{capítulo 16}

Ward se fue. Ángelo se quedó. Molly y Alice parecieron no darse cuenta del intercambio de Lexi con Ward, y su estómago le decía que los poderes de distracción de Ángelo eran los responsables de eso. Poderes de protección, pensó. Se preguntó entonces si tal vez él podía proteger a su familia de su pasado. De Grant. De Ward. Quizá era por eso por lo que él estaba allí, enviado por Dios, aunque él no lo supiera.

El odio de Lexi hacia Grant aumentó tras la marcha de Ward. Él la había metido en este lío abandonándola en su matrimonio aun antes de dejarla. Su animosidad hacia Norman también se intensificó. Le culpó por seducirla, y después el odio que sentía hacia sí misma también se expandió por permitirle hacerlo. Pasó la tarde en medio de una bruma, preguntándose qué podía haber hecho de forma distinta para evitar que Molly terminara en una situación tan peligrosa.

Descaradamente le pidió a Ángelo que se quedara con su madre y su hija mientras ella iba a trabajar. Pensar en Alice y en Molly solas, con Alice tan deseosa de meter a Ward en la casa, asustaba a Lexi. Ángelo reaccionó con entusiasmo, como si hubiera estado esperando que ella se lo pidiera porque temiera ofenderla si él se ofrecía primero.

—Al parecer, Ward es un asesino en serie —Lexi le susurró a su madre para que Molly no lo pudiera escuchar. Ángelo había salido de la habitación para lavarse las manos antes de comer.

Alice pareció escandalizada.

—No lo es —dijo—. Es totalmente decente.

La mente de Lexi se fue hacia Norman.

—Los asesinos en serie suelen serlo, ¿no te parece?

—Por todos los cielos, Lexi. ¿Qué sabrás tú de eso?

—Tú eres la que pasa todo el tiempo preocupándose por lo que va a salir mal, mamá. Sólo por esta vez, hubiera estado bien si hubieras sido una paranoica total.

—Está bien, dime qué va mal con Ward. Debe de haberme contado la verdad sobre ustedes, de que les conocía desde hace tiempo. ¡Tenía una foto! Cuéntame sus grandes y perversos secretos.

Lexi miró a Molly, que estaba rebuscando en su ensalada los trozos de beicon, escuchando a pesar de la voz baja de Lexi. En aquel momento no había ninguna buena razón que ofrecerle, ninguna respuesta que no llevara a la verdad del porqué de la muerte de Tara. Lexi no estaba preparada para sacar a la luz su propia culpa ante nadie. Tenía que haber otro camino.

—Es pájaro de mal agüero, mamá.

—Sí, eso ayuda. —Alice fue hacia el fregadero para lavarse las manos.

—Mamá, espera —dijo ella, temiendo de nuevo el cieno negro. Alice abrió la palanca del grifo. El agua salió clara.

—En serio, Lexi, estoy mucho más asustada de ese Ángelo.

—¡Tienes que estar bromeando!

—No lo hago. Es enorme. Monstruoso. Podría aplastarme con su pulgar. Y no es ni la mitad de apuesto que tu amigo Ward.

Lexi pestañeó. Apuesto y Ward no podían estar en la misma frase. ¿Aquella era su razón para confiar en él?

—Bueno, los hombres apuestos nunca han sido responsables de ningún mal en el mundo, ¿verdad?

Alice agitó las manos para secarse y alargó la mano para tomar un trozo de papel de cocina. El agua negra de las tuberías había desaparecido como la pintura en la ventana. Lexi estaba aprendiendo a marchas forzadas a no confiar en sus ojos más de lo que confiaba en Ward.

—No seas descarada. Si escuchamos nuestras corazonadas, Lexi, tengo que hacerle caso a la mía. Ese Ángelo me da escalofríos.

—¡Salvó la vida de Molly!

—Por casualidad. Mantén los ojos abiertos. Espero que no te hayas fijado en él.

—¡Mamá!

—¿Le conoces desde hace cuánto? ¿Dos días?

Lo confirmara o lo negara, tenía las de perder. ¿Desde cuándo conocía a Ward? ¿Hacía ocho años?

Molly las miraba y Lexi deseaba que no conociera el significado de «fijarse en alguien».

—¿Vas a salir con él, mamá? —preguntó Molly.

—¡No!

Lexi pensó que su respuesta había sido demasiado rápida, demasiado enfática, porque cuando Ángelo regresó del baño, Molly le frunció el ceño.

Medio kilo de arándanos no servirían para mucho.

—¿Tuvieron tú y Gina la oportunidad de ver la película antes de que enfermara? —preguntó Lexi.

