Rafe hizo hincapié en que si no pasaban por cada parada del camino, no iban a conseguir nada. Esto significó primero una larga caminata en espiral a través de campos lodosos y bosquecillos dispersos, y después otra de regreso por los anillos exteriores, en la dirección opuesta. «Solo entonces», dijo Rafe, «podremos explorar plenamente el centro de la espiral». Matthew dijo que todo el asunto le recordaba a los grupos que buscaban cuerpos desaparecidos. Rafe silbaba mientras caminábamos, de buen humor.
—Desde que tengo memoria, he hecho las cosas de la manera correcta —dijo sonriendo—. Ya fuera poniendo todo mi empeño en la solución de problemas matemáticos complejos cuando era niño o estudiando traducciones de runas antiguas durante mis estudios de licenciatura. Es mejor hacer las cosas con lentitud y de manera correcta desde la primera vez, que tener que volver a empezar, ¿verdad? Siempre molestaba mucho a mi madre, que me preguntaba por qué necesitaba tanto tiempo para atarme un cordón de los zapatos o por qué ignoraba que mi hermanita se había raspado la rodilla. Yo le decía que no estaba ignorando nada, solo estaba concentrado. Le decía que para tomar lo que uno quiere de la vida es importante tener un solo objetivo, ¿no lo crees?
Yo estaba atrás de él, así que no vio que asintiera.
Matthew, que se había adelantado sin preocuparse por dónde ponía los pies, no estaba tan lejos como para no escuchar el discurso de Rafe. No hizo ni un sonido, pero en respuesta se apartó deliberadamente del camino, de manera que en lugar de trazar una espiral fue caminando directo hacia la última ubicación en una línea diagonal.
Para cuando Rafe y yo nos reunimos con él en el límite exterior de la primera espiral, donde había dejado el carro, ya estaba oscuro.
—Vamos a dejarlo hasta aquí por esta noche —dijo Matthew—. Está demasiado oscuro para hacer cualquier cosa.
—¿Demasiado oscuro para buscar a Peter? Pero podría estar en problemas. Deberíamos seguir toda la noche, solo por si acaso.
Matthew negó con la cabeza.
—Ya esperamos mucho tiempo. Y vamos a ser más eficientes en… lo que sea que estemos haciendo… con unas cuantas horas de descanso.
—Por qué no te quedas aquí a descansar, Maisie y yo regresamos a… —comenzó Rafe.
—No —dijo Matthew—. Nos vamos a quedar juntos y vamos a esperar hasta que haya luz.
Rafe se encogió de hombros y me guiñó un ojo.
—Lo que tú digas, capitán. No te preocupes, Maisie. —Puso una mano sobre mi manga y yo traté de no sobresaltarme por el contacto y de esperar una cantidad de tiempo adecuada antes de apartarme—. Unas cuantas horas no van a hacer mucha diferencia. Tengo que hacer una llamada rápida, regreso pronto.
Observé que se alejaba con el teléfono en la mano, guiando sus movimientos con la luz poco natural de la pantalla y traté de analizar el significado del guiño mientras Matthew preparaba un lugar para que durmiéramos. Si Rafe decía que unas cuantas horas no importaban, entonces no importarían. Él sabía más sobre el viaje de mi padre que yo. Y además de su interés por Peter y por el bosque, aparentemente Rafe ahora también estaba interesado en mí. A diferencia del interés de Matthew, frío y cauteloso, científico, sentía cierta calidez en las atenciones de Rafe. Sentía una fuerza en las curvas de mis caderas y en el peso de mis senos, un poder en ciernes cada vez que Rafe me miraba.
Cuando volvió, pasamos la noche como lo haríamos durante la mayor parte del viaje: yo en el asiento trasero del coche, Matthew y Rafe afuera en el pasto, sobre cobijas, flanqueando cada uno a un lado del carro. «Era como los viajes de campamento que había hecho de niño», insistió Matthew. Rafe me dijo que le gustaba ver las estrellas.
A la mañana siguiente, regresamos al centro de la espiral y descubrimos una estructura abandonada de tres muros que la noche anterior había quedado oculta por la niebla. Estábamos, me di cuenta, en el extremo más al oeste del bosque que bordeaba Urizon, aunque difícilmente parecía el mismo, los árboles aquí eran más delgados y estaban mucho más dispersos; el suelo estaba nivelado, el pasto era exuberante. La madre Farrow me había dicho que en un momento todo el continente había sido un bosque, redes de bosque de costa a costa. Como un emperador que extiende sus tierras, un árbol original debió haber tirado sus semillas y se extendió, de manera que un ave migratoria pudiera mirar hacia abajo y ver verde en todas direcciones.
—Pensaba que había un cerrojo que teníamos que abrir. O cerrar —dijo Matthew, apoyado contra el costado opuesto del edificio, observándonos caminar alrededor de la estructura con los brazos cruzados sobre el pecho.
