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Los restos de Colón quinientos años después

LOS MISTERIOSOS TRASLADOS

Cristóbal Colón falleció en Valladolid el 20 de mayo de 1506 sin haber dejado por escrito dónde quería ser enterrado. Tan sólo su hijo Diego comentó en cierta ocasión que su voluntad era descansar en la isla La Española, la tierra de la que había sido gobernador al otro lado del océano. Una decisión lógica de quien había sido el descubridor de aquel continente y que había gozado allí de una autoridad y unos privilegios que en España le habían sido negados.

Sin conocimiento de este deseo, a su fallecimiento se celebró un funeral en la misma ciudad de Valladolid, en la iglesia de Santa María la Antigua, y el enterramiento se hizo en el convento de San Francisco, donde se encuentra actualmente la plaza Mayor de la ciudad. No existen noticias sobre una supuesta exhumación del cadáver, pero tres años más tarde un hombre que se identificó como Juan Antonio Colombo, mayordomo de Diego Colón, llegó al monasterio sevillano de La Cartuja con una urna en la que aseguraba que portaba los restos del almirante.

Aquella urna fue enterrada en la capilla de Santa Ana del mismo monasterio, donde más tarde irían a reposar también los cuerpos de los dos familiares del descubridor que llevaron el nombre de Diego, su hermano y su hijo mayor. Para enredar la cuestión, la viuda del último solicitó en 1536 que le fueran entregados los restos de su marido y de su suegro para llevarlos a Santo Domingo. Y aunque no existe documento que lo pruebe, la historia ha contado durante siglos que esta solicitud fue aprobada, y que mientras su hermano Diego permaneció en La Cartuja, el descubridor acabó reposando junto a su hijo en La Española, la isla en la que había coronado su aventura en 1492 y que hoy comparten República Dominicana y Haití.

Hernando Colón concluyó su Historia del almirante narrando cómo el cuerpo de su padre «fue llevado después a Sevilla, y enterrado en la iglesia mayor de aquella ciudad con pompa fúnebre; de orden del Rey Católico, para perpetua fama de sus memorables hechos y descubrimiento de las Indias, se puso un epitafio en lengua española, que decía: A Castilla y a León Nuevo Mundo dio Colón». Como suele ocurrir con muchos de los datos aportados por Hernando Colón, las dudas se mantienen, si no crecen, porque si bien Colón fue enterrado en la capilla de La Cartuja, él se refiere a la iglesia mayor de la ciudad.

Quiere esta confusa leyenda que lo que quede de Cristóbal Colón no encuentre aún descanso, y por eso se dice que al perder España la isla La Española a manos de los franceses, por medio del Tratado de Basilea, en 1795, se volvió a mudar al almirante, esta vez a La Habana, y una vez perdida también la isla de Cuba, viajó de nuevo a Sevilla, esta vez a su catedral, donde también está enterrado su hijo Hernando y donde se conservan los restos de la biblioteca colombina. En el primero de esos traslados puede estar la clave, porque mientras unos defienden que la urna que se trasladó de una isla a otra había sido confundida con la del hijo mayor del descubridor, otros están convencidos de que no hubo error alguno.

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El diseño de Arturo Mélida para la tumba de Colón de La Habana.

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La tumba de Colón en la catedral de Sevilla.

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Dos guardias custodian los supuestos restos de Colón en Santo Domingo.

El 9 de diciembre de 1898, Antonio María Fabié, Francisco Fernández y González y Antonio Sánchez Moguel, miembros de la Real Academia de Historia, constataron por escrito:

La Comisión encargada por la Academia de evacuar el informe pedido por el Excmo. Sr. Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de Fomento, respecto al lugar de la nación donde hayan de reposar perpetuamente los venerados restos de Cristóbal Colón trasladados desde La Habana, tiene el honor de manifestar á esta Real Academia que, en su sentido, deben ser sepultados en la Catedral de Sevilla, en la cual, según el fehaciente testimonio de D. Fernando Colón, hijo del Almirante, estuvieron ya enterrados antes de ser llevados á la Catedral de Santo Domingo.

