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Explica con palabras muy afortunadas el catedrático Joseph Pérez, en el prólogo al tomo XVIII de la Historia de Españade Ramón Menéndez Pidal: «Colón no fue probablemente ni el primero ni el único que arribó a las costas de lo que iba a ser un continente hasta entonces desconocido». Y establece una diferencia entre los viajes que pudieron llevar allí, por ejemplo, a los vikingos, que se deberían a una mera casualidad, y las expediciones emprendidas por portugueses y españoles en el siglo XV, que fueron «el resultado de una larga y lenta maduración, el fruto de una herencia cultural que recoge las aportaciones que, desde hacía siglos, venían preparadas por las varias civilizaciones de la cuenca mediterránea».
Mucho se ha escrito a lo largo de cinco siglos sobre el auténtico origen de Cristóbal Colón, sobre las circunstancias que lo llevaron a encabezar la primera expedición española al Nuevo Mundo e incluso sobre el lugar donde está enterrado. Muchos lo han hecho como resultado de investigaciones más o menos afortunadas, otros llevados por el interés, no pocos dispuestos a relativizar el descubrimiento de América, como si el hecho de que otros hubieran estado allí antes que Colón restara importancia a lo que él logró, que fue democratizar ese descubrimiento, narrarlo y abrirlo, así, al conocimiento del mundo.
El primer personaje que minimizó la aventura colombina ha sido uno de los más afortunados, porque llegó a ser más conocido y respetado que el propio Colón, y a la postre el nuevo continente adoptó su nombre como homenaje a su figura. Fue Américo Vespucio, que se apresuró a diferenciar las nuevas tierras de las Indias y publicó una obra –Mundus Novus–, de dudosa credibilidad, en la que relataba sus supuestos viajes (los dos primeros seguramente los inventó para que las fechas le beneficiaran frente al que había convertido en su rival).
A Cristóbal Colón se le ha situado naciendo en Galicia, en Portugal, en Barcelona, en Mallorca, en Ibiza y en muchos otros lugares. Se ha dicho que era hijo del príncipe de Viana, hermanastro de Fernando el Católico, se le ha relacionado con los templarios y algunos aseguran que era judío, converso o no, según la versión. Curiosa casualidad que partiera de España el mismo día que los últimos judíos expulsados por los Reyes Católicos abandonaban el país.
Su propio hijo Hernando, autor de Historia del almirante, alimenta el misterio sin despejar la duda:
Algunos, que en cierta manera piensan oscurecer su fama, dicen que fue de Nervi; otros, que de Cugureo, y otros de Buyasco, que todos son lugares pequeños, cerca de la ciudad de Génova y en su misma ribera; y otros, que quieren engrandecerle más, dicen que era de Savona, y otros que genovés; y aun los que más le suben a la cumbre, le hacen de Plasencia, en la cual ciudad hay algunas personas honradas de su familia, y sepulturas con armas y epitafios de Colombo.
Pero está demostrado que en esta biografía Hernando no trató de contar la verdad sino, más bien, idealizar a su padre eliminando cualquier dato que pudiera hacer sombra a su historial.
Las teorías sobre su lugar de nacimiento conllevan, casi siempre, una explicación al mutismo del almirante sobre su origen. Así, el Colón nacido en Barcelona era hijo de un delincuente ajusticiado, razón que lo llevó unos años a Italia, donde cambió su nombre; el Colón gallego, de Pontevedra, ocultó su procedencia por sus vínculos judíos; el mallorquín tiene vínculos familiares que no puede airear. Y no faltan el extremeño –al confundir la Plasencia italiana con la cacereña–, el suizo, el corso y algunos más.
En cuanto a la forma en que Colón descubrió América, también surgen dudas que numerosos historiadores han apoyado en la seguridad que el almirante tenía de encontrar las Indias al otro lado del océano debido a la esfericidad de la Tierra. Una de las teorías más extendidas explica que Colón salvó en cierta ocasión a un náufrago que, en agradecimiento, le hizo entrega de un mapa o, al menos, la información precisa para alcanzar tierra navegando hacia occidente, incluyendo la ruta que debía tomar. Por eso los Reyes Católicos habrían aceptado las condiciones que Colón exigió en las Capitulaciones de Santa Fe, ansiosos por lograr una ruta alternativa a la que estaban explorando los portugueses para recuperarse del gasto que había supuesto la conquista de Granada.
