Es el deseo página sacrílega.
Comparece en la luz con olifantes
o caperuza como el consiliario
o la toca de encajes del deán.
Es el deseo página de ciénaga,
es el deseo un mar amartillado:
la cuchilla del mar, los bronces plenos,
la nevazón del sol abovedándose,
gruta y penumbra del jardín de Bóboli.
Es el deseo un huracán de llama,
y en el deseo un huracán nos llama.
Llama y llamea, página románica,
capitel de estameña en coro pétreo.
Es el deseo página de plomo,
es el deseo página de plata.
La conjunción del sol con el deseo,
la luz en el eclipse deseada.
Tiene el deseo el ojo de la urraca,
el barro de arrumacos del caimán.
Así yo caminaba por los aires,
con las mallas del cielo de Granada,
como en espacios de Mona Hatoum.
Desperdigada luz, desperdiciada,
deshilachada vida en cojín florentino,
en Valmar terciopelo entredorado,
jirón ya al fin de púrpura vencida.
Si su nombre es legión, los asesinos
viven en un rectángulo de luz:
4.3, las proporciones áureas
de la pantalla del ordenador,
formato optimizado de la sangre,
retícula encuadrada en telediarios.
Voici le temps des assassins: hachís
masticado en la noche petrolífera.
Con chilaba de luz, los muecines
alancean el cielo violeta:
azora de la noche flagelada,
como cuando murió Nasser, el rais.
Un clamoreo en tierra mancillada:
la palabra perdida en el aduar.
Perdidos todos como musulmanes:
nuestro Islam tiene el nombre de Karl Marx.
Y de cara a la muerte vamos todos:
las noches blancas de San Petersburgo,
la luna de Madame de Sévigné,
emborronan los rostros con su lepra,
nos maquillan de figurines póstumos,
como los maniquís que condecora
Nicholas Ray en el cuartel de Trípoli.
Inanimados, blancos, en lo oscuro
somos hoguera roja al destellar.
Lo blanco va a lo rojo y nos enciende:
el fruto del deseo prende estopa
en la piel más de fuego que de loza pintada,
que en un lecho quería, o en un amor, la noche.
Porque el amor de golfos insurrectos
en Posíllipo vive del volcán.
Ventea el fuego lirios y ceniza
en la chalupa del jardín del agua:
en los ojos del agua, la medusa
tiene la cara de mi juventud,
entregada ya al viento, el paseíllo
de los estoques a portagayola.
Más allá del corral de los espejos,
vive el fuego en la túnica encendida:
nos vestirás de llama recamada,
cuerpo de la mujer, oh Deyanira.