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EL CASO GÓMARA

 

 

 

Uno de los resortes esenciales de la crónica de Díaz del Castillo es una abierta animosidad hacia Gómara. Con la espada desenvainada, en el prólogo de la edición de Remón, Bernal abre las hostilidades.

 

Autor desta muy verdadera, y clara Historia, la acabé de sacar a luz, que es desde el descubrimiento, y todas las conquistas de la Nueva España, y como se tomó la gran ciudad de Mexico, y otras muchas ciudades, y hasta las aver traido de paz e pobladas muchas ciudades e villas de Españoles, las embiamos a dar y entregar, como somos obligados, a nuestro rey, e señor. En la qual Historia hallaran cosas muy notables, e dignas de saber: e tambien van declarados los borrones, e cosas esccritas viciosas, en un libro de Francisco Lopez de Gomara, que… va errado en lo que escrivio de la Nueva España.[97]

 

Bernal no espera: desde las primeras líneas instala su libro en la polémica. Y como circunstancia agravante, le reprocha a Gómara el haber arrastrado en error a dos otros cronistas. “No solamente va errado en lo que escrivio de la Nueva España, sino que tambien hizo errar a dos famosos Historiadores que siguieron su Historia, que se dizen el Doctor Illescas, y el Obispo Paulo Iobio”.[98]

Más adelante, al principio del capítulo XVIII, Díaz del Castillo explicita las condiciones en las que fue llevado a escribir la Historia verdadera:

 

Estando escriviendo esta relacion acaso vi una Historia de buen estilo, la qual se nombra de un Francisco Lopez de Gomara, que habla de las Conquistas de Mexico y Nueva-España, y quando lei su gran retorica, y como mi obra es tan grosera, dexe de escrivir en ella, y aun tuve verguença que pareciesse entre personas notables: y estando tan perplexo como digo, torné a leer y a mirar las raçones y platicas que el Gomara en sus libros escrivio, e vi, que desde el principio y medio hasta el cabo no llevava buena relacion, y va muy contrario de lo que fue e passó en la Nueva-España. (…) Despues de bien mirado todo lo que he dicho que escrive el Gomara, que por ser tan lexos de lo que passó, es en perjuizio de tantos, torno a proseguir en mi relación e Historia; porque dizen sabios varones que la buena política y agraciado componer, es decir verdad en lo que escribieren; y la mera verdad resiste a mi rudeza: y mirando en esto que he dicho acorde de seguir mi intento con el ornato y platicas que adelante se veran, para que salga a luz, y se vean las conquistas de la Nueva-España, claramente, y como se han de ver.[99]

 

El autor de la Historia verdadera se expresa aquí sin equívocos. Sin la obra de Gómara, su proyecto de crónica se habría quedado en estado de veleidad. De hecho, la referencia a Gómara servirá de encantamiento regular y le dará ritmo a las páginas de Bernal. Contamos en total unas sesenta interpelaciones de ese autor, acusado cada vez de ocultar o de deformar la verdad. Así, la versión de los acontecimientos propuesta por Díaz del Castillo aparece cada vez dotada con un certificado de veracidad, sellado en y por la contradicción con el escrito de Gómara. Ese posicionamiento “metodológico” del escritor Díaz del Castillo funcionó muy bien: todos los historiadores del siglo XVI ibérico aceptaron generalmente esa lectura y no cesaron en oponer Díaz a Gómara. Además, cada quien se adhería a las filas del uno o del otro: se era “gomarista” o “bernalista”. Con todo el sustrato ideológico que se había invitado inoportunamente. ¡Los gomaristas eran acusados de tener una visión “elitista” de la historia, mientras que los adeptos de Bernal eran tachados de “populistas” en razón de su simpatía por el soldado-cronista en desacuerdo con la versión oficial de la Conquista! ¡Esa división intelectual entre las dos crónicas llegó incluso a generar un debate muy animado durante el Congreso de Americanistas que tuvo lugar en Sevilla en 1935!

Sin embargo, esa obsesión de Díaz de oponerse a Gómara no resiste el análisis. Su insistencia es a la vez oscura y sospechosa.

 

 

GÓMARA, CRONISTA PROHIBIDO

 

Detengámonos un instante sobre el contramodelo de Díaz. ¿Quién es ese Francisco López de Gómara que tanto ha molestado a Bernal? ¿Quién se esconde tras esa estatua de comendador? Francisco López nació en Gómara, pequeño pueblo de Castilla la Vieja, cerca de Soria, en 1511. El hombre nunca fue muy locuaz sobre sus orígenes: sus biógrafos supusieron que pudo haber sido hijo natural. Adolescente, se dedica al sacerdocio. Gran letrado, buen latinista, dotado de una pluma ágil, logra emplearse con personalidades cercanas a la Corte. A partir de 1531, pasa una decena de años en Italia, en Roma, en Bolonia, en Venecia, donde es colaborador del embajador de Castilla. Gómara es conocido sobre todo por haber publicado en 1552 en Zaragoza una celebérrima Historia general de las Indias en dos partes.[100] La primera parte corresponde al título: es una crónica del descubrimiento y de la conquista de América desde Colón hasta Pizarro; la segunda, en cambio, está exclusivamente consagrada a la Conquista de México. Esa segunda parte, por demás con el subtítulo de Conquista de México, bien hubiera podido llamarse “Vida de Cortés”, ya que está concebida como una biografía del conquistador, detallando sus hechos de armas con gran minucia. El libro obtiene inmediatamente un considerable éxito y tendrá dos reediciones en 1553, una en Zaragoza con el editor inicial, la otra en Medina del Campo bajo el título de Hispania Victrix.[101] Ese éxito se debe evidentemente a la personalidad misma de Cortés, cuya vida es una novela. Una novela de capas y espadas, por supuesto, pero en la que la intriga mezcla sus amores con la princesa Malinche, su duelo político con Carlos V, su mirada fascinada por la grandeza azteca, su gusto por la aventura y lo desconocido que lo lanza a la exploración del Pacífico. Cortés es un héroe que halaga el orgullo castellano. En todo caso, Gómara se aferra a presentarlo como tal. ¿Quién no podría vibrar secretamente por ese personaje que siempre desbarata todas las trampas, resiste a todas las emboscadas, siempre sale victorioso en la adversidad y muere en su cama después de haber escapado a todas las flechas de la vida? He ahí el problema del libro de Gómara: pinta demasiado bien a Cortés, a quien alaba con delectación.

Tal padre, tal hijo: con envidia tan enfermiza hacia Cortés como la de su padre Carlos V, el príncipe Felipe no puede soportar ese panegírico. El 17 de noviembre de 1553, firma en Valladolid una cédula de prohibición del libro de Gómara. Absolutismo en estado puro.

