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BÚSQUEDA DE PATERNIDAD

 

 

 

Si aún no conocemos la identidad del autor de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, ya tenemos al menos su retrato hablado. Sabemos antes que nada que debe tratarse de un soldado, ya que ese soldado es testigo de todas las batallas que se libraron durante la Conquista de México. En ningún caso ese observador perfectamente bien enterado puede ser un actor intermitente; debe haber participado en toda la epopeya de la Conquista de 1517 a 1540. Debe además haber acompañado a Cortés en sus dos viajes a España en 1528-1530, y luego en 1540. Al pensarlo bien, ello reduce considerablemente el número de posibilidades. Ese testigo es un sobreviviente. Salió bien librado de un centenar de combates para luego resistir las fiebres, la disentería, las epidemias. Inoxidable superhombre, milagroso superviviente de la adversidad, ese sorprendente testigo debe estar, además, dotado de memoria. De memoria o de archivos, ya que hemos visto que la suma de información puesta en orden es impresionante. ¿Cómo no equivocarse sobre los lugares, las fechas, la personalidad de los actores, el recuento de los combatientes, el nombre de los caballos, la configuración del terreno? ¿Cómo evitar la confusión en los datos y la superposición de los acontecimientos? Debemos muy probablemente imaginar la existencia de un soporte archivístico constituido antes de la escritura de la Historia verdadera. Estaríamos entonces ante una premeditación en toda forma. Pero ¿quién de entre esos soldados de fortuna, de entre esa banda de aventureros, pudo haber tenido esa cultura de la memoria que anima al hombre a conservar las huellas de la historia que se está haciendo?

Y aun así, estar en situación de conservar la memoria de los acontecimientos no es condición suficiente para ser cronista. Después, nuestro redactor de la Historia verdadera debió mostrarse capaz de ordenar la epopeya con cierto sentido de dramaturgia. Ya hemos mencionado que nuestro misterioso autor es un letrado dotado de gran cultura clásica; agreguemos que domina la prosodia y muestra gran competencia lingüística. Esta última característica —el empleo de la palabra correcta—, es evidentemente una consecuencia de su alto nivel cultural. Pero aún hay más: nuestro autor también tiene talento. Un talento muy personal en el que se mezclan el aliento épico y la frescura del estilo oral. Ahora bien, el talento es una rara cualidad. Del pequeño número de soldados sobrevivientes susceptibles de ser los testigos permanentes de toda la epopeya de la Conquista, ¿cuántos hay capaces de escribir una crónica y, más aún, una crónica que hoy es considerada una obra maestra de la literatura?

Pero los prerrequisitos del retrato hablado no concluyen con esas primeras consideraciones. El autor que intentamos identificar debe además ser un íntimo de Hernán Cortés. En todo momento a lo largo de las páginas, el autor revela que cuenta con información privilegiada sobre el comportamiento y la acción del capitán general. Y en ocasiones gusta de escudriñar sus pensamientos o de anotar sus palabras. ¡Se autoriza incluso cierta familiaridad con el conquistador permitiéndose de vez en cuando el juzgarlo como si estuviese habilitado para hacerlo! Esa proximidad del autor con su jefe reduce aún más el círculo de posibles candidatos.

Nuestro autor debe también estar interesado por el poder. La Historia verdadera rebosa de notaciones a propósito de la competencia que va produciéndose entre la Nueva España y Castilla la Vieja, entre los hombres de terreno y los hombres de despacho, entre los conquistadores expuestos al peligro y los lejanos burócratas gestores de las hazañas. La Historia verdadera no es solamente una sucesión de relatos de batalla. Es también una reflexión sobre la esencia del poder. Sobre la legitimidad del absolutismo de derecho divino frente a la legitimidad republicana emanada de la elección. De cierta manera, la crónica se lee como la novela del poder. El autor lo revisa todo con precisión quirúrgica: la traición, la calumnia, la volatilidad de los estados de ánimo, la parte del entusiasmo, la codicia, el deseo de riqueza, la importancia de las redes, el miedo, la coerción, el espíritu de sumisión, la irrupción de lo irracional con su cortejo de celos, de envidia o de odio y sus contrarios, las emociones del amor, la amistad, la fidelidad.

