DURANTE TODOS ESTOS meses he vivido como en una vorágine. Los días me transportan y a mis pasos los marca el crecimiento de mi hija. Si naciera hoy —Dios quiera que no—, podría sobrevivir sin mayores complicaciones. Cada hora que pasa me confirma que ya soy padre aunque aún no tenga a mi bebé en mis brazos y estemos separados por una placenta, un vientre ajeno y miles de kilómetros de distancia.
Emma tiene hoy treinta y dos semanas, pesa unas 5 libras y su pie mide 6 centímetros. Va a ser enorme. La ultrasonidista lo ha confirmado, sonríe y comienza a analizar los latidos del corazón. A partir de ahora aumentará media libra por semana, y ya ocupa todo el espacio del útero. Las uñas ya las tiene formadas.
Mary ha comenzado a sentir contracciones, las llamadas Braxton Hicks, aunque algo esporádicas. El médico nos dice que tiene un centímetro de dilatación. ¿Falta poco? ¿Vamos a tener un bebé prematuro? Por muy desesperado que esté por conocerte, estoy convencido de que debo ser paciente, y más en la recta final. Tus pulmones aún no están desarrollados y debemos evitar cualquier complicación. De 1 centímetro a los 10 que necesitas para nacer, falta un gran tramo. Para la próxima consulta, la semana que viene, ahí seguirá el centímetro de dilatación. Ni más ni menos, me advierten.
Mary ha llegado a la etapa en que se siente cansada. ¿Arrepentida? No creo. Su sonrisa perenne, siempre hablando de su hija, permite ver que está satisfecha. En realidad, debe estar deseosa de salir del peso que le ha destruido la espalda, de las malas noches y de las patadas constantes. Falta poco, es el único consuelo que le puedo brindar. Un mes y medio más, y adiós.
Cada semana el doctor le revisará el cuello uterino —que debe suavizarse— y nos dirá cuándo Emma estará lista para salir. Hay que esperar al menos hasta las 36 semanas. Quiero fijar la fecha para que el parto sea inducido. Es hora de tomar acción. Después de que nazcas, tenemos que quedarnos al menos diez días en California. Es el tiempo requerido por la aerolínea para que a un recién nacido le permitan volar.
Necesitamos un hotel. O manejamos contigo hasta Los Ángeles o nos quedamos en San Diego. Hago varias reservaciones en hoteles del área entre el primero y el 14 de noviembre.
Siento que estás a punto de nacer. ¿Estaré preparado? Nunca he cambiado un pañal desechable. Ya nos las arreglaremos.
El Women’s Health Center, adyacente al Sharp Grossmont Hospital, es donde vas a nacer. Las habitaciones son privadas y, si el parto no tiene complicaciones, en esa misma cama donde Mary va a descansar, nacerás tú. Es un ambiente muy relajado. La familia tiene acceso al parto. Después se pasa a una suite donde me quedaré contigo por dos días.
Firmo todos los documentos y dejo una copia de la sentencia de paternidad, el original tiene que estar en mi poder el día que nazcas. Nos atiende una trabajadora social y nos da un tour por las diferentes habitaciones. Ya estamos registrados. Mary es la madre gestacional, queda claro, y yo soy el padre con los únicos derechos sobre ti.
En una de las veinticuatro habitaciones de parto se cerró la puerta y se encendió una luz roja en la entrada como la de los estudios de televisión que avisan que están al aire, en vivo. Un niño está por nacer. De regreso, la puerta está abierta y se escucha el llanto del bebé. Otra más se cierra y se enciende la luz roja. Mi corazón late con más fuerza. Hay un hombre que llora sentado en un sofá. Evita hacer contacto visual con nosotros. La trabajadora social sonríe para aliviar la tensión. En ese instante me gustaría saber quién es, qué le pasa, cómo está su hijo.
Durante nuestra visita calculamos que, al menos, nacieron unos cinco niños. Gonzalo ha filmado toda la visita. Nos persigue con la cámara por cada rincón del centro. Al principio, Mary luce un poco incómoda, pero luego se relaja. Incluso sonríe y posa para él.
Hay una pequeña tienda a la salida. Se pueden encargar flores para el día del parto. Hay postales, muñecos de peluche. En la agencia recomiendan que se le regale una joya a la madre gestacional. Puede ser una cadena, un pendiente. Creo que lo mejor es comprarle unos aretes de perlas de Tiffany’s. Son elegantes y sencillos al mismo tiempo.
Junto a un arreglo de rosas rojas, la pequeña cajita azul con el lazo blanco y una dedicatoria a nombre de los tres, porque en ese momento ya habrás nacido: “A la mujer más maravillosa del mundo. En deuda contigo para toda la vida”.