 

El Príncipe. Corregidores, asistentes, gobernadores, alcaldes e otros jueces e justicias cualesquier de todas las ciudades, villas e lugares destos reinos e señoríos, e a cada uno y cualquier de vos a quien esta mi cédula fuere mostrada o su treslado signado de escribano público. Sabed que Francisco López de Gómara, clérigo, ha hecho un libro intitulado la Historia de las Indias y Conquista de México, el cual se ha impreso; y porque no conviene que el dicho libro se venda, ni lea, ni se impriman más libros dél, sino que los que están impresos se recojan y traigan al Consejo Real de las Indias de Su Majestad, vos mando a todos e a cada uno de vos, según dicho es, que luego que ésta veáis, os informéis y sepáis qué libros de los susodichos hay impresos en esas ciudades, villas y lugares, e todos aquellos que halláredes los recojáis y enviéis con brevedad al dicho Consejo de las Indias, e no consintáis ni deis lugar que ningún libro de los susodichos se imprima ni venda en ninguna manera ni por ninguna vía so pena que el que los imprimiere o vendiere, por el mismo caso, incurra en pena de doscientos mil maravedís para la Cámara e fisco de Su Majestad; y ansimismo haréis pregonar lo susodicho por las dichas ciudades, villas y lugares, y que nadie sea osado a lo tener en su casa ni a lo leer, so pena de diez mil maravedís para la dicha Cámara.[102]

 

Esa prohibición no le impidió al editor de Gómara en Zaragoza el tirar una nueva edición de la obra en 1554. ¡Jugando con las palabras, cambió el título del libro![103] Otras tres ediciones en español saldrán de las prensas ese año pero en Amberes y bajo títulos diferentes.[104] Sin embargo, víctimas de una feroz censura, esas ediciones “góticas” serán sistemáticamente destruidas, como para borrar el recuerdo de Cortés. Más adelante, habrá que leer en italiano (1556), francés (1569) o inglés (1578) para tener acceso al texto de Gómara.

 

 

GÓMARA, ¿CAPELLÁN DE CORTÉS?

 

Gómara es el autor de varias obras en las que trabajó entre 1541, fecha de su regreso de Italia, y 1559, año de su muerte: una “Crónica de los Barbarroja”, esos corsarios renegados que pasaron al servicio del poder otomano; los monumentales “Anales del Emperador Carlos Quinto”, que cubren todo el reino hasta el año de 1556; y por fin un estudio sobre las “Guerra Marítimas del Emperador Carlos Quinto”. Pero esas tres obras permanecerán inéditas hasta la época contemporánea;[105] por tanto, es Cortés quien hace el renombre de su biógrafo. Y desde hace tiempo también las miradas se han dirigido hacia la relación que hubiera podido existir entre el conquistador de México y el eclesiástico de Soria. Bartolomé de las Casas, quien alimentó hacia Cortés una relación altamente ambigua de aborrecimiento fascinado, se mostró acusador hacia Gómara.

 

Dice el clérigo Gómara en su Historia muchas y grandes falsedades como hombre que ni vido ni oyó cosa della más de lo que el mismo Hernando Cortés le dijo y dio por escripto siendo su capellán y criado después de marqués, cuando volvió la postrera vez a España.[106]

En otra ocasión, Las Casas repite su crítica, idéntica en el fondo y en la forma:

 

Gómara, clérigo, que escribió la Historia de Cortés, que vivió con él en Castilla siendo ya marqués, y no vido cosa ninguna, ni jamás estuvo en las Indias y no escribió cosa sino lo que el mismo Cortés le dijo, compone muchas cosas en favor dél, que, cierto, no son verdad.[107]

 

Que Las Casas haga de Gómara el secretario de Cortés o su capellán no bastará para que siempre aproveche la oportunidad para agregar despectivamente que era su “criado”.[108]

El propósito de Las Casas era naturalmente el insistir sobre la parcialidad de la crónica de Gómara, a la que ve como una obra de encargo destinada a trenzar la corona de laureles del conquistador minimizando el sufrimiento de los pueblos indígenas, vergonzosamente sometidos por la fuerza y la brutalidad. Casi todos los comentaristas han admitido que Gómara había acompañado a Cortés en la expedición de los berberiscos en la que, en octubre de 1541, la armada española debió renunciar a tomar Argel, defendida por los hermanos Barbarroja. Más tarde, Gómara habría permanecido en contacto con Cortés tanto en Valladolid como en Madrid, lo que le habría permitido abrevarse de informaciones de buena fuente. La historiografía admite igualmente que Gómara se habría quedado adscrito a Martín Cortés, el hijo español del conquistador, después de la muerte de este último en 1547. La historia conlleva una suerte de evidencia: Gómara le dedicó a Martín la segunda parte de su Historia, exclusivamente consagrada a Cortés.

Hubo sin embargo algunas voces disidentes, como la de Juan Miralles, quien negara toda su vida que Gómara haya podido encontrarse con Cortés, tanto en los barcos de la batalla de Argel como en su casa en España. Pero los archivos finalmente no le dieron la razón a Miralles; en un acta en relación con la dote de María, una de las hijas de Hernán, Gómara afirma bajo juramento que conoce a Cortés desde 1529 y que efectivamente era parte de los allegados del marqués en 1545, fecha del juicio en el que testifica.[109] No es por lo tanto falso considerar a Gómara como el capellán de Cortés.

 

 

EL TESTIGO OCULAR CONTRA EL HOMBRE DE GABINETE

 

¿Cuál es la naturaleza de la animosidad de Díaz del Castillo hacia el eclesiástico? Bernal formula dos reproches principales. Le reprocha en primer lugar a Gómara el haber concentrado su relación de la historia sobre la sola persona de Cortés, de quien Bernal no discute ni el heroísmo ni la valentía. Pero le parece fuera de tono el no asociar al conjunto del grupo de conquistadores con los triunfos de Cortés. Bernal se convierte entonces en el portavoz de los soldados de base para que les sea restituida una parte del honor que Gómara focaliza sólo en Cortés. Por otra parte, Díaz considera que Gómara —quien no fue un actor de la Conquista y por lo tanto no fue testigo ocular de ésta— comete errores factuales y se equivoca aquí y allá. La Historia verdadera corrige así, en su andar, cierto número de datos. Ese doble propósito del autor vuelve a menudo bajo su pluma de manera —hay que decirlo— algo salmodiada:

 

Diremos lo que en aquellos tiempos nos hallamos ser verdad, como testigos de vista, e no estaremos hablando las contrariedades y falsas relaciones, como dezimos, de los que escrivieron de oídas, pues sabemos que la verdad es cosa sagrada: y quiero dexar de más hablar en esta materia; y aunque avía bien que decir della. E lo que se sospechó del Coronista, que le dieron falsas relaciones quando hazía aquella Historia; porque toda la honra y prez della la dio sólo al Marqués don Hernando Cortés, e no hizo memoria de ninguno de nuestros valerosos Capitanes y fuertes soldados.[110]

 

Ya que Díaz se propone corregir a Gómara, no carece de interés el asomarse al contenido de las rectificaciones que introduce. Tomemos algunos ejemplos.