Si la Historia verdadera es en efecto una autopsia del poder, la obra aborda también un asunto de alcance metafísico: el sentido de la historia y la construcción de la posteridad. Se distingue entre cada línea de la crónica una permanente interrogación sobre las huellas que pueden dejar las acciones de los hombres sobre la Tierra y el sentido de sus actos. Nuestro autor es incontestablemente un cronista, un memorialista deseoso de contrarrestar la huida del tiempo. Claro está, toda esa crónica tiene por eje la personalidad de Cortés, principal actor del encuentro de esos dos mundos que por tanto tiempo habían vivido en recíproca ignorancia. Pero la originalidad de la obra atribuida a Díaz del Castillo reside precisamente en querer guardar la memoria de todo el grupo de soldados que participó en la Conquista. La Historia verdadera considera a todos esos hombres, humildes y oscuros, que hicieron don de su valentía y de su bravura a la causa de la Conquista, como actores de pleno derecho de la historia. Nuestro autor asume así una postura filosófica muy original.

Esta toma de posición se duplica de hecho con el manejo de otra temática alrededor de la noción de verdad. Incluso si hay pocas probabilidades de que el manuscrito original haya llevado un título, el concepto de historia “verdadera” es un concepto elaborado. Según nuestro autor, su historia es verdadera porque es obra de un testigo ocular, cuando generalmente la historia es escrita a posteriori, a partir de documentos, por profesionales de la escritura y no por actores de la historia. Reconozcámoslo, esa reflexión sobre la escritura de la historia en su relación con la verdad es de una incontestable sofisticación intelectual. El círculo de posibles candidatos ya se encuentra restringido: debemos hallar un soldado sobreviviente que haya participado de manera continua en la epopeya de la Conquista de 1517 a 1540, un soldado dotado de cultura y de capacidades literarias, un soldado que también sea un filósofo, que se cuestiona sobre el sentido de la vida, sobre el actuar humano, sobre la fabricación de la historia, sobre la verdad en relación con la posteridad. A estas alturas, ¿existen muchos candidatos elegibles? Seguramente muy pocos.

Pero aún nos falta agregar dos rasgos destacados del retrato hablado que estamos elaborando. Debemos primeramente buscar un hombre fascinado por el México indígena. Esa observación podría parecer omisible. Pero no es así. Una pulsión natural entre los participantes en la campaña mexicana hubiera podido ser detestar al enemigo: de hecho, es una tendencia bastante natural en los conflictos. Sin embargo, en la pluma del autor de la Historia verdadera hallamos palabras que perpetuamente revelan su amor por la tierra que está conquistando. ¿Los españoles llegan a la vista de México? Nuestro autor pinta de la capital azteca un retrato lleno de emoción y de admiración.[196] ¿El autor visita el mercado o el gran templo de Tlatelolco? Lleva a cabo descripciones fascinadas, y las comparaciones que se permite están a favor del Nuevo Mundo.[197] Esa disposición mental debe llevarnos a eliminar algunos candidatos que, como Bernaldino Vázquez de Tapia, se empeñan en promover una visión despectiva de la cultura indígena.[198] No es en absoluto el caso en la Historia verdadera.

Para ser ideal, ese retrato debe poseer una última característica. No olvidemos señalar que nuestro misterioso autor debe haber conocido a Gómara. Y no es la menor de las complicaciones, ya que Francisco López de Gómara sólo publica su obra sobre la Conquista de México en diciembre de 1552. Ya vimos la dificultad existente en hacer coincidir allende los mares la publicación de la obra de Gómara y la vocación de cronista del autor de la Historia verdadera. Pero la obsesión antiGómara que caracteriza el manuscrito es demasiado importante para reducirla a un elemento marginal. ¿Quién es ese soldado culto, filósofo, dotado de archivos y de memoria, poseedor de un estilo y de una firme personalidad, quien además conoció la obra de Gómara publicada en España, y luego prohibida en 1554?

Es relativamente fácil proceder por eliminación. Del círculo inicial de aproximadamente quinientos conquistadores hay que restar todos los que no participaron en la expedición de Las Hibueras, sea porque murieron en el curso de la Conquista de México-Tenochtitlán, sea porque volvieron a España o a Cuba después de dicha victoria. En efecto, al final del año de 1524, Cortés va en búsqueda del territorio maya, que lo verá atravesar Tabasco y luego el Petén, para llegar al golfo de Honduras, donde fundará las ciudades de Natividad y de Trujillo, clon tropical de la cuna de su familia: los Monroy, los Cortés, los Altamirano, los Pizarro echarán pues raíces en Mesoamérica. Sabemos, en particular por Gómara, que Cortés llevó consigo en esa aventura a trescientos soldados, 150 de a pie y 150 de a caballo.[199] Pero de esos trescientos, ¿cuántos contamos de los de 1519? ¿Y cuántos son los que también participaron en la expedición de Córdoba y en la expedición de Grijalva? Muy pocos. Y de ese número ya muy reducido, ¿cuántos acompañarán a Cortés en sus dos viajes a España? Un puñado. ¿Y en esa cercana guardia, cuántos podemos identificar como letrados? Probablemente ninguno. ¿Y quién de esos hipotéticos soldados de la Conquista susceptibles de escribir una crónica pudo haber tenido la posibilidad de conocer la obra de Gómara? La pista del soldado cronista desemboca en una aporía.

