El vendedor del maletín de niebla,
vacío por su propia plenitud,
custodia los poemas: son las cáscaras,
la mano de marfil desacertado
que empuña el aldabón, la colegiata
con el trucaje de la sacristía
(en San Giorgio Maggiore, el mármol arde
con la blancura ciega de un teatro
en la crujía del manglar del agua).
Rosas azules por el agua roban
la tremolina de la tempestad.
Esto son los poemas: esparcidos
como en el mar Carlotta esparce un ramo,
las zapatillas rojas del morir,
si cae un cuerpo rosa en la Corniche,
las zapatillas rojas del deseo
en la humareda de los reflectores.
Ser y no ser teatro del poema,
ser y no ser teatro de la mente,
ser y no ser la transfiguración
de la palabra en el papel de calco,
en la calcomanía del carmín.
Vivir es esto: al filo del poema,
la ruta del cinabrio de la luz.
A caballo del tigre va el chamán,
a caballo del verso el bululú,
todos fingimos ser distintas voces,
pasos del corifeo en Taormina,
la coral de las aguas en el mar,
el leopardo del aire en el jardín.
Así vivimos en la confidencia
de las escoriaciones del pasado:
la rozadura acre de algún cuerpo,
el rasguño en la piel lisa del codo,
la heráldica de uñas en la espalda,
las amonestaciones del deseo,
el sortilegio de las uvas pasas,
la granada del aire domeñado,
la granada del viento al estallar,
como ha de estallar mi vida en cápsulas;
fueron palabras y serán vacío
entre los palcos de la destrucción.