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ENTRE LAGUNAS Y MENTIRAS: ¿UNA VIDA USURPADA?

 

 

 

El 20 de mayo de 1520, en el puerto de La Coruña, Carlos I de España se embarca hacia Alemania. Parte para ser coronado emperador germánico en Aquisgrán. Para financiar su ruinosa campaña electoral, acaba de hacer votar un excesivo impuesto que inmediatamente desata rebeliones en casi toda España. La revuelta de los comuneros de Castilla estalla en junio. Es una insurrección espontánea que por supuesto se ha desatado por un asunto fiscal pero también es un movimiento de rechazo profundo de España hacia un monarca extranjero, criado en Gante, rodeado de consejeros flamencos y que no habla ni pío de castellano. Es también una revuelta alimentada por un sustrato antimonárquico: las comunidades de Castilla, orgullosas de sus fueros, sueñan más bien con un régimen republicano, a la imagen de las ciudades italianas. Para intentar contener la situación, las tropas de Carlos I organizan una cruenta represión. La primera ciudad en pagar los platos rotos es Medina del Campo, en Castilla la Vieja, sometida a sangre y fuego. La destrucción por las llamas de esa ciudad mártir manchará largamente la imagen del soberano español. En Medina del Campo todo se quemará: el ayuntamiento, las iglesias, los almacenes de los mercaderes, las casas de los pobres y de los burgueses, pero también todos los archivos.

Ahora bien, así es como nuestro autor da sus generales al principio de su relación:

 

Bernal Díaz del Castillo, vecino e regidor de la muy leal çiudad de Santiago de Guatemala, uno de los primeros descubridores y conquistadores de la Nueva España y sus provincias, y Cabo de Honduras e Higueras, que en esta tierra así se nombra; natural de la muy noble e insigne villa de Medina del Campo, hijo de Francisco Díaz del Castillo, regidor que fue della, que por otro nombre le llamaban el Galán, que haya santa gloria.[46]

 

Pareciera indicarnos su ciudad de origen pero callando su año de nacimiento; de paso, se dota de una ascendencia honorable presentando a su padre como un notable. Quizá sea cierto pero es imposible de probar. No tendremos así ninguna huella de la filiación de Bernal, ninguna huella de su nacimiento en Medina del Campo. Pero ¿acaso no es voluntario? Si hubiese tenido la intención de disimular la verdad sobre su nacimiento, escoger a Medina, con su memoria esfumada, habría sido una elección ideal. Un indicio puede apoyar la tesis de una construcción tardía: esa referencia a Medina del Campo no figura en la versión de la Historia verdadera editada en 1632. Ésta propone otra redacción del capítulo introductorio, desprovista de indicaciones personales. A lo largo de las páginas, encontramos sólo una alusión a lo que podría ser su tierra natal, cuando Díaz compara el mercado de Tlatelolco con las ferias que tienen lugar “en mi tierra que es Medina del Campo”.[47] Otro detalle refuerza la impresión de la mentira: su padre seguramente no se llama, como él mismo dice, Francisco Díaz del Castillo. Hasta 1552, Bernal es simplemente Díaz, algunas veces Díez pero jamás “del Castillo”.[48]

El autor de la Historia verdadera da algunos elementos sobre su edad. Pero lo hace de manera tal que todos los historiadores se han arrancado el cabello para hacer coincidir los dichos de Bernal con los elementos del estado civil extraídos entre otros de las probanzas en las que figuró como testigo. En el prólogo del manuscrito de Guatemala, Díaz escribe: “Soy viejo de más de ochenta y cuatro años y he perdido la vista y el oír, y por mi ventura no tengo otra riqueza que dejar a mis hijos y descendientes, salvo esta mi verdadera y notable relación”.[49] Si cruzamos esta declaración con los otros elementos que figuran en sus escritos, podríamos pensar que nació en 1484. En efecto, en el prólogo de la edición de 1632, Díaz fecha su punto final con gran precisión: el 26 de febrero de 1568.[50] Tres veces en el cuerpo de su texto confirma que ese año marca efectivamente el final de la redacción de su obra.[51] Tendría entonces, según su propia confesión, 84 años en 1568. El problema es que el mismo Díaz, en el capítulo introductorio del manuscrito de Guatemala, proporciona otra versión, en una formulación de gran confusión:

 

Y Dios ha sido servido de guardarme de muchos peligros de muerte, así en este trabajoso descubrimiento como en las muy sangrientas guerras mexicanas; y doy a Dios muchas gracias y loores por ello, para que diga y declare lo acaecido en las mismas guerras; y, demás de esto, ponderen y piénsenlo bien los curiosos lectores, que siendo yo en aquel tiempo de obra de veinte y cuatro años, y en la isla de Cuba el gobernator de ella, que se decía Diego Velázquez, deudo mío, me prometió que me daría indios de los primeros que vacasen, y no quise aguardar a que me los diesen.[52]

 

Todos los biógrafos de Díaz del Castillo se han planteado la pregunta de saber en qué exacto momento el autor tenía veinticuatro años: ¿Fue a su llegada a Cuba en 1514, cuando su partida en su primer viaje de exploración hacia México en 1517 o durante la Conquista de México que se sitúa entre 1519 y 1521? Según las diferentes lecturas hechas a esas líneas, los autores han propuesto una fecha de nacimiento situada entre 1490 y 1496. Pero una pregunta sigue en pie: ¿No es intencional esa opacidad en la redacción?

