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El misterioso origen de Cristóbal Colón

Resulta inevitable, cuando se trata sobre una figura de la talla de Cristóbal Colón, buscar sus orígenes, conocer su pasado y recuperar el rastro que la historia haya podido ir borrando. Desgraciadamente para aquellos perfeccionistas, amantes de las simetrías y del orden de las cosas, cuando hablamos del nacimiento del protagonista del viaje más importante de todos los tiempos hasta que el hombre pisó la luna, casi quinientos años después, no podemos más que hacer una apuesta fuerte por una fecha y un lugar, aun así sólo aproximados.

EL RASTRO DE UNA BIOGRAFÍA SESGADA

La importancia de Colón ha sido suficiente a lo largo de los siglos para que historiadores, investigadores y eruditos, pero también otros sujetos interesados en reinventar la verdad en su beneficio, hayan estudiado sus orígenes para intentar dilucidar tan básicos datos. Resulta llamativo que una mayoría de ellos culpe a Hernando, el segundo hijo de Colón y autor de la primera biografía oficial sobre el personaje, de haber enturbiado los orígenes familiares borrando todo posible rastro.

Hay que reconocer, sin embargo, que la obra de Hernando Colón, aunque plagada de inexactitudes que adornan la vida y los orígenes de su padre, es auténtica y una imprescindible referencia para conocer a Cristóbal Colón. Hernando no llegó a ver publicada su Historia del almirante. De hecho, esta no vio la luz hasta treinta y dos años después de su muerte, en 1571. La falta de esta obra, que tantas dudas habría disipado, permitió que proliferaran las biografías apócrifas. Incluso su tardía publicación alimentó las dudas sobre su autenticidad y hubo que esperar a que se imprimiera la Historia de las Indias, de fray Bartolomé de las Casas.

Del hijo ilegítimo tomamos como buena la descripción que hizo de Cristóbal Colón en su tercer capítulo, por ser la única que tenemos de primera mano, pues de los retratos que han pasado a la posteridad no está demostrado que se hicieran con el descubridor como modelo, sino, más bien, a través de descripciones como esta. No debemos olvidar, al leerla, la profunda admiración que Hernando sentía por su padre:

Fue el Almirante hombre de bien formada y más que mediana estatura; la cara larga, las mejillas un poco altas; sin declinar a gordo o macilento; la nariz aguileña, los ojos garzos; la color blanca, de rojo encendido; en su mocedad tuvo el cabello rubio, pero de treinta años ya le tenía blanco. En el comer y beber y en el adorno de su persona era muy modesto y continente; afable en la conversación con los extraños, y con los de casa muy agradable, con modesta y suave gravedad. Fue tan observante de las cosas de la religión, que en los ayunos y en rezar el Oficio divino pudiera ser tenido por profeso en religión; tan enemigo de juramentos y blasfemias, que yo juro que jamás le vi echar otro juramento que «por san Fernando», y cuando se hallaba más irritado con alguno era su reprehensión decirle: «do vos a Dios, ¿por qué hiciste esto o dijiste aquello?»; si alguna vez tenía que escribir, no probaba la pluma sin escribir estas palabras: «Jesús cum María, sit nobis in via»; y con tan buena letra que sólo con aquello podía ganarse el pan.

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Los diferentes retratos que se han hecho de Cristóbal Colón están basados en descripciones escritas, pero muestran rasgos comunes que lo hacen reconocible.

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En la descripción de su padre, Hernando Colón hablaba de «cara larga, mejillas un poco altas, nariz aguileña, ojos garzos y cabello rubio, que ya a los treinta años se había vuelto blanco».

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Con estos datos y otros, como el que hablaba de su modestia, reflejada en sus ropas, se tuvieron que conformar los numerosos retratistas de Cristóbal Colón, ya que ninguno de ellos fue contemporáneo del navegante.