El primero que recogió esta leyenda por escrito, aunque no la da por cierta, fue Gonzalo Fernández de Oviedo en 1536. En su narración, el piloto habría llegado por su propio pie a tierra y Colón lo habría recogido en su casa durante unos días, hasta que falleció, no sin darle la información necesaria para que dibujara él mismo el mapa del hallazgo. Sobre el misterioso náufrago, que habría vagado durante cuatro o cinco meses por el Atlántico hasta hallar tierra, cuenta: «Unos dicen que este maestre o piloto era andaluz; otros le hacen portugués; otros vizcaíno; otros dicen que Colom estaba entonces en la isla de Madera, e otros quieren decir que en las de Cabo Verde [...]».
Fray Bartolomé de las Casas también se hizo eco de este episodio, que, como Oviedo, había oído narrar en La Española, pero tampoco le dio verosimilitud y tan sólo le dedicó unas líneas.
Quizá tratando de confundir de nuevo para no restar mérito a su descubrimiento, Hernando Colón explicó que su padre había observado, durante su estancia en las Azores, así como en otros puntos del Atlántico durante sus viajes, cómo los vientos del oeste traían restos de árboles diferentes a los de esas islas, e incluso algunos grabados con símbolos desconocidos. Asimismo, narra la llegada de dos cuerpos de aspecto asiático arrastrados por las olas. Y sobre la leyenda del piloto misterioso, la califica de falsa y la atribuye a la mezcla de otras anécdotas que difuminan los datos.
Hernando sí daba por cierta la historia de otro piloto que habría encontrado indicios de tierra más allá del océano y se lo habría contado a su padre:
Conviene que se sepa que un Martín Vicente, piloto del Rey de Portugal, le dijo que, hallándose en un viaje a 450 leguas al Poniente del cabo de San Vicente, había cogido del agua un madero ingeniosamente labrado, y no con hierro; de lo cual, y por haber soplado muchos días viento del Oeste, conoció que dicho leño venía de algunas islas que estaban al Poniente.
Y aún añadía algunas informaciones que habrían llegado a oídos de su padre:
Pedro Correa, casado con una hermana de la mujer del Almirante, le dijo que él había visto en la isla de Puerto Santo otro madero, llevado por los mismos vientos, bien labrado como el anterior; y que igualmente habían llegado cañas tan gruesas que de un nudo a otro cabían nueve garrafas de vino. Dice que afirmaba lo mismo el Rey de Portugal, y que hablando con éste de tales cosas se las mostró; y no habiendo parajes en estas partes, donde nazcan semejantes cañas, era cierto que los vientos las habían llevado de algunas islas vecinas, o acaso de las Indias [...].
En el siglo XV existían muchos mapas de rutas marítimas, y Colón, que practicaba la cartografía, conocía a muchos marineros y pudo tener acceso a algún mapa que mostrara o le hiciera intuir que existía tierra al otro lado del océano. Pero también es cierto que de todas esas cartas, las que han llegado legibles a la actualidad suscitan dudas, ya sea por falsificaciones, añadidos o errores que han sido mal interpretados, lo que impide llegar a una conclusión clara acerca del conocimiento del continente americano antes de la llegada de Cristóbal Colón.
Un elemento de controversia lo constituye el mapamundi de Piri Reis, pintado sobre piel de gacela y descubierto en 1929, como contaba Javier Sierra en un artículo publicado en junio de 1996 en la revista Más Allá, durante una inspección de los fondos del antiguo palacio imperial de Topkapi, en Estambul. Piri Reis, que llegó a ser almirante de la flota otomana en el mar Rojo y en el golfo Pérsico, lo habría dibujado en 1513 tomando como referencia otros mapas antiguos que consultó en la Biblioteca Imperial de Constantinopla.
Supuestamente, Piri Reis dibujó este mapa en 1513, y reflejó en él costas que aún no habían sido exploradas, dando pie al misterio.