Una mayor constancia parece surgir de las declaraciones jurídicas de Díaz del Castillo. En una declaración registrada el 6 de abril de 1557, dice tener “sesenta años poco más o menos”,[53] lo que lo haría nacer en 1497. El 4 de junio de 1563, dice que tiene 67 años;[54] deducimos que su año de nacimiento sería más bien 1496. En su carta al rey Felipe II del 29 de enero de 1567, confiesa ser “viejo de setenta y dos años”, lo que retrasaría su nacimiento a 1495, incluso a 1494. En una declaración del 9 de diciembre de 1569, indica que tiene “setenta y cuatro años poco más o menos”,[55] lo que es coherente con la declaración precedente. La tendencia actual de la historiografía es la de ubicarse con base en elementos declarativos más que sobre la Historia verdadera. Los biógrafos de Bernal lo consideran nacido en 1495 o 1496. No por ello dejan de enfrentarse dos verdades: la del autor que confiesa que tiene 84 años en 1568 y la del ciudadano que declara doce o trece años menos en los trámites judiciales de Guatemala. ¿Por qué? ¿Y puede pretenderse ser parte de la verdad histórica si se hace trampa en los prolegómenos?

Díaz del Castillo posee desde un principio una biografía enigmática. Admitamos que nos quiere ocultar el secreto de su nacimiento. ¿Por qué entonces la fecha de su llegada a América siempre es tan problemática? En las primeras líneas de su texto, dice haberse enrolado en 1514 en las tropas del conquistador Pedrarias Dávila (Pedro Arias de Ávila), nombrado “gobernador de Tierra Firme”. Enrolado en esa armada que contaba 1 500 soldados y marineros, habría navegado directamente hacia Panamá, meta de la expedición. Sobre el terreno, la situación es conflictiva: Balboa, atravesando el istmo de Panamá, acaba de descubrir el Pacífico, al que llama mar del Sur. Recibe fríamente a Pedrarias, quien viene a robarle su descubrimiento. Ante el sesgo que estaban tomando los acontecimientos, Díaz habría pedido volverse a Cuba, lo que se le habría concedido. Es posible. El problema es que ningún documento viene a confirmar ese testimonio. Ningún miembro de la expedición de Pedrarias Dávila se llama Bernal Díaz. Sí hay en 1514, en el registro de los pasajeros embarcando para las Indias, un Bernal Díaz, quien dice ser “hijo de Lope Díaz y de Teresa Díaz, natural de Medina del Campo”, pero ese Bernal Díaz —quien lleva, en el fondo, un nombre bastante extendido en esa época— se registra el 5 de octubre de 1514.[56] Ahora bien, la expedición de Pedrarias Dávila dejó Sanlúcar de Barrameda seis meses antes, el 12 de abril.[57] Y el 30 de junio ya tocó costas de Darién. Tenemos aquí un ejemplo que prefigura todo lo que será la vida de Díaz del Castillo: los datos archivísticos no cuadran prácticamente nunca con lo que nos dice de él en su obra. Pero en la mayoría de los casos, de manera aún más elocuente, los archivos se mantienen definitivamente enmudecidos.

En su carta a Carlos V de 1552, Díaz del Castillo declara servir al rey desde hace 38 años; dicha afirmación concuerda con su llegada a Panamá en 1514. Pero seis años más tarde, al escribirle al rey Felipe II, cambia de versión; dice entonces haber servido al rey desde hace cuarenta años. Ello retrasa su llegada a tierras americanas a 1518. ¿Por qué no? Pero si llegó a las Indias Occidentales en 1518, ¿cómo pudo partir en 1517 en la expedición de Hernández de Córdoba?

Hemos visto que Díaz del Castillo será llamado a declarar a favor de la hija mestiza de Pedro de Alvarado, Leonor, casada en Guatemala con el conquistador Francisco de la Cueva. Era costumbre en esas probanzas pedir a los testigos desde cuándo conocían al solicitante. Díaz no sólo hablará de la hija sino también de su padre, Pedro de Alvarado, su compañero de conquista. Y su declaración tiene algo asombroso. En su declaración de abril de 1557, Díaz dice conocer a Alvarado “de más de 35 años a esta parte”,[58] es decir, ¡desde 1522! Habría entonces que concluir que Díaz llegó a México en ese año, lo que obligaría a considerar que no participó en la Conquista de México y que evidentemente no formó parte de ninguna de las dos expediciones precedentes: ¡vaya visión desgarradora de la biografía oficial! Ya que Pedro de Alvarado llegó a Cuba en 1511 y que fue uno de los protagonistas de la expedición de Grijalva en 1518, es imposible que Díaz no lo haya codeado, ni siquiera cruzado. En el interrogatorio fechado en 1569, nuestro autor modifica un poco su declaración. Al fingir conocer a Pedro de Alvarado “desde el año de 1518 y al Hernando Cortés, marqués del Valle, desde el año de 1519 acá”,[59] piensa quizá cuadrar la situación y ofrecer una rectificación creíble. Si realmente Díaz llegó, como lo dice, en 1514 a Cuba después del breve episodio en Darién, necesariamente debió conocer a Cortés y a Alvarado desde ese momento. Pretender haber conocido a Cortés por primera vez en 1519 es tan absurdo como rocambolesco. Cortés es desde 1514 alcalde de Santiago de Cuba; es un personaje clave de la isla; además, supervisó los preparativos de la expedición de Grijalva. ¡Y nuestro Bernal no se lo encuentra! Por otra parte, debemos recordar que la expedición de Cortés llamada de 1519 en realidad se armó en 1518: el 18 de noviembre, la flotilla del conquistador abandona Santiago en dirección a Trinidad.[60] Si Díaz participó en la Conquista de México, probablemente fue reclutado a partir de 1518.

Hay que plantearse preguntas sobre las incoherencias que revela la confrontación del relato de Bernal Díaz del Castillo con sus declaraciones. Una de las más interesantes aserciones de su Historia verdadera reside en la descripción de las dos primeras expediciones del descubrimiento de México: la encabezada por Hernández de Córdoba en 1517 y luego la de Grijalva en 1518. Ahora bien, bajo juramento, el ciudadano Díaz no parece siempre haber dado esa versión de los hechos. En un estudio ya antiguo, puesto que data de 1945, Henri R. Wagner había levantado sospechas y señalado las mentiras del cronista. Propenso a validar los documentos de archivos y a dudar del escritor, Wagner le había negado a Díaz su participación en la expedición a Panamá y su participación en la empresa de Grijalva.[61] Supuso que para describir el segundo viaje había tomado prestada la materia de su crónica a Fernández de Oviedo, el autor de la Historia general y natural de las Indias.

