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Diego Colón y Moniz Perestrello, hijo mayor y sucesor de Cristóbal Colón como segundo almirante, segundo virrey y tercer gobernador de las Indias, nació en Porto Santo en 1480 –algunas fuentes dicen que pudo nacer en Lisboa–, fruto del matrimonio de este con Filipa Moniz Perestrello. Con apenas cuatro años perdió a su madre, que falleció durante el parto del que iba a ser su hermano, que tampoco sobrevivió.
Tras huir de Portugal debido a la conspiración de que su familia política había sido víctima, en 1485 Cristóbal Colón acudió a Huelva, donde se había instalado Violante Moniz Perestrello, la hermana pequeña de su mujer, para dejar a Diego a su cuidado. No volvió a hacerse cargo de él hasta 1491, cuando lo recogió y, tras recibir alojamiento y comida en el Monasterio de la Rábida, se dirigió a Córdoba para ponerlo al cuidado de Beatriz Enríquez de Arana. En ella encontró Diego Colón a una nueva madre, que le esperaba, además, con un hermano que contaba tres años, Hernando Colón, al que el almirante había dado su apellido a pesar de que se trataba de un hijo ilegítimo, pues nunca llegó a contraer matrimonio con la que sería su pareja hasta el fin de sus días.
Retrato de Diego Colón y Moniz Perestrello.
Como parte de los privilegios que obtuvo su padre en las Capitulaciones de Santa Fe, tras su regreso triunfal del primer viaje a las Indias, en 1494 Diego se introdujo en la corte junto a su hermano como paje de don Juan, príncipe de Asturias, con el que contrajo gran amistad. A la muerte de este, en 1497, pasó a ser contino de la reina Isabel, un cargo relacionado con las finanzas reales y con la protección de la monarca. Desde su privilegiada posición defendió a su padre tras los problemas surgidos en la tercera expedición colombina. También al regreso de su cuarto viaje, en noviembre de 1504, despojado de todos sus privilegios, el descubridor lo envió a mediar ante la reina para recuperar el gobierno de las Indias. Isabel la Católica falleció sin haber cedido a sus pretensiones, y entonces Diego se dirigió al rey Fernando para insistir en sus demandas.
Al mismo tiempo que se dirimía la recuperación de su poder, Cristóbal Colón retomó los trámites para enlazar a su hijo Diego con la alta sociedad a través de su casamiento. Unos trámites que había iniciado en 1502 y que había aparcado temporalmente al inicio de su cuarto y último viaje, dejando escrito que no se tomara ninguna decisión al respecto hasta su regreso. Dada su posición social, Diego tendría que aceptar un matrimonio de conveniencia como era costumbre en la época entre la nobleza, y además había de contar con el beneplácito de los reyes. Las dos casas candidatas eran los ducados de Medina Sidonia y de Alba, en ese momento enfrentados por otros intereses. Ambos ducados gozaban de gran influencia en la Corte, y el enlace con el heredero de Colón la acrecentaría si éste recuperaba los privilegios que estaba reclamando a la Corona. Aunque el almirante prefería enlazar a su hijo con la Casa de Medina Sidonia, el rey terminó decantándose por la de Alba, más cercana a él en ese momento. Mencía de Guzmán, hija del duque de Medina Sidonia, quedó relegada en la elección.
Tras la muerte de su padre en 1506, Diego Colón fue a informar al rey, que se encontraba en Villafranca de Valcárcel (hoy Villafranca del Bierzo, en León). Fernando el Católico firmó el 2 de junio una cédula que envió al gobernador Nicolás de Ovando para que entregase al heredero todos los bienes que su padre tuviese en la isla de La Española, orden que no fue obedecida. Como heredero legítimo, Diego reclamó también los cargos que, según lo firmado en las Capitulaciones de Santa Fe, le correspondían. Ante la negativa del rey, que no quiso «conceder cargo tan importante por sucesión sin saber si los futuros sucesores de Colón reunirían condiciones para el desempeño de aquellos altos cargos», en 1508 apeló al Consejo de Indias –en los que fueron conocidos como los Pleitos colombinos, como vimos–, que acabaría dictando resolución en su favor, en primera instancia, tres años más tarde.
Mientras el rey dilataba la sentencia, Diego contrajo matrimonio con María de Toledo y Rojas, nieta del primer duque de Alba. El casamiento hizo entrar en el juego al tío de la novia y segundo duque de Alba, que intervino y logró que Fernando el Católico firmara la Real Cédula que el 29 de octubre de 1508 nombraba al joven Colón gobernador de las islas y tierra firme de las Indias en sustitución de fray Nicolás de Ovando, que había ejercido como tal desde 1501. Sin embargo, en dicho documento, Fernando lo nombró gobernador «por la gracia del rey» y no por sus derechos hereditarios.