¡Nada es más conocido que la escena de Cortés quemando sus naves! Contrariamente a la leyenda, Cortés no ordenó quemarlas sino barrenarlas frente a la playa de Veracruz. Recordemos que el conquistador, por ese acto a la vez táctico y simbólico, deseaba impedir el regreso a Cuba de algunos de sus hombres y quería mostrar el carácter irrevocable de su empresa de conquista. Cortés manda entonces barrenar las once naves con las que vino. Gómara dice que Cortés lo mandó hacer por sorpresa y en secreto.

 

Acordó quebrar los navíos; cosa recia y peligrosa y de gran pérdida; a cuya causa tuvo bien que pensar, y no porque lo doliesen los navíos; sino porque no se lo estorbasen los compañeros; ca sin duda se lo estorbaran y aun se amotinaran de veras si lo entendieran. Determinado pues de quebrarlos, negoció con algunos maestros que secretamente barrenasen sus navíos, de suerte que se hundiesen, sin los poder agotar ni atapar; y rogó a otros pilotos que echasen fama cómo los navíos no estaban para más navegar de cascados y roídos de broma.[111]

 

Díaz del Castillo dice, por el contrario, que fue con el pleno acuerdo de sus hombres como Cortés tomó esa decisión; y lo hizo esencialmente para obligar a sus marinos que no querían combatir a reunirse con la tropa que se dirigiría hacia los altiplanos y marchar sobre la capital azteca.

 

Estando en Cempoal, como dicho tengo, platicando con Cortés en las cosas de la guerra y camino que teníamos por delante, de plática en plática le aconsejamos los que éramos sus amigos, y otros hubo contrarios, que no dejase navío ninguno en el puerto, sino que luego diese al través con todos y no quedasen embarazos, porque entretanto que estábamos en la tierra adentro no se alzasen otras personas, como los pasados; y demás de esto, que tendríamos mucha ayuda de los maestres y pilotos y marineros, que serían al pie de cien personas, y que mejor nos ayudarían a velar y a guerrear que no estar en el puerto.(…) Aquí es donde dice el coronista Gómara que cuando Cortés mando barrenar los navíos, que no lo osaba publicar a los soldados que quería ir a México en busca del gran Montezuma. No pasó como dice, pues, ¿de qué condición somos los españoles para no ir adelante y estarnos en partes que no tengamos provecho y guerras?[112]

 

Y Díaz, de paso, aprovecha para rectificar otro error de Gómara señalando que la vigilancia de Veracruz no le fue confiada a Pedro de Ircio, sino a Juan de Escalante.[113]

Ese ejemplo es revelador del estado anímico de Bernal: sistemáticamente quiere rehabilitar los cuerpos de tropa y mostrar de paso que es un testigo preciso de los acontecimientos. Para la historia, quizá sea indiferente que se sepa quién fue nombrado por Cortés guardián del puerto de Veracruz en ese preciso instante, pero Díaz entra en ese tipo de detalles para darle al César lo que es del César y transformar unos modestos ejecutantes en actores de la gran historia.

Otra divergencia entre el eclesiástico y el soldado surge a la luz durante la narración de la batalla de Centla. Llegado a la desembocadura del río Grijalva, en los linderos de tierras mayas, de camino hacia México Cortés ordenó desembarcar: tenía la esperanza, parece ser, de entablar contacto con los autóctonos con el fin de preparar su expedición hacia el corazón del imperio azteca. Pero los mayas, más bien dispuestos a comerciar el año anterior, esta vez recibieron a los intrusos en formación de combate. Los españoles debieron librar una dura batalla. De uno contra veinte. Arriesgados combates cuerpo a cuerpo en los que las espadas de los conquistadores se cruzaban con las masas de armas de los indígenas bajo una lluvia de flechas. En esa ocasión, los mexicanos descubrieron los caballos, y Díaz del Castillo atribuye la victoria a la presencia de trece jinetes, aprovechando la sorpresa. Es otro cantar en el texto de Gómara, quien no vacila en escribir que fue Santiago en persona quien vino en auxilio de los españoles para asegurarles una milagrosa victoria.

 

No pocas gracias dieron nuestros españoles cuando se vieron libres de las flechas y muchedumbre de indios, con quien habían peleado, a nuestro Señor, que milagrosamente los quiso librar; y todos dijeron que vieron por tres veces al del caballo rucio picado pelear en su favor contra los indios, según arriba queda dicho; y que era Santiago, nuestro patrón. Fernando Cortés más quería que fuese sant Pedro, su especial abogado; pero cualquiera que dellos fue, se tuvo a milagro, como de veras pareció; porque no solamente lo vieron los españoles, más aún también los indios lo notaron por el estrago que en ellos hacía cada vez que arremetía a su escuadrón, y porque les parescía que los cegaba y entorpescía. De los prisioneros que se tomaron se supo esto.[114]

 

Díaz evidentemente se mofa con ironía de esa intervención del cielo y justifica la victoria española por la bravura de sus combatientes.

 

Aquí es donde dice Francisco López de Gómara que… eran los santos apóstoles señor Santiago o señor San Pedro. Digo que todas nuestras obras y victorias son por mano de Nuestro Señor Jesucristo, y que en aquella batalla había para cada uno de nosotros tantos indios que a puñados de tierra nos cegaran, salvo que la gran misericordia de Nuestro Señor en todo nos ayudaba; y pudiera ser que los que dice Gomara fueran los gloriosos apóstoles señor Santiago o señor San Pedro, y yo, como pecador, no fuese digno de verlo. Lo que yo entonces vi y conocí fue a Francisco de Morla en un caballo castaño, y venía juntamente con Cortés… Y ya que yo, como indigno, no fuera merecedor de ver a cualquiera de aquellos gloriosos apóstoles, allí en nuestra compañía había sobre cuatrocientos soldados, y Cortés y otros muchos caballeros. Y plugiera a Dios que así fuera, como el coronista dice: y hasta que leí su corónica nunca entre conquistadores que allí se hallaron tal les oí.[115]

 