De hecho, en los documentos de 1539 —de los que sólo poseemos copias de copias, recordémoslo—, Bernal no declara nunca que participó en la segunda expedición. Cortés dice de él, por ejemplo, “éste fue de los que vinieron con Francisco Hernández de Córdoba, primero descubridor de esta tierra”.[62] En su probanza de méritos, Díaz se limita a establecer que “vino con Francisco Hernández de Córdoba, capitán, el que vino a descubrir esta dicha Nueva España” y “que tornó a esta dicha Nueva España con el marqués del Valle, don Hernando Cortés, quando vino a conquistarla y pacificarla”.[63]

Una fecha marcará un giro en su vida: el año de 1569. Es en efecto en ese momento en el que Díaz va a reivindicar su participación en las tres expediciones e incluir el episodio de Grijalva en su biografía. En la declaración del 9 de diciembre de 1569, Bernal se presenta “como testigo de vista que se halló en la conquista y descubrimiento de la Nueva España y otras partes, dos veces antes que el dicho Hernando Cortés”.[64] Su hijo Francisco le seguirá los pasos y en una de sus propias probanzas, presentada en 1579, hace mencionar que su padre, Bernal Díaz del Castillo, “vino en compañia de Francisco Hernández de Córdoba, primer descubridor, e segunda vez con Juan de Grijalva, e después tercera vez con don Hernando Cortés”.[65] Los testigos lo afirman “porque lo han oído decir a sus predecesores y mayores”. Sesenta años después de los hechos, Díaz ha construido su leyenda: se ha convertido en el último testigo de una época remota y puede desde ahora escribir la historia a su conveniencia.

Pero los archivos hacen dudar al historiador. Existe efectivamente un Díaz en la expedición de Grijalva pero se llama Juan, es sevillano, sacerdote y capellán de la armada. Dejó una relación de ese viaje de exploración, publicado en italiano y en latín tan pronto como en 1520: en ella no encontramos ninguna mención de nuestro Bernal.[66] Pero de la misma manera, y a pesar de sus afirmaciones, trabajo nos costaría hallar elementos probatorios de la presencia de Bernal Díaz en la primera expedición de Córdoba. No tengo conocimiento de que algún biógrafo haya identificado el más mínimo documento que permita respaldar los dichos del cronista. ¡Debemos entonces creer en la palabra de Bernal Díaz del Castillo!

 

***

 

Pero donde el asunto se vuelve más preocupante es en la expedición de Cortés, puesto que la Historia verdadera es una crónica extremadamente detallada de la Conquista de México. La calidad de la observación y la precisión del trazo excluyen que su autor no haya sido testigo de todos los instantes. Por otro lado, podemos darle globalmente crédito a la crónica de Díaz, ya que es posible comprobar lo que en ella está escrito con informaciones provenientes de otras fuentes. En primer lugar, las obras del mismo Cortés. Son oficialmente cartas escritas por el conquistador a Carlos V pero constituyen en realidad crónicas destinadas a la edición. Conocidas con el nombre de Cartas de relación, serán publicadas “en caliente” a partir de 1522.[67] Existe además una profusión de testimonios de la época bajo forma de relatos más o menos parcelarios de actores de la Conquista como Francisco de Aguilar,[68] el Conquistador Anónimo,[69] Andrés de Tapia[70] o Bernardino Vázquez[71] —quien se enemistará de manera duradera con Cortés—. Desde España, los cronistas Gonzalo de Oviedo y Pedro Mártir también sintetizaron y explotaron numerosas fuentes documentales. Y cuando el editor e historiador mexicano José Luis Martínez emprendió la tarea de reunir todos los “Documentos cortesianos”, ¡terminó con una publicación de cuatro volúmenes que suman 1 850 páginas![72] Ultradocumentada, la Conquista de México no tiene nada de un hoyo negro historiográfico. Ahora bien, en esa plétora de archivos, ¡en ninguna parte encontramos huella alguna de Bernal Díaz! Ahí hay un misterio.

En la Historia verdadera, Díaz no deja de aparecer como una suerte de ordenanza, enfeudado a la persona misma de Cortés. Siempre está ahí donde se encuentra el conquistador: en San Juan de Ulúa en el momento del primer desembarco, en Cempoala donde se traban alianzas con los totonacas contra los aztecas, en Tlaxcala donde el viejo cacique Xicoténcatl habría sido bautizado, en Cholula durante la famosa matanza. Descubre, maravillado, el valle de México desde lo alto de los volcanes. Camina por la inmensa calzada de Iztapalapa tras el caballo de Cortés. Entra a Tenochtitlán el 8 de noviembre de 1519. Instante de emoción en el que cambia el destino de México. Acompaña al nuevo amo del Anáhuac en la visita guiada que Motecuzoma le ofrece a la pequeña tropa militar; sube los peldaños de la gran pirámide de Tlatelolco contando cuidadosamente el número de escalones; recorre fascinado el mercado del que nos entrega una magnífica descripción llena de colores, de olores, de movimiento. De todos esos instantes, nadie puede dudar que no sea un testigo privilegiado. Y así, de manera continua, apoyado en su memoria y en su aguda mirada, Bernal Díaz del Castillo será quien reporte fielmente los mil y un cambios inesperados de la Conquista: la llegada de Narváez, el envidioso competidor, venido de Cuba para robarle la victoria a Cortés; la derrota de la Noche Triste en la que los españoles evacuan México en desbandada bajo un diluvio de flechas; la huida a Tlaxcala donde los sobrevivientes vendan sus llagas; el sitio naval de Tenochtitlán, rodeada por trece bergantines; la rendición de Cuauhtémoc, el último emperador azteca, el 13 de agosto de 1521; la instalación de Cortés en Coyoacán con la Malinche y sus acompañantes indígenas…, nada escapa al ojo de Bernal. Sabemos que ahí está, que todo lo ve, que todo lo escucha.