Lo extraordinario de este mapa es que, según algunos expertos, traza con gran precisión las costas atlánticas de África, la Antártida, España, Gran Bretaña, Sudamérica y parte de Norteamérica, a pesar de que el continente americano no estaba suficientemente explorado aún para tal profusión datos y, no menos llamativo, que la Antártida no había sido descubierta. En el fragmento que falta suponen esos expertos que estaba dibujado el resto de Europa, además de Asia y Australia. Un mapa posterior del mismo autor, de 1528, incluye Groenlandia, Labrador, Terranova, y la costa oriental de Norteamérica. No en vano, Reis adquirió gran fama como cartógrafo y se conservan hasta doscientos quince mapas suyos.
Añade misterio, en el mapamundi datado en 1513, la delimitación de las costas de la Antártida, que aparecen tal cual son, afirman expertos en la materia, si se elimina la capa de hielo que la recubre, con un grosor de hasta un kilómetro, por lo que ciertos defensores de la autenticidad del mapa de Piri Reis estiman que está basado en datos obtenidos hace más de seis mil años. Y, no menos sorprendente, según algunos investigadores, tal precisión debía haberse conseguido mediante imágenes tomadas desde el aire.
Si esta teoría fuera cierta, no sería descabellado pensar que Cristóbal Colón hubiera tenido acceso a un mapa similar que le habría animado a emprender su aventura. Por su parte, Piri Reis confiesa en el texto que acompaña a su mapamundi que utilizó un mapa de Colón para definir las costas e islas del mar de las Antillas.
Los detractores de estas teorías creen que donde unos ven una nítida Antártida, en realidad el cartógrafo se limitó a desviar el trazo al comprobar que no le quedaba espacio suficiente para terminar de dibujar el sur americano, más allá del Río de la Plata. Y esto podría evidenciar la existencia de viajes exploratorios desconocidos por España, seguramente auspiciados por Portugal, para hacerse con una parte del pastel americano. Mientras, El Caribe sí parece estar basado en la concepción de Colón, que había transfigurado La Española empeñado en que se trataba de Cipango, y había hecho de Cuba parte del continente, convencido de que en realidad era Catay. El mapa de Colón, que no ha llegado a nuestros días, lo habrían conseguido los turcos al asaltar unas naves españolas hacia 1501.
Por otro lado, si el conocimiento de la tierra más allá del océano era tan antiguo como Gonzalo Fernández de Oviedo dejó narrado en su Historia general y natural de las Indias, los cartagineses se habrían adelantado varios siglos:
Dícese que en el mar Atlántico, más allá de las Columnas de Hércules, fue antiguamente hallada cierta isla, por algunos mercaderes cartagineses, la que jamás había sido habitada sino por bestias salvajes. Era toda una selva, llena de árboles, con muchos ríos aptos para ser navegados y abundantísima de todas las cosas que suele producir la Naturaleza, si bien distaba de tierra firme bastantes días de navegación.
Hernando Colón dedicó varias páginas de la biografía de su padre a desmontar esta teoría, achacándola a una traducción interesada del texto aristotélico, e incluso hace mofa de ella: «Podría juntarse una mentira con otra, diciendo que aquella tierra era la isla de la que Séneca, en el libro sexto de sus Naturales, hace mención, donde narra que, según escribe Tucídides, en tiempo de la guerra del Peloponeso se sumergió del todo, o por la mayor parte, una isla llamada Atlántida, de la cual hace mención también Platón en su Timeo».
A partir del mapa de Piri Reis surge otra teoría, un tanto excéntrica, que defiende el ex capitán de las fuerzas navales británicas Gavin Menzies en su libro 1421, el año que China descubrió el mundo. Según defiende, la masa de tierra que aparece al sur es, efectivamente, la Antártida, pero la fuente de la que Reis habría copiado ese trazo serían mapas chinos anteriores al descubrimiento de Colón. Menzies explica que el almirante Hong Bao cartografió la costa antártica hacia 1421 y, es más, descubrió Australia y América y dio la primera vuelta al mundo. A su regreso, el emperador había sido derrocado y su sucesor sumió a China en un prolongado aislamiento y ordenó destruir la flota y las pruebas que demostrarían todos estos hechos. Una drástica forma de renunciar a unos descubrimientos que habrían otorgado a aquella nación una hegemonía mundial similar a la que ahora, seis siglos después, vuelve a acariciar.
