{capítulo 34}

Alice telefoneó cuando Lexi entraba en el aparcamiento del hospital.

—¿Estás con Grant? —preguntó Lexi.

—Sí. Seguimos esperando. El sheriff Dawson dice que el aviso sobre el coche era una pista falsa.

—Igual que el Blue Devil.

—¿El qué?

—Dile a Grant que sólo es un club nocturno. Nada más. No conocen a Ward.

La voz de Alice se alejó del auricular. A juzgar por el tono de Grant, su respuesta era de incredulidad.

—Quiere ir allí él mismo cuando acabemos aquí —dijo Alice.

—¿Cuánto falta para que lo dejen en libertad?

—Quién sabe. El sheriff dice que no perdamos la esperanza.

—¡Sería más fácil si dejara que Grant se fuese!

—Se refería a que están llegando muchos avisos de la alarma Amber. Más que de costumbre.

—Vale, ¿y qué te hace pensar eso?

—¿Qué quieres decir?

—¿Más que de costumbre? ¿Cuántos avisos puede haber en un lugar pequeño como Crag’s Nest y Riverbend?

—Algunos de ellos serán falsos, claro, pero...

—Mamá, ¿no tienes la sensación de que parte de lo que está pasando es como un número de magia?

—No tengo ni idea de lo que estás hablando.

—De magos. Juegan con las percepciones. Engañan a los ojos para que veas cosas que no son... reales. Como aquella carta que Grant escribió para Molly. La leí dos veces. Las dos veces era distinta.

—¡El número de la desaparición de mi nieta me parece bastante real!

Por supuesto que lo era. Tan real como la llamada telefónica de Ward. Tan real como el corazón acelerado de Lexi y su tensión por las nubes.

—No me refería a eso.

—¿A qué te referías entonces? ¿Qué tiene esto que ver con trucos de magia?

Lexi pensó en Ángelo, que la rescató de forma milagrosa cuando le atacaron. Pensó en el horrible agresor, que desapareció con un soplo de viento dejando atrás su ropa vacía. ¿Cómo podía explicar nada de lo que había sucedido?

—Tal vez nada. Simplemente siento que alguien está jugando con nosotros... conmigo, eso es todo.

—Bueno, deja eso para más tarde, ¿entendido? En este momento, sólo hay tiempo para lo absolutamente cierto: tenemos que encontrar a Molly. ¿Adónde te diriges ahora?

—Al Saint Luke. Hay una posibilidad de que Mort Weatherby sepa dónde está Ward. O un amigo de Ward.

—¿Quién es Mort?

—Un vecino. Conducía el coche en el que iba Molly la noche del accidente. No importa. Llámame cuando Grant salga.

Lexi se detuvo en el mostrador de recepción del hospital y preguntó sin aliento el número de las habitaciones de Gina y de Mort. Tal vez Mort conocía al amigo de Ward. Gina, la alumna de estudios religiosos, quizá podía aclararle a Lexi qué quiso decir Ward cuando escribió «pecado imperdonable» en el registro de salidas del colegio.

Cualquiera de los dos, con suerte ambos, podían mostrarle el camino para llegar a Molly. Lexi se aferraba a todo lo que pasaba por su cabeza.

Una voluntaria con aspecto de duendecillo consultó en el ordenador.

—No están en este edificio —dijo.

—¿Cómo? ¿Dónde están?

—En la Unidad de Enfermedades Infecciosas. —La chica arrancó una hoja del bloc de notas de su escritorio y comenzó a dibujar un mapa—. Estamos aquí. —Señaló un cuadro en el margen inferior derecho del papel—. La UEI está justo aquí. —En un cuadro que parecía estar lo más lejos posible de «aquí»—. Conduzca hasta pasar estos tres edificios, gire a la derecha, y busque el aparcamiento a la izquierda. Después, tome el camino por este corredor...

Lexi tardó diez valiosísimos minutos en llegar.

A primera vista, el edificio parecía más un laboratorio que un hospital. Ocupaba una de las plantas de un edificio más grande y no parecía tener muchas camas. Mort y Gina estaban en una especie de habitación de aislamiento, separados del resto del mundo por cristal y plástico y un sistema de intercomunicación. La madre de Gina había acampado fuera, en una silla de vinilo almohadillada, y estaba tejiendo cuando Lexi apareció. En la silla de al lado había una revista de pesca. Quizás del señor Harper. Tras la ventana, Mort dormía y Gina estaba leyendo un libro.