Tal personaje, tan activo, tan inteligente, tan dedicado, debiera tener su cortejo de honores, su lote de medallas, su inscripción en todos los frontones al valor y al heroísmo. Ahora bien, sus contemporáneos dan prueba hacia su persona de un silencio ensordecedor. ¡Ni una línea, ni la más mínima mención de Díaz del Castillo en los escritos de Cortés! Sería sin embargo vano llevar al conquistador de México a un juicio por egotismo: Hernán cita con gusto a sus capitanes y a sus lugartenientes Pedro de Alvarado, Gonzalo de Sandoval, Cristóbal de Olid, Hernando de Saavedra, Francisco de las Casas, Gil González de Ávila, Alonso Hernández Portocarrero, Francisco de Montejo, Andrés de Tapia y otros más. Pero de Bernal Díaz, nada. ¿Marca de ingratitud? ¿Signo de desprecio hacia un raso? Podríamos concebirlo pero —carga agravante— las otras crónicas permanecen igualmente mudas. Nadie menciona nunca a Bernal Díaz como actor de la Conquista. ¿Sería entonces un actor de tercer plano, tan discreto que continuamente pasaría desapercibido para los testigos principales? Cada ejército tiene sus cuerpos de tropa. Podríamos admitir que la gloria y la notoriedad no recaigan necesariamente sobre el conjunto del grupo. Quizá bastaría con buscar el nombre de Bernal en un registro más modesto. Tenemos suerte: poseemos esa lista. Cuando en abril de 1519 Cortés desembarcó en la playa de Chalchiucuecan, tuvo a bien fundar legalmente el ayuntamiento de la Villa Rica de la Vera Cruz, es decir, la municipalidad de la ciudad virtual. Republicano en el alma, hace elegir al cabildo, con sus alcaldes, regidores y alguaciles en el más perfecto respeto a los usos de las comunidades. Tenemos los nombres de los veintiún primeros electos de la Nueva España:[73] el de Díaz no está. Pero preocupado por la legitimidad de su propio poder, Cortés también se hizo elegir por sus hombres “capitán general y justicia mayor”. Un documento notariado fue expedido para tal efecto. Un año más tarde, vino Narváez, enviado por el gobernador de Cuba para eliminar a Cortés del escenario mexicano. Luego vino la Noche Triste del 30 de junio de 1520. Cortés sintió la necesidad de consolidar su poder. Le inspiró entonces a su ejército una carta colectiva dirigida a Carlos V. En octubre de 1520, en el momento en que el joven rey hace su entrada en Aquisgrán para ir a arrodillarse en la capilla octogonal de los Carolingios, en el momento en que se hará coronar emperador germánico, Hernán le hace saber al monarca que en ese otro imperio que es México él, Cortés, ha sido electo capitán general y que sus hombres le piden ratificar dicha unción: ¡la bravura de un jefe de guerra bien vale todas los coronas! Esa “carta del ejército de Cortés al emperador” nos ha llegado.[74] Tiene 544 firmas. Vale decir toda la tropa. En ella Cortés publica la lista completa de sus “electores”. ¿Podríamos imaginar que algunos hubieran podido escabullirse?

Ahora bien, buscamos en vano a Bernal Díaz. Al recorrer las firmas, nos encontramos con un Juan Díaz, sacerdote: es el capellán de Grijalva que ha sido recontratado por Cortés; un Juan Díaz, civil y soldado, de quien sabemos tenía un ojo nublado y que era originario de Burgos; un Cristóbal Díaz, originario de Colmenar de Arenas; un Francisco Bernal, un Francisco Díaz. pero de Bernal Díaz, nada. ¿Quién es entonces ese heroico soldado que nadie conoce? ¿Ese hombre de confianza, ese confidente de Cortés que no aparece en ningún documento ni firma registro alguno?

Después de la Conquista de México, la vida de Díaz del Castillo permanece igualmente opaca. Dice en su texto haber acompañado al capitán Luis Marín en la campaña de pacificación de Chiapas en 1523 y luego le habría ayudado a Rodrigo Rangel en las operaciones de control de la región de Zimatlán, en tierra zapoteca. Reanudando con la sombra llevada de Cortés, participará a partir de 1524 en el famoso viaje hacia Las Hibueras. Los historiadores modernos, en general, no han comprendido el sentido de esa épica empresa que apuntaba a atravesar Tabasco, hinchado por interminables pantanos, luego la impenetrable selva del Petén de cerrados horizontes, para desembocar en la costa caribe en el fondo del golfo de Honduras. La verdadera razón no es reductible al motivo confesado. Oficialmente, se trataba de castigar a un traidor. En efecto, para controlar ese estratégico territorio, Cortés había enviado a América Central a uno de sus fieles, Cristóbal de Olid, pero éste se insubordinó; había entonces que recuperar la situación sobre el terreno. Pero tras ese pretexto, Cortés persigue de hecho otro propósito, más secreto y más simbólico. Dado que ya es amo del México central, sueña ahora ser tlatoani de la antigua Mesoamérica prehispánica y quiere apropiarse de la parte maya de ese territorio. A mediados de octubre de 1524, Cortés se pone entonces en marcha a la cabeza de una expedición considerable. La travesía de la gran selva yucateca durará ocho meses. Ocho meses de penas y sufrimientos en inmersión en lo desconocido. En junio de 1525, Cortés alcanza el golfo de Honduras y el bochorno del mar Caribe. Ahí fundará una ciudad que nombrará Trujillo en referencia a la ciudad de Extremadura, cuna de su familia. Frente a la degradación de la situación política en la ciudad de México, que había caído en manos de sus oponentes, Cortés inicia su viaje de regreso en 1526, por la vía marítima. El 25 de junio, Cortés, recientemente desembarcado, reasume el gobierno de Nueva España. Pero los emisarios de Carlos V rápidamente lo despojarán y acapararán el poder. Lo que llevará al conquistador a viajar a España en 1528 para encontrarse con el emperador y explicarse con él.

