12

Esa tarde regresamos a Urizon. Nuestro plan era recoger a Rafe al día siguiente, en la habitación que había rentado en Coeurs Crossing. Matthew iba a manejar, pues Rafe no tenía otro vehículo además de su motocicleta, cuya existencia era para Matthew otra pista del carácter general de Rafe. Cuando vi por primera vez la motocicleta contra la reja del cementerio, me expliqué la sensación de familiaridad que había tenido afuera de la tienda Holzmeier: había sido Rafe quien se había estacionado junto a Urizon los primeros días después de la desaparición de Peter. Cuando le pregunté por qué se había ido tan rápido, Rafe me explicó que no quería molestar. Matthew entornó los ojos y de regreso a casa subió las escaleras azotando los pies y murmurando algo sobre la idiotez de quienes se abstienen de utilizar casco. Pude escuchar que daba vueltas por el pasillo, mientras Marlowe y yo nos preparábamos para ir a la cama.

Esa noche soñé con Rafe. Me imaginé que estaba conmigo en el pasto de Urizon, observándome. Juntos nos elevamos de nuestro cuerpo como figuras fantasmales que flotaban por encima de las tejas, flotando mucho más allá de la casa, sobre alisos y avellanos, espinos y pinos, sobre el camino, más allá de la cebada, hacia el corazón del viejo bosque, donde Rafe me desnudó, desabotonando con ternura cada botón de mi blusa. Apretó su boca contra mi cuello y yo sentí anhelo, lo abracé, mis dedos desgarraban su camisa y se aferraban a sus hombros, apretando su piel. Su boca era suave y cálida contra la mía, su torso se apretaba contra mí con tanta fuerza que pensé que estábamos en alguna especie de ritual, en algún antiguo intercambio: me penetró tan plenamente que partes de él fluían a través de mis venas, ahora él era yo, ahora él y yo y nosotros éramos intercambiables, éramos uno. Desperté jadeando con los dedos pegajosos de una savia transparente, tiesos de explorar mi cuerpo.

Después de un desayuno rápido y temprano, di vueltas por la casa revisando que no olvidáramos nada; eché un vistazo al estudio de Peter, caminé por la cocina, escarbé en los cajones de mi cómoda por sexta y séptima vez.

—¿Esto es lo último? —preguntó Matthew cuando acabé mi búsqueda, asintiendo hacia el maletín que yo había llenado con todos los libros que parecían relevantes y que ahora bajaba los dos pisos con dificultad. Asentí y él tomó la maleta pesada sin hacer un gesto, la alzó fácilmente sobre su hombro—. Asegúrate de cerrar la casa con llave cuando salgas.

Parpadeé, confundida.

—¿Maisie?

—Es que nunca la cerramos. No sé quién crees que vaya a venir. —Matthew me miró con extrañeza—. Seguramente, hay una llave en alguna parte, pero me parece algo tonto, porque nunca…

—Está bien —dijo Matthew—, no cierres con llave.

—Además —dije, mientras caminábamos juntos hacia el carro—, Marlowe va a cuidar que nadie perturbe la casa.

—¿Qué, no lo vas a traer? —Matthew se detuvo de repente y volteó hacia mí. No pude distinguir si su expresión era de condescendencia o de preocupación.

—Claro que no —dije con brusquedad—. Va a estar mucho más feliz aquí. Obviamente, me gustaría traerlo conmigo, pero todos sabemos que no sería práctico.

No había puesto en palabras las emociones que sentía con respecto a Marlowe, pero en cuanto lo dije, supe que este plan era lo mejor. Me estaba yendo y Marlowe tenía que quedarse en Urizon. No podía imaginármelo sin su reino en el jardín de Urizon, no podía imaginármelo confinado durante horas al asiento trasero de un carro, atado como había estado afuera del café. Él pertenecía aquí y apartarlo de su hogar no solo sería cruel sino imposible. Marlowe era la tierra, el bosque. Mi decisión era tan simple como eso.

Matthew apretó los ojos con fuerza, haciendo un gesto y arrugando la nariz.

—No es práctico —repitió—. O sea, si nos vamos durante un tiempo, ¿quién lo va a alimentar? ¿Quién se va a asegurar de que salga?

Fue mi turno de mirar inquisitivamente a Matthew.

