasaba en su mente los motivos detrás de la absorción hostil. El precio de las acciones de Liberty estaba más bajo que nunca, pero también la empresa estaba inmersa en un buen lío, lo que la convertía en un objetivo poco atractivo. El director financiero había robado dinero suficiente para empujar a Liberty a la bancarrota y dos personas relacionadas con la empresa habían aparecido muertas. La aparición de Porter en aquel momento llamaba la atención. Y Kat no pensaba ni por un segundo que la elección del momento fuera una coincidencia.
Repasó mentalmente las distintas posibilidades con la lluvia golpeando el parabrisas. Si Nick y el trust votaban a favor de la oferta, Porter se quedaba con Liberty. Nick solo podría forzar también la venta, pero para ello tenía que votar sí con sus acciones y conseguir que todos los accionistas minoritarios votaran también sí. Solo así tendrían una mayoría de dos tercios. El trust, con el treinta y cinco por ciento, no tenía acciones suficientes para actuar por su cuenta. Y si todos los accionistas minoritarios votaban a favor de la oferta de Porter junto con el trust, solo sumarían el sesenta por ciento, con lo que no llegarían a una mayoría de dos tercios. Kat sabía que se le escapaba algo. ¿Pero el qué?
Frenó para salir del asfalto liso y de las farolas de la calle principal. Sus ojos se adaptaron lentamente a la calle poco iluminada, pues además al Toyota Celica solo le funcionaba un faro. Abrirse paso entre los baches y surcos sin acercarse al lado que daba al río requería concentración. La lluvia golpeaba ahora el parabrisas con fuerza y era difícil ver más allá de dos metros delante de ella. ¿Por qué no había recogido la caja de madera en su última visita a Takahashi? Había sido un shock descubrir su cuerpo y en aquel momento no había pensado en la caja.
Ahora se daba cuenta de que probablemente era la única prueba que podría conseguir sobre el origen de los diamantes. Quienquiera que plantara aquellos diamantes en Mystic Lake estaba relacionado con el dinero robado, y probablemente también con los asesinatos de Takahashi y Braithwaite. La policía probablemente la habría confiscado ya, pero había una posibilidad de que la hubieran pasado por alto. Kat rezaba para que la caja siguiera allí.
Se inclinó hacia delante, esforzándose por ver el camino de entrada de Takahashi a través de la lluvia torrencial. Los limpiaparabrisas limpiaron un segundo el cristal y vio que tenía el camino delante. Giró el volante a la izquierda con fuerza, esquivando por los pelos un baño de barro. Entró en el camino de la entrada y aparcó al lado de la casa. Paró el motor y permaneció sentada hasta que su corazón dejó de latir con fuerza.
Agarró la linterna y se dirigió a la puerta de atrás. El golpeteo rítmico de las gotas que caían del canalón y formaban charcos en el camino, era lo único que rompía el silencio. No había ladridos de perros ni policías ni cordones policiales que rodearan la escena del crimen. Kat se preguntó qué habría sido del perro. Hasta ese momento no había pensado en él. “Otra víctima”, pensó con tristeza cuando rodeaba la parte de atrás hasta los escalones.
Ya no quedaban rastros del crimen. Las persianas estaban bajadas. A alguien que no supiera nada le parecería que los dueños se habían ido de vacaciones.
Kat subió los escalones del porche de atrás y probó la puerta. No estaba cerrada y el picaporte giró fácilmente. Entró en la parte destinada a botas y abrigos y alumbró con la linterna el estante de madera situado encima de los ganchos para colgar abrigos. Contuvo el aliento, casi con miedo de mirar. La caja seguía allí, aparentemente intacta. La tomó con manos temblorosas y abrió la tapa. Los tres diamantes de Mystic Lake que le había mostrado Takahashi en su primera visita estaban todavía allí. Uno de la chimenea original y dos de la nueva.
Las piedras eran la clave del misterio de la producción alterada, el único modo en el que ella podía hacerse con diamantes en bruto sin dar explicaciones. Ellos probarían o anularían la teoría de la producción falsificada y, sin pruebas, ella no tenía credibilidad. Kat tocó las piedras, sorprendida por su buena suerte.
Tenía que llevárselas. Era el único modo de conseguir diamantes para analizar. Se dijo que aquello no era robar. El propio Takahashi había dicho que allí pasaba algo extraño y, ahora que estaba muerto, le tocaba a ella demostrarlo.
Cuando regresó al calor de la calefacción del automóvil, depositó las piedras de casa de Takahashi en el asiento del acompañante y salió marcha atrás del camino de la entrada, con cuidado de evitar la zanja a ambos lados.
Se guio por la luz del único faro que le funcionaba para buscar la línea central de la carretera. Los limpiaparabrisas recorrían el cristal, dejando partes borrosas donde se habían desgastado. ¿Por qué no los había cambiado ya? Tenía suerte de que no hubiera más tráfico por allí.
Diez minutos después, estaba a punto de salir a la carretera principal cuando un vehículo apareció detrás de ella. A juzgar por las luces que veía Kat en el espejo retrovisor, iba muy deprisa. Ella frenó, momentáneamente cegada, y ajustó el espejo.
Demasiada velocidad con aquel tiempo.
Pero no había sitio para apartarse.
Las luces aparecieron de nuevo a la vista cuando el vehículo se acercó. A juzgar por la altura de los faros, era un camión. Y la seguía de cerca.
Kat aceleró para intentar aumentar la distancia entre el Celica y el camión. Miró el cuentakilómetros. Superaba en veinte kilómetros el límite permitido y en condiciones climatológicas adversas. No era lo ideal, pero la carretera principal, con sus farolas, estaba a solo un minuto. Allí podría hacerse a un lado y dejar pasar a aquel idiota.
Volvió a pensar en los diamantes. ¿Por qué no los había hecho analizar Takahashi si tenía muestras? ¿O sí lo había hecho? Los tomó del asiento del acompañante y se los guardó en el bolsillo.
De pronto el interior del Celica quedó iluminado como si fuera de día. Aquel idiota la iba a golpear por detrás. Volvió a acelerar, pero apenas pudo pasar bien la curva de la carretera. Iba a treinta kilómetros más del límite de velocidad y no veía más de dos metros delante de ella.
Apretó el volante y sintió los dedos tensos mientras se concentraba en la carretera, intentando anticipar las curvas de aquel camino desconocido.
El interior del vehículo volvió a quedarse oscuro.
Entonces la golpeó el camión.
Kat frenó con el pie, pero las cuatro ruedas se bloquearon cuando sintió el impacto del camión. Su vehículo cruzó la línea central y se colocó de lado. Ella giró el volante a la derecha, pero era demasiado tarde. Cuando el Celica se salió de la carretera, vio alejarse las luces rojas traseras de un camión oscuro de tres toneladas.