Esa aventura de Las Hibueras está en el corazón de la quinta Carta de relación escrita por Cortés a partir de su regreso a México. Podemos hojear las páginas de ese relato: no encontraremos en él ninguna mención de Bernal Díaz. El cronista nos dice que luego acompañó a Cortés en su viaje a España. No poseemos sin embargo ningún elemento para apoyar ese hecho. La situación es pues complicada. Por una parte, disponemos por la vía de la Historia verdadera de una cantidad de informaciones que afirman la presencia de Díaz del Castillo durante el viaje a Honduras y en el de España y, sin embargo, ningún documento de archivo registra su presencia en la escena de esas operaciones.

Cortés volverá a México con el título oficial de Marqués del Valle de Oaxaca —que siempre abreviará como marqués del Valle—. Se encuentra, según sus deseos, a la cabeza de un vasto imperio de latifundios, integrando la mayor parte del Altiplano Central mexicano, de Toluca a Oaxaca, las tierras de la vertiente atlántica alrededor de Veracruz, así como las tierras del istmo de Tehuantepec hasta las costas del Pacífico. A partir de ese regreso, en 1530, la crónica de Díaz del Castillo se hace mucho más elíptica. Hallamos algunas notaciones sobre los viajes de exploración del Pacífico lanzados por Cortés, el descubrimiento marítimo de California en 1535 y la llegada a México del virrey Mendoza, el doblar de las campanas para el poder cortesiano. Un capítulo, impresionante, relata las suntuosas fiestas organizadas por el virrey y Cortés, presidiendo lado a lado las festividades en honor de la paz de Aigues-Mortes firmada en 1538 entre Francisco I y Carlos V. Luego el texto salta directamente al viaje sin retorno que hiciera Cortés en 1540 hacia una España en la que habría de morir. Díaz del Castillo dice haberse embarcado dos meses antes, en octubre o noviembre de 1539; sitúa su regreso a México en 1541, en plena Guerra del Mixtón, esa rebelión indígena que estalló en la región de Jalisco.[75] Aparte de algunas consideraciones generales sobre la Conquista de Nueva España, sobre su cristianización o sobre la esclavitud, podemos considerar que la crónica de Díaz del Castillo se detiene en 1541. Concretamente, ello quiere decir que ya no nos provee de ningún elemento biográfico, con la notable excepción de un viaje a España que se habría llevado a cabo en 1550 para participar en la famosa “controversia de Valladolid” con el título de “más antiguo conquistador de Nueva España”.[76] Debemos a partir de este momento hacer hablar a los archivos para reconstituir la vida de nuestro autor.

Existe precisamente una mina que es maná para el historiador: el inmenso expediente relativo a la inculpación de Cortés, lo que se llamaba en aquella época su “juicio de residencia”. Era un procedimiento particularmente inconveniente, de espíritu inquisitorial y con una finalidad exclusivamente fiscal y que fue el arma permanente de Carlos V. He aquí la técnica empleada: el soberano nombraba de manera discrecional a todos los puestos de responsabilidad; les dejaba a los hombres que había designado el tiempo para enriquecerse arropándolos con su autoridad; luego los destituía y lanzaba una auditoría sobre la manera de servir de esos altos responsables; para mayor seguridad, le confiaba la investigación al sucesor en el puesto, quien hacía un llamamiento a la delación. Podemos imaginar el tipo de testimonios que eran recogidos: los envidiosos, los delincuentes castigados, los especuladores frustrados, los enemigos políticos aprovechaban la ganga y proponían sus servicios; de ser necesario, se recurría a sobornar a los testigos. El objetivo era siempre el mismo: el rey quería recuperar para sí la fortuna de sus antiguos protegidos; había entonces que encontrar un motivo de condena que justificara la confiscación. Tal procedimiento no tenía por supuesto ninguna justificación moral o política, ya que al actuar de tal manera el rey se desdecía perpetuamente; todo juicio de residencia equivalía a condenar las decisiones tomadas por el soberano mismo. Pero tal era la práctica.

Cortés no escaparía a la regla. Mientras el conquistador se encontraba en España, Carlos V intentó destituirlo y le confió el gobierno de Nueva España a un triunvirato de triste memoria. Formalmente constituida como Audiencia, presidida por Nuño de Guzmán, dicha autoridad lanzó inculpaciones en 1529 contra Cortés. Repitiendo todos más o menos las mismas acusaciones, veintidós testigos de cargo fueron escuchados. El asunto se estancó cuando Cortés obtuvo la destitución de Nuño de Guzmán. Reabierto en abril de 1534, el juicio de Cortés prosiguió con declaraciones de veintiséis testigos de descargo quienes durante más de un año se sucedieron en el estrado, requeridos para contestar 422 preguntas en las que desfiló toda la vida del marqués del Valle. Esas dos sesiones judiciales de 1529 y de 1534-1535 dieron lugar a testimonios que pusieron en escena a todos los actores de la Conquista de México, hasta al más humilde.

Sin entrar en el detalle de las denuncias de la acusación y de las contradeclaraciones de la defensa, digamos que todo el entorno de Cortés aparece en ese expediente: ni uno solo de sus colaboradores escapa, de cerca o de lejos, a esa actualidad judicial. Al leer las minutas del juicio, se conocen todas las acciones de todos sus soldados; nos es fácil reconstituir su vida hogareña, puesto que se nos proporciona el nombre de los mayordomos, de los intendentes, de los oficiales de seguridad; ¡hasta conocemos la identidad de los muleros! Sin embargo, el gran ausente en la lista, civil y militar, se llama Bernal Díaz del Castillo. Habríamos jurado que era la sombra de Cortés, que lo seguía paso a paso. Pero ahí, nada. Ni una cita, ni una mención de él en esa voluminosa documentación de primer orden.[77] ¿Dónde está? ¿Qué hace? Misterio.

