CAPÍTULO 55

—Date prisa, Kat.

—Ya lo intento —contestó Kat.

Corría por el aeropuerto detrás de Cindy y pasaba en aquel momento por delante de Jade Canoe, la monumental escultura de Haida Gwai. Las míticas criaturas remaban al unísono hacia su destino, a diferencia de Kat, que se desviaba del suyo.

Al menos habían pillado a Bryant con las manos en la masa. Las fuentes policiales de Cindy lo habían confirmado una hora atrás y la historia estaba ya en muchos titulares de internet. La policía de Argentina estaba vigilando a Ortega, así que, cuando la bala de Clara dio en el blanco, siguieron la trayectoria y encontraron a Bryant. ¿De verdad habían llegado demasiado tarde para impedir que Bryant apretara el gatillo? ¿O había sido más fácil eso que intentar condenar a la hija de un jefe mafioso? Kat nunca lo sabría.

El rodeo no planeado de Cindy no podía haber llegado en peor momento. La llamada de Platt se había producido cuando estaban a pocos minutos de Liberty. El inspector había insistido en que se reunieran con él en el aeropuerto y Cindy no se fiaba de él lo suficiente como para no ir. Audrey esperaba a Kat en Liberty, donde habían pensado hablar con Nick menos de quince minutos después. Pero aunque partieran en ese mismo momento, tardarían al menos media hora en llegar al centro. Ahora que las noticias sobre Clara, Ortega y Bryant eran ya públicas, Kat estaba segura de que Nick estaría planeando su propia fuga.

Cindy estaba ya casi en el control de seguridad y seguía corriendo cuando se volvió a medias, miró a Kat y gritó algo que esta no pudo oír por encima del ruido del aeropuerto.

—¿Qué? —preguntó.

Pero Cindy ya no la miraba. Sacó algo del bolsillo y se lo mostró a los dos guardias de seguridad que había en la puerta. El más pesado, el que parecía que había comido demasiados bistecs, asintió y le hizo señas de que pasara. Se enderezó cuando se acercó Kat, se lanzó hacia ella como un león marino y le bloqueó el paso.

Kat señaló a Cindy, pero el guardia la retuvo agarrándole el brazo.

—Un momento, señora. Enseñe la tarjeta de embarque.

Kat miró su doble barbilla. Subía y bajaba al ritmo al que flotaban sus palabras en el aire con un tono flemático lento.

—¿Qué?

—Ya me ha oído. La tarjeta de embarque. Sin ella no puede pasar. —Soltó una risita desagradable—. Vamos, la tarjeta.

—No tengo tarjeta de embarque. Voy con la policía… con la mujer a la que acaba de dejar pasar. —¿Cindy no podía haber esperado unos segundos?

El guardia de los bistecs miró a su compañero y alzó los ojos al cielo. Su compañero era huesudo y de piel amarillenta, como si viviera de café y nicotina.

—¿Su placa? —El huesudo, que parecía el más serio de los dos, extendió la mano.

—No tengo. No soy policía. Soy parte de la investigación de…

—Conozco a la gente como usted. Se creen más importantes que el resto de los mortales. Eso no significa que lo sea. La próxima vez planee por adelantado, como hacemos los demás. —Tomó su taza de café y miró a Kat por encima del borde.

—Pero voy con la mujer policía. Tienen que dejarme pasar.

¿Por qué no la había esperado Cindy?

—He dicho que no. No tiene tarjeta de embarque ni puede identificarse como policía. No tiene nada que hacer aquí. —El guardia huesudo la miró de arriba abajo, disfrutando claramente del poder que tenía sobre ella—. Mi trabajo es parar a las personas como usted.

—Usted no lo entiende. Soy contable forense. Tiene que dejarme pasar, es una emergencia. —Kat era consciente de que sonaba estúpido, pero no sabía qué más decir.

El huesudo miró al de los bistecs.

—George, ¿has oído eso? Es un problema de contabilidad de vida o muerte. ¿Qué ocurre? ¿Muerte por débito?

—No. Oiga, no quiero causar problemas, pero tengo que seguirla.

—Apártese, deje pasar a la gente.

