UNA SEMANA ANTES de que Mary comenzara el ciclo de medicamentos para prepararse para la transferencia embrionaria, perdí contacto con ella. Le dejé mensajes en su teléfono, le envié correos electrónicos y no recibía respuestas. Contacté a la agencia y con delicadeza pregunté cómo estaba. Me dijeron que había asistido a la reunión mensual de la madres de subrogación y que se comunicarían con ella lo antes posible.
Entré en estado de terror. Me sucede cada vez que voy a iniciar un proceso. Más bien, después de la búsqueda, de la etapa investigativa. Es la hora de la verdad, y la inquietud me domina.
Ya Karen tenía las costosísimas inyecciones para empezar la estimulación ovárica y así incentivar la fase folicular. Según la experiencia que ya tuvimos con Alicia, Karen debe al menos producir unos diez folículos. Lo importante del proceso es que ambas deben estar cronometradas, preparadas con un par de días de diferencia, para que el implante se produzca sin complicaciones. La sincronización de la donación de óvulos con la preparación del útero es clave.
¿Acaso Mary se habrá arrepentido? Está bajo contrato. Aún no ha recibido dinero. Hasta que el embarazo no sea confirmado, ella no obtendrá el pago de los $20.000 distribuido en mensualidades. ¿Estará enferma? Recibo un correo electrónico de la oficina del doctor Wood. Debo decidir si estoy dispuesto a continuar aunque Mary no esté lista. Si la ovodonación procede, se obtienen suficientes óvulos maduros y logramos los embriones, éstos podrían preservarse hasta que estemos preparados para la transferencia.
Comienzo a enviar señales de desesperación a Mary. Estoy dispuesto a llamar a su trabajo, a su mamá. Le mando una postal por correo. Si Mary cancela, será necesario encontrar otra madre de subrogación y me quedaré sin energía. No puedo perder un segundo. Ya perdí cuatro años y ahora cada día es una semana, cada semana es un mes, cada mes es un año. Entro a la base de datos de Surrogate Alternatives y las opciones son mínimas. La agencia me dice que la ha contactado, que le ha dejado mensajes y no han tenido respuesta. ¿Se habrá ido de viaje? ¿Tendrá a la niña enferma?
Si Karen está dispuesta a proseguir, no voy a detenerla. Más tarde puede complicarse con las clases en la universidad. Lo más difícil es la sincronización, lograr que ambas tengan el período menstrual casi al mismo tiempo. Y ahora que lo habíamos logrado Mary desaparece.
Melinda, con su entrenamiento para calmar a los desesperados —ya me imagino a las madres y a los padres de intención en medio de gritos cuando algo falla— me aclara que aún tenemos tiempo. “Esperemos al fin de semana. Una de las madres de subrogación del grupo va a tratar de visitarla el sábado”.
Tres días más de espera. Al menos el sábado tendremos una respuesta. ¿Y si no contesta nadie en la casa? ¿Y si Mary decidió abandonarlo todo y mudarse a Israel, donde vive la familia del padre? ¿O prefirió irse a vivir con su madre al desierto?
Mientras tanto, acepto una oferta para vender el apartamento. El cierre de la venta puede demorar meses mientras se obtiene la aprobación de la junta del edificio.
Finalmente Mary llamó. Su hija había lanzado el teléfono celular al inodoro. No tuvo tiempo de ir a una de las oficinas a cambiarlo. Le acaban de activar el nuevo equipo. Encima, su computadora está descompuesta. No quiere parecer irresponsable, pero ha sido muy difícil trabajar, cuidar a su niña de tres años y no poder contar con ninguna ayuda. Además, “las cosas con el padre de mi hija no andan bien”.
No pregunté nada. No indagué sobre lo que pasaba con su compañero. ¿Habrá una separación? Demasiado estrés va a tener Mary antes de comenzar su fase preparatoria. Ella debe estar relajada para el día de la transferencia. Debe cumplir reposo absoluto. Y absoluto significa que no puede ni siquiera ir al baño; debe permanecer en cama las primeras veinticuatro horas. Nada más inoportuno, entonces, que esté disgustada con el padre de su hija.
Los problemas no parecen afectarla. Su voz transmite tranquilidad. Su tono es pausado. Hace silencio mientras espera mi respuesta. Suspira y comienza a hablar. Y ahí la ataco con preguntas. Tengo que salir de la incertidumbre. Si vamos a seguir adelante, hay que borrar todas las dudas.