Como continuación del mismo informe explican:

A este justo título se añade el no menos valioso de ser hoy el augusto templo de Sevilla el único santuario que subsiste de los tres en que estuvieron en España depositadas las cenizas del primer Almirante de las Indias; pues la Iglesia conventual de San Francisco, de Valladolid, en que descansaran primero, ha sido destruida por completo, y La Cartuja de Sevilla, donde estuvieron después, está actualmente convertida en fábrica de cerámica.

Como apoyo de esta decisión, añaden que en la misma catedral «yacen D. Fernando Colón, hijo del inmortal descubridor, y Fray Diego de Deza, Arzobispo de Sevilla, el mayor de los protectores que tuvo en su colosal empresa, como el mismo Colón nos declara». Y continúan aduciendo que «á pocos pasos de ella se hallan la Biblioteca Colombina, que guarda los más importantes autógrafos del gran navegante, y la Casa-Lonja, que encierra el Archivo de Indias».

OPORTUNAS CONFUSIONES

Cinco lugares de cuatro ciudades aseguran, pues, haber hospedado al descubridor de América tras su muerte, aunque en realidad son sólo dos, las catedrales de Santo Domingo y de Sevilla, las que aseguran conservarlo en la actualidad. Otras noticias documentadas continúan creando confusión. La teoría de quienes defienden que Colón continúa en Santo Domingo (República Dominicana) –y también la de sus detractores–, parte de la alteración que experimentó la urna original en varias ocasiones, que pudo ser confundida con alguna otra de las que se encontraban a su lado: entre 1653 y 1655 se habría borrado la inscripción para evitar una posible profanación, cuando el arzobispo de la isla temió que se produjera un saqueo por parte de los ingleses, y eso dejó a la memoria de unos pocos la ubicación exacta de la tumba del patriarca de los Colón, enterrado junto a su hijo Diego y su nieto Luis; en 1664 se hicieron unas obras que dejaron unos restos al descubierto y no queda claro qué ocurrió con ellos, y en 1783 volvieron a aparecer debido al derrumbamiento de un muro. Hay quien defiende que en uno de esos momentos alguien debió de considerar que los restos encontrados pertenecían a Colón y así lo hizo inscribir de nuevo en la urna, mientras la auténtica, con su propio texto grabado, permanecía enterrada muy cerca, y en esta duplicidad estaría el origen de la controversia.

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El mapa que dibujó Juan de la Cosa en 1500 ya señalaba Cuba como una isla, hecho que Colón se había resistido a reconocer.

El caso es que en 1877 apareció bajo el altar principal de la catedral de Santo Domingo, durante un nuevo estudio, una caja de plomo con los restos de Luis Colón, y cerca de ella, dos bóvedas: una vacía y otra con una nueva urna de plomo con una inscripción que la atribuía al almirante: «Ilustre y esclarecido varón don Cristóbal Colón». En su interior había veintiocho fragmentos de esqueleto grandes y trece pequeños, además de cenizas y una chapa de plata con la inscripción: «VTM de los restos del primer Almirante Cristóbal Colón». Aquellos restos fueron autentificados por historiadores de España, Inglaterra, Cuba y la República Dominicana, por lo que se convirtieron de nuevo en los restos oficiales del descubridor. En 1992, estos restos se trasladaron al monumento que el gobierno de aquel país construyó en homenaje a Colón, en la convicción de que los que habían viajado a La Habana y, posteriormente, a Sevilla eran los de su hijo Diego.

