{capítulo 40}

El viernes por la mañana, que era el primer día de primavera, la familia de Lexi fue a dar un paseo con Barrett por la residencia. Barrett empujaba la silla de ruedas de Molly por los sinuosos caminos al aire libre, mientras Ángelo permanecía a su lado. Grant y Lexi caminaban juntos unos metros por detrás del trío.

Alice había ido a la vista de Norm.

Durante el tiempo transcurrido desde la desaparición de Ward, el corazón de Lexi había realizado la labor de poner en orden sus experiencias. Las dos mañanas anteriores, se había despertado con la claridad de un intenso sueño cuya nitidez duraba medio segundo antes de que el momento presente lo desdibujara por completo. Durante ese breve instante, lo comprendía todo. Los lazos entre su vida espiritual y su vida física se tensaban y vibraban llenos de significado. Esperaba que la unión de aquellas experiencias resonara en su corazón el mayor tiempo posible... eternamente, esperaba, o al menos hasta el día en que, al fin, pudiera explicar los matices.

A los ojos de cualquier testigo razonable, debía haber una explicación para lo que pasó mediante la cual no fuese necesario recurrir a ningún razonamiento milagroso. Pero Lexi lo sabía mejor que nadie.

Molly llamaba a Ángelo su ángel y, por supuesto, todos estaban de acuerdo en que lo era. Pero Molly aún tenía la bendita inocencia de un niño que cree que el mundo es un lugar maravillosamente simple. Cuando apareció esa expresión en sus ojos y siguió diciendo «lo digo en serio», Lexi comprendió que aquello era un secreto que ella y su hija podían compartir.

No era tan difícil de creer. Simplemente, era extraño decirlo. A Lexi le preocupaba que si examinaba la verdad con demasiada profundidad, ella misma la obligaría a convertirse en increíble. Así que decidió guardar su grandeza en los rincones más secretos de su corazón hasta el día en que pudiera madurar en la fe infantil de Molly.

Por los jardines de madera del hogar de su padre, Lexi caminaba con las personas a las que más quería sin hablar demasiado, satisfecha con el sonido del viento de marzo en los pinos. La nieve había comenzado a derretirse y formaba un arroyo constante que descendía desde el punto más alto de la propiedad hasta un barranco situado en su perímetro. El «río» de Barrett, como él decía.

Grant tomó la mano de Lexi y, suavemente, tiró de ella para que fuese a un ritmo más lento.

—¿Podemos hablar un minuto? —preguntó. Habían estado rodeados de gente desde la desaparición de Molly el miércoles por la mañana.

—Imagino que es sobre el tiempo —dijo ella, liberando sus dedos de entre los de Grant. Temía que el momento del juicio había llegado, y la conversación resultaría más sencilla con las manos metidas en los bolsillos de su vieja chaqueta del instituto.

—Estaba pensando en Molly —dijo él, echando un vistazo a su mano vacía.

—Ah, vale. ¿Qué ocurre?

—Parece que se está recuperando rápido.

Lexi se detuvo en el sendero.

—El tiempo nos lo dirá —dijo.

Él asintió.

—Tendremos que prestarle mucha atención, aunque parezca que esté bien.

—¿Tendremos?

Grant carraspeó.

—No quería decir que... Me refiero a que... todos tendremos que ayudarle a superar los momentos difíciles. Nosotros. Tu madre. Gina. Ya sabes.

—Por supuesto.

Avanzaron unos pasos sin hablar.

—¿Te ha contado Molly toda la historia? —preguntó Lexi.

—Por lo que creo, sí.

—Si te ha dicho que sí, es que sí.

Grant asintió.

—La parte de Norman...

—Ya lo sé.

Lexi levantó la vista hacia las piñas que se estaban formando en las copas de los altos abetos azules.

—A veces recuerdo aquella época e intento averiguar por qué. Me cuesta creer que fuese yo la persona que cayó de forma tan rápida y tan dura.

—Todos lo hemos hecho. De diferentes formas, pero todos lo hemos hecho.

—Fui injusta contigo, Grant. —Lexi se colocó frente a él—. Lo hice de la forma más horrible que una esposa puede hacerlo.

—Tenías razones de sobra.

—Ninguna de ellas hará que esté bien.

—Vale. Te doy la razón. Pero ahora somos personas distintas.

Lexi suspiró.

—Sigo teniendo la esperanza de que eso sea cierto.

—Lo es para ti, Lexi. Es obvio. Maravillosamente obvio.

—¿Quieres decir que me vas a dejar salir del atolladero?

Grant se echó a reír. Era la primera vez que Lexi oía aquella armonía barítona desde que había vuelto con ella. Sonrió por la libertad que desprendía. Grant contestó:

—No estoy seguro de poder ayudarte en eso si yo mismo estoy de barro hasta el cuello. Pero sí, Lexi, por favor, no perdamos más tiempo atascados en ese atolladero.

—No lo haré, si tú no lo haces.

Él apretó los labios.