El dominico De las Casas tuvo acceso a la obra de Hernando Colón y, sin poner en duda su autenticidad, la utilizó como base documental e incluso copió literalmente algunos pasajes. Fray Bartolomé había empezado a escribir su libro en la isla La Española aproximadamente en 1527, pero no le prestó demasiada atención hasta veinte años después, y fue entre 1550 y 1563 cuando escribió el grueso de su relato. No obstante, el celoso fraile depositó el manuscrito en el Colegio de San Gregorio de Valladolid y dio instrucciones precisas de que no se publicara hasta al menos cuarenta años después de su muerte, plazo que finalmente se alargó hasta los trescientos años. Precisamente, la Real Academia de la Historia imprimió su obra para probar la validez del libro del hijo ilegítimo de Cristóbal Colón y cerrar una polémica que duraba ya casi cuatro siglos.

No obstante, la polémica no se ha cerrado hasta hoy y aún sigue habiendo quienes ponen en duda los orígenes del almirante. En cuanto a la autoría de Hernando Colón, otro hecho parece apoyarla, y es que su relación del cuarto viaje a las Indias, en el que acompañó a su padre, indica detalles precisos que no habría sabido incorporar quien no hubiera formado parte de aquella expedición.

GÉNOVA SÍ, PERO NO

Pocos argumentos quedan ya a quienes niegan que Cristóbal Colón nació en la ciudad de Génova. Según la línea marcada por la teoría genovista oficial, que ha sobrevivido a los siglos a pesar de sus numerosas imperfecciones, nuestro personaje llegó al mundo con el nombre de Cristoforo Colombo. La datación más aceptada asegura que vino al mundo en 1446, aunque no son pocos los historiadores que prefieren hablar de 1451, especialmente los más acérrimos defensores de esa teoría genovista. El propio Colón dio escasísimas referencias a lo largo de su vida acerca de sus orígenes, pero basta leer el mayorazgo de 1498 para confirmar su lugar de nacimiento. «Siendo yo nacido en Génova, les vine a servir aquí en Castilla», dice dirigiéndose a los reyes Isabel y Fernando. Y más adelante añade una voluntad hacia los futuros herederos del mayorazgo: «[...] que tenga e sostenga siempre en la Ciudad de Génova una persona de nuestro linaje que tenga allí casa e mujer [...], pues de ella salí y en ella nací».

Según la teoría genovista, Domenico Colombo y Susanna Fontanarossa tuvieron cuatro hijos y una hija. Su humilde empleo de tejedores puede estar entre las razones del almirante para ocultar su pasado, aunque económicamente el negocio resultaba rentable y la familia, sin ser rica, no pasó ningún tipo de apuros. Si bien su hermana y uno de sus hermanos eran mayores que él, pronto fallecieron y Cristoforo ejerció de primogénito; tras él estaban Bartolomé y Diego.

Enfrentados a un destino que los había elegido para continuar con el negocio familiar, según esta misma tesis, Cristóbal y Bartolomé mostraron desde muy jóvenes una marcada vocación hacia la vida en el mar, y sólo Diego mantuvo el oficio de tejedor, para años más tarde decantarse por su vocación religiosa y hacerse clérigo, aunque no ordenado.

Parece ser que entre los catorce y los quince años el joven Cristóbal ya estaba embarcado como grumete. Su precocidad podría hacer suponer un escaso apego a los estudios, pero el gusto por materias como la geografía, la cartografía y las matemáticas, que estudió con fruición, añadieron a su formación marítima unos conocimientos esenciales y un gran interés por los viajes y por las teorías que ya empezaban a circular sobre la esfericidad de la tierra. Sus estudios, sin duda, contribuyeron a hacer de él un marino reconocido.

El emplazamiento marítimo hacía de la ciudad Estado de Génova un importante puerto comercial en el Mediterráneo, y sin duda esta afición del joven Cristóbal era muy común entre aquellos que querían labrarse un futuro prometedor. Muchos años después, en 1501, escribiría: «De muy pequeña edad entré en la mar navegando, e lo he continuado fasta hoy... Ya pasan de cuarenta años que yo voy en este uso. Todo lo que fasta hoy se navega, todo lo he andado».

¿PADRE TEJEDOR O MERCADER?