En las maniobras dilatorias del monarca influía claramente la pésima experiencia de Cristóbal Colón como gobernador, además de las dudas sobre la capacidad de su hijo para ejercer el mismo cargo, habida cuenta que los hermanos del descubridor no habían contribuido precisamente a arreglar los entuertos que este había causado, sino más bien al contrario. Pero, además, al dar el gobierno a Diego Colón, Fernando el Católico tuvo que prescindir de Nicolás de Ovando, el hombre que había acabado con las rebeliones y los disturbios que había en La Española a su llegada, y, no menos importante, que había logrado la prosperidad de su economía y de sus habitantes, concretamente de los españoles, pues los indios fueron dramáticamente diezmados debido sobre todo a las nuevas enfermedades que habían llegado a sus tierras junto a los conquistadores. En sus siete años en la isla, la población española se había multiplicado casi por diez, hasta los tres mil habitantes. De cuatro humildes villas había pasado a tener quince, con dos de ellas, Santiago y Concepción –donde el rey había ordenado construir sendas fortalezas–, a la zaga de la capital, Santo Domingo, donde las casas de piedra, las calles empedradas y la fortaleza habían europeizado el entorno, con tiendas, tabernas y hasta un hospital, además de medios de transporte que unían las diversas poblaciones. Como complemento a la minería, había desarrollado la ganadería y la agricultura –con nuevos cultivos–, hasta lograr un autoabastecimiento que cortaba el cordón umbilical con la metrópoli.
Mientras el flamante gobernador de las Indias preparaba la flota de nueve naves que lo acompañarían en su viaje a través del océano, el monarca firmó en Valladolid, el 3 de mayo de 1509, las instrucciones que debía seguir en su mandato, que limitaban drásticamente su capacidad de gobernar: incluían la evangelización de los indígenas con la ayuda de los religiosos, le conminaban a aumentar la prosperidad de las posesiones de ultramar y le ordenaban mantener el régimen de las encomiendas, que suponían el sostenimiento económico de los territorios americanos. La encomienda había nacido de la obligación de los indios de pagar un tributo a la Corona como vasallos libres; como estos no tenían más forma de pagar que con su trabajo, la encomienda consistía en la cesión que el monarca hacía de su fuerza de trabajo a los encomenderos, inicialmente como premio por su contribución a la incorporación de nuevos territorios. La encomienda nació con una real provisión de 20 de diciembre de 1503 que establecía la libertad de los indios y los obligaba a convivir con los colonizadores y a trabajar para ellos, a cambio de un salario y manutención. De este modo, se aseguraba la mano de obra necesaria para la explotación minera, agrícola y ganadera. Los encomenderos tenían la obligación de sufragar los gastos de los clérigos dedicados a la evangelización, así como de prestar sus servicios en la defensa de los territorios en casos de rebelión. La encomienda se acabaría convirtiendo en una fuente de mano de obra barata que se diferenciaba de una manera muy difusa de la esclavitud, y el gobernador trató siempre de utilizar el reparto de indios en su favor.
Diego Colón partió el 3 de junio de Sanlúcar de Barrameda junto a su esposa, su hermano Hernando y sus tíos, Bartolomé y Diego, y llegaron a La Española el 10 de julio de 1509. Gracias a la influencia de su familia política, se relacionaron con las grandes fortunas de la isla y Diego recibió el trato de virrey, a pesar de que este era el único reconocimiento de su padre que aún no había logrado recuperar. Para alojarse junto a su corte, se hizo construir en Santo Domingo un palacio con cincuenta y cinco habitaciones, cuyas obras se extendieron de 1510 a 1514 y que en la actualidad permanece en pie como sede del Museo Alcázar de Colón –se conservan un total de veintidós habitaciones–, ampliamente remodelado en los años cincuenta del siglo XX.
No tardó el nuevo gobernador en reemplazar a todos los cargos administrativos y militares nombrados por su antecesor, pero tuvo que aceptar a dos personajes enviados por el rey, que tenían además el cometido añadido de vigilar sus acciones y defender los intereses de la Corona, dado que el monarca no confiaba en su capacidad de gobierno: Miguel de Pasamonte, al que nombró tesorero, y Gil González Dávila, con el cargo de contador, a quien Colón debía consultar las decisiones más importantes.
Diego Colón no mostró mayor aprecio por los indígenas que su padre y, desde que llegó a tierras americanas, se apoyó en la cédula que el rey firmó el 14 de agosto de 1509 para emprender las armadas contra los indios de las tierras donde no había españoles, debido fundamentalmente a que carecían de oro y otras fuentes de riqueza. En principio, el monarca autorizaba únicamente a capturar a indios caribes, que eran los únicos que no habían aceptado la hegemonía española y además eran antropófagos. Sin embargo, la codicia de los armadores, cuyo fin era convertirlos en esclavos, los llevó a extender los territorios de sus incursiones y hacer pasar a indios pacíficos por caribes para poder comerciar con ellos y engrosar sus beneficios.
La llegada a La Española de los primeros dominicos, a partir de 1510, supuso el inicio del movimiento de defensa de los indígenas, tanto los esclavos como los sometidos mediante las encomiendas; los clérigos, escandalizados por la explotación que se hacía de los nativos, comenzaron sus denuncias al rey. Antes que fray Bartolomé de las Casas, fray Antón Montesinos ya se había atrevido a enfrentarse a los poderosos terratenientes; el momento culminante sucedió el 21 de diciembre de 1511, en la misa del domingo cuarto de adviento que Montesinos ofició en Santo Domingo, cuando amenazó a los asistentes con la condenación eterna por el maltrato que ejercían sobre los indios mediante el ejercicio de la encomienda, y les negó la confesión. Diego Colón denunció al fraile ante el rey, pero el resultado de esa denuncia, que tomó forma en las leyes de Burgos del 27 de diciembre de 1512, no hizo sino apoyar las tesis del religioso al regular el trato que se debía dar a los indígenas en 35 artículos, que fueron completados con otros cuatro añadidos el 28 de julio de 1513 en Valladolid; establecían, entre otras resoluciones, la libertad de los indios y su derecho a recibir un salario justo por su trabajo. Y es que al rey Fernando le preocupaba perder la legitimidad de la conquista y colonización de las Indias que habían supuesto las bulas del papa Alejandro VI, que conllevaban la cristianización de los nativos y presuponían un buen trato hacia estos.