Molly negó con la cabeza y pinchó una hoja de espinaca.

—Tal vez la podemos ver mañana por la mañana.

Eso significaría saltarse la iglesia. Hubo un tiempo en que todos los Grüggen habían acudido en tropel a la iglesia los domingos por la mañana, porque aquella era su rutina. En algún momento debieron decidir que preferían el periódico y el café a los boletines de la iglesia y los refrigerios. Honestamente, Lexi aún prefería el periódico y el café, y ella y Molly en aquellos tiempos no iban mucho a la iglesia Freshwater en High Country: las nueve de la mañana llegaban muy pronto tras acostarse a las tres de la madrugada.

Molly se encogió de hombros. Lexi suspiró.

Además de la posibilidad de que Ward regresara mientras ella estaba fuera, Lexi le había pedido a Ángelo que se quedara por si a Alice se le ocurría la idea de invitar a Grant. No serían necesarias muchas súplicas por parte de Molly para persuadirla de ello. Grant ya era suficientemente temible sin Ward en escena. Ahora que Lexi creía que ambos hombres nunca habían separado sus caminos, necesitaba ser mucho más precavida.

Mañana, si Molly dormía hasta tarde, Lexi pondría a su madre en el consabido banquillo de los acusados. Pensaba averiguar por qué Alice apoyaba tanto a Grant. Tal vez fuera porque él aún era tan atractivo. Lexi lloró todo el camino hacia el trabajo. Y oró. Y cuando llegó al Bar & Grill Red Rocks, permaneció sentada en el coche en el aparcamiento hasta el último segundo antes de que su turno empezara. Tenía los ojos rojos a causa de las lágrimas y el agotamiento, pero no podía descansar. Si llegaba tarde dos días seguidos, Chuck podía despedirla.

El viento y la hierba estaban en calma aquel sábado por la tarde, y el cielo era de un azul tan prístino que Lexi deseó flotar y perderse en él.

Lexi nunca había pensado que fuera buena orando. No lo hacía con regularidad y dudaba que tuviese las palabras adecuadas. La mayor parte del tiempo suponía que Dios sabía lo que ella estaba pensando y lo que necesitaba sin tener que decirlo. Pero de vez en cuando ambos tenían conversaciones unilaterales.

Dios, ¿qué está pasando?

Él solía no responder, y ella pensaba que era porque él no tenía mucho que decir o porque ella no era una buena oyente. En cualquier caso, intentaba no ir con exigencias.

Gina me dijo que tú pondrías mi pasado detrás de mí cuando yo empezara de nuevo. ¿Así que por qué está a punto de atropellarme? ¿Por qué Grant, Ward, Norman y mamá están todos aquí y ahora, y todos quieren algo de mí?

Molly y yo sólo necesitábamos un nuevo comienzo. ¿Era eso mucho pedir? ¿Acaso ha sido sólo un apaño temporal?

El comentario de Ward sobre que Molly pagara por las deudas de Lexi asomó en sus pensamientos. Ningún hijo se merecía aquel peso en sus hombros. Aunque ella no le había confesado todos sus pecados a Gina, su amiga conocía unos cuantos de ellos, y Lexi estaba segura de que Dios sabía el resto.

Pensaba que todo eso de que tú me perdonabas significaba que no iba a ser castigada por mis errores por el resto de mi vida. No estoy diciendo que tenga ese derecho, pero agradecería mucho si me corrigieras con tanta dulzura como fuera posible.

Y si tienes alguna idea sobre cómo debería manejar a Ward y a Grant, también lo agradeceré.

Protege a Molly. Tienes que proteger a Molly. Por favor.

Haz lo que quieras conmigo, pero Molly no se merece este naufragio que está a punto de tener lugar.

Ella no veía ningún modo de evitarlo.

A las 3:59 cerró el Volvo con llave y con paso lento y pesado se dirigió a la cocina, cabizbaja. La pregunta de cómo conseguir veinticinco mil dólares seguía a la cuestión de si enfrentarse a Grant.

Lexi se detuvo un momento en el colgador de la despensa/ armario. ¿Por qué Ward le exigiría dinero a Grant si tenía la intención de repartírselo con él?

Se frotó los ojos sin conseguir una respuesta.

Había muchas cosas que necesitaba preguntarle a Ángelo y que aún no había tenido tiempo de hacer, empezando por cómo sabía él sobre la encarcelación de Grant. También quería saber lo que había pasado entre él y Ward en la casa. ¿Se conocían? Si era así, ¿de qué? ¿Cuál era su historia?

