Milde tiene diecisiete años. Diamante tiene dieciséis años. Trinidad tiene veinte años.
Milde ve el humo arremolinándose entre los árboles y tragándose sus copas enteras. Los pájaros que ha escuchado gorjear con un ruido ensordecedor vuelan ahora; dan vueltas y vueltas alrededor del humo y salen y entran en la oscuridad. Es mucho más grande de lo que se había imaginado, el humo. Fluye, se redondea y fluye todavía más; se arremolina, vuela con rapidez y hace que le escuezan los ojos. Diamante y Trinidad silban tras los arbustos para advertirle de que se tienen que ir, ven Milde, nos tenemos que ir, date prisa. Milde las oye y sabe que se tienen que ir, claro que se tienen que ir, pero no puede moverse. Todo es mucho más grande y oscuro de lo que se había atrevido a esperar. Es como si el día nunca hubiese hecho otra cosa sino palidecer y como si la noche nunca hubiese sido sino ese humo negro que todo lo arrastra y se agranda y se vuelve pesado sobre el lugar. A Milde no le gusta el día ni cómo le sienta su luz; solo le gusta la noche y el cielo estrellado por la noche y lo que más desea es que nunca hubiese existido otra cosa que no fuese la noche donde poder hundirse. Y ahora, aquí está: la noche hecha por Las Afueras, negra e imponente. Es imposible que lo deje así, ahora no, no antes de que la negrura haya jugado y fluido un poco más y la imagen de todo lo que hace se haya grabado bien en el pecho y en el interior de los párpados.
De repente se cae al suelo, le cuesta respirar.
Alguien se acuesta encima de Milde y presiona su ligero cuerpo contra la tierra, le aprieta la mano contra la espalda y la saca de la humareda. No puede respirar por la presión en el pecho e intenta levantar la cara de la hierba, decir algo. La presiona más y todavía más fuerte, busca armas por todo su cuerpo y al final le da la vuelta, le quita la capucha de un estirón. La mira fijamente, estupefacto. No sabe exactamente lo que está viendo así que la suelta sin querer, parece que no se crea que haya sido ella la que ha prendido fuego a aquello y mira a su alrededor buscando a alguien más. Todo son gorjeos de pájaros y todos los gorjeos cesan cuando Trinidad lanza un disparo al aire con el fusil; todo es día y el día entero se oscurece cuando el guarda suelta la mano de Milde y protege su cuerpo. Milde se libera y repta como si la hubiesen apuñalado en la barriga hacia los arbustos donde sabe que la esperan Trinidad y Diamante. Salen corriendo, cogen a Milde de los brazos y desaparecen de ahí.