Fray Bartolomé de las Casas, que ya había viajado a América en el tercer viaje de Colón, en 1498, se convirtió en 1516 en consejero de los tres frailes jerónimos a los que el cardenal Cisneros puso al frente de las Indias.
Las leyes de Burgos introdujeron la fórmula del requerimiento, que consistía en la lectura de un documento, por parte de un funcionario real, en el que se explicaba a los indígenas de nuevas tierras conquistadas, cuando se producía el primer contacto con ellos, la oportunidad que tenían de aceptar la autoridad del papa y de los reyes de España; de lo contrario, se los podía esclavizar. Y, claro, los abusos siguieron por parte de algunos conquistadores más interesados en hacer esclavos que en cristianizar indígenas, especialmente cuando las tierras conquistadas carecían de oro y otras riquezas.
En su esfuerzo por acrecentar su poder, Diego Colón obligó a muchos españoles a emigrar a otras islas y logró culminar la conquista de Cuba por parte de Diego Velázquez de Cuéllar, Puerto Rico por Ponce de León y Jamaica por Esquivel. Su único avance en tierra firme fue el descubrimiento, por parte del explorador extremeño Vasco Núñez de Balboa, del océano Pacífico en 1513.
Mientras, su actitud, que no respetaba fielmente el mandato del rey –entre otras decisiones, redistribuyó las encomiendas de un modo más afín a sus intereses–, dividió a la población de las Indias entre sus partidarios, hidalgos que habían participado de las primeras campañas de descubrimiento y conquista, y los denominados realistas, en su mayoría funcionarios reales, entre los que se encontraban los dos emisarios del monarca. El gobernador no consiguió imponer su poder en las dos principales ciudades, Santo Domingo y Santiago. Como le había ocurrido a su padre, estos problemas políticos acabaron provocando la intervención del rey. En un primer momento, Fernando el Católico creó en 1511 la Real Audiencia de Santo Domingo, una suerte de tribunal de apelaciones que restaba poder al gobernador, que pretendía continuar distribuyendo a los indígenas a su capricho. La división entre los colonizadores se hizo aún más profunda, y dos años más tarde, en 1513, el rey Fernando quitó a Diego Colón su derecho de confiscar y distribuir indios, y en 1514 nombró repartidores generales de los indígenas a Pedro Ibáñez de Ibarra y Rodrigo de Alburquerque. Este repartimiento general, que cumplía las órdenes dictadas el 4 de octubre de 1513, fue conocido como el Repartimiento de Alburquerque, por el nombre de uno de sus protagonistas, y concedía a los beneficiarios el derecho de encomienda para ellos y sus herederos, sin que estos pudieran volver a legarlos. También permitía a los encomenderos cambiar a los indígenas de lugar de residencia, lo que supuso un fuerte agravio para ellos y un paso atrás en la defensa de sus derechos que habían iniciado los dominicos.
Colón aún siguió gobernando y tuvo éxito en algunos aspectos, como la construcción de nuevos asentamientos urbanos y la diversificación de la economía en previsión del agotamiento de las minas, que provocaron la emigración de muchos españoles a los nuevos territorios que se iban colonizando en el continente; la extracción de oro había disminuido no sólo por la sobreexplotación de las minas sino por el fallecimiento de numerosos indios, que constituían la mano de obra. Para reducir la dependencia del oro y frenar la masiva emigración de quienes descubrían que no era tan fácil sobrevivir en aquella «tierra prometida», el gobernador generalizó el cultivo en La Española de hortalizas, algodón y caña de azúcar e introdujo la industria azucarera, muy próspera, pues la planta que los árabes habían llevado a Europa desde India se adaptó mucho mejor al clima americano que al ibérico. Fue el propio Cristóbal Colón quien había llevado la caña de azúcar a La Española en su segundo viaje, en 1493, aunque los primeros cultivos datan de la época del gobierno de Nicolás de Ovando, en 1503, y tres años más tarde se había empezado a preparar azúcar con medios artesanales. El primer molino para la fabricación de azúcar fue construido en 1514 por el alcalde de La Vega, Miguel de Ballester. También tomó Diego Colón medidas poco populares, como la orden de que los españoles amancebados con indias se casaran con ellas bajo la amenaza de perder a los indígenas a su servicio.
