ME MONTO EN el avión y vuelvo a comenzar a escribir el guión de mi destino. Pero dejo los pensamientos negativos detrás. No quiero enumerar, como siempre, todas las posibles calamidades para que queden excluidas de mi futuro inmediato. Si las pensé no pueden suceder porque no soy adivino. Es por eso que las que obvio son las que acontecen. Estoy aburrido del mismo juego. Basta. Dejaré mi futuro abierto.
Voy solo a conocer a Mary en la tarde en la sede de la agencia Surrogate Alternatives, en Chula Vista. Eso implica que tengo que alquilar un auto, manejar por las autopistas de San Diego y al otro día en la mañana ir a encontrarme con Dr. Wood, en la clínica, de La Jolla.
Manejar no es uno de mis placeres y menos aun en ciudades que no conozco. Tengo preparada una camisa azul. Mi camisa azul que siempre luce impecable —debe tener más poliéster que algodón. Quiero dar una buena impresión.
San Diego es como cualquier otra ciudad, llena de autopistas. Desde el aeropuerto puedo ver el puerto. La cercanía del mar me tranquiliza.
Chula Vista está al sur del condado de San Diego. Como casi todas las ciudades del área, tiene un gran número de hispanos. En alguna parte he leído que es la ciudad más aburrida de Estados Unidos. Me imagino que será una exageración. En todo caso, no busco diversión. Es más, no me parece estar en una ciudad, sino más bien en un suburbio como los que predominan en Miami. Un Kendall con menos vegetación. Todo es color marrón, hasta el aire. Las casas son del color del polvo. Una calle es igual a la otra, igual a la que le sigue y me imagino que igual a la que vendrá más adelante. Es un laberinto, pero un laberinto abierto. Es fácil perderse en el amasijo de casas sin color. Las direcciones están en español. Bueno, qué iba a esperar: es California. Tengo que buscar la calle Quinta.
No he llegado a un centro comercial, sino a una casa de dos plantas que está en el medio de la cuadra. Es un vecindario. Son las tres de la tarde y no hay nadie en las aceras. Hace calor. Al parecer, Diana lleva su agencia en su propia casa. No hay un cartel que diga Surrogate Alternatives. Pero el número es correcto. ¿Me habré equivocado? Llamo a Melinda y me confirma que sí, he llegado, pero que a Mary aún la esperan. Perfecto, prefiero llegar primero. Vencer el susto de la búsqueda, relajarme, aclimatarme. Cuando ella llegue, ¿le daré un beso?, ¿un abrazo?, ¿la mano? Tal vez venga con su hija. O habrá ido a la peluquería para arreglarse el pelo. Estuvo, seguro, frente a su clóset indecisa, sin saber con qué vestido debía presentarse. El rosado no, debe haber pensado, porque es el mismo de la foto que tiene la agencia, pero seguro que en persona se ve mucho mejor. Qué pendientes debe ponerse, ¿llamativos?, ¿sencillos?, ¿o no debe usarlos? Las uñas. Las uñas deben estar arregladas, tal vez de un color claro, rosado, pero sin nada de perla. Los zapatos, bajos. Ella es alta, no necesita tacones. Lo más importante es que se sienta cómoda. Así sentirá más seguridad.
Melinda es una clásica californiana de unos cuarenta años. También fue madre gestacional. “Si yo estuviera disponible me hubiera gustado trabajar contigo”, me dice con un alo de superioridad.
Estoy en una casa. Sí, con un juego de sala típico comprado en un centro comercial, donde predomina el color de la madera. Las paredes de la planta baja, la sala y el comedor están pintadas de melocotón. Arriba están las oficinas, supongo. En la mesa del comedor hay una mujer que se vuelve para verme y luego, sin saludar, sigue inmersa en unos papeles. “Quiere ser madre sustituta. Vamos a empezar a evaluarla”. ¿Le mirarán el útero, el tamaño de los senos, las caderas o Melinda se refiere a su perfil sicológico, a su capacidad de llevar a un niño en sus entrañas por nueve meses y después dejarlo ir? Porque, ¿alguien le habrá dicho que aunque lo lleve por nueve meses no será de ella, no se parecerá a ella ni se parecerá a nadie de su familia?
Subimos y me presentan a Diana, que está hablando por teléfono. Diana es hermosa, baja de estatura y con un cuerpo que no parece haber estado sometido a varios partos, uno de ellos de gemelos, ni de haber donado óvulos cinco veces. Diana se disculpa y sigue en el teléfono.
Melinda aclara que la idea de este encuentro es que pasemos unos minutos solos, el tiempo que necesitemos. Que nos hagamos preguntas y salgamos de todas las dudas que tengamos, y que quedemos convencidos o no, para dar el paso correcto, porque después de que hagamos la transferencia de los embriones, que estos se peguen y que el embarazo se lleve a término, no hay vuelta atrás.
A través de la ventana veo a una mujer acercarse. “Es Mary”, me dice Melinda. Mi corazón palpita. Lo siento. Tengo la sensación de que Mary lo va a notar por encima de mi camisa azul sin arrugas.
Mary no fue a la peluquería. Tiene el pelo recogido. No se maquilló, no se hizo las uñas. Sus ojos estás delineados con sutileza, como si conservara una huella de la noche anterior. Trae una camiseta blanca, unos jeans descoloridos y unas sandalias. No usa pendientes.
Luce muy joven. Es alta, corpulenta, pero a su vez tiene una voz de niña que la hace frágil. Nos sentamos en el sofá principal. Melinda nos alcanza un álbum de fotos de la agencia y nos deja solos.
En las fotos hay un grupo de mujeres que posan sonrientes. Dice Mary que esas son las sesiones de consejerías a las que es necesario asistir todos los meses desde que se comienza a trabajar con los futuros padres. “A mí no me gustan mucho”. Su voz, en ese momento, es más baja que la habitual, que ya de por sí es baja. “Es que ellas son mayores y yo no soy muy habladora que digamos”. Siento como si me aclarase, con sutileza, que no espere mucho de ella. Que es corta de palabras. El álbum está lleno de mujeres embarazadas, con barrigas enormes, llenas de estrías. “Uno está bien, dos lo intentaría, pero tres…”, y aprieta los labios y en su mirada puedo leer un “conmigo no cuentes, hay que estar abiertos a la reducción”.
En las fotos reconocí a Greg. Ahí estaba con sus gemelos en el salón de parto, con Suham, la madre gestacional, que es hispana, que habla español, que hubiera sido perfecta para mí, pero no estaba disponible. Con Suham hubiera sido como seguir a Greg en todos los sentidos, pero Mary será la madre gestacional perfecta, la ideal, que habla poco, a la que no hay que dedicarle mucho tiempo, que va a cuidar a mi niño, que va a comer de manera saludable, que le va a hablar bajito, que va a dar a luz sin complicaciones y me lo va a entregar con un sonrisa en los labios.
Y me veo también en el álbum, yo, emocionado con mi bebé, Mary feliz mientras me lo entrega. Alguien observará nuestra foto y pensará que al año siguiente él también estará en ese álbum, con mellizos, tal vez trillizos, porque en su caso, la madre gestacional no tendrá ningún reparo en llevarlos en su vientre y nunca exigiría una reducción, como Mary me lo ha demandado a mí.
Mary no tiene mucho tiempo porque su hija la espera en la escuela. Me dice que puedo llamarla. Que todo va a salir bien. Que está feliz de trabajar conmigo. Que pronto me voy a convertir en papá.
Y la abracé. Tal vez fueron segundos, pero los necesarios para transmitirle, para que ella sintiera de mí, lo agradecido que estaba.