La muchacha de ojos negros se estira, tuerce su cuerpo en una dirección y después en la otra. Gira el cuello.
—¿Qué te puedo traer? —pregunta Lucy, mientras se estruja los dedos, da un paso hacia adelante y después vuelve a apartarse cuando es claro que la muchacha de ojos negros no va a responder—. ¿Ahora qué sigue? ¿Qué tenemos que hacer para escapar?
La muchacha de ojos negros alza una ceja.
—Puedes hablar —dice Lucy—. ¿O no puedes?
La muchacha de ojos negros elige no hablarle a Lucy. En lugar de eso, inclina una oreja, escuchando el mundo exterior al bosque. Se lleva un dedo a los labios y lo succiona, lubricando el nudillo, usando los dientes para remover el anillo de esmeralda sucio que hace mucho lleva consigo, lo escupe al suelo.
Lucy cae de rodillas para recuperar el anillo, después gatea para reunir el resto de la joyería: el broche de hierro, el anillo liso de oro, el anillo de compromiso; estos objetos van dejando una huella detrás de la muchacha de ojos negros mientras se aparta lentamente del claro. La cadena de plata que se arranca del cuello. El brazalete de alambre, destejido. El escudo familiar, tirado bocabajo en la tierra.