Comoquiera que, a su juicio, el rey Fernando actuaba siempre en favor de sus oponentes, temeroso quizá de que los Colón se hicieran con el dominio absoluto de las islas y se independizaran de la metrópoli, Diego regresó a la Península para defender sus derechos. La muerte del rey en enero de 1516 frenó la disputa, si bien no la dirimió. Durante la regencia y hasta la llegada del nuevo monarca, dos años más tarde, el cardenal Jiménez de Cisneros dejó a tres frailes jerónimos a cargo de la administración de las Indias, y nombró consejero de estos a fray Bartolomé de las Casas. Llevaban la misión de terminar con la explotación de los indios, y quizá de comprobar la denuncia que Colón había hecho al rey sobre la vida disoluta que muchos clérigos llevaban en el nuevo mundo. Los padres jerónimos contribuyeron decisivamente a la promoción de la industria azucarera desde su llegada, otorgando terrenos y préstamos a los productores y solicitando la entrada de esclavos negros para trabajar en las plantaciones. En 1527 había en la isla diecinueve ingenios y seis trapiches; el trapiche era un molino que se empleaba para extraer el jugo de la caña de azúcar, y el ingenio era una evolución de este que se utilizaba para procesar la caña y convertirla en azúcar, y también se usaba para obtener ron, alcohol y otros productos. El mismo Diego Colón y otros personajes destacados del gobierno de las Indias, como Miguel de Pasamonte, pondrían en marcha sus propios ingenios para sacar provecho del que se convertiría en el más rentable sustituto del oro.
Esclavos en una plantación de azúcar, en un grabado de Theodore de Bry de 1596.
La espera jugó en favor del joven Colón pues, tras su coronación, Carlos I –un rey considerado extranjero y que no mostró mucho interés por el nuevo continente– no sólo le confirmó sus poderes sino que le devolvió el título de virrey, como ya había reconocido una sentencia del Consejo Real el 5 de mayo de 1511, dictada en Sevilla, que además había devuelto a su gobierno el carácter de hereditario. Una sentencia cuyo cumplimiento se había dilatado debido al recurso de Colón, descontento porque los privilegios se limitaban a las islas descubiertas personalmente por su padre, y no al resto de las Indias. El recurso, que enfadó al rey, tuvo su sentencia en La Coruña en 1520, en la que se confirmaban las limitaciones geográficas de los privilegios del heredero.
En enero de 1520 pudo regresar triunfante a La Española, porque al menos se hacía efectivo el cumplimiento de la sentencia y concluían de momento los que fueron conocidos como los Pleitos colombinos. Había recuperado la administración de justicia y el derecho a obtener una quinta parte del oro extraído en el Nuevo Mundo, además del diezmo de los beneficios económicos que produjeran aquellas tierras. Después de cuatro años en la Península, sus dominios se habían dividido al cargo de varios gobernadores, a los que rápidamente sustituyó por otros de su confianza.
Antes del regreso de Diego Colón, se produjo otro hecho relevante en la isla: el levantamiento del cacique Enriquillo, heredero de uno de los cinco reinos indígenas originales de la isla. Criado con los franciscanos desde los siete años, Enriquillo sabía leer, hablaba perfectamente el castellano y tenía una profunda fe cristiana. Asignado junto a los suyos por el régimen de encomiendas, en 1519 se cansó de la explotación que padecíany se marchó a las montañas junto a su esposa, Mencía, y un grupo de indios. Fue perseguido, pero su guerra contra los españoles se prolongó hasta 1533, cuando firmó un acuerdo de paz con el enviado del rey, el capitán general Francisco de Barrionuevo. Logró en dicho acuerdo la libertad del pueblo taíno mediante la eliminación de la encomienda, la definición de un territorio para su pueblo y la exención del pago de impuestos a la Corona.
La oposición de los padres jerónimos a hacer esclavos en el Nuevo Mundo no se reprodujo (todo lo contrario) cuando Carlos I autorizó en 1518 que se enviaran a América negros de África, mucho más fuertes que los nativos caribeños y gracias a los cuales la industria azucarera alcanzaría enormes rendimientos. No eran los primeros negros esclavizados en las Indias, pues ya desde 1501 algunos nobles habían llevado africanos entre sus sirvientes, pero en aquel caso se trataba de negros que ya habían sido, de alguna forma, europeizados, y no tenían un trabajo basado en la fuerza física. Los nuevos, sin embargo, venían directamente de África y eran oportunamente mezclados de diferentes procedencias para evitar que se organizaran contra sus propietarios. Aunque los había incluso de tan sólo nueve años de edad, la mayoría estaban entre los quince y los veinte a su llegada, y les hacían trabajar hasta dieciocho horas diarias, de lunes a domingo.
Unos esclavos negros hacen girar un trapiche.
Muchos esclavos morían debido a la dureza de su trabajo y a las interminables jornadas, y otros lograban huir. A los que huían solos y se escondían en los montes se les conocía como cimarrones, y solían protagonizar ataques –cimarronadas– contra sus antiguos explotadores. Otros se organizaban en grupos para preparar rebeliones más numerosas, y los menos, también en grupos, creaban comunidades propias, ocultas de sus antiguos opresores y sin buscar el enfrentamiento con ellos. Cada ingenio podía tener entre cincuenta y seiscientos esclavos, según su tamaño. La primera rebelión importante se produjo en 1522 en dos ingenios, uno de ellos, precisamente, el de Diego Colón. Aunque logró reprimirla rápidamente, no pudo evitar el gobernador que los sublevados mataran al menos a doce españoles y que otros esclavos consiguieran escapar.
