Las madres de Las Afueras les quitaron la ropa, los zapatos y los sacos a Milde, Trinidad y Diamante y lo tiraron todo al fuego que había en el capó del coche en medio de Las Afueras. Las madres les dieron una pastilla de jabón y un tinte del pelo a cada una y les dijeron que no pararan de lavarse hasta que el jabón se hubiese acabado y el olor de amoniaco se hubiese asentado como debido.
Después vistieron a sus hijas otra vez y las llevaron a la escuela donde las flores de jazmín colgaban en hileras a lo largo de las paredes y el tejado. Milde pensaría más tarde en aquella comida que Las Afueras había organizado y en cómo todo había ocurrido. Se preguntaría una y otra vez cómo las madres habían conseguido abastecerse de tantas cosas y cuánto tiempo habrían tardado en cocinarlo todo. Después, cuando hubieron acabado de comer, Essa se levantó y dijo que era hora de que se fuesen. Solo en unos meses y no más Milde ya no estaría; solo en unos meses hasta que todo se hubiese calmado y ya nadie se preocupase de buscar a la chica a la que habían visto en el lugar y que ahora estaba bajo orden de busca y captura.