Lexi colgó su mochila y su chaqueta como había hecho el viernes por la noche, antes de que su vida empezara a desmoronarse. Echó una libreta de pedidos en el bolsillo de su delantal, que se enganchó con algo.

La manoseada foto que Ward había dejado en su mesa anoche, con círculos negros cubriendo el precioso rostro de Molly. La noche anterior, justo antes de...

Lexi se estremeció y metió la foto en su mochila. Entró en la cocina, intentando expulsar de su mente toda aquella confusión, y pasó junto a un cubo de zanahorias que Chuck esperaba que ella trocease si el ayudante de cocina tenía demasiado trabajo.

Por el momento, el señor Tabor era el único cliente en el restaurante. Estaba leyendo el periódico. Cuando ella le llevó su refresco de naranja, él dobló el diario y lo puso a un lado, sonriéndole. Aquella ancha sonrisa ancha y abierta era uno de los gestos más apreciados y auténticos de bondad humana que hubiera visto jamás.

Él se dio unos golpecitos en el estómago.

—¿Aún tiene ese agujero ahí? —le preguntó ella.

—Por supuesto que sí, niña. Parece un pozo sin fondo.

—Lo llenaré hasta el borde para usted, entonces. Al menos por un rato. ¿Quién va a unírsele hoy? —Se lo preguntó para que su respuesta la consolara.

—Quien sea que Dios ponga a mi camino.

Lexi se preguntó si Dios actuaba así en realidad, si ponía a cierta gente en las vidas de ciertas personas, o si en realidad en el mundo las cosas sucedían por azar. Por alguna razón, le gustaba que el señor Tabor creyera que Dios tenía in plan, aunque ella no lo creyese.

—Adelantaré trabajo y le pediré el Reuben.

Dio unas pocas órdenes y, unos diez minutos más tarde, recogió el sándwich del señor Tabor con una servilleta para platos calientes y se dirigió hacia su mesa. Había alguien sentado frente a él en el banco de vinilo. Lexi se maravilló. El señor Tabor nunca comía solo.

—Bendita seas, Lexi, preciosa —dijo el señor Tabor deslizando tres billetes de un dólar debajo de su cuchara—. Me traes la vida en un plato, como mi dulce dama solía hacer.

Era imposible no sonreírle a aquel hombre, sin importar lo amargo que fuera su estado de ánimo.

—Olvidé su ensalada de col.

—Todo a su tiempo. El postre no puede llegar ni demasiado pronto ni demasiado tarde, ¿verdad?

—Supongo que no.

Ella se giró hacia el otro cliente al mismo tiempo que el señor Tabor decía:

—¿Sería demasiada molestia pedirte que le traigas algo para beber a mi amigo aquí?

Sus ojos se cerraron con lentitud, pausadamente, como hacía cuando tenía que hacer uso de todas las reservas de sus fuerzas. Grant.

Abrió los ojos y levantó las cejas.

—Por supuesto.

—Sólo café. —Él no se cruzó con sus ojos—. Cuando vuelvas. No hagas un viaje expresamente.

Como no quería ofender al amable corazón del señor Tabor desatendiendo su mesa, Lexi regresó de inmediato con una jarra de café solo, una taza vacía y un puñado de envases de leche en polvo en el bolsillo de su delantal.

El señor Tabor estaba bendiciendo su sándwich, y Grant había inclinado su cabeza. Lexi no osó dejar la taza sobre la mesa hasta que terminaron. En todo el tiempo que había durado su breve romance y su matrimonio, ella nunca había visto a Grant inclinar su cabeza para orar.

Su cabello necesitaba un buen corte. Lo tenía ralo detrás de las orejas. Su camisa tejana estaba raída en los codos y aparentaba ser demasiado grande a la altura de los hombros, que se curvaban hacia delante bajo algún peso invisible. Él había llevado a Molly sobre aquellos hombros cuando estaba lúcido. Ella lanzaba los brazos alrededor de su cuello y se sujetaba como una capa mientras él volaba por toda la salita de su pequeña casa de la calle Fireweed hasta que se desplomaba, culpándola de asfixiarle hasta morir.

—Ese café va a enfriar en tus manos —dijo el señor Tabor con una sonrisa antes de tomar un bocado de su Reuben. Lexi salió de su trance y vertió el café sin disculparse. Grant no la miró.

Ella se fue.

Grant y el señor Tabor hablaron hasta una hora más tarde de lo que el señor Tabor acostumbraba a quedarse. Lexi no tenía idea acerca de lo que debatían e hizo sólo lo necesario como su camarera, retirando los platos y manteniendo el café y el refresco de naranja hasta el borde. Entonces, después de que el señor Tabor se fuera a las seis, Grant continuó sentado. Tenía la cuenta del anciano, pero no parecía tener prisa por pagarla.