En contra de esta teoría genovista, hay que decir que las más modernas investigaciones hablan de una confusión de documentos, atribuidos todos a la familia del tejedor Domenico Colombo, cuando en realidad había dos familias homónimas con un padre de nombre Domenico. En este caso, Cristóbal Colón sería en realidad hijo de un mercader, lo que ciertamente explicaría mejor su vocación marinera, como la de su hermano Bartolomé. En cuanto a Diego, la teoría genovista traduce su nombre de Giacomo, que generalmente pasa al castellano como Santiago, Jaime o incluso Jacobo, antes que como Diego. Este personaje tampoco encaja en la teoría genovista, pues una diferencia de edad de hasta quince años complica la identificación del joven tejedor con el futuro clérigo.

El investigador y genealogista Alfonso Enseñat de Villalonga habla del origen escocés de la familia, una de cuyas ramas acabó estableciéndose en Génova. Colonne de origen, las costumbres de los mercaderes, banqueros y navegantes de la época hacían que muchos de ellos renunciaran a su apellido para tomar el del albergo al que estaban afiliados, que por su parte tenía el nombre de la familia más destacada. El albergo era una suerte de organización empresarial unida por lazos familiares y económicos. Sería así como que la familia Colonne habría pasado a ser Salvago. Y como un joven Pietro Salvago, recuperando la anterior denominación, habría llegado a llamarse Cristóbal Colón.

Debemos tener en cuenta que una de las escasísimas menciones que Colón hizo en vida acerca de sus orígenes la dejó escrita en la institución secreta del Mayorazgo de 1498, cuando dijo que era genovés. Es perfectamente creíble que, fiel a un espíritu comerciante heredado de varias generaciones, prefiriera sentirse ciudadano de ningún lugar. Se trata de un personaje aventurero y tenaz, que se puso al frente de un proyecto ambicioso en busca de patronazgo, de un monarca que abanderara su misión y le otorgara unos beneficios que él mismo no podría arrogarse.

También es importante considerar que, aunque genovés de nacimiento, el tiempo que Colón pasó en aquella tierra fue tan corto, que ni tan siquiera hablaba con soltura el dialecto de Génova, diferenciado del italiano del resto de la península y que, a decir verdad, ni siquiera tenía una forma escrita. Las lenguas que siempre dominó fueron el portugués y el castellano, aunque, como hombre de mar, se defendía más o menos en muchas otras. Es curioso que, a pesar de su tardía llegada a Castilla, ya con cerca de cuarenta años, el castellano fuera el idioma que mejor dominaba y el que utilizaba para sus escritos, no así el portugués, aunque escribía muchos portuguesismos.

PECADOS DE JUVENTUD

La teoría de Alfonso Enseñat, muy bien construida después de muchos años de investigaciones, viene a poner nombre a lo que numerosos historiadores no han osado describir como más que un «oscuro pasado». Enseñat arremete contra muchos investigadores, empezando por el estadounidense Henry Harrise, a los que acusa de distorsionar la biografía de Colón despreciando los escritos de su hijo natural.

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Su pasado pirata podría explicar los cambios de nombre que añaden misterio a la vida de Colón.

Y es que los estudios de Enseñat lo han llevado a dar por ciertas muchas de las aseveraciones que Hernando hace en su Historia del almirante, hasta llegar a la conclusión de que Cristóbal Colón tuvo un pasado de pirata y corsario, en ocasiones contra la Corona de Aragón, que le habrían deparado un recibimiento muy diferente al que le dieron los Reyes Católicos a su llegada a Castilla.

Contaba Hernando que su padre navegó muchos años con un corsario de su mismo nombre y familia, un corsario que podría ser Cristoforo Salvago, capitán de la nave corsaria Pasquerius, con la que Colón naufragó en 1476 frente al cabo de San Vicente, en Portugal. Cuando hablamos de corsario, no nos estamos refiriendo a ninguna forma de pirateo, sino, en este caso, a una suerte de escolta marítima que acompañaba a expediciones que surcaban mares complicados, más por la presencia de fuerzas enemigas que por la dificultad de las aguas.