De esa vida en hueco sólo recuperamos la huella en la probanza de 1539, aunque sea por medio de la copia que hemos mencionado. Podemos pensar que ese documento encierra una parte de verdad, puesto que contiene varias incongruencias que no estarían ahí si fuera una falsificación integral. ¿Qué aprendemos de él? Díaz lleva primero sus reclamos ante la Audiencia de México; pero ésta lo desestima y lo reenvía ante la jurisdicción de base, a saber, el alcalde ordinario de la ciudad de México Tenochtitlán.[78] Ya es una confesión de fracaso: su caso es considerado como subalterno y esa gestión ante la municipalidad de México no tiene ninguna oportunidad de llegar a buen término. Menos oportunidad aún, ya que el Consejo de Indias también ha dado una opinión negativa a las pretensiones de Bernal.

 

De todo lo qual por los del dicho nuestro Consejo fue mandado dar traslado al licenciado Villalobos, nuestro fiscal, e por él fue respondido que no debíamos mandar prober cosa alguna de lo que por parte del dicho Bernal Díaz nos hera suplicado, porque no abía sido tal conquistador como decía, ni le abían encomendados los dichos pueblos por servicios que obiese fecho e por otras cosas que alegó.[79]

 

Otros se habrían desanimado ante ese final; ¡no Díaz, quien utilizará un subterfugio para verse recompensado! Es ahora el 9 de febrero de 1539 y Bernal se presenta ante el alcalde ordinario, quien no da la impresión de reconocerlo. Ahora bien, el alcalde de México es a la fecha un tal Juan Jaramillo. Es un pilar del equipo de Cortés, un actor de primer plano de la Conquista. Estuvo al mando de uno de los trece bergantines cuando el sitio naval de México. Pero Jaramillo es sobre todo conocido por haber desposado a la Malinche, la compañera indígena de Cortés. Para sorpresa de todos, en camino hacia Las Hibueras, cerca de Orizaba, Cortés dio en matrimonio su concubina a Jaramillo, bautizada Marina pero universalmente conocida como Malintzin o Malinche.[80] Ésta fue provista con suntuosa dote y Jaramillo ocupó en varias ocasiones puestos importantes en el cabildo de México. ¿Cómo puede ser que Jaramillo organizara esa gestión declaratoria para Bernal Díaz como si se tratara de un ilustre desconocido? Y por si fuera poco, ante el escribano público de la ciudad, que no es otro que el hijo de un antiguo soldado de Cortés.[81] ¿Y cómo puede ser que los testigos citados por Bernal sean tan evasivos y tan poco elocuentes sobre sus méritos militares?[82] Hasta Luis Marín, conquistador conocido y también alcalde ordinario de México en 1539, no parece estar muy seguro de sí mismo. Revela que conoce a Bernal “de 17 o 18 años a esta parte, poco más o menos”,[83] es decir, desde 1521 o 1522; de hecho, Luis Marín, antiguo residente de Cuba, llegó a Veracruz en julio de 1519 y tomó parte en toda la campaña de México. En su declaración, nos dice entonces, mezzo voce, que Bernal no participó en la Conquista ¡y que no estaba en Cuba a partir de 1514! Por añadidura, en su interrogatorio, emplea prudentemente el verbo creer, evitando ser afirmativo. Al final de las declaraciones de los testigos, un malestar se instala y la duda prevalece sobre los méritos de Bernal: ¿Qué pudo hacer para pasar desapercibido a tal punto?

Pareciera que Díaz haya entendido en esa época que su estrategia de pedigüeño estaba condenada al fracaso en México, donde no lograría jamás hacer aceptar una hoja de servicios tan hipotéticos. Siempre estaría confrontado a testigos que no lo dejarían contar cualquier cosa. Sin embargo, Bernal será ayudado por un giro de la historia. El 4 de julio de 1541, cuando está ayudando a Mendoza para aplacar la insurrección de los chichimecas de Jalisco, Pedro de Alvarado muere aplastado bajo su caballo en Peñón de Nochistlán. Ahora bien, Alvarado era gobernador de Guatemala. Su desaparición provocó un vacío político. En un primer tiempo, el interinato de sus funciones le fue confiado a su joven esposa, Beatriz de la Cueva, la Sin Ventura. Pero ésta desaparecería algunos meses más tarde en una dramática inundación que barrió con la muy nueva capital de Guatemala, situada en ese entonces en las faldas del Volcán de Agua.[84] El virrey de México, preocupado por esa vacante de poder, designará a un miembro de la Audiencia de México como gobernador interino de Guatemala en 1542. Para administrar América Central, la Corona decide entonces crear la Audiencia de los Confines. Y el gobernador interino, Alonso Maldonado, es nombrado presidente de ésta el 22 de noviembre de 1542. Pero la sede de la Audiencia no se establece en Guatemala —recientemente siniestrada— sino en Honduras, en la ciudad de Santa María de Comayagua. Esa sede sólo será transferida a Santiago de Guatemala en 1549.