EL ADN NO ENGAÑA

Gracias a los avances de la ciencia, el ADN se convirtió a comienzos del nuevo milenio en el método escogido para comprobar cuáles son los auténticos restos de Cristóbal Colón, y José Antonio Lorente, investigador forense de la Universidad de Granada, fue el elegido para este trabajo, que también podría ayudar a desvelar otros enigmas sobre el descubridor. El proyecto ADN Colón, creado en 2002 por un grupo de profesores y científicos españoles con la intención de esclarecer esta cuestión de cara al quinto centenario de la muerte de Cristóbal Colón en 2006, aseguró desde sus inicios que no tenía intereses políticos o nacionalistas que pudieran eclipsar sus resultados; de hecho, se trataba de un proyecto no gubernamental y contaba con el apoyo de universidades extranjeras e incluso de forenses del FBI estadounidense.

El estudio del esqueleto que se encuentra en la catedral hispalense determina que pertenece al navegante, pero no despeja del todo la duda al concluir que en la tumba sólo se encuentra entre el 15 y el 20% de la osamenta, por lo que esta podría haber sido dividida, lo que daría cierta legitimidad a los huesos de Santo Domingo, a la espera de que también sean analizados, extremo al que de momento se oponen las autoridades dominicanas. El conjunto de fragmentos óseos conservado en la catedral hispalense suma entre ciento cincuenta y doscientos gramos de peso y, según los análisis, pertenecieron a un hombre que en la fecha de su muerte tenía entre cincuenta y setenta años (Colón tenía unos sesenta). Tenía una complexión física media y los huesos habían sido descarnados.

El equipo de este proyecto comparó los restos óseos conservados en la catedral con los de Diego Colón, el hermano pequeño del descubridor, que reposan en La Cartuja, para comprobar su filiación. Primero se confirmó la autenticidad de los restos de Diego Colón, que, según los resultados, había padecido desde joven de osteoporosis y artrosis, que habían envejecido su cuerpo prematuramente, e incluso una artritis tan avanzada en su mano derecha, que le había soldado los huesos. En estos restos se echaron en falta el cráneo y la mandíbula, que en los años cincuenta del siglo XX fueron enviados a Madrid para un examen con los mismos fines, pero se perdieron y no se ha vuelto a saber de ellos, de momento. La comparación del ADN mitocondrial determinó que los huesos de Cristóbal Colón conservados en la catedral y los de Diego Colón pertenecen sin duda a dos hermanos, y la antigüedad de los que se atribuyen al descubridor coinciden exactamente con la fecha de su muerte. También se compararon los restos con los de su hijo Hernando, que reposan también en la catedral de Sevilla y sobre los que nunca ha existido duda alguna. Otro estudio, el de los insectos que compartían la urna de Colón, determina que los restos viajaron efectivamente de Sevilla al Caribe antes de regresar a la catedral hispalense.

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El mapa dibujado por Martin Waldseemüller en 1507 fue el primero que llamó «América» al nuevo continente, olvidando al verdadero protagonista de su descubrimiento.

En las Jornadas Histórico Científicas Colombinas celebradas en Marbella (Málaga) en marzo de 2009 se barajó también la posibilidad de que el esqueleto que se encuentra en la urna dominicana fuera colocado ahí por unos monjes que, en el siglo XVII, hacia 1655, la habían abierto y sólo habían encontrado cenizas en su interior. Disgustados al comprobar que apenas quedaban cenizas de aquel héroe nacional, habrían metido otro cuerpo allí, ajenos a los avances que siglos después permitirían dar fe de aquella profanación. Lanzada por el sociólogo dominicano Mario Bonetti, se trata de una teoría que añade ambigüedad y que sólo será certificada cuando esos restos se sometan al mencionado análisis de ADN que la República Dominicana aún no ha aceptado. Si cobrara verosimilitud, explicaría además el reducido volumen de los huesos que se conservan en la catedral de Sevilla.

Ignorando cualquier teoría que no documente la autenticidad de los restos bajo su custodia, a pesar de que se han negado a hacer o permitir los análisis que podrían corroborarla, las autoridades dominicanas continúan rindiendo homenaje al almirante cada 12 de octubre en el llamado Faro a Colón. La urna, que conserva cuarenta y un fragmentos de huesos, es abierta en esa fecha para recibir honores en conmemoración del descubrimiento de América.