En 1523, Colón tuvo que navegar una vez más a la Península, convocado por el rey, para defenderse de las acusaciones de sus enemigos. Empezaron entonces los problemas de salud que acabarían llevándolo a la tumba sin volver a disfrutar del poder que había heredado de su padre. Partió de La Española en septiembre de 1523 y desembarcó en Sanlúcar de Barrameda el 5 de noviembre. Desde allí tuvo que recorrer la Península hasta la ciudad de Vitoria, donde se encontraba el rey. Al no quedar este totalmente convencido de la explicación de Diego Colón, lo hizo unirse a la corte, a la que acompañó a Toledo y más tarde a Sevilla, para asistir a la boda de Carlos I con Isabel de Portugal. En el camino, el 24 de febrero de 1526, el segundo almirante de las Indias, que se encontraba enfermo, tuvo que separarse de la comitiva en La Puebla de Montalbán (Toledo) debido al empeoramiento de su frágil salud. Allí se alojó en casa de Alonso Téllez Pacheco, y falleció dos días más tarde.
Su viuda le sobrevivió hasta 1549 y, con la ayuda de su cuñado, Hernando, continuó el pleito en defensa de los derechos de su familia hasta que el arbitraje de 1536 los despojó de los honores y privilegios que Cristóbal Colón había logrado en las Capitulaciones de Santa Fe. El mayor de sus siete hijos y, por tanto, heredero, Luis Colón y Toledo, logró mantener el título meramente honorífico de almirante de las Indias y, al renunciar a los derechos que le correspondían a favor de la Corona, se convirtió como compensación en el primer duque de Veragua.
Hernando Colón nació en Córdoba, el 15 de agosto de 1488, de la relación de Cristóbal Colón con Beatriz Enríquez de Arana, una joven huérfana de extracción humilde –aunque sabía leer– a la que el descubridor había conocido tan sólo un año antes. Desde 1485, la corte se establecía todos los años en Córdoba durante varios meses entre la primavera y el otoño, circunstancia que llevaba allí a Cristóbal Colón con frecuencia. Beatriz Enríquez dio a luz con veintiún años y, cuatro años más tarde, cuando Colón partió en su primer viaje al nuevo mundo, se hizo cargo también de su otro hijo, Diego, al que cuidó y crió como si fuera suyo propio. La pareja nunca llegó a casarse, aunque compartieron el resto de sus días y el almirante le dejó en herencia una fortuna que ella nunca reclamó.
Retrato de Hernando Colón.
Es muy posible que el hecho de que no se casaran se deba a la condición de conversos cristianos de la familia de ella; por otro lado, tras su regreso de América, Colón se había convertido en un hombre rico y poderoso, lo que hacía imposible en la época su enlace con una plebeya. Sí se preocupó el navegante de que su amante no pasara necesidad, y con ese fin le traspasó la renta de diez mil maravedíes anuales que los Reyes Católicos le concedieron por haber sido el primero en ver tierra en su primer viaje a las Indias. Diez años más tarde, en 1502, encargó a su hijo Diego que le entregara otros diez mil maravedíes anuales, y más tarde, en su testamento, volvió a encargar a su heredero de que velase por ella «y la provea de todo lo necesario para que pueda vivir honestamente como a persona a quien soy en tanto cargo». Sin embargo, Diego llegaría a confesar que se había olvidado de entregarle esa suerte de pensión durante sus tres o cuatro últimos años de vida, y ordenó enviar la correspondiente cantidad a sus herederos.
Como hijo ilegítimo, Hernando no tendría derecho a heredar nada de su padre a no ser que este se casara con su madre o reclamara, como sucedió, la paternidad, presentándolo ante los reyes. Gracias a su legitimación, Colón pudo dejar a Hernando con Diego en la Corte, también como paje del príncipe de Asturias, que un día habría de convertirse en rey, con los dos hermanos como fieles servidores. Esta previsión se truncaría con la muerte del heredero de los reinos de Castilla y Aragón. Las burlas sobre su procedencia fueron muy comunes en la juventud de Hernando, por lo que evitó cuanto pudo hablar de su madre o incluso escribir sobre ella en los textos que redactó a lo largo de su vida.
Dejó escritas el propio Hernando las circunstancias de su llegada a la Corte en su Historia del almirante. Su tío Bartolomé llegó de Francia, informado por el rey galo de la hazaña de su hermano, y se apresuró a viajar a Sevilla para acompañarles a él y a su otro hermano, Diego, en la segunda expedición a las Indias, pero no llegó a tiempo. «De modo que –contaba Hernando– para cumplir cuanto éste le había encargado, muy luego, a principios del año 1494, fue a los Reyes Católicos llevando consigo a D. Diego Colón, hermano mío, y a mí, para que sirviesemos de pajes al serenísimo Príncipe D. Juan, que esté en gloria, como lo había mandado la Reina Católica Isabel, que a la sazón estaba en Valladolid».
También escribió Hernando sobre la muerte del príncipe y su nuevo destino en la Corte, unas páginas más adelante, al referirse a la espera de su padre antes de partir en su tercer viaje a las Indias: «Para que D. Diego mi hermano, y yo, que habíamos servido de pajes al Príncipe D. Juan, el cual entonces había muerto, no participásemos de su tardanza, y no estuviésemos ausentes de la Corte al tiempo de su marcha, se nos mandó, a 2 de Noviembre del año 1497, desde Sevilla, servir de pajes a la serenísima Reina doña Isabel, de gloriosa memoria».