—Marlowe no es un gato —dije.

—No es un gato. —Otra vez estaba cayendo en la costumbre de repetir lo que decía yo, algo que odiaba. Después de un momento, se encogió de hombros y caminó hacia el carro. Me agaché y llamé a Marlowe, que se acercó de inmediato moviendo la cola, golpeando las piedras de la entrada con las patas.

—Eres un buen perro —le dije—. Y voy a volver pronto.

Marlowe me olisqueó con la nariz y sentí que tenía un nudo en la garganta. Hundí el rostro en su cuello e inhalé su olor familiar, apretándolo como para fusionarnos, tratando de aferrarme a la sensación de su vida contra mi piel.

—Quédate aquí —dije, aunque parecía que no necesitaba instrucción. Me observó mientras iba hacia el carro que me esperaba y que resopló cómodamente, soltando una nube de humo gris. Tomé mi lugar en el asiento trasero, apretada contra las maletas, para dejarle el lugar de copiloto a Rafe.

Mantuve la cabeza volteada hacia atrás con los ojos puestos sobre Marlowe mientras el carro se alejaba. Lo observé sentado, haciéndose cada vez más pequeño, observé la casa y los jardines, hasta que salimos a la carretera principal y yo estaba, por fin, dejando mi casa.

Rafe nos esperaba en su hotel con su compacto equipaje y la camisa recién planchada. Sacó el mapa y lo desdobló sobre los asientos delanteros una vez que se acomodó junto a Matthew.

—No estamos muy lejos de este —dije, apuntando, estirando los límites de mi cinturón de seguridad para inclinarme hacia adelante, con mucho cuidado de no rozar el cuello de Rafe. La marca a la que me refería era la más cercana a Urizon, en el extremo opuesto a la enorme propiedad del señor Abbott.

—¡Excelente! —respondió Rafe—. Yo diría que es un inicio maravilloso. Nos dirigiremos ahí directamente.

Matthew giró los ojos.

—Entonces se van a presentar en cada uno de esos puntos y ¿qué van a hacer exactamente? ¿Unos cantos? ¿Una danza? ¿Así se juega esto?

—Solo tenemos que estar ahí —respondió Rafe con placidez—. Es como encender un motor para que inicie la calefacción. O como alzar una pierna sobre un puente. ¿Te das cuenta?

Yo no me daba cuenta, aunque no iba a admitirlo de ninguna manera. La expresión de Matthew no solo nos decía que no se daba cuenta, sino también que dudaba de la legitimidad de cualquier cosa que defendiera Rafe. Pateé la parte trasera de su asiento con la esperanza de que comprendiera mi advertencia y dejara de expresar sus dudas, pero no volteó hacia mí. Rafe nos ignoró a ambos.

—Vamos a viajar hasta aquí —dijo, limpiando el polvo del mapa—, y después a este río, y después hasta nuestro destino final en la ciudad, tras lo cual solo necesitamos aplicar la fuerza correcta… y pasaremos.

—Está bien —dijo Matthew con voz más alta de lo necesario—. ¿Y exactamente cómo pretendes encontrarte con el padre de Maisie? ¿Solo nos lo vamos a topar en alguno de estos puntos?

—Pues, sí —respondió Rafe—. Si tenemos suerte. De otro modo, una vez que nos hayamos asegurado de que la puerta está abierta, podremos seguirlo a través de ella.

—Desde luego —masculló Matthew—, a través de la puerta mágica. Tiene mucho sentido.

Aunque no tenía prisa de ganarse a Matthew, Rafe sí gastó bastante energía en mí. Estaba fascinado con mi padre y se daba vuelta cada tanto para hacerme todo tipo de preguntas sobre la crianza de Peter y su escolarización, de las cuales pude responder muy pocas.

—Entonces, una vez que terminó la carrera universitaria, ¿vino directo a Coeurs Crossing?

Me mordí un labio y moví la quijada mientras me hacía la misma pregunta.