Este hecho vendría a corroborar la tesis de Enseñat, que defiende que Cristóbal Colón había tomado su apellido, Colonne, el anterior de su familia, cuando esta utilizaba ya, al nacer él, el apellido Salvago. El albergo Colonne se formó en 1403, y entre las familias que a él se asociaron estaban los Scotto. Procedentes de Escocia, a este linaje pertenecería nuestro personaje. Originalmente Douglas, llegaron a Lombardía y, por su procedencia, fueron conocidos como los Scotto hasta que en 1429 se unieron a los Colonne. Cuando en 1453 empezó a desaparecer este albergo, se unieron a los Salvago.

Como apoyo a esta tesis podemos ver cómo a lo largo de su vida Colón se relacionó constantemente con los Salvago. En 1461, con catorce años, en su primer embarque Cristóbal viajó en la nave mandada por el que, según esta teoría, sería su tío Imperiale Doria. En 1476 también viajó con el capitán Cristoforo Salvago, quien le mostró la ruta de Flandes y lo adiestró en la navegación por el Atlántico. Al mismo Cristoforo iría a visitarlo a Sevilla en 1484, a su llegada a Castilla. También el banquero Baliano Salvago entabló relación con Colón en Sevilla entre 1486 y 1492, y su socio, Francesco Sopranis de Riberol, se convertiría después en su banquero y procurador.

El padre de Cristóbal Colón sería de este modo Domenico Scotto, que en 1429, a los quince años, pasó a llamarse Domenico Colonne, y en 1445 se casó con Mariola Salvago, la que sería más tarde la madre del descubridor, y adoptó su apellido. Pero una vez desentrañado el misterio, nos topamos con otro imprevisto. Al estudiar el árbol genealógico, descubrimos que ninguno de los hijos del matrimonio se llamaba Cristoforo, y que el primogénito, virtud que se le supone a nuestro personaje, fue bautizado Pietro.

Gracias a los estudios de Enseñat, podemos decir hoy que el Cristóbal Colón del que hablamos nació con el nombre de Pietro Salvago, y que con el tiempo y debido a una serie de vicisitudes acabó adoptando el nombre con el que pasó a la historia. Y lo demuestra con escritos que en algún momento a lo largo de los siglos se han interpretado como erróneos, como el de Lucio Marineo Siculo, cronista del emperador Carlos V, que en 1530, en De las cosas memorables de España, aseguró que los Reyes Católicos, «después de conquistar Canaria, enviaron a Pedro Colón a descubrir otras islas mucho mayores». El humanista portugués y sacerdote Gaspar Frutuoso, en Saudades da Terra, también en el siglo XVI, a través de sus investigaciones en los archivos de la isla La Graciosa en el archipiélago de las Azores, relató su descubrimiento de que «Hiscóa Perestrello, esposa del capitán de la isla de La Graciosa, era cuñada del Pedro Colombo que descubrió el Nuevo Mundo, pues estaba casado con Filipa Moniz Perestrello, hermana de aquella».

PORTUGUÉS DE ADOPCIÓN

A partir de la tesis que estamos analizando, la llegada de Colón a Portugal no ocurrió a raíz del naufragio de 1476 frente a sus costas. Según Enseñat, su padre, Domenico, fue despojado de sus posesiones en Parma y en 1451 acudió a Lisboa para relevar a su familiar Bartolomeo Marabotto en sus negocios. Tenía entonces el joven Pietro cinco años, y se criaría en un ambiente de importantes relaciones sociales que le permitirían, con los años, tener acceso al mismísimo rey de Portugal. Algunas etapas de su aprendizaje trascurrieron en su tierra natal, pues su padre lo envió allí a estudiar. De este modo, aprendió a leer en el convento de los padres dominicos de Santa Maria di Castello en 1453 y 1454, y ante sus buenas dotes, a propuesta de los frailes, terminó sus estudios primarios en otro convento de la misma orden en Pavía, San Giovanni in Canale, con mejores medios. Allí aprendió aritmética, geometría, geografía, astronomía y, según los escritos de su hijo, «estudió lo bastante para entender a los cosmógrafos, a cuya lección fue muy aficionado, por lo cual se dedicó también a la astrología y la geometría». Otra afición que comenzó entonces fue la lectura, que, además de la Biblia, que leyó con fruición a lo largo de sus días, le llevó a atesorar una cantidad de libros tal, que su hijo Hernando, que continuó este gusto por los libros, llegó a reunir la mayor biblioteca privada de su tiempo. No en vano, Hernando dejó en herencia a la catedral de Sevilla, después de que su sobrino Luis renunciara a ella, un total de 15.370 volúmenes con la indicación de «que vuestra señoría dé cada año cien mil maravedíes para reparo de ellos y de una persona que tenga cargo de ellos y de limpiallos».