Los problemas de gobierno que tuvieron su padre y sus tíos en La Española también tuvieron su reflejo en su vida en la Corte. Por ejemplo, cuenta en un capítulo que debido a las malas artes de los enemigos de Cristóbal Colón, que decían que llevaban años sin cobrar, su hermano y él tuvieron que sufrir no pocos insultos:
Tanto era su descaro que, cuando el Rey Católico salía, le rodeaban todos y le cogían en medio, gritando: ¡Paga, paga!; y si acaso, yo y mi hermano, que éramos pajes de la Serenísima Reina, pasábamos por donde estaban, levantaban el grito hasta los cielos, diciendo: «Mirad los hijos del Almirante de los mosquitos, de aquél que ha descubierto tierras de vanidad y engaño para sepulcro y miseria de los hidalgos castellanos»; y añadían otras muchas injurias, por lo cual nos excusábamos de pasar por delante de ellos.
Grabado que representa a Cristóbal Colón con su familia.
Fue su vida en la Corte la que le procuró una formación que le sirvió para convertirse en un humanista reconocido, gracias a las enseñanzas de Pedro Mártir de Anglería, amigo de su padre y que se encargó también de la educación de su hermano, que se convertiría más tarde en cronista de las Indias. Aunque ha pasado a la historia como el escritor de la primera biografía de Cristóbal Colón, tarea a la que se entregó en sus últimos años, Hernando también destacó en vida como matemático y cosmógrafo y por su amor por los libros.
El 9 de mayo de 1502, Hernando Colón partió de Cádiz acompañando a su padre en su cuarto viaje a las Indias, en el que también se embarcó su tío Bartolomé. Apenas contaba catorce años y tuvo que soportar las inclemencias del más duro de los viajes colombinos, lo que no hizo mella en su interés futuro por la navegación. Más bien acrecentó su admiración por su padre, cuya experiencia y determinación pudo salvarles la vida. Cuando regresó a la Península, en 1504, se integró de nuevo en la Corte. Tras el fallecimiento de su padre, dos años más tarde, recibió una herencia generosa que no fue del agrado de su hermano, junto al que viajó en 1509, en el que era su segundo viaje al Nuevo Mundo, para acompañarlo en su toma de posesión como gobernador. Decidió regresar pocos meses después, al mando del barco que llevó de vuelta a España a Nicolás de Ovando, al que había reemplazado Diego.
Instalado en Sevilla, sirvió de apoyo a su hermano en defensa de sus intereses ante la Corona, motivo que había impulsado su pronto retorno a la Península. Su papel intransigente frenó varias veces una solución para los Pleitos colombinos, y a la muerte de su hermano, en 1526, el Consejo puso el contador a cero y empezó de nuevo a dirimir el complicado sumario, con Hernando ya como ponente principal por parte de los Colón. La Sentencia de Dueñas del 27 de agosto de 1534, la más negativa para sus intereses de todas cuantas se habían dictado hasta entonces, terminó de apartar a Hernando, probablemente por decisión de su cuñada, María de Toledo y Rojas, que estaría actuando en beneficio de los intereses de su hijo y heredero, Luis Colón. El caso es que hasta la sentencia definitiva –aunque algunos flecos continuarían hilvanándose durante otros veinte años–, dictada en Valladolid el 28 de junio de 1536 y que acabó con las pretensiones de la familia, Hernando se mantuvo al margen, y sólo abrió la boca para lamentar el resultado.
En su faceta de geógrafo y cosmógrafo, en la que destacó ampliamente en su época a pesar de que algunos historiadores lo consideran plagiario de la obra de su padre, parece ser que a la vuelta de su viaje a las Indias en 1509 Hernando Colón traía un memorial –que no se ha conservado– repleto de ideas para poblar las Indias y continuar la tarea de conquista y colonización. Incluso le atribuyen algunos historiadores una propuesta al rey, en 1511, para comandar una nave que diera la vuelta al mundo, diez años antes de que Juan Sebastián Elcano culminara esa hazaña que había iniciado bajo el mando de Fernando de Magallanes –fallecido en Filipinas sin terminar el viaje por el que, como Colón, había buscado patrocinio en España tras haberlo intentado sin éxito en Portugal–. En 1512, Hernando Colón quiso embarcarse de nuevo para seguir explorando las Indias, pero Fernando el Católico no le concedió su permiso y en su lugar lo envió como embajador ante la Santa Sede, desde donde cultivó su amor por los librosy continuó gestionando los Pleitos colombinos. Allí pasó largas temporadas hasta 1516.
En 1517 inició, con financiación de la Corona, la redacción de Descripción y cosmografía de España, también conocida como Itinerario, un estudio geográfico en el que pretendía relatar las particularidades y datos reseñables de todos los pueblos de España mediante la información recopilada por personal enviado ex profeso, todo ello sufragado por él mismo. El proyecto se vio interrumpido el 13 de junio de 1523, cuando el Consejo de Castilla ordenó retirarle el permiso para continuarlo. Tampoco pudo terminar otra obra anexa a esta, Vocabulario topográfico; los manuscritos, que no llegaron a ser publicados, sobrevivieron en la biblioteca colombina y de ahí serían rescatados a finales de ese siglo como base para obras similares impulsadas por Felipe II y que en este caso sí llegarían a buen puerto.
Ejemplar del Libro de las maravillas de Marco Polo perteneciente a la biblioteca colombina, con anotaciones de Hernando Colón.