“¿Quieres esperar un tiempo? ¿Un par de meses?”, le pregunto, suplicando en mis adentros que diga que no. Por favor, dos meses serían dos años. “¿Quieres que paralicemos todo para que lo pienses mejor?”
“Estoy lista. ¿Quieres tú detenerlo?”, responde con una pregunta. No toma la decisión. No me dice lo que quiero escuchar. Que quiere comenzar el proceso, que quiere hacerlo con todos sus deseos, que es lo más importante para ella en estos momentos, que va a tener el apoyo de toda su familia, que va a estar relajada.
“¿Quieres que comencemos?”, le pregunté y recibí un monosílabo como respuesta: sí. Nada más que un simple sí. Falta escuchar que tiene ganas de sentir crecer a mi bebé en su vientre. Que quiere cuidármelo hasta que esté listo para salir.
Mary, llegó el momento. No hay nada más que buscar ni esperar. Así que ahora le toca comunicarse con los médicos y con Surrogate Alternatives. Con los ciclos sincronizados debe comenzar a inyectarse las hormonas que prepararán las capas de su útero que acogerá a los hermosos embriones que produciremos Karen y yo.
EL FIN DE semana nos vamos hasta el Whitney Museum, a la exposición de Ana Mendieta. Escenas de violencia, los trabajos con sangre, su cuerpo desnudo en la tierra, sus performances. Al ver su trabajo en conjunto uno siente que es como la premonición de su muerte. Compro el catálogo de su obra para regalárselo a Karen el día de la donación.
Ahora espero la llamada del doctor Wood. Va a evaluar a Karen antes de dar el visto bueno para que continúe con el ciclo. Al menos ella tiene experiencia. Si con anterioridad produjo dieciséis ovocitos, ¿cuántos debo esperar ahora? ¿La misma cantidad?
“Creo que debes buscarte otra donante de óvulos”, me dice el doctor, así, sin preámbulos. Mis piernas tiemblan. Mis deudas van a aumentar. Tendré que entrar a la base de datos. “Algo está mal. Alguien está mintiendo”. Dios mío, ¿ahora qué pasó? ¿Qué otro obstáculo tengo que vencer?
“Karen está embarazada”.
Silencio. No se oye nada al otro lado del auricular. No puedo decir nada. ¿Qué se hace en esta situación? He leído todos los percances por los que uno puede pasar y nada sobre la posibilidad de que la donante de óvulos salga embarazada. ¿De quién? Ella firmó un contrato legal donde se compromete a abstenerse de relaciones sexuales durante el período de inducción ovularia. Además, ¿cómo se atreve a tener relaciones sexuales sin protección? ¿Cómo la agencia puede tener en su lista a alguien tan descuidado?
“La decisión es tuya. No sé cuánto vas a poder confiar en ella. Si igual decides trabajar con Karen, porque de veras es la donante que quieres, debemos esperar unos tres meses después de que se haga una interrupción para comenzar otro ciclo”. Todo el dinero perdido. Las inyecciones, las consultas con el médico, los ultrasonidos, los análisis de sangre. ¿Y ahora qué le digo a Mary? Ella que ya estaba lista, que había hablado con su mamá para que la ayudara con la niña durante el ciclo.
Becca, de A Perfect Match, no entiende qué ha pasado. “Es una muchacha seria”. Eso no me dice nada. Karen ha incumplido el contrato. Y no solo tuvo relaciones sexuales, sino que no se protegió. “Acabo de hablar con ella y la siento sincera. Acababa de darse cuenta de que estaba embarazada”. Si se hace un aborto, solo tendríamos que esperar seis semanas para el próximo ciclo. Pero de la oficina del doctor Wood me aclaran que una interrupción puede hacer disminuir la producción de folículos si se continúa con un ciclo de inmediato.
Otra decisión que tengo que tomar. Becca me envía el correo electrónico que recibió de Karen donde pide disculpas y siente mucho haber provocado la situación en que estamos todos. Ya tiene cita para ver a su ginecólogo mañana para terminar ese embarazo inesperado. Cuando esté lista, va a ser todo lo que esté a su alcance para completar un ciclo para mí, si es que estoy dispuesto a darle una segunda oportunidad. Pregunta cómo me siento y me envía sus más profundas disculpas. Nada la hará más feliz que continuar conmigo y está abierta incluso a encontrarse en persona y mantenerme al tanto de todo el proceso.
No puedo detenerme ni para analizar las consecuencias ni para alargar demasiado la espera. No hay nada más que pensar. Seguiremos adelante con Karen.