Lexi le sonrió. El viento fresco había hecho que su nariz enrojeciese.

—Gina vuelve a casa esta noche —dijo—. Tu hija va a cocinar para celebrarlo. ¿Vienes?

Después del paseo, Ángelo devolvió su acreditación en la sala de enfermería, donde parecía que ya lo esperaban. Lexi y Molly fueron con él hasta el aparcamiento mientras Grant llevó a Barrett a su habitación. Ángelo había avisado hacía dos semanas, supo Lexi. Una semana entera antes de conocerlo. Se suponía que iba a empezar un trabajo el lunes en algún lugar, pero no dijo qué era, y ella no preguntó.

—¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí? —preguntó Lexi.

—Seis años.

—Ese es el tiempo que mi padre lleva... —Y, de nuevo, surgió otro pensamiento al que decidió no dar demasiadas vueltas. Al contrario, lo guardó en la caja de su corazón. Estaba un poco avergonzada por haber llegado a considerar a Ángelo como un posible idilio.

—¿Quién va a cuidar de papá? —preguntó.

—Toda la gente maravillosa que trabaja aquí —contestó Ángelo—. Tienes que conocer a Julian.

Ángelo ayudó a Molly a entrar en el Volvo y ella le dio un beso en la mejilla. Puso la silla de ruedas en el maletero.

Lexi asintió.

—Gracias —dijo, por mucho más que por haber cargado la silla de ruedas.

—De nada. —Parecía que también aquellas palabras eran conscientes de todo lo que quedaba sin decir.

—¿Volveré a verte por aquí?

—Si alguna vez necesitas mi Batmóvil morado, llámame.

—Espero no darte ninguna razón para que tengas que volver —dijo—. Pero, si lo hago, te esposaré a Molly y me aseguraré de que nunca te quedes dormido.

—Sigue alimentándome con esos pasteles y con tu café helado, y estaré encantado.

Después, les dijo adiós con la mano y eso fue todo.

Lexi se pidió el día libre. Reduciría su asignación de setenta y cinco dólares semanales, pero no le importaba lo más mínimo. Recogió a su hija del colegio y pasaron la tarde preparando la celebración de la vuelta a casa de Gina con una enorme bandeja de lasaña, con extra de orégano y tres variedades de queso.

Lexi pidió a su madre que no diera muchos detalles sobre lo que había pasado en la vista de Norm. Alice parecía contenta de poder evitar por completo el tema y anunció sus planes de cenar con Barrett. No había querido hablar mucho con Lexi desde que Molly regresó sana y salva. Sin embargo, sin pedir permiso a Lexi, le compró a Molly uno de esos móviles para niños con minutos de prepago y control paterno y todo eso, para que ella y Molly pudieran hablar todo lo que quisieran.

A las seis en punto, Lexi y Molly estaban juntas en la cocina, picando ajos para el pan, y Lexi se preguntó si Molly también estaba pensando en Ángelo.

O en Grant.

El timbre de la puerta sonó y las dos se miraron. Molly sonrió y salió cojeando de la cocina, golpeando su escayola nueva como un pirata con pata de palo.

—¡El cuchillo! —le recordó Lexi.

Molly volvió a toda prisa, dejó la hoja junto a los dientes de ajo y volvió a salir apresurada.

Lexi esperó en el lugar de encuentro entre el vestíbulo y la entrada a la cocina y observó cómo Molly abrió la puerta de golpe a su papá. De repente, se avergonzó de sus uñas sin manicura y de su cara poco atractiva. Había olvidado maquillarse y quería arreglarse un poco antes de que él llegara.

En fin.

Grant levantó a Molly en un abrazo a la vez que sujetaba una bolsa pequeña de papel marrón.

—Hueles a ajo.

—Tienes que besarme de todas formas —dijo ella.

Le plantó un gran beso en la frente antes de bajarla. Molly siguió con los brazos alrededor de su cuello y él permaneció encorvado pacientemente.

—¿Qué menú nos tiene preparado el chef esta noche? —preguntó.

—¡Lasaña!

—¡Mi favorita!

—¿Has traído el postre?

—Tal y como me pediste.

—¿Qué es? —Se soltó del cuello, lo agarró de la mano y comenzó a tirar de él hacia la cocina.

—Tofu de hígado.

—¡Puaj! ¡Papá! —Intentó alcanzar la bolsa. Grant la mantuvo por encima de la cabeza de Molly, fuera de su alcance, y se la pasó a Lexi mientras la niña trataba de interceptarla. Lexi sonrió y se unió al juego.

—¡Ey! —anunció Molly—. ¡No existe el tofu de hígado!

—Te vas a sorprender.

—¡Pues no! El tofu no tiene...

—Te vas a sorprender porque te lo diré cuando terminemos de cenar.

Lexi puso la bolsa encima del frigorífico.

—¿Puedo adivinarlo? —preguntó Molly.

—Nunca lo adivinarás.

—¡Sorbete de limón!

—¡Primer strike! Déjame que salude a tu madre.