Continuando en este relato de su juventud, el joven Pietro, ya con trece años, regresó al convento genovés de Santa Maria di Castello después de un año en el que perdió a su madre y vio a su padre casarse de nuevo. Su madrastra sería Bianchetta Spinola de Luccoli. El hermetismo que acompañó toda su vida a Cristóbal Colón nos impide conocer cómo pasó esa época, sin duda muy dura para un niño que apenas había vivido sus primeros años junto a su familia. En 1461, después de completar sus estudios, se enroló por primera vez, y lo hizo en el barco comandado por su tío Imperiale Doria, con el que viajó a la isla de Chipre.

Su interés por el mar lo llevaría a completar sus estudios de geografía y cosmografía, que lo ayudarían a ser un gran navegante. Mientras, en 1466, expiró la concesión comercial que mantenía a Domenico Salvago en Lisboa y este regresó a Génova, donde fallecería en 1485.

No ocultó Colón a los Reyes Católicos su pasado de corsario –aunque sí algunas de sus misiones–, ocupación en la que tanto su hijo Hernando como Bartolomé de las Casas lo calificaron de célebre. Según la obra de Hernando, su padre fue corsario al servicio de René d’Anjou, conde de Provenza, entre 1467 y 1470. También en 1476, cuando su barco naufragó frente a las costas de Portugal, navegaba Colón prestando «conserva» a un convoy que fue hundido por una escuadra francesa.

¿CORSARIO O PIRATA?

Si Colón no ocultaba su pasado de corsario, ¿qué era lo que tan celosamente callaba? Las confusiones de los historiadores acerca de las primeras etapas en el mar de Colón vienen de las referencias a otros navegantes de diferente ralea, desde el Cristoforo Salvago al que ya hemos visto hasta el pirata Vincenzo Colombo, con el que algunos han intentado relacionarlo para desespero de los que querían encontrar un limpio historial en la carrera del gran descubridor. Enseñat da credibilidad a este capítulo, que enmarca en los primeros años de vida marítima de Colón, entre 1461 y 1469. Asegura el investigador que Colón, enrolado junto al sanguinario pirata, usaba ya el apellido Colonne para no manchar el de su prestigiosa familia, y, más tarde, asimilando las reglas de los albergos genoveses, terminó transmutándolo para convertirlo en Colombo, igual que el del hombre a cuyo mando navegaba y con el que se curtió en las artes de la mar. En esos años conoció al detalle el pilotaje en el Mediterráneo y aprendió a leer y a confeccionar las cartas de navegación.

Cuando el aún joven Cristóbal abandonó la piratería, mantuvo el apellido de su etapa anterior, que le daba prestigio como experimentado navegante, y comenzó a prestar servicio de corsario para diversos personajes, algunos de ellos enemigos de la Corona de Aragón, otro de los episodios que velaría años más tarde. Entre ellos, su asociación a la Orden de San Juan de Jerusalén y de Rodas y, más tarde, al condestable don Pedro de Portugal.

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Imagen que representa a Cristóbal Colón tomando mediciones sobre un globo terráqueo, un posible anacronismo que se apoya en los avanzados conocimientos cartográficos que fue adquiriendo el navegante con los años.

Queda una duda por resolver, y es por qué también cambió su nombre, de Pietro a Cristóbal. Parece ser que tras su etapa de pirata, una vez que dispuso mantener el apelativo de Colombo, Pietro decidió entonces cambiar su nombre, y en un período de misticismo en que decía «llevar a Cristo», eligió el nombre de Cristóbal, que tiene justamente ese significado. Al casarse en 1479 con Filipa Moniz Perestrello, cumpliendo los cánones de la Iglesia católica, recuperó el nombre con el que fue bautizado, para volver a usar el que le conocemos cuando llegó a Castilla en 1484.

