Juguetero y niña

En su nuevo hogar, este saúco sofocante, Peter tiene mucho tiempo para reflexionar. Puede percibir el desdén que el árbol siente por su visitante: a diferencia de los hongos de sus raíces, cuyas fibras extraen nutrientes, pero a cambio le ofrecen protección, la presencia de Peter no le ofrece ninguna ventaja. «Fuera», murmura el árbol en una lengua que los hombres no conocen, aunque Peter siente que sus fibras luchan contra él. Un nuevo verso para añadir a la canción de sus deseos: «Más luz. Más alto. Más ancho. Fuera». El saúco siente cada rasgadura en el tejido de su tronco y trata de sanar las fisuras apretando más estrechamente a Peter, obligándolo a contorsionar su cuerpo, tirándole los lentes que Helen rescató del suelo del bosque y puso fuera de su alcance.

De alguna manera, piensa Peter, esta penitencia es un honor. Recuerda al gran mago Merlín atrapado en su propio roble antiguo y por un momento siente que el pecho se le hincha de orgullo. ¿Qué dirían sus colegas, esos venerados académicos que dudaron de la fusión de folklor y ciencia, si lo vieran ahí en ese momento? Siempre había creído que estaba destinado a la grandeza, al descubrimiento. Peter había soñado…

Sus hombros se hunden; es incapaz de continuar con la farsa. No puede seguir mintiéndose a sí mismo. Esto es una penuria.

Sobre él, a su alrededor, el saúco sueña con el suelo. Sueña con una nieve vidriosa y brillante. Sueña con su propia grandeza. «Más alto, más ancho, más luz». No sabe nada de sabotearse a sí mismo, del arrepentimiento, del resarcimiento.

Peter sabe que sus comportamientos justifican este castigo. Que atrapado ahí, a solas, no puede escapar de las acusaciones que le achaca la extraña en que su hija se ha convertido. Sus palabras reverberan en su mente, se pegan a los muros de su cerebro, agraviándolo. ¿Qué destino más adecuado para un hombre que trató de hacerse dueño de un cuerpo —pues ahora Peter reconoce que los exámenes y las reglas que le impuso a su hija eran un esfuerzo por apropiarse de su cuerpo— que el confinamiento de su ser? Es la conclusión natural de sus estudios, una respuesta astuta del bosque y de las mujeres que engendra, las mujeres que se llevaron a su hija. Se pregunta qué le han hecho.

Tiene una visión repentina de Maisie de pequeña, cómo le jalaba la mano, con los guantes de jardinería flojos alrededor de las muñecas diminutas, y lo llevaba hacia un objeto de su fascinación infantil: un árbol con el tronco torcido, una ardilla sin cola, una punta de flecha antigua. Alzaba la mirada hacia él con tanta inocencia, con tanta confianza. Había sido tan indefensa, inconsciente de su poder cada vez mayor. Ella lo había necesitado. ¿Qué había visto él cuando la veía? ¿Qué había necesitado Peter? ¿Un sujeto de pruebas? ¿Una llave?

Si alguna vez regresaba al claro, eso en lo que Maisie se ha convertido lo vería con sus ojos extraños y alterados; sin su inocencia infantil y todas sus pequeñas maravillas. Peter cree que él arruinó lo que sea que Maisie ha sido, lo que habría podido ser. Apoya la frente contra el muro de madera y llora por todo lo que han perdido.