Lexi estaba sonriendo cuando Grant la miró, y los extremos de sus ojos se arrugaron al devolverle la sonrisa. Nunca la había mirado así... con ese rostro radiante de felicidad... desde que Molly nació. Lexi olvidó lo que había planeado decir.

—¡Galletas de canela!

Al final lo consiguió:

—Me alegra que hayas venido, Grant.

Parecía no estar preparado para esa clase de cordialidad, porque la miró fijamente durante dos segundos y después dijo:

—Segundo strike.

Lexi se hizo la ofendida. Él se rió.

—Es bueno estar en ca... —se contuvo, sacudió la cabeza—. Lo siento.

—¿Pastel de zanahoria? —preguntó Molly.

—No seas pesada —dijo Lexi—. Me alegra que estés aquí.

—Yo también me alegro de que estés aquí. ¿Cuándo te vienes a vivir con nosotras? —dijo Molly.

Lexi se cubrió la boca con la parte posterior de la mano y debió sonrojarse, porque Molly añadió:

—¿Qué? No hace falta que se vuelvan a casar, ¿no?

En eso tenía razón, así que Lexi se preguntó por qué se sentía como si se tratara de una emocionante primera cita.

Grant abrió la boca para decir algo, o tal vez fue la sorpresa lo que había separado sus labios. Miró a Lexi, volvió a dirigirse a Molly, y dijo:

—Chips Ahoy.

—Molly, ¿por qué no vas a buscar tu redacción sobre los Pawnee para enseñártela a papá? —dijo Lexi.

Molly sonrió y colocó las manos sobre las caderas:

—Sólo tienen que pedir un poco de intimidad —dijo.

—Ve por tu redacción, boba.

—¿Sabías que los indios Pawnee envolvían a sus bebés en pieles de lince? —le preguntó a Grant—. Creían que los puntos eran como estrellas en el firmamento y decían que los cielos protegerían a sus hijos. ¿A que es genial?

—¡Mucho!

—Ángelo me lo enseñó en un libro que saqué de la biblioteca del colegio. No tuve tiempo para leerlo entero.

Lexi le hizo un discreto gesto en dirección a su habitación.

—¡He sacado un notable alto! —anunció mientras hacía un pequeño baile cojeando por el pasillo.

—Baja el volumen, cielo. Gina está descansando —dijo Lexi.

Molly se dio la vuelta y susurró en voz alta:

—¡Y me encantan las Chips Ahoy!

Lexi cruzó una mirada con Grant y le indicó una silla de la cocina. Entonces, comenzó a amontonar el ajo de Molly en un recipiente de mantequilla ablandada. Grant se quedó de pie.

—Molly es increíble —dijo—. Has hecho un gran trabajo con ella, Lexi.

—Gracias. —Aplastó la mezcla para unirla con un tenedor.

—Se parece a ti.

—Tiene tu sentido del humor. Lo echaba de menos.

—Es muy madura para su edad.

—¡Espera a conocerla!

Se rieron juntos, y después cayeron en un cómodo silencio. Grant se acercó y se apoyo de espaldas contra la encimera, con los tobillos cruzados.

—Siento haberme perdido tantos años.

—No tienes que seguir disculpándote, Grant.

—No puedo evitarlo.

—Ya ha pasado. Ya está. Saldremos adelante. —Tan pronto lo dijo en voz alta, lo creyó. Su esperanza era tan real como la presencia de Grant en la cocina.

Él suspiró, un alivio hondo y pesado.

—Haré lo que haga falta.

—Ahora mismo hace falta que cortes en rebanadas esta barra de pan italiano con un cuchillo muy desafilado. —Le pasó ambas cosas.

—A tus órdenes. —Cuando la hoja comenzó a romper el pan convirtiéndolo en un montón de migajas, dejó el cuchillo y comenzó a abrir la barra con los pulgares—. ¿Tiene que quedar muy bonito?

—La estética es cosa de Molly. Yo me conformo con que esté pasable.

—Con esos criterios, debe ser más fácil de lo que pensaba. —Pero el pan seguía desintegrándose. Lexi se planteó detenerlo antes de que quedara reducido a comida para patos—. Por otro lado —continuó—, ¿y si en lugar de hacer tostadas, fundimos la mantequilla de ajo y mojamos los trozos?

En aquel momento, para Lexi no había nada más bonito que aquella barra de pan destrozada en las manos de Grant... nada tan prometedor, ni tan sabroso, ni tan reparable. Estaba tan hambrienta. Llevaba años hambrienta.

—Te quiero, Grant.

Él dejó el pan sobre las migajas.

Lexi comenzó a sollozar.

—Estoy tan feliz de que hayas vuelto. Necesitaba tanto que volvieras...

Grant tomó su mano y la arrastró hacia él, después la rodeó con los brazos. Lexi apoyó la cabeza sobre su hombro, mientras la tensión de años iba desapareciendo.

Grant susurró entre su pelo:

—Tú eres la prueba de la misericordia de Dios en el mundo, Lexi Solomon.