La muchacha de ojos negros se para en el borde del bosque, observando que Peter se acerca. Él no la ha visto. «Navega», piensa él, por el ángulo de la luz, aunque en verdad está deambulando a ciegas y la muchacha de ojos negros lo guía hacia donde las mujeres lo están esperando, la muchacha de ojos negros prepara la apertura del bosque.
—Les dije que iba a venir —susurra Mary, de pie detrás del grupo de siete mujeres que flanquean a su nueva líder. Es un tonto, como el resto de ellos. Se merece su destino.
—No digas esas cosas —dice Imogen.
La muchacha de ojos negros las ignora; pronto va a terminar con ellas. Tararea una nota suave y levanta un brazo. La mirada de Peter lo sigue, el cuello se estira hacia atrás. Peter ve el cambio del cielo, cómo se amasan las nubes que huelen a lluvia. Frota dos dedos bajo sus lentes. Ve a las mujeres. Ve a la muchacha de ojos negros. Se queda quieto y respira profundamente.
—Lo hice —murmura Peter, sintiendo más maravilla que miedo—. ¡Tenía razón! Lo sabía… ¡Lo sabía! ¡Maisie, mi amor! ¿Cuánto tiempo llevas aquí? Más importante aún, ¿sabes dónde es aquí? ¿En qué lugar estás atrapada…? —Se detiene, sintiendo que algo es diferente. Esos no son los ojos de su hija—. Mi hija… ¿podrías… podrías ser tú?
—¿La niña que criaste para que fuera tan dócil? —El tono de la muchacha de ojos negros no tiene inflexión; su voz es baja y dura—. ¿La niña que castraste? ¿La niña cuyo propósito ocultaste siempre?
—Tú no eres… —La voz de Peter se tambalea. Tose. No estaba preparado para la animosidad. Esperaba que lo alabaran como rescatador, que las mujeres perdidas se inclinaran frente a él o lo reverenciaran, que lloraran lágrimas fantasmales de alegría. Esperaba que su hija lo mirara a través de sus propios ojos verdes, que murmurara «Padre, me salvaste, te perdono por todos tus errores»—. No voy a permitir que dañen a mi hija.
—No. Ya es demasiado tarde para eso —contesta la muchacha de ojos negros—. Tú mismo hiciste el daño.
—Es una niña —dice Peter—. Devuélvanmela de inmediato. No sé quiénes son ustedes, en qué se han convertido aquí en este bosque, pero el remedio seguramente no es conquistar a mi hija, corromperla, traicionar su libre albedrío. Todas esas cosas que van… —Hace una pausa porque la muchacha de ojos negros da un paso adelante. Inhaló la peste de las mujeres Blakely y exhala una nota suave y gutural que detiene a Peter en seco. Debería sentirse emocionado, después de haber completado el ritual, sin embargo, solo siente inquietud.
—Llegas demasiado tarde —le dice la muchacha de ojos negros—. Te tengo.
—Bueno, creo que es decir demasiado, que tú… —Peter no puede resistir atacar con la semántica, por fin, algo familiar. Él no es tenido, este plan ha sido suyo desde el principio: seguir las espirales, encontrar el pasaje, ayudar a su hija a escapar. No esperaba encontrarla secuestrada, transformada tan plenamente, rodeada por mujeres de olor tan agrio en tan fascinante atavío. Simplemente, si liberan a su hija, él las va a ayudar. Peter hará todo lo que esté en su poder para unirse a su causa. Tienen que dejar a la niña fuera de esto y todo va a estar bien pronto. Su poder retórico, sus pruebas…
—Miren, yo las encontré. Completé los rituales, seguí las líneas ley. Abrí el bosque.
Lo interrumpe la risa sin humor de la muchacha de ojos negros.
—¿Tú? Tú no has hecho nada. No hay nada que puedas hacer.
Peter frunce el ceño.
—Bueno, si no hay nada que se pueda hacer, no veo por qué tenemos que seguir discutiendo. —Quiso decirlo de una manera desdeñosa, pero le salió de forma taciturna. Las mujeres lo ven tambaleante, echando un vistazo a la distancia que podría caer por el acantilado.
Alys da un paso adelante. Las otras tratan de ocultar su sorpresa.
—El poder de la niña está creciendo —dice Alys, mirando solo a Peter, ignorando las risas nerviosas detrás de ella, la mirada fija de la muchacha de ojos negros—. La puerta va a abrirse.
—Yo ya abrí la puerta —dice Peter, frunciendo el ceño.
—No. —La cara de Alys es firme—. No lo hiciste.
Peter se pierde en sus pensamientos: la puerta, piensa, las fronteras. Las reglas se hacen para seguirse, las líneas se trazan para no cruzarse. Tiene que recordárselo a la niña, a la verdadera niña, una vez que la haya encontrado. Tiene que reiterar las lecciones que ha creado a lo largo de los años. Tiene que reforzar los límites. Queda mucho por hacer. Se da la vuelta para tomar a su hija e irse, seguro de que una vez que estén libres de este bosque ella regresará a su forma anterior.
La muchacha de ojos negros no es obediente. No es la hija de Peter. No sabe nada de la moral humana, nada de la empatía o de la ética, nada de límites. La muchacha de ojos negros solo conoce el inquebrantable sendero de la naturaleza, la electricidad del hambre. Inclina la cabeza, se relame los labios, da un paso lento hacia adelante.
Pero antes de que pueda actuar, Alys levanta una mano ennegrecida de tierra. Una vid hace una espiral hacia arriba desde la tierra y detiene a Peter a medio paso, enredándose en su tobillo y jalándolo de manera que cae hacia adelante sobre la tierra. Sus dientes de arriba golpean los de abajo con un crujido satisfactorio. La enredadera se extiende, sigue enrollándose, serpenteando por el torso de Peter y ahorcando sus muñecas. Lo gira sobre su espalda de manera que la cabeza cuelgue en un ángulo extraño. Unas amplias hojas crecen alrededor de su cuerpo como una capa.
La muchacha de ojos negros asiente hacia Alys, sin decir nada. Las otras contienen la respiración hasta que la muchacha abandona el claro por completo, hasta que desaparece todo sonido y todo aroma de ella. Aliviadas, estallan en un hervidero de risas nerviosas y se dispersan sin hablar sobre cuándo volverán a reunirse de nuevo.
Su mundo está cambiando y aún no pueden predecirlo. El bosque cambia de forma ante sus ojos. El árbol que ahora contiene a Peter crecerá alto.