La que sí tiene credibilidad es la narración de la llegada de los vikingos a Groenlandia. Según ésta, y gracias a un cambio climatológico que mantuvo el mar más caliente de lo normal en esas latitudes durante dos siglos, en el año 981 el príncipe noruego Erik el Rojo atravesó el Atlántico y, tras hacer escala en Islandia, llegó a la gran isla ártica. El primer asentamiento se fundó hacia 985, y a mediados del siglo XI ya había cerca de doscientas granjas, además de iglesias y monasterios, y alrededor de dos mil habitantes llegados del Viejo Continente.
Leif Erikson, hijo de Erik el Rojo, partió de Groenlandia y exploró la costa del Labrador y el este de Norteamérica, llegando probablemente hasta el actual Estado de Maine. Pero los nativos de esa zona eran más agresivos que los inuits con los que convivían en Groenlandia, y no prosiguió su camino. En esa primera expedición, junto a treinta y cinco hombres y en una sola embarcación, como cuenta Jesús Callejo en Secretos medievales, encontraron la gran isla de Baffin, y, siguiendo su viaje hacia el sur, tras algunas semanas de navegación, hallaron una tierra cubierta de bosques, y desembarcaron en una playa, probablemente en la península del Labrador. Más al sur, encontraron verdes praderas, ríos salmoneros e incluso viñedos en la actual Terranova, cuyos pobladores los recibieron con hostilidad.
Estatua erigida en Boston, en la avenida de la Commonwealth, en honor a Leif Erikson, obra de Anne Whitney (1887).
El propio Cristóbal Colón, argumentan algunos historiadores, navegó por esa ruta noratlántica y estuvo en Groenlandia antes de su gran aventura descubridora, lo que cuadraría con sus historias sobre los mares septentrionales por los que decía haber viajado.
Sin embargo, quizá por puro desconocimiento de lo que tenían entre manos, el hecho es que el descubrimiento y colonización de esas tierras por parte de los vikingos no fructificó, ni restó relevancia al primer viaje oficial de Colón a tierras americanas. Lástima que siempre existe quien quiere empañar la realidad, y con ese fin se ha llegado a falsificar un mapa que pretendía demostrar que vikingos católicos habían evangelizado Norteamérica antes de la llegada de Colón. Como cuenta Callejo, el mapa, que se había datado en 1434 tras someterlo a las pruebas mediante carbono-14, había sido oportunamente completado en el siglo XX, con una calidad extraordinaria, y sólo la tinta utilizada para trazar estas últimas tierras delataron el engaño.
La Orden del Temple también es protagonista para algunos de un supuesto predescubrimiento de América. Nacida en el siglo XII para proteger a los cristianos que emigraban a Jerusalén tras su conquista, su declive comenzó al perder esta plaza ante los musulmanes, y la gran deuda que Felipe IV de Francia contrajo con ellos se volvió en su contra cuando el monarca logró que el papa Clemente V la disolviera en 1312. Sin embargo, la historia ha revestido de misterio a los caballeros templarios y esa circunstancia ha servido a algunos para prolongar la vigencia de la orden a lo largo de los siglos e incluso situarla en América, explotando minas de plata antes de la llegada de Colón.
Hugo de Payns, primer maestre y fundador de la Orden del Temple, que según algunos autores extraían plata de América antes de que Colón la descubriera.
En 1981, en su libro Colón llegó después, Jacques de Mahieu enumera las oleadas de europeos que, según él, llegaron a América antes que Colón: primero, un grupo de monjes irlandeses que desembarcaron allí nada menos que en el año 877 y se desplazaron a México, pero todos acabaron muriendo; en segundo lugar estarían los vikingos, que habrían llegado a Sudamérica y se habrían integrado con su población, pero algunos habrían regresado a Europa y sus mapas habrían llegado a manos de los templarios, de los portugueses y del propio Colón, entre otros; un nuevo contingente de vikingos habría alcanzado Perú hacia el año 1000; los siguientes serían los templarios, que entre 1272 y 1294 habrían comenzado a explotar yacimientos de plata en México, habrían comerciado con los vikingos y habrían logrado, de este modo, ayudar a la construcción de catedrales en Europa; por último, en 1307 habría huido a México la flota templaria tras su disolución.