Lexi echaba chispas. La única cosa buena de que él estuviera allí era que eso significaba que no estaba intentando visitar su casa. Se preguntaba dónde estaba Ward.

Sin mediar palabra, rellenó su taza dos veces antes de reunir el coraje a las seis y media para preguntarle si quería algo para comer. Cuando él declinó, ella le sugirió que dejase la mesa libre para los otros clientes que sí pagaban. Sin embargo, era un sábado flojo, y al menos tres mesas estaban desocupadas en aquel momento. Él permitió que sus ojos se pasearan por sobre aquellas mesas sin un solo comentario, y después sacó su cartera del bolsillo trasero y dejó un billete de cinco debajo de la cuchara que sujetaba la propina habitual de tres dólares del señor Tabor en su sitio. Ella se alejó sintiéndose enfadada y avergonzada a la vez.

A las siete pagó la cuenta y Lexi le devolvió el cambio. Entre aquel momento y las nueve cuarenta y cinco, él examinó la mancha que se había formado alrededor del interior del borde de su taza después de pedirle a ella que no se la llenara más.

A las diez, por iniciativa propia, ella le llevó un vaso de agua y el bol de sopa de almejas que debería haberse comido si hubiera tenido apetito. Lo dejó en su mesa sin decir nada. Cuando se alejó, vio cómo él depositaba un billete de diez dólares encima de los de un dólar del señor Tabor y del de cinco suyo. Deseó no haber dicho nada sobre los clientes que sí pagaban.

Sobre las once, el restaurante estaba vacío a excepción de unas pocas personas que probablemente se quedarían en el bar hasta su cierre. Algunos de ellos tal vez pedirían un bocado para comer. Ella había limpiado las mesas, barrido el suelo, rellenado los saleros y los pimenteros y reunido todos los botes de kétchup.

Lexi no pudo soportarlo más.

Se dejó caer en al asiento del señor Tabor.

—¿Qué quieres, Grant?

—Quiero hablar contigo.

—Pues habla.

Él puso sus manos boca abajo sobre la mesa.

—¿Cómo está Molly?

—Bien, después de todo.

—¿Cómo lleva el tobillo?

—Se lo rompió por tres sitios y se fracturó seis huesos del pie. —Lexi erigió una cerca de alambre de púas alrededor de su corazón para separar los hechos físicos de la peor verdad emocional: su hija estaba sufriendo y Lexi no podía rescatarla de su dolor—. No sabremos lo que eso significa realmente hasta que la inflamación disminuya. Como mínimo un par de meses escayolada. Tal vez cirugía.

—¿Pero puede moverse?

—No hay mucho que pueda detenerla.

—¿No?

Aquella fue la primera vez en la que ella fue consciente de que Grant no sabía nada en absoluto sobre la niña en la que se había convertido su bebé. Abrió la boca para contarle lo testaruda que era Molly y todas las formas en que era hermoso; pero después vaciló. Conocer a un niño de la forma en que ella conocía a Molly era un privilegio que Lexi se había ganado. ¿Por qué debería ella cortarlo en rebanadas y servírselo a Grant como si fuera uno de los exquisitamente preparados platos de Molly? Él no se lo merecía.

—Es una niña decidida —dijo Lexi. Sacó los recibos de la noche del bolsillo de su delantal y empezó a clasificarlos para tener algo que mirar.

—Se parece a ti.

—Es más bonita —dijo Lexi.

El silencio los detuvo durante medio minuto. Ella de daba cuenta de que se lo estaba poniendo difícil. Una parte de ella deseaba poder superarlo. La parte más fuerte insistía en que él rindiera cuentas por los problemas que había causado y le otorgaba el permiso de ser un estúpido.

—Imagino que tendrás algunas preguntas sobre por qué me fui —dijo Grant.

Ella ni lo confirmó ni lo negó.

—Te debo una explicación.

—No estoy buscando ninguna, Grant.

—Aun así.

—¿Realmente, qué va a cambiar una explicación? ¿Por qué pasar por esto? Por favor, no lo hagamos. No esta noche. Es tarde.

—Sin embargo necesito contártelo. Espero que... necesito que me perdones, Lexi.

—Tú lo necesitas.

Él exhaló sonoramente.

lo necesitas —repitió ella. Sus dedos se cerraron sobre una pila de papeletas—. Siete años sin pensar en mí o en tu hija...

—Eso no es verdad.