—No esperaba esto —dijo Lexi refiriéndose a los dos vecinos reunidos en aquellas extrañas circunstancias.

—Es una infección bacteriana, me han dicho —explicó la señora Harper dejando a un lado su labor de punto y levantándose para mirar con Lexi la habitación a través del cristal—. Ha aparecido lo mismo en sus análisis de sangre, un tipo de cepa nueva que nadie conoce. Les preocupaba que fuese una superbacteria, claro, y tuvieron un gran debate sobre si valía la pena probar con los antibióticos habituales o era mejor pasar directamente al último recurso.

—¿Y cuál es?

—Un tipo de antibiótico muy fuerte. No es algo que les guste usar muy a menudo. No recuerdo cómo se llama. De todas formas, eligieron el método más tradicional, y Gina salió de peligro ayer, lo que significa que Mort debería salir pronto si no aparecen complicaciones del accidente.

—¿Habla?

—Claro que sí. Cuando está despierto. Es un cielo ese chico. No me extraña que a Gina le guste.

—Tengo que despertarlo.

—Se acaba de quedar dor...

—Es una emergencia. —Lexi toqueteó los botones del interfono—. ¿Podemos pasar ahora que están mejorando?

La señora Harper negó con la cabeza.

—Por precaución.

Gina dio un salto al oír un pitido electrónico agudo, por lo que Lexi dedujo que había pulsado el botón correcto.

—Eh, rubia —dijo Lexi tratando de sonreír.

Gina bajó el libro y sonrió.

—¡Eso lo serás tú! ¿Has venido a sacarme de aquí?

Lexi miró con segundas a Mort.

—No parece que estés sufriendo por falta de buena compañía.

—No habla mucho pero, por otro lado, no me puedo quejar. Toda esa belleza en una sola habitación. Si necesita un riñón, aquí estoy yo.

—Me alegro mucho de que estés bien.

—No tanto como yo. No quieras tener esta bacteria. Recuérdalo la próxima vez que estés en un baño público. ¿Dónde está la pequeñaja? Mamá dice que tu madre se va a quedar para ayudarles... debe ser interesante.

—Gina, necesito hablar con Mort.

La sonrisa de su compañera de piso quedó reducida a un gesto de preocupación.

—¿Qué ocurre?

—Han raptado a Molly. Creo que Mort puede ayudarme.

Gina se sentó erguida en la cama.

—¡Dios mío! Y no te creí cuando intentaste contarme todas las cosas extrañas que estaban sucediendo.

—No pasa nada. Estabas enferma.

—¿Qué sabe Mort de...?

—Puede que nada. No lo sé.

—¡Mort! —Gina agarró una taza Dixie de papel de la mesita, la arrugó y se la lanzó. Aterrizó en su pecho—. ¡Mort, despierta! —Lo siguiente que le arrojó fue una caja pequeña de pañuelos. La caja se deslizó sobre la almohada.

—¿Qué dia...?

—Mort, alguien se ha llevado a Molly y Lexi necesita que...

—¿Quién?

Lexi tenía la esperanza de que Mort no estuviese con más medicación que los antibióticos.

Presionó el botón del interfono y dijo:

—Mort, tengo que hacerte unas preguntas sobre la gata.

—¿Por qué todo el mundo dice cosas sin sentido? —Se tocó el caballete de la nariz y se examinó los dedos como si pudiese haber sangre.

—La gata de la señora Johnson. Julieta. ¿Cómo murió?

Mort tomó la caja de pañuelos y se la lanzó de nuevo a Gina, que la agarró en el aire.

—No tengo ni idea, y tampoco me importa.

—¿Es posible que alguien la matara?

—Al parecer, eso piensa la señora Johnson.

—¿A quién crees que le podría interesar que ella creyese que lo hiciste tú?

Mort sacudió la cabeza y cerró los ojos.

—¿Y por qué es importante eso?

—Porque creo que quien mató a la gata conoce al hombre que se llevó a Molly. Tengo que encontrarla y no me queda mucho tiempo.

—Ojalá pudiera ayudarte, Lexi, pero no tengo ni idea. Y la última vez que me pediste ayuda, las cosas no me fueron muy bien.

—Deja ya el complejo de mártir, Mort. Hay una niña pequeña desaparecida que necesita tu ayuda —dijo Gina.