Una teoría algo más reciente narra que en 1398 el príncipe escocés Henry Saint Clair llegó a América al frente de una expedición formada por doce barcos y trescientos hombres. La misteriosa capilla de Rosslyn, construida en 1446 a unos diez kilómetros de Edimburgo, serviría de prueba por los dibujos que alberga, que muestran vegetación que podría ser considerada de tipo americano.
Mapa de la supuesta ruta escocesa a América en 1398.
El escritor David Hatcher Childress insiste en la tesis templaria en su libro El secreto de Cristóbal Colón. Explica que «la orden del temple, ya oficialmente disuelta, se dispersó por toda Europa y sus miembros fueron perseguidos». Pero como mantuvieron el respeto de los guerreros de toda Europa, «fueron acogidos en muchos lugares y se les dio el refugio reservado a los héroes». En cuanto a la flota que tenían amarrada en el puerto francés de La Rochelle, habría sido avisada cuando Felipe IV «ordenó las redadas de la madrugada del 13 de octubre de 1307», y tuvo tiempo suficiente para ponerse a salvo. Esta flota, finalmente, se habría dividido en tres partes: una primera que se dedicó a la piratería en el Mediterráneo, otra que quedó en Portugal, integrada en la armada de Enrique el Navegante, y una última que se estableció en Escocia, donde muchos de sus miembros contrajeron matrimonio.
No se puede negar que esta teoría encaja con las que sitúan en Portugal y en Escocia, en el siglo XV, mapas de tierras allende el océano. Ilustraciones muy precisas que les ayudarían a ponerse a salvo de sus perseguidores, y que habrían conseguido en sus expediciones del pasado en Tierra Santa; una idea avalada por la aparición de otros mapas más recientemente, como los de Hadji Ahmed (1559) y Piri Reis (1513), hallados en archivos de Oriente Medio en 1869 y 1929, respectivamente.
El mapa del cartógrafo árabe Hadji Ahmed, datado en 1559.
Sobre el origen de Colón, este autor defiende la teoría de que era hijo del príncipe de Viana y que nació en Mallorca en 1460, y recurre a varias coincidencias con un personaje homónimo, el Cristoforo Colombo genovés, para explicar la confusión histórica que ha llegado a nuestros días. Sobre el pasado pirata, explica que su enrolamiento a los doce años lo habría puesto en contacto con antiguos templarios. Sumando el contacto con el Temple, la supuesta búsqueda de un nuevo hogar para los judíos exiliados (considerando que Colón fuera uno de ellos) y la amplia divulgación en la época de la leyenda de las siete ciudades (siete obispos portugueses habrían logrado huir de la invasión musulmana en el siglo VIII y habrían llegado a las Antillas, donde habrían fundado igual número de ciudades, e inspirarían gran número de exploraciones atlánticas siglos después), incluso resulta ya difícil pensar que Colón, de una u otra manera, no hubiera tropezado en algún momento con un mapa que le marcara su destino.
En La trama Colón, el escritor Antonio las Heras también hace un repaso pormenorizado de las numerosas teorías que circulan sobre expediciones precolombinas al nuevo continente, así como sobre el origen del descubridor. Y empieza con una suposición poco extendida hasta el momento, a pesar de las pruebas que demostrarían su certeza, que es la que cuenta las expediciones del Egipto de los faraones a aquellas tierras. Construcción de pirámides, momificación de los muertos, el calendario lunar de 370 días y restos marginales de nicotina en momias egipcias le sirven de apoyo, pero no explica la pérdida de contacto. Es más, ¿debemos suponer, sólo porque está mejor documentada, que la civilización egipcia fue la única avanzada de su época?
También relata los posibles viajes de fenicios, cartagineses, romanos y los ya comentados de turcos, vikingos, chinos, judíos y templarios. Con todo esto, cuesta no pensar en un amplio comité de bienvenida que esperara a Colón a su llegada a América el 12 de octubre de 1492.