Como amante de los libros, una pasión que heredó de su padre y de sus tíos –junto a un buen número de volúmenes que estos ya habían reunido–, Hernando hizo acopio de cuanta obra científica se publicaba en su época y las anteriores que pudo encontrar, y encontró tiempo para leer e incluso resumir la mayoría, con la intención de ayudar en la labor de los investigadores presentes y futuros. También acumuló obras poéticas, cancioneros y refraneros. Desarrolló un sistema bibliográfico inédito y muy eficaz con una detallada relación de índices, catálogos de autores y obras, y recogió toda esta información en un volumen que servía de registro, con un índice alfabético de autores, un libro de epítomes y otro de materias. Entre 1509 y 1539 buscó nuevas obras por toda Europa, sobre todo en Amberes, Lyon, Núremberg, Roma, París y Venecia, las más importantes en producción literaria, y llegó a reunir más de quince mil volúmenes, de los que cuidadosamente anotaba la procedencia, precio y fecha de adquisición. Incluso contaba con un número importante de colaboradores que le enviaban nuevos volúmenes desde ciudades de todo el continente.
La generalización del uso de la imprenta, inventada por Gutenberg a mediados del siglo XV, había incrementado la producción de libros, y el 90 % de los que constituían la biblioteca de Hernando Colón eran impresos. Algunos incluso los compraba en diferentes ediciones para compararlos y conservar el que más le gustase. Llegó a construir en 1526 un edificio para su residencia y, fundamentalmente, para la conservación de su colección, una de las más importantes del mundo en aquella época, y pidió al emperador en 1530 una ayuda económica para continuar su labor y que otros pudieran asimismo mantenerla tras su muerte. En el memorial que envió a Carlos I en defensa de esta solicitud, explicaba que el fin ambicionado por su biblioteca era reunir todo lo publicado en el mundo cristiano e incluso fuera de él.
En su testamento impuso unas duras condiciones para el mantenimiento y uso de su colección:
Los libros se mantendrán todos reunidos y quien herede la Biblioteca será a condición de conservarla y acrecentarla. Se cuidará la colocación de cada ejemplar. Se separará el recinto reservado a los libros del público con una reja, la cual se mantendrá incluso cuando el interesado tenga que leer o consultar algo; en ese caso, se colocará en un sitio donde la reja tenga un hueco en que quepa la mano para pasar las hojas pues que vemos que es imposible guardarse los libros aunque tengan cien cadenas. No se prestará ni se sacará ejemplar alguno bajo fuertes penas. La plaza de encargado de la Librería (sumista) se cubrirá por oposición a celebrar en Salamanca con obligación de que el ganador ocupe ese puesto tres años como mínimo.
Si bien el heredero de esta biblioteca, así como de sus bienes, que habrían de invertirse en el sostenimiento de esta, fue su sobrino y tercer almirante de las Indias, Luis Colón, Hernando impuso como condición que para hacer efectivo el traspaso aportara cien mil maravedíes para mantenimiento y aumento de la colección. En previsión de que no aceptara esta imposición, Hernando eligió un heredero alternativo, el cabildo de la catedral de Sevilla, y aún un tercero, el monasterio de San Pablo, y un cuarto, el monasterio cartujo de las Cuevas, en este caso en régimen de depósito. Luis Colón no se preocupó siquiera de recibir esta complicada herencia, y su madre, sin atender a lo que en ella estaba escrito, en 1544 cedió los derechos al monasterio de SanPablo, saltando por encima de los derechos de la catedral hispalense, que ya los había reclamado en 1540. Finalmente, esta última logró la colección en 1552, por fallo de la cancillería de Granada, y a pesar de que tampoco invirtió los cien mil maravedíes impuestos por Hernando antes de morir, la alojó en una de sus naves, junto al Patio de los Naranjos.
En cuanto a la casa palacio de la Puerta de Goles, la que Hernando había construido a orillas del Guadalquivir para conservar la biblioteca colombina, también se perdió. Tras ser embargada, en 1563 la familia renunció a sus derechos sobre ella y sobre la huerta que Hernando había plantado a su lado, con variedades ornamentales y de frutales, a cambio de una indemnización de seiscientos ducados. El edificio acabaría desapareciendo, y sólo se conservó un árbol de origen americano, un zapote, que es conocido en Sevilla como el árbol de Colón.
De la colección de la biblioteca colombina conservada en la catedral de Sevilla sobreviven en la actualidad 1.250 incunables y 636 manuscritos. En la nave principal del mismo edificio reposan los restos del hijo ilegítimo del descubridor. Parece que la colección de grabados sirvió a la Iglesia para el pago de deudas. Por expreso deseo del fundador de esta biblioteca colombina, cada libro debía llevar esta nota anexa: «Don Hernando Colón, hijo de Don Cristóbal Colón, primer Almirante que descubrió la India, dejó este libro para uso e provecho de todos sus prójimos, rogad a Dios por él».
Hernando Colón acompañó a Carlos I a la Dieta de Worms, donde, entre otros asuntos, se juzgó a Lutero por su reforma protestante.
El rey Carlos I reconoció las aptitudes del hijo del descubridor de América y lo llevó consigo a su coronación como Carlos V de Alemania, celebrada en Aquisgrán en 1520, y a la reunión de la Dieta de Worms, que presidió en 1521. Esta asamblea de príncipes del Sacro Imperio Romano Germánico, que se extendió del 28 de enero al 25 de mayo, destacó por el juicio que se hizo a Martín Lutero debido a la reforma protestante que había iniciado contra la autoridad de la Iglesia de Roma. A Hernando Colón este viaje le sirvió para conocer a Erasmo de Rotterdam, cuyas enseñanzas llevaría consigo en su camino de vuelta a España.
