Empezar de nuevo

ENERO

SI LA VIDA comienza desde que se forma el embrión, entonces, he perdido tres hijos. ¿La vida comienza al nacer o desde que estamos en el vientre? No puedo ver sus rostros. No sé si alguna vez existieron. Si debo o no debo olvidarlos. Si van al cielo, ¿cómo serán sus vidas? ¿Tendrán rostros? ¿Si nunca existieron en la tierra, existirán en otra dimensión? Necesito verlos para recordarlos.

Tengo dudas con respecto a continuar con Mary. Hablo con el médico. Él no entiende qué pasó. Ninguno de los tres embriones seleccionados a la perfección logró implantarse. Tengo dos opciones: volver a intentarlo con Mary o buscar a otra madre gestacional.

“Si no te preocupa el dinero, puedes intentar con otra madre”, me dice el doctor.

Quiero que sea más concreto. Que me diga que mis embriones sirven, que Mary puede llevar a término un embarazo con uno de mis hijos. Claro que me preocupa el dinero, pero precisamente porque pienso en el dinero es que no puedo darme el lujo de perder todos mis embriones. “No creo que haya sido Mary”. ¿Entonces quién fue doctor, usted, la luna? Mi conversación con el médico no me llevó a ningún lugar.

Reviso la base de datos en la agencia. Volver a encontrarme con una desconocida y entablar una relación que va a perdurar toda la vida. Ahí está Louise. Madre de dos hijos, casada con un militar. Es la primera vez que será madre gestacional. No puedo detenerme en los rostros de esas mujeres que imploran ser elegidas. Necesito un impulso que no tengo, por lo que decido continuar con Mary.

Vamos a intentarlo una vez más. “Me llamaron de la clínica y fueron muy fuertes conmigo”, me contó Mary. “Comenzaron a preguntarme si había hecho reposo, si había tenido relaciones sexuales”. Bueno, alguien tiene que ser fuerte, yo no puedo. No tengo ningún derecho a reclamarle nada. Al menos la clínica también tiene sus dudas. Quieren encontrar razones de mi caída en el terrible 30 por ciento.

He decidido que no voy a compartir con nadie el proceso. Será mi secreto. Llevaré la carga de tomar las decisiones. No podré llorar ni celebrar con nadie. Así, evito que me consuelen. Si el embarazo se confirma, esperaré a que Mary tenga las doce semanas y entonces, sólo en ese momento, daré la noticia. A mi familia, a mis amigos, incluso a Gonzalo.

Entro en estado de terror con las finanzas. Ya comienzan las cuentas regresivas: la monetaria y la de los embriones viables. Si tengo nueve embriones criopreservados, eso quiere decir que con las posibilidades de que no todos sobrevivan la descongelación, solo tendré dos posibilidades, en caso de que decida transferir a tres.

Ahora hay que esperar a que Mary menstrúe. Después, el médico la evaluará y le dará el alta para comenzar un nuevo ciclo. Luego habrá que ver si hay espacio en la clínica para la transferencia.

Tal vez podremos hacerlo en febrero. Si transferimos los embriones a mediados de febrero, mi bebé nacería en octubre o noviembre. Si son gemelos entonces sería en septiembre, o quizás antes. No quiero hacerme ilusiones falsas, pero tengo el presentimiento de que mi bebé nacerá este año. Cierro los ojos y siento cómo me abraza y esconde su carita en mi cuello. Los dos somos uno.

Ella ya existe, al menos tiene una edad. Pero el tiempo se ha detenido para ella. No puede crecer. Está dormida lejos de mí. No le puedo leer por las noches, no la puedo acariciar ni en sueños, ni le puedo cantar, ni inventarle historias. No le puedo hablar para que siempre recuerde que soy su padre, que no me olvide, que siempre estaré con ella.

Pensará que la he abandonado, que la he dejado para siempre en unos recipientes herméticos de cristal, rotulados, enumerados para que no se confundan, sumergidos en depósitos de nitrógeno líquido. Han detenido su metabolismo, y así podrá vivir por semanas, meses, años. Y me doy cuenta de que la vida eterna existe. Ella es la prueba.

Mis nueve bebés tienen dos semanas y tres días. Ya fueron creados; ahora quiero que se despierten y puedan crecer en el vientre de Mary, pues para eso hice que vinieran al mundo. Quiero sentir cómo, cada mes, uno o dos o tres se transformarán en hermosos bebés hasta que un día salgan a la luz y los esperaré y llorarán y ya no habrá quien paralice sus metabolismos porque la vida ahora sí habrá comenzado.

Para continuar con Mary tengo que hacer transferencias bancarias adicionales. Le pido a todos los que me rodean que no pregunten en qué estado está el proceso. No es superstición —tal vez sí—, no es desconfianza —al menos, eso creo yo—, es una simple protección. Quiero sentirme en control, evitar los consuelos, olvidar los fracasos. Celebraremos juntos en su momento. Solo compartiré el éxito, no el fracaso. La decepción se lleva en privado, no en un acto colectivo que la magnifique. Lo único que les he dicho es que voy a seguir con Mary y que no me detendré hasta que mi hija sea una realidad. ¿Cuándo? Ya lo sabrán.

No hay una noche en que no piense en mis bebés.

Mi amiga Marina nos avisa que espera una niña. Se llamará Luna.