Es en un registro similar en el que Díaz del Castillo corrige a Gómara a propósito de la Noche Triste. El 30 de junio de 1520, mientras los españoles debieron enfrentar la rebelión general de los habitantes de México, no tuvieron más remedio que huir de la ciudad en desbandada al caer la noche. Cortés decidió abrir la ruta y le confió la retaguardia a Pedro de Alvarado. De esa retaguardia sólo hubo cinco sobrevivientes, de entre ellos el colosal Alvarado, verdadero portento, que medía más de dos metros. Para huir, teniendo en cuenta la situación insular de la ciudad de México, había que encaminarse por una calzada sobre pilotes. En varios puntos estratégicos, dicha calzada estaba entrecortada por puentes móviles que en tiempos normales permitían la circulación de canoas. En esa noche fatídica, los aztecas habían retirado los puentes, claro está: los españoles quedaban atrapados. Pero Cortés, precavido, había hecho construir pasarelas portátiles que efectivamente sirvieron para hacer pasar parte de su tropa. Solamente una parte. En esos combates de inaudita violencia, la retaguardia fue diezmada ante el brazo de laguna que interrumpía la calzada en el lugar del puente destruido por los mexicanos. En su versión de la Noche Triste, Gómara se hace eco del heroico hecho: el famoso “salto de Alvarado”.

 

Alvarado no pudiendo resistir ni sufrir la carga que los enemigos daban, y mirando la mortandad de sus compañeros, vio que no podía él escapar si atendía, y siguió tras Cortés con la lanza en la mano, pasando sobre españoles muertos y caídos, y oyendo muchas lástimas. Llegó a la puente cabera, y saltó de la otra parte sobre la lanza; deste salto quedaron los indios espantados y aun españoles, ca era grandísimo, y que otros no pudieron hacer, aunque lo probaron, y se ahogaron.[116]

 

En comparación, el relato de Díaz del Castillo es más prosaico; el autor quiere ser más racionalista:

 

Volvamos a Pedro de Alvarado; que como Cortés y los demás capitanes le encontraron de aquella manera y vieron que no venían más soldados, se le saltaron las lágrimas de los ojos, y dijo Pedro de Alvarado que Juan Velásquez de León quedó muerto con otros muchos caballeros, así de los nuestros como de los de Narváez, que fueron más de ochenta, en la puente, y que él y los cuatro soldados que consigo traía, que después que les mataron los caballos pasaron en la puente con mucho peligro sobre muertos y caballos y petacas, que estaba aquel paso de la puente cuajado de ellos, y dijo más: el que todas las puentes y calzadas estaban llenas de guerreros, y en la triste puente, que dijeron después que fue el salto de Alvarado, digo que aquel tiempo ningún soldado se paraba a verlo si saltaba poco o mucho, porque harto teníamos que salvar nuestras vidas porque estábamos en gran peligro de muerte, según la multitud de mexicanos que sobre nosotros cargaban. Y todo lo que en aquel caso dice Gómara es burla porque ya que quisiera saltar y sustentarse en la lanza, estaba el agua muy honda y no podía llegar al suelo con ella.[117]

 

En todos los ejemplos precedentes, vemos que Díaz del Castillo introduce más bien una diferencia de tonalidad; en el fondo, la versión de los hechos no diverge sensiblemente del relato de Gómara. Sus rectificaciones son más bien de orden psicológico. Aparece como observador preciso, pragmático y seguro de sí mismo; llega incluso a ser puntilloso en la descripción de los acontecimientos consignando detalles que le dan vida al relato pero que no cambian la incidencia de los hechos. Pensándolo bien, resulta extraño que la mayoría de las rectificaciones aportadas por Díaz del Castillo atañen a puntos menores. Aquí corrige un nombre; ahí modifica una fecha, por algunos días; ¡en otro momento agrega un elemento secundario reprochándole a Gómara el haberlo callado! ¡Más extraño aún, anuncia a veces que va a contradecir a Gómara y en vano buscamos las divergencias publicitadas! A lo largo de las páginas, en el lector se forja la convicción de que la recriminación hacia el cronista de Soria está exagerada y que el tono de la crítica no está fundamentado en algo determinante que pudiera estar en juego.

 

 

UNA LECTURA IMPOSIBLE

 

El malestar del analista se acrecienta más al comparar el contenido de las dos obras. Sin llegar, como algunos, a acusar a Díaz del Castillo de plagio en detrimento del capellán de Cortés,[118] es seguro que la confrontación de los dos textos revela detalles desconcertantes. No me parece pertinente incriminar a Bernal por haber seguido, igual que su predecesor, un plan minuciosamente cronológico: no es Gómara quien ordenó el desarrollo de los hechos sino la historia. Además, éste introduce dos grandes incisos en su relato que rompen elegantemente la continuidad estrictamente temporal: coloca una primera descripción etnológica de México-Tenochtitlán en el momento de la llegada de los españoles a la capital azteca (capítulos LXVII al LXXXII), y luego otra, más larga, al final del libro, entre la exploración de California y la muerte de Cortés (capítulos CC al CCXLVIII). Díaz no lo imita en la materia. La simetría de las dos obras no es, por lo tanto, tan nítida como se ha querido creer.

Sin embargo, cierto aire de familia entre Díaz del Castillo y Gómara es perceptible, por ejemplo, en la elección de los acontecimientos comentados o en párrafos enteros que sólo ofrecen, de una versión a otra, ligeras modificaciones de redacción.[119] Luego existe suspicacia. ¿No será la diatriba antiGómara de Díaz del Castillo un artificio? ¿Una suerte de cortina de humo destinada a desviar la atención del lector? ¿Una astucia que permita forjarse una originalidad a buen precio? La historiografía de estos últimos años se ha planteado la pregunta de ese sorprendente parentesco que no se define, sin embargo, ni por un parecido estilístico ni por una copia estructural. Pero esa intuición nunca ha desembocado en una explicación satisfactoria: en realidad, veremos que hay una.