—...y las primeras palabras que me diriges son sobre lo que necesitas. —Lexi se deslizó del banco para salir, barriendo los papelitos blancos en un solo montón—. A mí no me sueltes palabras como verdad. Si quieres que te perdone, Grant, al menos voy a necesitar otra década.

Grant estiró el brazo pero no la tocó mientras ella se ponía en pie.

—Lexi, espera.

—¿Por qué?

—Por favor, escúchame.

—¿Sabes qué? No quiero. En un lapso de veinticuatro horas he sido asediada por mi hija (que está furiosa conmigo a causa de aquella carta que mandaste, por cierto), y por mi madre; y después descubro que tú sigues teniendo alguna especie de retorcida asociación con Warden Pavo y...

—¿Ward?

—Y Molly casi se muere y mi padre está enajenado y mi mejor amiga está en el hospital prácticamente compartiendo habitación con Norman Von Ruden.

—¿Ward está en la ciudad?

—Qué gracioso, él dijo lo mismo de ti, y justo un día antes ambos estuvieron en este mismo comedor a una distancia de un tiro de piedra. Él me contó por qué los dos están aquí y, sinceramente, no le veo la gracia. No me estoy riendo.

—Estás furiosa por la nota. De verdad que lo siento mucho. Fue una de las ideas más tontas que he tenido en mucho tiempo. Tu madre pensó que...

—Alto. Detente, Grant. Por una vez toma la responsabilidad de tus propias acciones.

Grant tragó saliva.

El enojo de Lexi se calmó, pero no abandonó la mesa. Buscaba un modo de convencerle para que se fuera, esta vez para siempre, a la vez que temía lo que podría pasar si él y Ward realmente no trabajaban juntos. ¿Ward seguiría adelante con su amenaza a Molly si Lexi no hacía el esfuerzo de reunir algo de dinero?

La posibilidad se alzaba demasiado grande como para que ella la ignorase.

Recogió la calderilla que él había dejado y la empacó en su delantal junto con los recibos.

—Ward me dijo lo del dinero. Lo de Molly. ¿Qué tienes que decir respecto a eso?

Las líneas de expresión entre los ojos azules de Grant se acentuaron. Negó con la cabeza.

—No sé a qué te refieres. ¿El qué sobre Molly?

—Bien. Hemos terminado. Eso es todo lo que necesito saber.

Él se levantó del banco y se plantó ante Lexi antes de que ella diera un paso.

—¿Está amenazando a Molly?

—¡Tú eres el que la está amenazando! —la voz de Lexi fue casi un grito—. ¡Estás intentando llevártela de mi lado, y estás usando a tu suegra y a un viejo traficante de drogas para conseguirla! De todas las bajezas que...

—Eso no es ni de lejos lo que yo... ¿Qué te dijo Ward?

Lexi abrió la boca, pero no pronunció palabra. El impacto de creer lo que él le decía fue lo que la silenció. Él siempre le había mentido, pero en aquel mismo instante ella creyó en la furia de Grant, paternal y protectora.

—¿Dónde está? ¿Cuándo llegó a Crag’s Nest?

—Pensé que tú lo sabías.

—No he visto a ese estafador desde el día que te dejé.

Un dolor de cabeza desparramó los recuerdos de Lexi por su mente como por obra de un saqueador nocturno. ¿No había dicho Ward que él y Grant estaban juntos?

—¿Aún le debes dinero? —preguntó ella.

—Una cantidad considerable.

—Quiere que se lo devuelvas.

—Bueno, no lo tengo.

—¿Estás trabajando?

—Sí.

—¿Dónde?

—De empleado de la limpieza en Riverbend.

Probablemente Grant ganaba aún menos que ella. Si es que no traficaba con drogas. Lexi sopesó aquella posibilidad. El regreso de Grant al negocio podía ser la única razón por la que Ward pensara que podía cobrar su deuda. Si Grant tenía el dinero que podría sacar a Molly de una situación difícil, él se lo debía a ella.

¿Acaso Grant se lo ofrecería?

—Parece como si hubiera llegado la hora de que ambos resuelvan sus diferencias —dijo ella.

Grant recogió su cartera de la mesa y la metió de vuelta a su bolsillo. Las amenazas de Ward vinieron a la boca de Lexi, pero se mordió la lengua, insegura de si era lo mejor para Molly contarle a Grant lo que había en juego. Él podría usarlo contra ella, en particular su desliz con Norm, una razón para introducirse él en la vida de Molly en vez del dinero. Jugar el papel de héroe, de gran defensor.

Lexi miraba los recibos en sus manos, preguntándose por qué esperaba que Grant nunca descubriese lo de la aventura.

Él se fue sin decir adiós.