Pero lo que había dicho era cierto. El hecho de que Lexi le pidiera que vigilara a Gina y a Molly fue lo que le llevó hasta el coche que acabó destrozado. La descripción que dio Molly del conductor que llevaba a Norman, como el malvado ladrón de perros de Ciento un dálmatas, y el encontronazo de Lexi con el paciente psiquiátrico de la residencia se fusionaron en su mente.

—¿Y del accidente? ¿Me puedes contar algo?

—No recuerdo mucho.

—El conductor del otro coche... ¿lo viste? —Tal vez la policía había realizado un informe. Lexi sacó el teléfono de Alice del bolsillo del delantal (se dio cuenta de que aún llevaba puesto el uniforme de la tienda de comestibles) y llamó al teléfono de prepago de su madre. Alice podía pedirle al sheriff Dawson que lo investigase.

—No vi nada —dijo Mort.

—¿Y si su objetivo era Molly y no Mort? —preguntó Gina.

Esa posibilidad golpeó a Lexi bajo las costillas.

—¿Su objetivo? ¿Cómo si no hubiese sido un accidente?

Gina no contestó.

Si Ward y el otro psicópata estaban compinchados, ¿cuál era el papel de Norman en todo aquello? Casi había olvidado que él iba en el vehículo que chocó contra el coche de Mort.

Alice no contestaba al teléfono. Lexi cortó la llamada esperando que ella se la devolviera.

—¿Quién se llevó a Molly? —preguntó Gina.

—Warden Pavo.

—¿El tipo que quería que testificaras?

Lexi asintió.

—Increíble. ¿Y Grant no sabe dónde...?

—Si lo supiera, no estaría aquí, Gina.

Lexi empezó a caminar. La señora Harper, que había estado escuchando todo aquello con los ojos como platos y la mano en la garganta, retomó su labor de punto.

—¿Qué es lo que pide? —quiso saber Gina.

Lexi se llevó las manos a la cabeza.

—¿Por qué todo el mundo piensa que quiere algo? —Nadie contestó.

—Lexi, no puedo oírte sin el interfono.

Volvió al box dando zancadas y golpeó con la palma de la mano el botón rojo.

—No quiere nada. No hay ningún rescate, sólo acertijos. Está castigando a Molly por mis pecados, dice. Me está haciendo pagar una deuda que ni siquiera sabía que tenía.

—¿Eso es lo que te dijo?

—Claro que es lo que dijo, Gina. —Suspiró—. No pretendía hablarte así.

—No pasa nada. ¿Pero qué es exactamente lo que dijo? Soy buena con los acertijos.

Lexi se restregó los ojos. ¿Sería capaz de acordarse con exactitud? ¿Acaso importaba?

—Eh, dijo: «Castigo a los hijos por los pecados de sus madres». Y algo sobre una fecha límite para cobrar la deuda. Se refería a Molly. ¿Un año de jubileo? Algo así. ¿Qué es el jubileo?

—Es una antigua tradición judía. Cada cincuenta años todos tenían un año de descanso, un gran año sabático.

—Creía que era cada siete años —dijo Mort.

—Siete ciclos de siete años —informó Gina.

—Pues eso son cuarenta y nueve años —concluyó Mort.

—Cuarenta y nueve, cincuenta, no sé cómo lo calculaban. El tema es que era un año para empezar desde cero. Borrón y cuenta nueva. Para devolver las cosas a su estado original. Los arrendamientos de tierras se cancelaban y la propiedad volvía a manos de su dueño original. Nadie plantaba nada, para dar un descanso a los campos. Se liberaba a los esclavos para que volvieran con sus familias.

—Eso no suena como un castigo —dijo Lexi.

—No lo era. Con los años, el jubileo pasó a referirse a un momento en el que los pecados se perdonaban y las deudas se cancelaban, no se cobraban. Sea lo que sea de lo que ese tipo hablaba, es lo contrario a lo que tradicionalmente significa el jubileo.

—Eso no sirve de ayuda.

—Quizá sí. Lo de castigar a los hijos por los pecados de las madres... eso también está mal.

—¿Cómo que está mal?

—La versión bíblica es que los hijos son castigados por los pecados de sus padres.

—No entiendo por qué hay que castigar a los hijos —dijo Lexi—. Sus acertijos son cada vez más confusos.

Tras unos segundos de silencio, Gina dijo:

—Parece que está distorsionando la verdad.