Pero, por el momento, prosigamos con nuestra investigación. El caso Gómara no se limita a esa similitud de contenidos, por perturbadora que sea. ¡Existe en efecto un impedimento que invalida la posibilidad de que Díaz del Castillo haya podido conocer la crónica de Gómara! Y nos hallamos ahí frente a un verdadero misterio. Para hablar en términos claros, el uso de la crónica de Gómara por Bernal es una imposibilidad técnica. Volvamos a poner las cosas en perspectiva. Oficialmente, Díaz del Castillo termina su crónica en Guatemala en 1568 como lo hemos visto más arriba. Por otro lado, la crónica de Gómara fue prohibida —bajo un nombre u otro—, a partir de 1553; y sabemos que, desde 1554, los ejemplares en circulación fueron buscados e incautados. La pregunta que se plantea entonces es saber cómo Bernal, en las profundidades de su Guatemala, pudo tomar conocimiento de la Historia general de las Indias de Gómara, obra prohibida. Los libros en el siglo XVI son productos escasos y caros. ¡Pensemos en que Isabel la Católica, al momento de su muerte en 1504, sólo poseía dos libros! Son los eclesiásticos, los señores, las órdenes religiosas, los universitarios y los grandes burgueses los clientes de los libreros. Se trata fundamentalmente de un mercado local y, además, estrechamente controlado. Esa vigilancia inquisitorial implicaba un sistema draconiano de licencias y de aprobaciones emanadas de las instituciones de censura tanto políticas como religiosas. La vigilancia se redoblaba al tratarse de exportar libros hacia las Indias: se registraban los equipajes y se elaboraban listas de los objetos contenidos en las mudanzas para aplicarles impuestos. En esas condiciones, ¿cómo pudo la obra de Gómara llegar a América? Ello supondría que Díaz, al tanto de la publicación en tiempo real, se haya mostrado deseoso de adquirir la obra, que luego haya mandado un emisario a Zaragoza, a Medina del Campo o a Amberes, con el fin de adquirir el libro bajo cuerda. Habría tenido luego que pagar el pasaje de su enviado especial de Sevilla hasta Veracruz. Luego, hallar un medio de envío de Veracruz a México, luego de México a Guatemala. Imaginamos ya la dificultad por importar un libro ordinario, es decir, autorizado. Pero en el caso que nos interesa, el libro está prohibido: hay además que burlar la aduana en Sevilla, luego engañar la vigilancia organizada en la entrada a México, y luego evitar todas las posibles denuncias. Misión imposible. ¡De principio a fin! Ese rocambolesco escenario no pudo existir. ¿Cómo pudo siquiera Díaz, viviendo en Guatemala, ser informado de dicha publicación? ¡Nada de lo que sabemos del personaje real nos pinta la personalidad de un bibliófilo entendido! ¿Cómo imaginar que Bernal haya podido infringir conscientemente una prohibición real para satisfacer su curiosidad? ¿Por qué se hubiera arriesgado a comprar este libro?

Pero ahí no termina el misterio. En cada momento, Díaz no parece tener conciencia de que habla de un libro prohibido cuando cita a Gómara. Por ese hecho, su reivindicación de verdad a expensas del eclesiástico es perpetuamente embarazosa: el lector poco enterado podría pensar que Gómara es un autor oficial y que Díaz juega al francotirador contra la institución. Pero es a la inversa: es el capellán de Cortés el autor prohibido y perseguido; y Bernal, denunciando a Gómara, se halla, muy a su pesar, en el papel de chantre de la historia oficial. Lo percibimos bien: algo no cuadra. Los actores juegan un papel que no es el suyo. ¿Por qué?

A estas alturas, el enigma conlleva ya una buena serie de incógnitas. ¡Pero se va a complicar aún más! Visto que, ya lo hemos notado, Díaz asocia a su rencor antiGómara a otros dos “historiadores” que pone en tela de juicio: Paulo Jovio y Gonzalo de Illescas. A decir verdad, no nos esperábamos encontrar esos nombres bajo la pluma de un viejo y bruto soldado que seguramente frecuentó más los campos de batalla que los lugares de culto, visto que Jovio e Illescas son hombres de Iglesia.

 

 

EL ENIGMA JOVIO

 

Paulo Giovio[120] es un italiano nacido en Como en 1483. Es conocido en Francia bajo el nombre de Paul Jove y en España bajo el nombre de Paulo o Pablo Jovio. Médico diplomado de la Universidad de Pavía, es un gran letrado que conoce a los autores y a los artistas de la Antigüedad, así como los de su tiempo. Llegado a Roma en 1512, inicia su carrera haciéndose médico personal de numerosas y destacadas familias, príncipes o prelados, como el cardenal Julio de Medici, quien tomaría la tiara con el nombre de Clemente VII y del que sería consejero cercano. El acceso de León X al papado lo propulsó hacia los palacios pontificios; oficialmente profesor de Filosofía, servirá a tres papas y recorrerá durante más de veinte años los pasillos del Vaticano. Es a la vez un testigo y un actor de la historia, un hombre de expedientes y un eficaz diplomático; es legado del papa en varias ocasiones, viaja por Europa, conoce a los príncipes de su época. Tiene acceso a los secretos de Estado, se mueve en el anverso del decorado. En recompensa por sus leales servicios, Clemente VII lo nombra obispo de Nocera, en la diócesis de Salerno. Pero en el fondo, el arte le interesa tanto como la política. Y Paulo Jovio pasará a la posteridad por haber inventado dos cosas: el concepto de museo y el who’s who.

A partir de 1521, mientras que del otro lado del Atlántico Cortés se convierte en el amo de Nueva España, Jovio se lanza a un proyecto faraónico que será el alma de su vida: reunir retratos de hombres ilustres, desde la Antigüedad hasta nuestros días. Es a esa galería ideal de retratos a la que le da el nombre de Museo, en homenaje a las Musas inspiradoras de la ciencia y de las artes. Lo que bien hubiera podido ser solamente una colección de cuadros cambiará de naturaleza cuando Jovio decide presentarla al público de manera permanente en un lugar que le sería exclusivamente dedicado. Así que manda construir en Borgovico, en 1538, al borde del lago de Como, en el lugar de la antigua villa de Plinio el Joven, un edificio de gran elegancia concebido para albergar su “Museo”: inventando la palabra y la cosa, crea ahí el modelo de lo que después serán todos los museos del mundo. En Borgovico, Jovio imagina un museo de arte y de historia al que serían llevados a cohabitar los filósofos, los escritores, los hombres de Iglesia y los hombres de Estado. Finalmente, prevé colocar bajo los cuadros no un simple escrito dando el nombre del personaje retratado, sino una verdadera reseña biográfica: el elitismo se hace didáctico.

