El aire se incendió. La piedra inerte
ni conoce la sombra ni la evita.
Con la hoguera del poso de las nubes perdidas
van las olas flamígeras del aire,
va la mesnada de los fusileros,
van las intimaciones de la fogata roja,
va el castillo de naipes de las luces de gas.
Así vivía yo: con los ojos cerrados
vi el paso de la luz hacia la luz.
Pintar los ojos de la poesía:
un colorete de color canela.
El clavel de la noche en su berlina roja,
los responsos del aire, los postizos de luz de la condesa,
Erzsébet Báthory enfundada en la sangre,
la vida que se enfunda y desenfunda
en la vaina del cielo desnudado,
en la vaina de plata donde yo encontré a Cuca,
alojamiento en el hotel eléctrico,
sobrepelliz de claridades secas,
el guitarrista del país del vino,
el guitarrista de la soledad,
escribir un poema es apresar el aire
(estos versos en descomposición:
el pudridero de los versos muertos)
y en las sacas del aire despojado
el lapicero oscuro de nuestra vida a tientas, la polilla
de J. R. J. en desván de Granada
(Vámonos por romero y por amor...).
Una entrevista con la claridad
en este cruce de constelaciones,
como espora cuajada en el estaño,
todo se ha entrelazado en las palabras,
los pescadores del país de perlas,
la pesca submarina del poema,
el cuchillo y la valva, el país de la vulva, el pescador de manos enlazadas,
los pescadores de la poesía, esta presa en la red, la malla submarina
aferrada en el foso del poema,
la ruïna del foro del poema,
los visitantes de ruinas romanas,
los aforados de la destrucción,
como el fantasma de Cinecittà,
la noche va vestida de espejuelos;
un bodegón de flores y centauros
en paisajes de ruina artificial.