—Pero, seguramente, tú lo ayudabas con sus investigaciones. Pareces del tipo al que no le molesta pasar días entre estantes. —Rafe volvió a voltear hacia mí, asintiendo con admiración. Yo no tenía idea de a qué se refería con los estantes, pero iba a aceptar cualquier halago que me ofreciera. Las experiencias que proyectaba en mí, el tiempo que pasaba en las bibliotecas estableciendo teorías, asistiendo a fiestas donde académicos prominentes estarían encantados conmigo, parecían cosas que podría haber hecho, oportunidades que habría podido tener. Quería ser la chica que él creía que era; yo me gustaba más a través de sus ojos.

En el camino, Rafe nos habló de los estudios de Peter. Estaba bien enterado de las leyendas del bosque y de las mujeres Blakely desaparecidas. Incluso creía saber a dónde se habían ido.

—Imagínense un lugar que las hubiera retenido —dijo—. Una porción de tiempo fuera del tiempo, donde todas esas mujeres que deberían estar muertas todavía siguen vivas.

—Como un recuerdo.

—¿A qué te refieres?

—A la manera en que un recuerdo es real, pero al mismo tiempo no lo es —yo hablaba con rapidez, con falsa seguridad—. Si el tiempo es una línea y todos nos movemos a través de ella, tiene que haber un lugar al que nos dirigimos y un lugar que acabamos de abandonar. Obviamente, el recuerdo es el lugar que abandonamos. —Rafe pareció impresionado.

—Esa idea funciona si crees en el concepto de progreso —dijo Matthew, que intervino por primera vez en media hora de conversación—. Si uno piensa que el progreso es una falacia, entonces no hay un destino. Solo avanzamos rápidamente hacia adelante, a ciegas.

—No dije un destino, dije un lugar. Y solo porque no estamos en el lugar del que venimos, no significa que no lo hayamos abandonado.

—Entonces, lo que estás diciendo es lo opuesto al gato de Schrödinger. —Matthew sonrió.

—¿Qué?

—El gato en la caja —dijo Rafe—. ¿El gato existe en realidad en una caja cerrada si uno no puede verlo? Un famoso dilema filosófico.

—No me interesa la filosofía —dije, frunciendo el ceño—. Estoy hablando de física.

—Él también —sonrió Rafe, de manera aprobatoria—. La física y la filosofía, la ciencia y las historias, están más entrelazadas de lo que algunos —miró a Matthew— podrían hacerlo parecer. Esas fábulas sobre tu familia no son nada. Son pistas. Son una manera de moverse a través del tiempo, tanto figurativa como literalmente.

—Entonces, en lugar de moverte en una línea recta, quieres empezar a dar vueltas —dije asintiendo —. Empezar a moverte en espirales.

—¡Exacto! Durante décadas, los intelectuales han pensado que eran las palabras las que tenían el secreto de la entrada —dijo Rafe—. Pero para mí está claro que es el movimiento. Es la presencia lo que se necesita. Lo físico. Piel sobre piel. —Guiñó un ojo—. ¿No lo crees?

—Sí —respondí—. Lo físico. Claro.

—Sabía que entenderías.

Me pregunté cuánto sabría Rafe sobre mí. No daba señales de haber sido consciente de mi existencia antes de nuestro primer encuentro en el cementerio. Yo estaba segura de que Peter había hecho grandes esfuerzos por ocultar cualquier relación entre la investigación que publicaba como el Juguetero y el estudio antropológico que publicaba bajo su propio nombre. El lenguaje de Rafe probablemente era azaroso, su discusión de lo físico no tenía la intención de asustarme, sino más bien de provocar la respuesta a la que debía estar acostumbrado en las chicas que sentían debilidad por su sonrisa. Sin embargo, me sentí ansiosa. Traté de parecer normal. Mantuve los dedos ocultos bajo las mangas de mi chamarra. Me moví en mi asiento de manera que Rafe no fuera a tocarme por accidente mientras gesticulaba. Parecía bastante listo. Esperaba que no lo hubiera adivinado.

«Mira», había dicho afuera del café de la carretera, inclinándose para acariciar a un perro que estaba atado junto a Marlowe. «Deja que te huela los dedos, Maisie, es un perro muy dulce. Ven a acariciarlo».

«Toma», había dicho en el carro de Matthew, pasándome una bolsa de papel, «son solo frutas secas y nueces, por si tienes hambre».

«¡Mira! Ve a cortar esa flor. El color te quedaría increíble en el cabello».

«No lo sabe», me dije. «¿Cómo podría saberlo?».