¿Cómo se las agenciará Jovio para reunir los retratos con los que sueña? Pagando, claro está, de sus propios dineros, el trabajo de varios artistas: de hecho, se arruinará por su esplendidez. Pero tiene otra idea: ¡que le sean ofrecidas las obras de arte a cambio del honor de verlas colgadas en su Museo! Humanista moderno, recurre a la edición e inventa el principio de la suscripción: ¡A todos los donantes inquiridos que envíen su retrato les ofrece en contrapartida el hacer figurar su reseña biográfica en un libro! ¿Quién se mostraría insensible con la idea de aparecer en ese tan cerrado cenáculo de celebridades atemporales? El atractivo consiste en hacer aparecer a los contemporáneos flanqueados por Alberto Magno, santo Tomás de Aquino, Dante, Petrarca o Boccaccio. Jovio, con su don de gentes y su perseverancia, ganó su apuesta. Su Museo de Borgovico contará al final con cerca de cuatrocientos cuadros. En 1546, publica —en latín, idioma europeo— un primer tomo de Elogios de los hombres ilustres, consagrado a escritores de los que posee el retrato. En 1551, un segundo tomo —siempre en latín— incluye a los hombres que se han ilustrado “por su valentía en la guerra”: en él hace aparecer jefes de guerra antiguos, así como soberanos y príncipes reinantes. En ese Areópago de notables, hallamos a Rómulo, Aníbal, Alejandro Magno, pero también a Francisco I de Francia, Enrique VIII de Inglaterra o Solimán el Magnífico. Jovio logró una hazaña: obtuvo un retrato de Cortés. Para tener el placer de ocupar un lugar en ese panteón laico, antecámara de la inmortalidad y, además, al mismo nivel que Carlos V, el conquistador de México hizo una excepción en sus convicciones que le habían prohibido a lo largo de su vida el autorizar la reproducción de su imagen: unos meses antes de su muerte, consintió en que se le hiciera un retrato. A las orillas del lago de Como, mira de arriba abajo con mirada sombría al monarca español crispado en su eterna mueca. Cortés adoptó la postura para la eternidad.[121]

La crítica expresada por Díaz del Castillo hacia Jovio es ampliamente incomprensible. Buscamos en vano en la obra del italiano los elementos que hubieran podido suscitar su ira. El obispo de Nocera publicó una Historia de su tiempo, en latín, en Florencia en 1552, poco antes de su muerte.[122] De manera muy especial, me gustaría agradecer a la Lic. Anna Carla Ericastilla, directora del Archivo General de Centro América, en la ciudad de Guatemala, por las facilidades que me proporcionó al abrirme el fondo reservado. No sólo me autorizó a estudiar en su despacho el famoso manuscrito de Guatemala atribuido a Bernal Díaz del Castillo, sino que también, gracias a su apoyo, he podido consultar los cuadernos originales, consignando las actas del cabildo de Santiago de Guatemala del siglo XVI.

Por otra parte, quisiera agradecer al señor Carlos Slim por la generosidad con la que me abrió las puertas de la Biblioteca del Centro de Estudios de Historia de México Carso, instalada en Chimalistac y dirigido por el Dr. Manuel Ramos Medina. Entre los tesoros que posee esta biblioteca, destacan un documento autógrafo de Hernán Cortés (recibo de deuda) y uno de los pocos ejemplares conocidos de la edición original de Díaz del Castillo con el frontispicio de Jean de Courbes.[123] Malamente podemos imaginar que Díaz haya tenido acceso al texto en latín; pero hubo una traducción española publicada en 1563 en Salamanca,[124] que obtuvo una licencia autorizando su exportación a las Indias Occidentales con fecha del 28 de octubre de 1566. Eso le da técnicamente tiempo a Bernal de haber tenido conocimiento de la obra. Sólo que no entendemos por qué el autor de la Historia verdadera se habría interesado por ese texto que solamente se ocupa de las guerras de Italia y de la situación política de la Europa entre 1494 y 1547. Por más que hojeamos ese libro, no hallamos nada que esté conectado con la historia de la Conquista de México. Veamos los hechos: Jovio era un colaborador del papa Clemente VII en el momento del saqueo de Roma; fue su testigo atormentado, afectado y herido. Fue ese acontecimiento el que detonó su vocación de historiador; tras los sobresaltos de la Europa del Renacimiento, sus Historiarum desarrollan en el fondo una profunda crítica a Carlos V, responsable directo de esa barbarie. El libro de Jovio es así bastante vehemente hacia los españoles y muy acerbo hacia el emperador, a quien le niega el derecho de presentarse como jefe de la cristiandad. La Historia de su tiempo es decididamente un libro de tonalidad antiespañola pero ciertamente no una crónica de la Conquista de México. Debemos en consecuencia buscar en otra parte el motivo de la irritación manifestada por Díaz, y volver nuestra mirada hacia los Elogios.[125] Jove efectivamente escribió un texto sobre Cortés, pero perfectamente insertado en el ánimo de su libro, que es una selección biográfica; se trata de una pequeña nota de seis hojas en la que el autor resume a grandes rasgos la trayectoria de Cortés. Le agrega por cierto un toque personal al contar cómo, en marzo de 1529, recibió a los dos embajadores aztecas que Cortés había enviado al papa Clemente VII:

 

Yo vi a esos embajadores en Roma. Por el color de su piel, por su cabello y su temperamento alegre, se parecían a nuestros mulatos. Le ofrecieron al papa pequeños objetos de oro y el Soberano Pontífice se los agradeció haciéndolos vestir con brocados. Y les concedió el título de caballeros, les dio a cada uno un cinto, una espada, una daga dorada y les puso alrededor del cuello una cadena de oro. Y así fue cómo volvieron a sus tierras muy alegres; y según me dicen, a su regreso no escatimaron para hablar de la grandeza de Roma.[126]

 

Globalmente, el texto de Jovio, de gran brevedad, no hace aparecer en la vida de Cortés más que nociones comunes y aceptadas. Al lector de buena voluntad le costaría trabajo encontrar en éste materia para cualquier polémica.

Ahora bien, Díaz del Castillo se refiere a Jovio en tres ocasiones en la edición Remón y en cuatro ocasiones en el manuscrito de Guatemala. En dos, se trata de una vaga denuncia que no remite a ningún episodio preciso.[127] Pero hay dos casos más sorprendentes. En uno de los primeros capítulos de su historia, Bernal habla del oro de Tabasco. Acusa por sus nombres a Gómara, Illescas y Jovio de haber exagerado la cantidad de oro recolectada por Grijalva durante su viaje de expedición en 1518.[128] Díaz rectifica secamente:

 

Y esto debe ser lo que dicen los coronistas Gómara, Illescas y Jovio que dieron en Tabasco, y así lo escriben como si fuera verdad porque vista cosa es que en la provincia del río de Grijalva ni todos sus rededores no hay oro, sino muy pocas joyas de sus antepasados.[129]

 

De hecho, era la verdad: la mayoría de los objetos que los conquistadores, en el fuego de la acción, habían creído que eran de oro resultaron ser de cobre. El problema es aquí ver a Jovio asociado a ese rumor, ya que en ningún momento, ni en la Historia, ni en los Elogios se halla mención alguna del oro de Tabasco.

