Kathryn ya no sabe qué hacer con la muchacha de ojos negros desde que se levantó de su esterilla, ahora que es un ser que siente y que parpadea en lugar de un cadáver que se mantiene fresco. La perturba el apetito con el que la muchacha de ojos negros observa a las mujeres, el hambre que no oculta. Kathryn ha espiado a la muchacha arrodillada frente al viejo cadáver del corzo, desgarrando con los dedos su cuerpo rígido, llevándose la carne podrida a los labios. La primera muerte en el bosque en siglos. Ahora, Kathryn se descubre a sí misma brincando de miedo cuando una piña de pino cruje detrás de ella, por el eco de un rasgueo de madera, por el crujido de un cuchillo contra las ramas. ¿Será ahora? ¿La muchacha de ojos negros ha venido por ella? La espera es tortuosa.
Trata de concentrar su atención en los hombres que viajan por el bosque, la otra raza: los cuerpos que no pueden meterse en ella, tan fuera de su alcance. A Kathryn le parece que han pasado siglos desde mediados del verano, aunque Lucy le dice que fue tan solo el día anterior cuando el bosque se abrió, cuando Kathryn tuvo su devaneo con el joven del pueblo. Kathryn tenía la esperanza de que el despertar de la muchacha significara alguna diferencia, de que el bosque permitiera que sus amantes se quedaran más tiempo, que entraran más a menudo. Kathryn ha estado decepcionada por el lento acecho de la muchacha de ojos negros a las criaturas del bosque, por su aparente desdén hacia las necesidades de Kathryn. Si puede abrir el bosque a capricho, ¿por qué no lo utiliza para el beneficio de todas?
Eso no significa que Kathryn no respete a la muchacha de ojos negros. Sí la respeta. El suyo es un respeto incondicional que nace del miedo. Trata de reunir el valor para pedirle favores a la muchacha, para empezar una simple conversación, pero la extraña oscuridad de sus ojos, sus movimientos lánguidos… Cada vez que Kathryn reúne el valor, se imagina que la muchacha le habla en un susurro. Se imagina que su propio cuerpo se desgarra en dos, que la muchacha de ojos negros manosea los músculos deshechos, que prueba su sangre.
Va con Lucy a reunir un ramo de campanillas y madreselvas para poner en el altar de la muchacha de ojos negros. Cuando se agacha para recoger una flor, Kathryn siente que alguien se mueve a su lado en el otro bosque, que se arrodilla junto a ella. Que recita. Que reza. Un hombre.
—Puedo verlo —dice Kathryn. Aunque sigue cerrado, el velo está más delgado desde su reciente apertura de verano, tan delgado como nunca había estado antes. Kathryn escucha su movimiento, huele su colonia, alcanza a vislumbrar el perfil sombrío—. Puedo sentirlo.
—No seas ridícula —dice Lucy.
—Tal vez, si le pidieras a la muchacha que lo deje entrar…
—Contente —dice Lucy—. Claramente, él está tratando de entrar. Como si creyera que se merece la entrada. Ya conozco a los hombres como ese. No vale la pena el riesgo.
—Pero permitió que el padre de la otra…
—Eso era diferente.
Una ráfaga de aire chisporrotea entre los labios de Kathryn.
—Imagínate el viento que grita. Imagínate lo raspado de sus botas. Me pregunto si ha nevado. Me pregunto si la nieve ya se derritió.
—Qué tontería —contesta Lucy—. Además, es verano, ¿recuerdas?
Kathryn vuelve a suspirar, llena de deseo. Se voltea y abandona a Lucy. Piensa en el muchacho de cabello oscuro con ojos azules, ágil y musculoso. El muchacho que ha visto antes, una sombra que se desliza a través de Urizon. El que ha echado un vistazo por una ventana trasera, sudando por la camisa de cuello blanco; Kathryn pudo ver la forma de sus bíceps, pudo imaginar con facilidad el resto del cuerpo delgado debajo de ella.
Lo imagina ahora y trata de alcanzarlo en su mente, siguiendo su esencia. Cuando inhala, la detiene un abrumador olor nuevo. Las ranas cantan canciones de apareamiento, los árboles se estremecen en la brisa. Kathryn vuelve a inhalar y se detiene, baja la mirada hacia sus zapatos que están mugrientos de vejez, pero aún presumen pequeñas porciones del color original. Están hundidos en un lodo formado recientemente, un caldo rojo y rico de tierra pegajosa. Kathryn se arrodilla y hunde las manos en la tierra extraña. Cuando las alza, los dedos están manchados de rojo sangre.