Su habilidad para limpiar su pasado a ojos de los demás le valió para no acabar del mismo modo que su antiguo compañero de fatigas, el pirata Vincenzo Colombo, que fue ahorcado en Génova el mismo año que él llegó por primera vez al continente americano.

En 1474, Colón salió del Mediterráneo y se enfrentó a unas aguas más difíciles, un nuevo reto en su carrera. En sus comienzos en esta nueva aventura se enroló junto a su pariente Cristoforo Salvago, que le mostró la ruta de Flandes y le enseñó a sortear las aguas del Atlántico. El fracaso de su misión de escolta en agosto de 1476 se saldó con el hundimiento de gran parte de la flota, un naufragio del que casi milagrosamente Colón salvó la vida agarrado a un remo con el que llegó a tierra. Después de los meses que precisó para recuperarse, completó de nuevo la ruta de Flandes y posteriormente enfrentó un nuevo viaje que le marcaría, y que curiosamente estuvo a punto de llevarle hasta Groenlandia. Se trata de una expedición a Islandia, desde donde hizo un viaje hacia occidente en busca de bancos de bacalao.

Sobre ese viaje a Islandia recogió Hernando Colón en su Historia del almirante un escrito que atribuyó a su padre:

Yo navegué el año de cuatrocientos y setenta y siete, en el mes de Hebrero, ultra Tile, isla, cien leguas, cuya parte austral dista del equinoccial setenta y tres grados, y no sesenta y tres, como algunos dicen, y no está dentro de la línea que incluye el occidente, como dice Ptolomeo, sino mucho más occidental, y a esta isla, que es tan grande como Inglaterra, van los ingleses con mercadería, especialmente los de Bristol, y al tiempo que yo a ella fui, no estaba congelado el mar, aunque había grandísimas mareas, tanto que en algunas partes dos veces al día subía veinte y cinco brazas, y descendía otras tantas en altura.

UN MATRIMONIO VENTAJOSO

Después de este viaje inusual, Colón siguió haciendo la ruta de Londres y Flandes y luego fue contratado para transportar azúcar de Madeira a Génova, vía Lisboa y Cádiz. En sus estancias en Madeira conoció a Bartolomé Perestrello, capitán donatario de la isla de Porto Santo, que le acompañó en un viaje a Lisboa y le dio a conocer a su hermana Filipa, con la que se casaría en 1479. Vivía la joven en el Monasterio de Todos los Santos, perteneciente a las monjas de la Orden Militar de Santiago. En él solían internarse las esposas e hijas de los caballeros de Santiago cuando estos emprendían la guerra contra los musulmanes.

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La casa donde vivió Colón en Porto Santo, y en la que nació su hijo Diego, aún se mantiene en pie.

Resulta muy complicado pensar, por cierto, que el hijo de un tejedor contrajera matrimonio con una noble, en una época en que este tipo de uniones no se daban. Filipa procedía, por parte de su madre, de la poderosa familia Moniz, fundada por Egas Moniz, que fue gobernador de Portugal en el siglo XII junto a su primer rey, Alfonso Enríquez. Por la rama paterna, el origen, italiano, también era noble, y su padre había obtenido la capitanía hereditaria de la isla de Porto Santo, junto a la de Madeira, que el año que Colón la conoció había pasado a Bartolomé, quien los reunió por vez primera. La isla había sido descubierta por João Gonçalves Zarco y Bartolomé Perestrello, quien había sido su primer capitán donatario. Este adoptó el apellido de su tercera mujer, Isabel Moniz, la cual vendió los derechos de su marido sobre Porto Santo tras heredarlos cuando este falleció. Sin embargo, su hijo logró recuperarlos en 1473. La familia estaba emparentada también con el arzobispo de Lisboa.

El matrimonio fue corto y casi no pasaron tiempo juntos, pero sirvió a Colón para obtener la nacionalidad portuguesa y comenzar a mandar naves con la bandera de este país, con las que viajaría a África. Primero se establecieron en Porto Santo y más tarde en Funchal. Explica fray Bartolomé de las Casas que eligieron residir en Porto Santo «por ventura por sola esta causa de querer navegar, dejar allí su mujer, y porque allí en aquella isla y en la de Madera, que está junta, y que también se había descubierto entonces, comenzaba a haber gran concurso de navíos sobre su población y vecindad, y frecuentes nuevas se tenían cada día de los descubrimientos que de nuevo se habían».