Sabemos que los españoles, derrotados después de la Noche Triste, se refugiaron en Tlaxcala para sanar sus heridas. Ahí fueron acogidos por el viejo jefe de la ciudad, Xicoténcatl, a pesar de la hostilidad manifestada por su hijo. Ese episodio es objeto de una larga refutación por parte de Díaz hacia Gómara, refutación argumentada punto por punto, a la que asocia a “Pablo Jovio”.[130] Hallamos ese capítulo tanto en la edición Remón como en el manuscrito Guatemala. Ahí también, mucho penaríamos en encontrar la menor referencia a Tlaxcala y a Xicoténcatl en los escritos de Jovio. Así, tenemos el sentimiento de que Díaz del Castillo no ha leído los Elogios, y que junta el nombre de Jovio al de Gómara para dar más peso a su diatriba.

Esa impresión se confirma aún más por la observación de las fechas de publicación de los Elogios de Jovio. El libro sale a la venta en latín en 1551, en Florencia. Pero la traducción española de esa obra no se imprime en Granada sino hasta 1568.[131] Es decir, después de la fecha indicada por Díaz del Castillo para el final de la redacción de su Historia verdadera. Resulta entonces imposible que Bernal, en Santiago de Guatemala, hubiese tenido conocimiento de la reseña escrita por Jovio sobre Cortés en sus Elogios de los hombres ilustres. Esa irrupción de Paolo Giovio en la vida de Díaz de todas maneras es incongruente: ¿Cómo ese autor italiano, eclesiástico mundano, humanista letrado, poeta, coleccionista, amigo de los artistas y de los grandes de este mundo hubiera podido cruzar el camino del desconocido soldado-cronista instalado al pie de los volcanes de Guatemala? ¡A decir verdad, Jovio tampoco tuvo la posibilidad de cruzarse en el camino de Gómara! Observemos los hechos: el creador del Museo publica el segundo y último tomo de sus Elogios en 1551 y su Historia al año siguiente. Con su obra terminada, Jovio muere en Florencia el 11 de diciembre de 1552 a la edad de sesenta y nueve años. Gómara, por su parte, publica su crónica al final de ese mismo año de 1552.[132] Ello significa que Jovio escribió antes de que el capellán de Cortés publicara. Pero Díaz repite en dos ocasiones que Jovio siguió a Gómara, y le reprocha el haberse dejado influenciar por éste: “Y demás de los cuentos porque ha escrito, ha dado ocasión que el doctor Illescas y Pablo Jovio sigan sus palabras”;[133] “Francisco Lopez de Gomara […] hizo errar a dos famosos Historiadores que siguieron su Historia, que se dizen el Doctor Illescas, y el Obispo Paulo Iobio”.[134] ¡Queda establecido que Jovio no pudo ser influenciado en mucho —en bien o en mal— por los escritos de López de Gómara puesto que, cuando aparece la Historia general de las Indias, ya está muerto! Pero permanece una interrogante mayúscula: ¿qué razón pudo incitar a Díaz a introducir a Jovio en su crónica sin conocer ni jota de sus escritos y sin preocuparse por nada del mundo de la veracidad de sus aserciones? ¿Por qué mentir si se empeña en restablecer la verdad?

 

 

EL MISTERIO ILLESCAS

 

Lo absurdo de la referencia a Illescas es aún más notable. En el texto de la edición Remón, hallamos citado cinco veces el nombre de Illescas. Éste aparece en cambio doce veces en el manuscrito de Guatemala, cuatro veces asociado a Gómara y Jovio y ocho veces ligado sólo a Gómara.[135] Illescas incluso tiene el honor de un título de capítulo bastante descortés: “De los borrones y cosas que escriven los coronistas Gomora e Illezcas acerca de las cosas de la Nueva España”.[136]

¿Quién es ese personaje que tanto ha incomodado a Díaz? Gonzalo de Illescas es un sacerdote, doctor en teología, nacido en Dueñas en 1521.[137] La gran obra de su vida es una monumental historia del papado desde san Pedro hasta 1572, escrita en español. Sus inicios como historiador fueron caóticos, puesto que la primera parte de su Historia pontifical y cathólica desde su origen hasta 1304, publicada en 1565, fue inscrita en el Índice expurgatorio. Una segunda edición, cuatro años más tarde, corrió la misma suerte. Después de amplias discusiones con la Inquisición y las autoridades de la Iglesia y de cierto número de correcciones y enmiendas, su obra fue editada en Salamanca en 1573 en una versión debidamente aprobada y aumentada de la segunda parte, que cubría el periodo 1305-1572.[138] Ese libro conocería entonces un importante éxito; fue considerado como una obra de referencia y, por ese hecho, constantemente reeditado. Pero esa gloria fue póstuma: Gonzalo de Illescas murió en 1573, poco después de haber visto impreso su libro. El cronista de los papas fue sin duda una figura de su tiempo; pero el abad de San Frontis de Zamora construyó principalmente su notoriedad en los medios eclesiásticos. ¿Cómo entonces Díaz del Castillo, ex aventurero recluido en su Guatemala de adopción, pudo haberse cruzado en el camino de Illescas? Tocamos ahí la vertiente más opaca de la Historia verdadera, puesto que no podemos imaginar un encuentro tan improbable. En el fondo, bien podría haber una justificación en ver a Bernal interesarse en la Historia pontifical: Illescas insertó en la descripción del pontificado de León X una relación de la Conquista de México.[139] En ésta, Cortés es tratado como héroe de la cristiandad por haber arrancado del paganismo a las poblaciones indígenas de México. La conversión de los indios aumentó considerablemente el número de cristianos sobre la Tierra. Por consiguiente, Illescas considera la Conquista de Nueva España como un acontecimiento mayor del pontificado de León X; y tras la espada de Cortés no deja de ver la mano de Dios.