El guardia de los bistecs sonrió con benevolencia a una pareja mayor. Llevaban las tarjetas de embarque preparadas, que era lo que a él le gustaba. Kat volvió a pensar en Audrey, que estaría ya en Liberty preguntándose dónde se había metido. Podía ser peligroso que se enfrentara sola con Nick. El rodeo de Cindy ponía en peligro su plan.

Pasó delante del guardia de los bistecs justo cuando este devolvía las tarjetas de embarque a la pareja.

—¡Eh! ¡Vuelva aquí!

Pero Kat había entrado ya en la terminal de salidas. Corrió detrás de Cindy, que le sacaba ya doscientos metros de ventaja.

—¡Cindy, espera! ¿Adónde vamos? —gritó.

Su amiga volvió la cabeza sin disminuir el paso y le hizo señas con la mano de que continuara. Kat dio un salto para evitar una colisión con el carrito de un pasajero.

—¡Eh! Mire por dónde va —le gritó este, un hombre grueso.

Dos pasajeras ancianas la miraron con desaprobación.

—Va a provocar un accidente, señorita. Tenga cuidado.

Kat vio que Cindy se metía por un pasillo a la izquierda, pero en ese momento vibró su teléfono y frenó para contestar.

—¿Hola?

No contestó nadie, pero oyó ruido en la línea, como si tiraran del teléfono o lo estuvieran apretando.

—¿Quién es? —Kat se esforzó por oír por encima de la cacofonía de voces del aeropuerto. Captó dos voces, un hombre y una mujer que discutían.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó la voz de hombre.

Kat llegó por fin al pasillo y giró por él. No vio ni rastro de Cindy.

—¿Hola? —gritó más alto, con la esperanza de llamar su atención.

—Ahí está otra vez. Es una voz —dijo el hombre.

—Yo no oigo nada —repuso la mujer.

Era Audrey. A juzgar por lo apagado del sonido, su teléfono debía de haber golpeado algo en el bolso y había llamado al número de Kat. O quizá Audrey la había llamado adrede porque pensaba confrontar a Nick ella sola.

—El dinero ha desaparecido, Nick. Los cinco mil millones.

—¿Pero qué dices? Está congelado en Bancroft Richardson.

—Desde anoche ya no. Ha desaparecido. Mira esto. Clara murió rica.

—¡Dame eso!

Kat oyó rumor de papel.

—¿De dónde has sacado esto? Tiene que haber un error.

Kat podía visualizar todas las transacciones del extracto de Bancroft Richardson. Nick vería las transferencias de los cinco mil millones igual que las había visto ella la noche anterior. Ese había sido su plan con Audrey, asustar a Nick para que confesara. Pero Audrey no debía enfrentarse a él sola.

—No hay ningún error, Nick. Esta mañana he hablado con Bancroft Richardson. El dinero ya no está.

—¿Qué demonios ha pasado?

—Dímelo tú. Tú sabías lo que se proponía Clara. ¿Cómo has podido dejar que pasara esto?

Hubo un silencio. Después un ruido fuerte, seguido de gruñidos y maldiciones.

—Dar puñetazos a las paredes es muy infantil, Nick. ¿Ha valido la pena?

—¿Si ha valido la pena qué? Yo no me he llevado el dinero.

—Tú estabas en el ajo. Matasteis a mi hermano. ¿Y para qué? ¿Por una parte del dinero?

Kat soltó un respingo. Audrey corría un peligro real.

—Yo no maté a Alex. No tuve nada que ver con eso.

—Tú estabas con él. Os vieron juntos la noche que murió.

—Eso es mentira. Yo no lo había visto en todo el día. ¿Quién te ha dicho eso? ¡Dímelo!

—¡Basta, Nick! Me haces daño.

En aquel momento, Kat llegó al final del pasillo y se encontró una puerta que ponía Policía. Giró el picaporte y entró como una tromba, preocupada por sacar a Cindy de allí y llegar a Liberty antes de que fuera demasiado tarde para Audrey. Y a tiempo de impedir que Nick desapareciera para siempre.

Se quedó paralizada en el sitio sin saber qué hacer. Era como revivir de nuevo la noche en el McBarge.