DIANA TIENE TREINTA años. Nació en California y vive en Oregón. Está casada y tiene hijos, incluyendo unos que abandonó. Para ser más exacto, los entregó en adopción. Ahora quiere ser madre sustituta. ¿Por qué? Ella explica que cuando era muy joven dio en adopción a unos de sus bebés y puede asegurar que su experiencia fue más que positiva y lo podría hacer otra vez. No fue fácil, pero al ver la reacción de los futuros padres con sus nuevos hijos, se emocionó. Quiere ayudar a aquellos que quieran hacer realidad sus sueños de convertirse en padres.
DIANA ME ESCOGIÓ a mí. Tiene un trabajo, pero quiere estudiar computación y diseño de páginas web. Tiene una hermosa sonrisa y un rostro maternal. Sus ojos son de un azul cristalino y su cabello es castaño claro. Es baja de estatura y tiene algunas libras de más. Se nota que lucha con el sobrepeso. Es una mujer saludable. No usa espejuelos o lentes de contacto, nunca ha tenido que corregirse los dientes y jamás se ha sometido a una operación. Es una mujer alegre. Le gusta bailar, coser y le fascina la artesanía. También le gusta visitar viñedos. Dice que tiene un gran sentido del humor, es responsable y tiene un buen corazón. Es extrovertida, aclara.
No tiene ningún problema para concebir. Sus embarazos son sin inconvenientes, los llevó a término y todos fueron partos naturales. Sus períodos menstruales son regulares, cada veintiocho días, y como medida anticonceptiva toma píldoras. Sus exámenes vaginales son normales. Nunca ha padecido de ninguna enfermedad de transmisión sexual. No ha tenido, tampoco, rubéola. ¿Su estado de salud? Excelente.
Diana no sufre de depresión, ni tampoco ningún miembro de su familia. Es más, nunca ha estado bajo tratamiento sicológico o siquiátrico. Los únicos medicamentos que toma son para los esporádicos dolores de cabeza o algún que otro dolor de muela. Jamás ha consumido drogas ilegales. Nunca ha fumado y no toma bebidas alcohólicas, solo de forma esporádica, digamos una vez al mes, aclara.
Sus hijos no padecen, ni han padecido, ninguna enfermedad grave y en su historial familiar nadie sufre de asma, alcoholismo, ceguera, diabetes, hepatitis, mononucleosis, epilepsia, alergias, artritis, sangramiento, obesidad, polio, tuberculosis o presión alta. Su punto débil es la piel. Es muy sensible y tiende a irritarse.
Hace poco su madre murió de cáncer a los sesenta y nueve años. Su padre murió a los cuarenta y cinco años de un derrame cerebral. Las hermanas de Diana están vivas y sanas. Su abuela paterna murió a los ochenta y siete años, el abuelo a los noventa. No conoce a sus abuelos maternos.
Su esposo apoya todas las decisiones que ella toma y está feliz con que Diana sea una madre sustituta. Sus hijos son muy jóvenes para entender el paso que ella está dando. En su trabajo no hay ningún problema con que ella sea madre sustituta. Sus amigos la van a apoyar en todo momento.
Después del parto, en el momento de entregar al bebé, dice que va a estar algo triste, pero que se sentirá muy feliz por los futuros padres.
En las fotos sus hijos se ven felices. Todas las mañanas la familia desayuna en casa. Su esposo deja a los niños en la guardería y ella los recoge al atardecer. Ella prepara la cena cada noche y permite que los niños vean televisión por un par de horas.
La casa es pequeña, en un vecindario lleno de familias. Solo tiene un cuarto. Los niños duermen en la sala. La cocina es amplia y dice que es el lugar favorito para compartir en familia. A ella le gusta cocinar. A sus hijos les encanta su pastel de manzanas y las galleticas de chocolate recién horneadas.
Los sábados van juntos al parque y en la tarde al cine. Los domingos, luego de misa, almuerzan en un restaurante familiar. Con el dinero que obtenga como madre sustituta, unos $20.000, Diana va a estudiar. Quiere prepararse para darle un futuro mejor a sus hijos.
Diana, entonces, será la mujer que llevaría a mi futuro hijo en el vientre. Ella sería también su mamá biológica. No tendría ningún problema en dejarlo ir y entregármelo para que se convierta en mi hijo. Sería mi hijo biológico y legal, y Diana estaría muy contenta al verme feliz y ayudarme a cumplir mi sueño.
Lo que no puedo descifrar, aunque trate de convencerme, es cómo Diana podría dejar ir a un hijo a quien no solo llevó en su vientre, si no que procreó. ¿Cómo le va a explicar a sus hijos que va a entregar en adopción a uno de sus hermanos?
Diana ya lo hizo y estoy seguro de que lo podría volver a hacer, pero trato de entenderla, de ser ella, de pensar como ella. Aunque insisto, no lo logro, no lo entiendo. No puedo imaginar a Diana como la mamá biológica de mi hijo. La mujer que le daría la mitad de sus cromosomas, la mitad de su código genético. Una mujer que dio a sus primeros hijos en adopción. Pero para ser justos, sería también la mujer que donaría su óvulo para crear a mi hijo y lo llevaría en su vientre para luego yo tenerlo en mi vida.
CAMINO DE LA oficina hacia el tren subterráneo, veo en cada rostro femenino que me tropiezo el de una posible madre sustituta. Me fijo en las caderas —deben ser anchas—, en los senos —carnosos, voluminosos—, en el vientre —poderoso— y no dejo de pensar en cómo sería Diana.
Entro a un vagón y frente a mí veo a una mujer de unos treinta años, embarazada —¿o estaba pasada de peso?—, que se sienta y se arregla con discreción su blusa ceñida al cuerpo. Me detengo en cada uno de sus gestos, intento adivinar cuántos meses tiene de embarazo, si fue deseado, si es su primer hijo, si tuvo síntomas durante el primer trimestre, si va a estar capacitada para dar a luz o tendrá que someterse a la recurrida cesárea. La mujer me mira incómoda y yo no me percato de que se ha dado cuenta de que no le he quitado la vista de encima.
La próxima es mi parada y abandono la estación convencido de que Diana sería la madre de mi hijo. De tanto ver sus fotos siento como si la conociera; se ha convertido en un miembro de la familia a quien pronto me sentiré muy cercano.
“Diana, gracias por escogerme”. Ella me abraza con ternura y me aprieta con todas sus fuerzas. Repito, “Gracias”, y la miro con intensidad. Su vientre ha crecido, se lo acaricia y sonríe. “Es tu hijo, esto que llevo dentro te pertenece”. Se despide y se aleja de mí. Se vira y me mira con su permanente sonrisa. Me dice adiós. Cada vez está más lejos. Pero aún la puedo distinguir antes de perderse en el horizonte. “Diana, gracias”. Y sé que sonríe y a la vez se siente agradecida. No quiero que desaparezca, quiero seguirla, ir paso a paso detrás de ella para que no se evapore. La pierdo de vista y me despierto.
Soñaba. Era un dulce sueño.