La ira de Díaz del Castillo es comprensible en este punto. El abad de San Frontis indudablemente idealiza a Hernán Cortés, y Bernal probablemente tenga razón en exclamar a voz en cuello:

 

No hay memoria de ninguno de nosotros en los libros e historias que están escritas del coronista Francisco López de Gómara, ni en la del doctor Illescas, que escribió El Pontifical, ni en otros modernos coronistas, y solo el marqués Cortés dicen en sus libros que es el que lo descubrió y conquistó, y que los capitanes y soldados que lo ganamos quedamos en blanco, sin haber memoria de nuestras personas.[140]

 

Cuando Bernal afirma que Illescas sigue el relato de Gómara, en esta ocasión no se le puede contradecir. Aunque el autor de la Historia pontifical no cite ni una vez el nombre del capellán de Cortés, los empréstitos son evidentes. En ocasiones se está cerca de la copia palabra por palabra. E Illescas atestigua su lectura de Gómara fuera del capítulo consagrado a la Conquista de México. Por ejemplo, evoca en el pontificado de Pablo III el episodio de Cortés perdiendo sus esmeraldas durante la batalla de Argel en 1541 utilizando las mismas palabras que las de Gómara.[141]

Pero donde aprieta el zapato es en la cuestión cronológica. Digámoslo con toda claridad: en las dos primeras ediciones —censuradas— de 1563 y de 1569, el hilo de la historia tomado en cuenta por Illescas termina en 1304. El descubrimiento de América no entra en escena sino hasta la segunda parte de la Historia pontifical, que abarca el periodo 1305-1572. Ahí es donde figura el célebre capítulo sobre Cortés. Ahora bien, la primera edición completa de la crónica de Illescas, que integra a la vez la primera y la segunda parte, sale de las prensas en Salamanca en septiembre u octubre de 1573. El misterio queda entonces formulado en los siguientes términos: ¿Cómo Bernal Díaz del Castillo logra citar en su obra terminada en 1568 un libro aún no publicado? Aun admitiendo que haya podido modificar su texto después de 1568, Bernal, para entonces septuagenario o incluso octogenario, de todos modos debió de haber leído a Illescas antes del mes de marzo de 1575, fecha en la que el manuscrito de la Historia verdadera fue enviado a España. Lo cual es imposible: en esa época, ningún libro circula a tal velocidad entre España y Guatemala. En este caso, tenemos al menos una referencia: Fuentes y Guzmán, el descendiente de Bernal, quien ha escrito la Recordación florida, nos ofrece una invaluable precisión. Dice que la edición de Díaz del Castillo preparada por Remón y fechada en 1632 llegó a Guatemala en 1675.[142] ¡Habrá llevado 43 años para que la Historia verdadera impresa atraviese el Atlántico! Esos tiempos de latencia nos dejan pensativos pero son la realidad.

Puesto que está comprobado que Díaz del Castillo no pudo conocer ni las obras de Gómara ni las de Jovio ni las de Illescas, ya nada cuadra en lo que creíamos saber de la vida de nuestro soldado cronista. Excepto admitir otra fecha y otro lugar para la redacción de la Historia verdadera. O interpolaciones sustanciales. Sentimos a partir de ahora que el peso de las dudas altera nuestra visión: la gallarda imagen de un Díaz auténtico y rústico, amablemente refunfuñón, en lucha contra la historia oficial, se distingue cada vez más de la fantasmagórica silueta del regidor de Santiago de Guatemala. De golpe, la duda se extiende hacia otras aserciones que hasta entonces no levantaban mucha desconfianza. Cuando Bernal nos decía haber leído a Cortés y a Las Casas, lo creíamos espontáneamente. Pero, viéndolo de cerca, nada es menos seguro.

 

 

DÍAZ, AFICIONADO A LO PROHIBIDO

 

Cortés es un autor prohibido de quien todos los libros impresos fueron quemados en 1527 por orden de Carlos V. Los ejemplares que se salvaron del auto de fe se cuentan con los dedos de una mano. ¿Cómo, en esas condiciones, puede Díaz afirmar que leyó a Cortés?[143] Es verosímil que ningún ejemplar de las Cartas de relación nunca haya atravesado el Atlántico. Perseguido por la ira de la Corona, Cortés-escritor es un autor vedado, imposible de encontrar en librería e imposible de consultar en biblioteca. ¿No se ufanaría Bernal de ser más letrado de lo que es en realidad?

El caso Las Casas tampoco está claro. En el capítulo dedicado a la matanza de Cholula, consecutiva a la trampa en la que se hallaron encerrados los españoles de camino a México, Díaz no se priva en denigrar al obispo de Chiapas:

 

Digamos que éstas fueron las grandes crueldades que escribe y nunca acaba de decir el obispo de Chiapa, fray Bartolomé de las Casas, porque afirma que sin causa ninguna, sino por nuestro pasatiempo, y porque se nos antojó, se hizo aquel castigo, y aun dícelo de arte en su libro a quien no lo vio ni lo sabe, que les hará creer que es así aquello y otras crueldades que escribe, siendo todo al revés que no pasó como lo escribe.[144]

 

Ese fragmento, aparentemente banal, es en realidad portador de un enigma mayor. Las Casas, de quien conocemos su talento de polemista y defensor de los indios, tuvo una extraña relación con la edición. ¡Después de pasar su vida redactando una monumental Historia de las Indias, compilando y cruzando un impresionante número de fuentes, decidió en 1559, una vez acabada su obra, prohibir su publicación durante cuarenta años![145] Ello tuvo por efecto hacer caer en el olvido el texto muy antiespañol del fogoso dominico: aunque hubo una traducción francesa del siglo XVII, la Historia de Las Casas debió esperar hasta 1875 para conocer una edición española.[146] Superando su propio rechazo de la imprenta, el dominico la utilizó una sola vez en su vida, después de la controversia de Valladolid. Las Casas decidió entonces hacer editar textos cortos con el fin de difundir en los círculos dominicos lo que hoy llamaríamos “elementos de lenguaje”. Así salieron de las prensas de Sevilla, entre agosto de 1552 y enero de 1553, nueve opúsculos conocidos bajo el nombre de Tratados ;[147] el primero de ellos es la Brevísima relación de la destrucción de las Indias,[148] pequeño libro de 55 folios que se haría famoso por su denuncia de la violencia ejercida por los españoles hacia las poblaciones amerindias. En ese áspero panfleto, el antiguo obispo de Chiapas convierte la matanza de Cholula —descontextualizada— en una suerte de símbolo de la barbarie de los conquistadores. Díaz del Castillo replica a los escritos de Las Casas explicando los detalles del complot que apuntaba a exterminar la pequeña tropa española y la manera, sin duda sangrienta, en que la trampa fue desbaratada. El problema nace del hecho de que la obra del dominico, de tiraje confidencial, fue impresa sin autorización. Probablemente para evitar la censura o, quizá, por desafío. Sea lo que fuere, el opúsculo no lleva ni licencia real, ni imprimátur eclesiástico: por ese hecho, ningún ejemplar de la Brevísima relación estaba en situación de ser vendido, ni siquiera de circular. Mucho menos en tierra americana, en la que el protector de los indios había sido condenado por los antiguos conquistadores. ¡Para lograr leer tantos libros prohibidos, Díaz tiene ciertamente un secreto! ¡Qué lástima que nunca nos lo haya confiado! Ya que, desde ese entonces, más allá de sus imposibles lecturas, nos ponemos a dudar de todo; la capacidad de mentir de nuestro Bernal arroja suspicacia sobre el conjunto de su obra.