El emperador contó con él, en su calidad de cosmógrafo, como miembro de la Junta de Elvas-Badajoz, que reunió en 1524 a relevantes científicos de España y Portugal –tres astrónomos, tres marinos y tres letrados de cada reino– para trazar la línea divisoria entre los dominios presentes y futuros de ambas potencias, una vez demostrada la esfericidad de la tierra y su tamaño, mayor al calculado en los anteriores tratados. Como primer cometido, debían determinar a quién correspondía la soberanía sobre las islas Molucas. La mayor contribución de Colón, que serviría a la postre para solucionar el problema de la longitud geográfica, consistió básicamente en explicar que el barco debía llevar un reloj que marcara la hora del punto de partida. Se trataba de un método de su invención que no pudo demostrar entonces en la práctica por falta de medios. En sus conclusiones, se mostró contrario a que Portugal pudiera reclamar posesiones al este del cabo de Buena Esperanza, y defendió la soberanía de España sobre los territorios conquistados en Persia y Arabia. Se mostró inflexible en su postura, como los portugueses en la suya, y finalmente no hubo acuerdo.
En 1526 puso en marcha un nuevo proyecto, seguramente también por encargo de Carlos I: un mapa de las Indias para cuya elaboración tomó prestados de la Casa de Contratación de Sevilla cartas de marear, cuadernos de bitácora y libros de navegación que se conservaban de los viajes realizados hasta el momento. Un material que no llegó a devolver y que pasó a engrosar los documentos de su biblioteca. El mapa lo terminó de dibujar Antonio de Chaves diez años más tarde.
Quizá la última de las empresas que inició, a partir de 1537, fue la narración de la biografía de su padre, que justificó con estas palabras:
Siendo yo hijo del Almirante D. Cristóbal Colón, varón digno de eterna memoria, que descubrió las Indias Occidentales, y habiendo navegado con él algún tiempo, parecía que, entre las demás cosas que he escrito, debía ser una y la principal su vida y el maravilloso descubrimiento que del Nuevo Mundo y de las Indias hizo; pues los ásperos y continuos trabajos y la enfermedad que sufrió, no le dieron tiempo para convertir sus memorias en Historia.
Que esperara a cumplir cuarenta y nueve años para empezar esta obra también queda explicado en sus primeras páginas, fundamentalmente por la inexactitud de todo lo que otros habían escrito:
Yo me apartaba de esta empresa sabiendo que otros muchos la habían intentado; pero leyendo sus obras, hallé lo que suele acontecer en la mayor parte de los historiadores, los cuales engrandecen o disminuyen algunas cosas, o callan lo que justamente debían escribir con mucha particularidad. Mas yo determiné tomar a mi cargo el empeño y fatiga de esta obra, creyendo será mejor para mí tolerar lo que quisiere decirse contra mi estilo y atrevimiento, que dejar sepultada la verdad de lo que pertenece a varón tan ilustre, pues puedo consolarme con que si en esta obra mía se hallare algún defecto, no será el que padecen la mayor parte de los historiadores, que es la poca e incierta verdad de lo que escriben. Por lo cual, solamente de los escritos y cartas que quedaron del mismo Almirante, y de lo que yo vi, estando presente, recogeré lo que pertenece a su vida e historia; y si sospechase alguno que añado algo de mi paño, esté cierto que de esto no podía seguírseme ninguna utilidad en la otra vida, y que si diese algún fruto mi trabajo, gozarán de él solamente los lectores.
Esta Historia del almirante, en la que narra la vida y los viajes de su padre, no fue publicada hasta años después de su muerte, que acaeció en 1539 en Sevilla. Fue su cuñada, María de Toledo, viuda de su hermano Diego, quien recibió el manuscrito en herencia, y a su vez se lo dejó a su hijo mayor, Luis, que lo entregó al genovés Baliano de Fornari, posiblemente como pago de una deuda. De este modo, el libro, escrito originalmente en castellano, se publicó sin embargo en italiano el 25 de abril de 1571. Según el prólogo, Fornari se había comprometido a editar la obra en castellano, italiano y latín, pero finalmente sólo se publicó la versión en italiano. Esta circunstancia ha alimentado las dudas sobre su autenticidad, pues si la relación de los viajes se ajusta a la realidad, la biografía de Cristóbal Colón hasta su llegada a Castilla no desvela nada, por lo que a algunos historiadores esta parte les parece más bien añadida con intereses oscuros, quizá por otro autor. Sin embargo, la forma en que adorna la vida y los orígenes de su padre, y la persistencia a la hora de ocultar su auténtica procedencia, parece muy cómplice de los deseos del descubridor, mientras que la relación del cuarto viaje, del que formó parte, cuenta detalles que un autor apócrifo no habría sido capaz de inventar. En general, el autor ensalza las glorias y oculta o matiza los errores y los capítulos oscuros de la vida de Cristóbal Colón. La obra se tuvo que traducir de nuevo al castellano –no consta que el original haya sobrevivido–, y se considera que no hay una traducción correcta hasta la que se hizo en 1932.