En 1542, Guatemala era algo así como un vacío administrativo, en el que la autoridad era lejana y los cruces de información aleatorios. Bernal Díaz escogió así rehacerse de una virginidad en esa tierra de no derecho, desprovista ahora de la sombra tutelar de Alvarado, quien era, en vida, un molesto testigo. Vemos así a Bernal presentarse en Santiago de Guatemala el 14 de noviembre de 1541 ante el duunvirato que funge como autoridad local, el obispo Marroquín y el lugarteniente de Alvarado, Francisco de la Cueva.[85] El proteico Bernal vuelve a sacar su expediente de solicitud de tierra en compensación por las pretendidas expropiaciones en México, en Coatzacoalco y en Chiapas. El año de 1542 ve a Bernal desplegar un activismo desenfrenado; no logramos seguir sus pasos. Una vez dice ser residente de Villa de Espíritu Santo (Coatzacoalco),[86] otra afirma ya ser residente de Santiago de Guatemala.[87] En una, se hace representar en sus gestiones, en otra comparece en persona. Es más o menos seguro que obtiene compensación en 1542 o 1543, favorecido por el desorden político que reinaba en Guatemala. Su sueño de encomendero se cristaliza: las tierras de Zacatepec son de las mejores del país. Es en esa época en la que abandona definitivamente México, donde ya no tiene nada que ganar.

El otro momento clave de la nueva vida de Bernal es el año de 1552. De cierta manera, logró su integración, ya que en esa fecha es escogido como regidor de Santiago de Guatemala. Pero Bernal no parece estar satisfecho con su situación. Decide entonces cambiar de nombre adjuntándose el patronímico “del Castillo”. ¿Deseo de hidalguía proveniente de un hombre de humilde extracción? ¿Veleidad por instalarse en una nueva vida con una nueva identidad? Los biógrafos de Díaz se han circunscrito generalmente a esas hipótesis. Pero ¿por qué “del Castillo” y no “de la Sierra”, “del Paso”, “de Alarcón” o “de Barahona”? Esa pregunta merece sin lugar a dudas ser planteada. No podemos excluir que hubiese en la estrategia de Díaz cierta voluntad de captura de identidad. Si frecuentó, como dice, el entorno de Cortés en los años treinta, necesariamente se cruzó con cierto Bernaldino del Castillo, quien fuera mayordomo de Hernán Cortés, en cuya casa por cierto vivió hasta 1540. Hallamos la firma de Bernaldino del Castillo como testigo en diferentes actas notariadas levantadas por el marqués del Valle, en particular el acta de fundación del mayorazgo de Cortés.[88] Sabemos que ese Castillo acompañó a Cortés en la expedición de California en 1535, que recibió de éste propiedades en Guerrero, cerca de Iguala, donde cultivaba cacao y en Morelos, en Axanianalco, donde tenía una plantación de caña de azúcar. Poseía de igual manera una casa en el centro de México, de la que poseemos las escrituras. En 1558, ese Bernaldino del Castillo fue alcalde ordinario de la ciudad de México.[89] La pregunta que se perfila es la de saber si Bernal Díaz no buscó crear una confusión entre su propia persona y la del secretario de Cortés. Como Bernal es una abreviatura de Bernaldino o de Bernardino, no está excluido el pensar que nuestro Bernal haya deseado jugar intencionalmente con esa confusión, buscando hacerse pasar en Guatemala por el antiguo mayordomo de Cortés. El perfil de un usurpador se va dibujando así, poco a poco.

Abordemos ahora la cuestión de la paternidad de su obra. En eso también los biógrafos de Díaz del Castillo se dejaron engañar por declaraciones que no han sido suficientemente relativizadas. ¿A partir de cuándo podemos asociar la Historia verdadera con Bernal Díaz del Castillo? A decir verdad, la primera mención de un escrito que le sea atribuible es bastante tardía. Esa primera referencia se encuentra en la probanza de Alvarado, en una declaración que ya hemos citado: está fechada el 4 de junio de 1563. Recordemos que, en ese juicio, Bernal Díaz del Castillo ofrece un testimonio en favor de la hija mestiza de Pedro de Alvarado. En el recodo de un relato de la batalla de Tlaxcala, encontramos una pequeña frase, como una suerte de inciso sin relevancia, que sin embargo revela una información importante:

 

Dixo que dadas las batallas, que les envió el dicho Fernando Cortés a demandar pazes. Y que pasadas muchas cosas que este testigo tiene escritas en un memorial de las guerras, como persona que a todo ello estuvo presente, que fue Nuestro Señor servido que el dicho Xicotenga el Viejo, y otro señor que se llamaba Maxescaz y los demás principales vinieron en las pazes.[90]

 

Observemos que la formulación es altamente equívoca: está dicho que el testigo posee una memoria escrita tocante a esas guerras de conquista. Díaz no dice que la escribió él mismo: el hecho de haber participado en esas batallas no implica ser el redactor de la memoria. Los autores que creyeron ver aquí una prueba de que Díaz ya estaba escribiendo su crónica en esa fecha quizás adelanten vísperas.[91] ¿Cuál es la naturaleza de ese memorial de guerras? ¿Qué contiene? “Muchas cosas”, dice el testigo Díaz: ¡es excesivamente elíptico! Pero en definitiva, quizá poseemos ese memorial de guerras: probablemente corresponda al que está incluido al final de la Historia verdadera.[92] Está contenido en dos hojas recto verso. Es una lista recapitulativa de todas las batallas en las que Díaz del Castillo dice haber participado. Parece un documento que Bernal habría escrito o hecho escribir para servir como prueba de méritos, pero son notas de agenda redactadas con estilo telegráfico y no una crónica. Podemos aceptar o no que Díaz sea el autor del memorial de guerras ya en 1563; pero no hay ningún indicio para confundir ese texto con la monumental Historia verdadera.