Podríamos eventualmente hacer competir a Andrés de Tapia. Emparentado con Diego Velázquez, infiltrado por el gobernador de Cuba en las tropas de Cortés, éste le tendrá finalmente una total abnegación a la persona del capitán general. Tapia corresponde en algunos rasgos a nuestro retrato hablado: fiel entre los fieles, héroe de la toma de México, sigue a Cortés como su sombra en la mayoría de sus aventuras, incluso en sus dos viajes a España. Conoció a Gómara, quien lo menciona. Pero no participa ni en los viajes preliminares de Córdova y de Grijalva ni en la expedición de Las Hibueras. Factor insalvable, escribe muy mal: de ello dejó elocuente testimonio. Por entusiasmo hacia el marqués del Valle, Tapia intentó componer un breve relato hagiográfico de la Conquista.[200] Su obra cabe en quince hojas; compuesta con una sintaxis muy aproximada, está redactada en un castellano impregnado de dialecto leonés por medio de una extraña escritura semifonética. Nada que ver con el ágil tono de la Historia verdadera. Tapia tampoco aprueba el examen de aptitudes.

Como último recurso, ¿debiéramos buscar en otro círculo ajeno a los militares a un autor que hubiera podido hacerse pasar por soldado raso? ¡Decepción, también ahí! De los eminentes letrados que rodearon al conquistador de México conviene eliminar a todos los escribanos y a todos los eclesiásticos. Ningún notario corresponde a las características necesarias para ser el autor de la Historia verdadera, ya que ninguno acompaña a Cortés de cabo a rabo. En cuanto a los sacerdotes que podrían tener la suficiente cultura para escribir una crónica, conviene tacharlos a todos de nuestra lista. Juan Díaz, quien dejó una relación del viaje de exploración de Grijalva,[201] desaparece del escenario mexicano poco después de la Conquista. Algunos autores lo hacen morir en Tlaxcala, otros lo ven regresar a España, pero es probable que muera antes de la expedición de Las Hibueras. El fraile mercedario Bartolomé de Olmedo muere en 1524 sin que se le conozca ningún relato. Quedan dos franciscanos; el fraile Pedro Melgarejo de Urrea desembarcó en Veracruz en febrero de 1521 acompañando al tesorero Julián de Alderete, quien tomaría partido por Cortés. Sólo tuvo un breve conocimiento de la Conquista, pues regresó bastante rápido a España:[202] debemos entonces excluirlo. En cuanto al fraile Diego Altamirano, pariente de Cortés, llegará a Nueva España después de la toma de México. Más tarde, efectivamente, seguirá al conquistador, incluso en sus estancias en España, pero no participó ni en el periodo de 1517-1521 que constituye a final de cuentas el corazón de la Historia verdadera, ni en el viaje a Las Hibueras, aunque fuese encargado de convencer al capitán general de abandonar Trujillo para volver a asumir el gobierno de la Nueva España.[203] Conviene entonces retirar también a Altamirano de la lista de posibles autores.

A título de última tentativa, podemos intentar dividir la dificultad y formular la hipótesis de que la crónica está constituida por varias contribuciones parcelarias. Su formato final sería entonces el resultado de un ensamblaje editorial. Si ya es arduo encontrar un candidato para la paternidad de la obra, se vuelve a fortiori imposible encontrar cinco o seis. Y la gran unidad estilística de la crónica elimina la pista del hábil compilador.

Al término de ese juego de eliminación, podríamos tener el sentimiento de que la criba utilizada ha sido demasiado fina, puesto que no deja lugar, al final de la carrera, a ningún pretendiente. De hecho, existe una figura, y sólo una, que está conforme con nuestro retrato hablado: es Cortés mismo. Cortés en persona. Es el único, como veremos, en situación de escribir la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España.