—No un cerrojo literal —respondió Rafe. Una vez más, puso una mano sobre mi manga y apretó mi hombro a modo de reconocimiento, como para apuntar que yo comprendía algo que Matthew no. Esta vez, no me sobresaltó que me tocara.
Solo podíamos ver el cielo a través de las grietas del techo. La luz gris de la mañana hizo un breve halo sobre el cabello de Matthew y después desapareció cuando unas escasas nubes bloquearon el sol. Un delgado hilo de sudor se había reunido entre mis pechos y otro en mi sien.
Del lado opuesto a donde se había estacionado Matthew, encontramos lo que parecía ser un sótano: un hueco cavado en el suelo, cubierto con piedras en la parte del fondo. Una escalera fosilizada llevaba de un extremo del granero hacia el hoyo.
—Parece la vieja celda de una prisión —dijo Matthew detrás de mí—. ¿Ven los restos de cadenas?
El siguiente tramo de nuestro viaje se pasó debatiendo la importancia de la celda y discutiendo el significado de las espirales y su papel en la investigación de Rafe. Matthew tomó la postura de que estábamos perdiendo el tiempo y de que nuestros esfuerzos, claramente, no servían para nada.
—¿Qué, esperas que se abra una grieta en el cielo? ¿Un rayo de luz? Así no funciona. Es poco realista. —Rafe negó con la cabeza sonriendo a medias.
—Que pase algo, por lo menos —dijo Matthew, que salió a la carretera principal.
—Sí hay algo —continuó Rafe—. Una especie de electricidad. Tú sí la sientes, Maisie, ¿verdad?
Yo asentí, aunque la carga que me atravesaba el cuerpo parecía tener más que ver con Rafe mismo que con cualquiera de nuestros recientes logros. Me daba cuenta de que cada vez que cambiaba de peso enfrente de mí, yo era consciente de sus menores ajustes. ¿Él sería igualmente consciente de mis movimientos? A veces me parecía atraparlo observándome con expresión de reflexiva satisfacción. Quería inquietarlo. Cuando me inclinaba para amarrarme una agujeta, a propósito me acomodaba la playera para que mis senos fueran apenas visibles, apretados uno contra otro.
Una vez que agotábamos los temas de rituales, deidades y puertas, me descubrí a mí misma perdiendo el tiempo con pláticas ingeniosas y coqueteos a los que no estaba acostumbrada, pero me ayudaban los fuertes estallidos que periódicamente hacía el motor del auto y que me distraían de mis peores pasos en falso.
—¿Entonces nunca has ido a la ciudad? Te espera una gran aventura—dijo Rafe.
—Ya lo sé, en especial si voy contigo. Estoy segura de que habrá algo más que podremos ver… juntos.
Alcancé a ver el reflejo de Matthew entornando los ojos en el espejo retrovisor.
Después de pasar veinte minutos haciéndole notar a nadie en particular que la noche anterior no habíamos hecho gran cosa en cuanto a la cena, nos detuvimos en un paradero del camino para comer algo. Matthew entró a ordenar unos sándwiches y café, y me dejó a solas, por un momento, con Rafe. Nos bajamos del carro para estirar las piernas; el pequeño estacionamiento estaba vacío a nuestro alrededor, a pesar de la preocupación de Matthew de que habría una multitud adentro.
—El pelo se te ve bonito así —dijo Rafe—. ¿Así lo tenías antes?
El cuerpo se me estremeció por el halago y me urgió a acercarme a él. No estaba segura de cómo responder, pero antes de que pudiera avergonzarme empecé a toser, se me bloqueó la garganta de repente.
—¿Maisie?
Tenía la cara caliente, sentía mareo. Rafe me golpeó fuerte en la espalda, lo que solo aumentó mi incomodidad.
—¿Te estás ahogando? —preguntó, negué con la cabeza, aunque quizá sí me estaba ahogando y el pánico que acompañó a este pensamiento hizo que tuviera arcadas más fuertes.
Rafe se estrujó las manos y después las apretó contra su propio abdomen como si estuviera practicando una manera para poder ayudarme. Por fortuna, no tuvimos necesidad de hacer el experimento. Después de un momento, las culpables se mostraron… tres moras rojas perfectamente redondas salieron en un revoltijo de bilis y aterrizaron en el pasto. Me aclaré la garganta, avergonzada y confundida. En el desayuno, me había comido un pan dulce y la noche anterior, un sándwich de queso. No tenían moras. No había comido ninguna mora.
—Voy por agua —dijo Rafe caminando hacia el carro.
—Seguro no las mastiqué bien —mascullé—. Qué tonta. —¿Me las había imaginado? Pero no, Rafe también las había visto. ¿Eran una especie de advertencia? ¿Un recuerdo de los peligros que me esperaban si hacía caso a las urgencias que había descubierto recientemente y me entregaba a Rafe? Un castigo por desear.
Me quité el pensamiento de la cabeza.
—Estoy bien. —Una humedad viscosa como un saco amniótico rodeaba las moras en el pasto—. Estoy bien —repetí—, pero no podía eliminar el sabor amargo que las moras me habían dejado en la lengua.