En 1482 el navegante se unió, con su hermano Bartolomé, a la expedición encomendada por Juan II de Portugal a Diego Cao para descubrir nuevas tierras en el golfo de Guinea y abrir la ruta hacia India. De paso por Madeira, tocando a su final 1483, Cristóbal vio a su hijo Diego, de apenas tres años de vida, y dejó de nuevo encinta a su mujer. Sería su último encuentro, pues nueve meses después madre e hijo fallecieron en el parto. Diego quedó al cuidado de otros familiares hasta que su padre lo recogió poco después.

Durante la ausencia de Colón sucedió otro episodio oscuro que precipitaría su salida de Portugal. Parece ser que se vio envuelto por sus lazos familiares, aunque él no habría tomado partido en ningún momento, ni tan siquiera habría tenido conocimiento sobre el asunto. Ocurrió que la familia de su ya difunta mujer se vio involucrada en la conjura urdida por el tercer duque de Braganza y el duque de Viseu, cuñado del rey Juan II, para derrocar a este. Avisado a tiempo de que podría verse implicado, en 1484 Colón huyó a Castilla.

EL SUEÑO DE UNA NUEVA RUTA

El proyecto colombino de navegación hacia el poniente comenzó a tomar forma entre finales de los años setenta y los primeros ochenta del siglo XV, movido, a decir de su hijo Hernando, por tres causas: «Fundamentos naturales, la autoridad de los escritores y los indicios de los navegantes». A lo largo de los siglos, los intelectuales, desde los hombres de ciencia a los filósofos y los teólogos, se habían empeñado en asegurar que la tierra era plana y limitada por un mar innavegable que se tragaba a todo aquel que osaba aventurarse entre sus terribles abismos y unos supuestos monstruos voraces.

La afición del marino a la lectura influyó en la formación de su plan de navegar hacia occidente. Los griegos, en el siglo IV antes de Cristo, ya habían formulado una teoría sobre la esfericidad de la tierra, y el primero que calculó la longitud de la circunferencia terrestre fue Eratóstenes, que la estimó en cuarenta mil kilómetros, ciertamente una cifra más aproximada que las que se barajaban en tiempos de Colón. En 1175, con la traducción del árabe al latín del Almagesto de Ptolomeo, se comenzó a recuperar la idea de la esfericidad de la tierra. El oscurantismo de la Edad Media, con la influencia de la Iglesia, había hecho retroceder los conocimientos de geografía y, de hecho, se había vuelto a utilizar la teoría de que la tierra era un disco plano. La obra de Ptolomeo, un compendio del saber griego sobre el universo, contribuyó decisivamente a que el mundo saliera de su error.

No sólo esta obra fue referencia para Colón: también se alimentó de la otra gran obra de Ptolomeo, La geografía, así como del Opus Majus de Roger Bacon (1269), del Imago Mundi de Pierre d’Ailly (1410), de la Historia rerum ubique gestarum del papa Pío II, que habla de la navegación rodeando África, y del Libro de las maravillas de Marco Polo.

Entrado el siglo XV, ya eran pues muchas las voces eruditas que habían defendido la esfericidad de la tierra, pero sólo nuestro Colón se atrevió a llegar tan lejos. Lo que realmente se discutía por entonces, más allá de si la tierra era plana o esférica, eran las distancias, el tamaño real de nuestro planeta. De hecho, esta parece ser la razón principal por la que el rey luso rechazó, sin dudarlo, patrocinar la expedición, además de las ambiciosas pretensiones políticas y económicas de Colón. Sus expertos aseguraban que la distancia para llegar a las hipotéticas tierras del lejano occidente o, como las denominaban ya entonces, de oriente, era de al menos el doble de lo que resultó ser finalmente. No falta otra teoría sobre el rechazo portugués, basada en que Colón quería atravesar el océano desde las islas Canarias, pues conocía ya los vientos alisios que de allí partían y le ayudarían en su navegación; no obstante, el monarca luso, celoso de que la letra del Tratado de Alcaçovas, que repartía el Atlántico entre Castilla y su país, le perjudicara, pretendía que saliera de Madeira, a lo que Colón se negó en redondo.

