La dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, chovinistas e imperialistas del capital financiero.
DIMITROV
Sólo por gusto de la simetría
llevaban cruz gamada los cadetes.
Nos respondían: «Così, per bellezza»
bajo la luz sabea del balcón
en las noches etruscas de Siena.
(«Fascistas en Siena», dijo Riba,
como viendo las piezas de un mecano,
en el cartón del palio de los muertos.)
Y estos ojos hundidos, Julius Évola,
¿ven la luz de relámpagos astrales
o las artillerías en Salò?
Lo ha nivelado todo una luz sola:
de Belchite a Florencia una andanada,
un disparo de Anzio a Badajoz.
En las fotos, los rostros se me esfuman:
viven en un momento detenido,
o aquel momento han puesto entre corchetes,
del paso de la oca al puño alzado
de Giovinezza a la Internacional.
Así una bola corrosiva incendia
aquellos días de mi juventud
cuando en el Turó Park leía a Lorca
y Alberti era tan sólo un salinar.
(Aquella voz más tarde, oro pastoso:
la libertad de Italia en una sílaba.)
No me mandes seguirte, oscura Némesis:
yo sólo soy esta voracidad
de poder empuñar con la mirada
lo que he vivido y lo que no viví,
lo que el poema, al irisarse, dice,
tornasolando el cielo en Galaad,
el arco iris de los versos idos,
la cucharada de la salvación.
Tan solos no estuvimos nunca: somos
el pimpampum de una verbena, churros
y pelotas de goma, tiro al blanco
del estrado a las gradas invadidas
por los furores de la parietaria,
con figurantes que de verdad sangran,
no en teatro de sombras: mortandad,
batidas en el tiempo de la trata,
y, más que nunca, el verso, insurrección.