—Eso son suposiciones.

—No si crees en la Biblia.

—Puede que sea un problema que no conozca mejor la Biblia.

Gina se encogió de hombros.

—Siempre hay piedad, Lexi.

—¿Hay piedad para Molly?

—Especialmente para Molly. —La sonrisa de Gina fue un rayo de esperanza.

El reloj de la mente de Lexi restaba tiempo a la terrible situación de Molly, pero no tenía adónde ir, ni ninguna pista que seguir. Se le partía el corazón. Lexi buscaba algo a lo que aferrarse, cualquier cosa que pudiera arrojar luz sobre lo que Ward quería y dónde podía estar.

—Si está distorsionando la verdad, ¿por qué? ¿Qué crees que significa?

—Me recuerda al momento en el que el diablo tentó a Jesús. Para hacerlo, Satán citó las Escrituras.

—Eso es absurdo. ¿Acaso no iba a conocer Jesús las Escrituras mejor que él?

—Exacto. Y Jesús utilizó ese conocimiento para derrotar a Satán.

—Yo no soy Jesús.

—No, pero tal vez ese tipo, Warden, cree a ciencia cierta que tú no sabes la verdad... que puede retorcerla y pasearla por delante de tus narices sin que te des cuenta, que puede hacerte creer que sabe algo que tú no sabes.

—¡Sabe todo lo que yo no sé, empezando por dónde está mi hija!

—Escucha, Lexi. Quizá me esté aventurando demasiado, pero escúchame un minuto. Él dice que quiere cobrar tus deudas... pero tus deudas ya han sido perdonadas. Dice que va a castigar a tu hija por tus pecados.

—Pero mis pecados ya han sido perdonados.

—Exacto.

—¿Entonces de qué habla?

Gina suspiró y se mordió el labio.

Entonces Lexi recordó el principal motivo por el que quería hablar con Gina.

—Ward escribió algo en la hoja de registro de salidas del colegio de Molly. Dijo que la razón para llevársela era un pecado imperdonable. ¿Qué es eso?

—Rechazar a Cristo.

—Pero yo soy cristiana. Yo no he rechazado a Cristo.

—Lexi, si Warden está jugando con las Escrituras, es probable que no quisiera decir eso literalmente.

—¡Eso no ayuda nada! —Lexi se metió los puños a los bolsillos. ¡Quería golpear algo! En su lugar, la nota de Ángelo le golpeó los nudillos.

La sacó y se la leyó a Gina.

«No escuches a Warden Pavo. Escucha al amor, que no guarda rencor. Elige al amor y él te salvará incluso ahora. Igual que a Molly».

—Eso es del Libro 1 de Corintios.

—¿El qué?

—La parte del amor. Todo lo sufre. No guarda rencor. Se me ocurre una idea sobre todo esto.

—Pues suéltala antes de que me desmaye aquí mismo.

—Jesús contó la historia de un tipo que le debía a un rey un montón de dinero. El hombre no podía devolvérselo, así que el rey ordenó que vendiesen a su familia y todas sus pertenencias. El hombre suplicó al rey que le concediera más tiempo. Bueno, ¡pues el rey sintió tanta lástima por aquel fracasado que canceló toda la deuda! Y le dejó marchar.

—Como el jubileo.

—Después de eso, el hombre salió y se tropezó con un amigo que le debía sólo un poco de dinero. Como el amigo no le pagaba, el hombre lo golpeó e hizo que lo metieran en prisión. Entonces, el rey se enteró de aquello y se puso hecho una furia. Le dijo: «Te perdoné por completo cuando me lo pediste... ¿por qué no podías hacer tú eso por alguien que estaba en la misma situación?» Así que hizo que metieran al hombre en la cárcel y permitió que el carcelero lo torturase hasta que pudiera pagar su deuda original, hasta el último centavo.

El carcelero. Warden.

—Eso no es justo. ¿Cómo vas a pagar una deuda si estás entre rejas?

—¡Ya lo sé! ¡Y torturado! El hombre no iba a encontrar precisamente un trabajo remunerado en la cárcel, de eso puedes estar segura.

—No veo la relación —dijo Lexi, aunque algo de entendimiento empezaba a tomar forma.

—Ward quiere cobrar una deuda, pero tú ya has sido perdonada. Ángelo dice que el amor no guarda rencor.

—Eso es.

—Lexi, ¿de quién son los pecados que consideras imperdonables?