Un despacho de nubes, una historia
de pechinas y sábanas tendidas:
nubes sobre Moguer, J. R. J.
verde y azul, los únicos colores
en trotacalles de marinería.
(¿Qué granados? Granadas del recuerdo,
granadería al viento desgarrada.)
En ningún sitio vivirá Moguer
sino en aquellas nubes de invención,
más palabras que nubes, más Moguer
en el poema que en la realidad.
Agazapadas cintas milagreras
aletean aún en Pasolini,
no en palabras friulanas: califales,
las páginas de azul andalusí.
Restañando a la vez las dos heridas
—ausencia en Coral Gables, muerte en Ostia—
de mar a mar la vida iguala al mito,
y es el poema el mayor mito: túnica
inconsútil del aire de los sueños.
¿Quién quería vivir y no ha vivido?
Yo, que me proyecté, soy proyección:
el bulto en sombras me miraba a oscuras,
pero trazó a cordel mi propia vida,
design for living, el poetizar:
la claraboya de cristal hojoso
por la que pasan nubes de Moguer.