El pellejo del aire ha restallado
con las intermitencias del estío:
el pellejo del aire no restaña
el cuero de la luz ensangrentada.
En las jarcias del cielo, el crotalón
atenúa los cuernos de la luna:
ya no veré los aires embestidos
ni la noche lunar cuando gotea.
Con la estridencia del metal nocturno
chirrían las veletas de papel:
el sacrificio del cartón doblado
de noche corta el cuello al ave fénix.
(Puras uñas muy alto dedicando su ónice...)
Así, con mandoblazos, el camino
entre cañaverales de tiniebla.
Signos latentes de la destrucción:
los agasajos de la serranía,
el perfil de la cumbre recortada
entre glorieta y pérgola en el brillo,
la verborrea de la espuma negra
en el mar de la noche de los versos.
Olas que baten el ojal nocturno,
la sinfonía de los arrecifes
estos versos solemnes como plectros,
el sacerdocio de la noche armada,
el reñidero de la noche o nada.
Raya la tiza de la oscuridad,
los palmerales de la noche en Málaga.
No se me ocurre nada. El aire atiza
los soportales huecos de Xifré,
arcos ciegos de un sol desmantelado,
caligrafía curva de los trópicos.
Viento en los arcos, viento de mi vida,
viento de la marina al susurrar
insulto de gumías y bajíos
en las trenzas del cielo desollado
en la caries metálica del agua en los escollos,
viento que desarbola las garitas,
el taquillaje de la noche azul,
viento como en la playa de Rapallo:
el planisferio de Juan de la Cosa
mirado con los ojos de Ezra Pound.
(El Splendido Mare, dos niveles
en la suite de Ava Gardner, Portofino.)
Viento que viene y va, viento que aventa
las cenizas del fénix del poema de Shakespeare:
para marinear en la costa ligur
en la hacienda del aire marino se descubren
las cenizas del ave de cristal.
Fénix de Shakespeare y de Mallarmé,
ceniza de la noche soleada
o cena de cenizas en la luz:
arco tensado al sol para ahechar
sueños de nadie bajo tantos párpados.