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Ratificación del Tratado de Alcaçovas.

EL MISTERIOSO RECHAZO DE PORTUGAL

Juan II no comenzó su reinado hasta 1481, si bien su padre, Alfonso V, ya lo había nombrado en 1470 jefe de los servicios de las expediciones y los descubrimientos, una suerte de ministerio en el que trataría de seguir los pasos de su antecesor Enrique el Navegante. En ese puesto, ya en 1474 había conocido las teorías del matemático, físico y humanista florentino Paolo del Pozzo Toscanelli, que aseguraba que llegar a las Indias por occidente era más sencillo y rápido que por oriente. Tanto se interesó el futuro rey, que hizo al canónigo Fernao Martins, el que se lo había hecho conocer, escribirle para obtener informes detallados.

El propio Toscanelli relató lo acaecido:

[...] un mapa hecho por mis propias manos, en el que están dibujados vuestros litorales e islas desde las cuales podréis empezar vuestro viaje hacia el oeste y los lugares a los que debéis llegar y la distancia al Polo y la línea Equinoccial a que debéis ateneros y cuántas leguas habréis de cruzar para llegar a aquellas regiones fertilísimas en toda suerte de aromatas y de gemas; y no os extrañe que llame Oeste a la tierra de las especies, siendo así que es usual decir que las especies vienen de Oriente, porque el que navegue a Poniente por el hemisferio inferior hallará siempre aquellas partes al Oeste, y el que viaje por tierra en el hemisferio superior las encontrará al Oriente.

Pese al interés de Juan II, no quiso comprometerse precipitadamente y nombró una comisión de expertos para estudiar la cuestión. Esta comisión determinó la inviabilidad científica del plan de Toscanelli, mientras que la inviabilidad económica terminó de convencer al príncipe de que la mejor opción era seguir explorando una vía marítima por el perfil del continente africano, donde ya habían invertido ingentes recursos.

La seguridad que Colón demostró siempre en sus aseveraciones tenía una posible razón en su amor por el mar. Durante sus largos años embarcado, el futuro descubridor nunca dejó de mirar las estrellas, comprobar la posición de los astros desde los diferentes puntos por los que pasaba y hacer cálculos de un modo incansable para determinar un modo de medir las distancias y calcular el grado de curvatura de la tierra. Es posible que el marino hubiera tenido acceso, de un modo fraudulento, a la carta de Toscanelli, aunque sus mediciones eran diferentes de las de aquel y no menos erróneas.

Cuando Colón acudió en 1483 ante Juan II, ya rey, para proponerle un proyecto similar al de Toscanelli, el rey lo atendió interesado y, al igual que había hecho con el anterior, sometió la idea a una junta de expertos, que igualmente lo desestimó. Los portugueses, como hemos visto, ya habían optado por una ruta segura, rodeando el continente africano, que dominaban a la perfección. Y las exigencias de Colón, que pretendía obtener un gran beneficio de su expedición, les parecieron asimismo demasiado ambiciosas, sin caer en la cuenta de que –otra gran duda que nos ha dejado nuestro personaje– tal seguridad en sus posiciones podía deberse a que no hablaba de hipótesis, sino que sabía perfectamente que al otro lado del océano había una tierra por conquistar, como si él mismo ya hubiera estado allí. Claro que quizá no contó al rey portugués todo lo que sabía, y se limitó a ofrecer unos datos que a sus expertos les parecieron fáciles de rebatir.

Por otro lado, Colón no pudo ser tan paciente y persuasivo con el rey portugués como lo sería más tarde en Castilla, porque tras su fallido intento en 1483 tuvo que salir precipitadamente de su país adoptivo por la persecución que sufrió su familia tras la conjura destapada contra Juan II.

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Antiguo mapa de las islas Canarias en el que se aprecian, al norte, las islas de Madeira y Porto Santo, de donde el monarca portugués quería que partiera Colón.