La otra mención a un escrito asociado a Díaz aparece en un documento del 9 de diciembre de 1569. Seguimos en la probanza de méritos de la hija de Alvarado y ahí, en dos ocasiones, Bernal habla de una “crónica y relación”. Al final de la segunda pregunta que atañe sobre la realidad del acuerdo de Cortés con los tlaxcaltecas, Bernal precisa un punto clave: “Este testigo como testigo de vista y que se halló en la conquista y descubrimiento de la Nueva España y otras partes, dos vezes antes que el dicho Hernando Cortés, tiene escrita una corónica y relación, a la qual tanbién se remite”.[93]Al final de la tercera pregunta, que se refiere a la realidad de la ayuda que los tlaxcaltecas aportaron a los españoles durante la toma de México, Díaz responde en estos términos:

 

Lo qual sabe este testigo por lo aber visto y se hallar en conpañía del dicho don Pedro de Alvarado a todo lo que dicho es, y salir de las dichas batallas y rencuentros herido. Y esto responde a esta pregunta, y se remite a lo que más largamente tiene escrito en la dicha su corónica y relación.[94]

 

Casi siempre se ha interpretado mal ese testimonio. Cuando Díaz dice que tiene una crónica escrita a la que se remite en ningún momento dice que él es el autor. Dice simplemente que posee una crónica escrita, es decir, un manuscrito. Dice muy concretamente que es el depositario de éste. Además, si fuese el autor, esa frase no tendría ningún sentido, ya que si Díaz había escrito esa crónica, ésta no tendría más valor que su palabra. La formulación empleada sobreentiende así que posee un documento suplementario, externo, que acredita su propia memoria y refuerza su testimonio.

Veremos más tarde por qué Bernal Díaz del Castillo vacila en apropiarse la crónica que está en su posesión. Pero queda claro que él mismo no dará el paso. Prueba de ello es el anonimato del envío efectuado en 1575. Si verdaderamente Díaz del Castillo había sido el autor de esa crónica, teniendo en cuenta lo que sabemos de su personalidad, de su capacidad para apropiarse de méritos que no son los suyos, sería pertinente considerar que no haya buscado, de haber tenido la oportunidad, presentarse como el autor de esa crónica. ¿Por qué pasar a un lado de tanta gloria? ¿Por qué no utilizar el arma fatal?

Cuando al final de su vida Díaz del Castillo ya tiene una edad avanzada, su hijo Francisco no tendrá los mismos escrúpulos. Y en la vida soñada que entonces inventa para su padre, Francisco transforma a Bernal en escritor. De ello tenemos al menos una prueba. En su probanza de méritos de 1579, Francisco Díaz del Castillo cita a un testigo de nombre Juan Rodríguez Cabrillo de Medrano, quien no tiene otra cualidad más que la de vivir en Santiago de Guatemala y ser amigo de Francisco. Después de haber afirmado que conoce a Bernal Díaz del Castillo, así como a su mujer Teresa Becerra,

 

este testigo dixo constaba por informaciones que el dicho Bernal Díaz del Castillo a hecho, de que an resultado cédulas de Su Majestad, que este testigo a visto, y por una corónica que el dicho Bernal Díaz del Castillo a scripto y conpuesto, de la conquista de toda la Nueva España, que se envió a Su Magestad el rey don Felipe, nuestro señor; la qual este testigo a visto y leído[95]

 

Le siguen algunas notaciones sobre el esplendor de la casa de Díaz del Castillo, “muy buen caballero y servidor de Su Majestad”, declaraciones que evidentemente deben ser tomadas con mucho recelo. Estamos a 12 de febrero de 1579, en Santiago de Guatemala, ¡y Bernal Díaz del Castillo por primera vez se ha vuelto el autor de la Historia verdadera! Ciertamente a regañadientes. Pero la edad avanzada ya no deja lugar a la tergiversación y Francisco, su hijo, se ha lanzado a la creación del mito.

Esta historia fabricada de un Díaz del Castillo cronista es la que se convierte entonces en la vulgata en Guatemala. Bernal, probablemente disminuido, ya no está en condiciones para oponérsele. Su muerte, en 1584, paradójicamente le confiere peso a la ficción: el principal testigo de cargo desaparece dejando la vía libre a la difusión de una genealogía revisada. Esta nueva versión de los hechos, forjada en el círculo de la familia, se expandirá con bastante rapidez y se impondrá como una leyenda urbana. Hallamos su huella en la carta de reclamación enviada por la esposa de Bernal, Teresa Becerra, en marzo de 1586. En ese documento que ya hemos citado, le otorga un poder a un miembro de su familia para recuperar el manuscrito enviado a España que, dice ella, les pertenece a ella y a sus hijos. Su mandatario está encargado de retomar posesión de

 

una historia y corónica que el dicho Bernal Díaz del Castillo, mi marido, hizo y ordenó, escrita de mano, del descubrimiento, conquista y pacificación de toda la Nueva España, como conquistador y persona que se halló a ello presente, la qual le pidió original en esta ciudad el dotor Pedro de Villalobos, presidente e gobernador que fue desta ciudad, en la Real Audiencia que en ella reside, y la envió a Su Magestad y los señores de su Real Consejo de Indias.[96]

 

Confesemos que cierta prudencia impregna la redacción del documento: se dice que la crónica es escrita de mano, y no de su puño y letra. Díaz ordenó la crónica, lo que deja entender que no la redactó, sino que la recopiló. En cuanto a la Conquista, Bernal “se halló a ella presente”, ¡pero no sabemos a título de qué!

Todo lleva a pensar que la llegada a manos de Bernal Díaz del Castillo del manuscrito de la Historia verdadera data de 1568. Debemos tratar entonces con suspicacia el testimonio tardío de Alonso de Zorita, escrito en 1585, único en sugerir que Díaz del Castillo ya había empezado su obra de historiador cuando él mismo era oidor de la Audiencia de los Confines entre 1553 y 1556. Claro está que si ese testimonio de Zorita era contemporáneo a su paso por Guatemala, otro gallo nos cantaría. Pero escribir treinta años después de los hechos vuelve posible todo acomodo de la verdad. Podemos pensar que Zorita, por sus funciones, conoció el manuscrito de Díaz del Castillo en España y que se vanaglorió con cierta ingenuidad de conocer al autor de esa crónica sin temor a ser desmentido por éste. Para el historiador, de todos modos, el testimonio —póstumo— de Zorita data de 1585, época en que la operación de captura de la paternidad de la Historia verdadera ya se ha consumado ampliamente.