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LA VIDA PÓSTUMA DEL MANUSCRITO

 

 

 

LA MUERTE DE CORTÉS, 1547

 

En agosto de 1545, mientras Cortés está de lleno en su trabajo de redacción, María Manuela, la joven esposa del regente Felipe, muere en Valladolid a consecuencia del nacimiento del pequeño Carlos, afectado por profundas taras originadas por la consanguinidad. El príncipe Felipe debe enfrentar el trágico desenlace de ese matrimonio de apariencia. A pesar de no haber sido muy diligente con María Manuela, su fallecimiento es una dura prueba. Después de un tiempo de luto más formal que real, el joven viudo, deseoso de pasar página, decide dejar Valladolid e instalar la Corte en Madrid. Cortés, que no ha terminado su labor, no se precipita. Quiere terminar lo que emprendió. Sólo alcanzará la Corte en el mes de marzo de 1546. Pero su estancia en Madrid sólo durará seis meses. A principio de otoño, siente el deseo de volver a México, para su último viaje. Siente debilitarse y quiere ahora morir en su país adoptivo. Parte entonces hacia Sevilla con la idea de hacerse a la mar para una última travesía.

Es interesante observar que Francisco López de Gómara acompaña a Cortés a Madrid, pero que no será parte del viaje a Sevilla. Ello nos ofrece un invaluable indicio. Es verosímil que, hacia el mes de marzo de 1546, Cortés terminara la primera redacción de la Historia verdadera, lo que le permite dejar Valladolid con la mente tranquila. Los siguientes seis meses, vividos en Madrid, se consagran a las relecturas, a las puntualizaciones y, probablemente, a la confección de copias. Cortés y Gómara trabajan juntos. El marqués superó el desafío. Le puso punto final a su crónica.

En el frente de las Indias, las predicciones de Cortés se revelan ciertas. Los primeros conquistadores, a punto de ser desposeídos por la Corona, se rebelan. Vientos de ira soplan y toman un giro violento. En enero de 1546, el virrey de Perú, Blasco Núñez Vela, es derrotado militarmente por las tropas de los hermanos Pizarro en la batalla de Añaquito. El desafortunado vocero de las Nuevas Leyes es incluso decapitado por Gonzalo Pizarro, en un solemne desafío a la Corona. De México, Cortés recibe algunas noticias que lo animan; el visitador Sandoval, que se embarcó a finales del año de 1543 para ir a investigar la actuación del virrey Mendoza, se muestra sensible al punto de vista del marqués del Valle y toma desde ahora partido por él. Por el momento sólo es un alivio moral pero es una partida ganada. Sin embargo, dicha esperanza va acompañada de una gran contrariedad. Cortés tiene en efecto el disgusto de ver a Sandoval tomarse muy a pecho sus funciones de inquisidor apostólico de Nueva España: acaba de abrir un juicio inquisitorial en contra de caciques indígenas, en Yanhuitlán, en Oaxaca, en el corazón de su marquesado. Sandoval debía volver a España en 1547, con un informe muy favorable para la política de Cortés y muy crítica para la gestión del virrey. Pero, después de la muerte del marqués del Valle, su informe será archivado sin seguimiento, y Mendoza seguirá reinando en Nueva España hasta 1550 sin ser inquietado.

En octubre de 1546, se instala entonces en Sevilla con un séquito reducido a una decena de personas. Algunos fieles sirvientes, una enfermera y fray Diego Altamirano, su primo franciscano, quien ya no lo dejará sino hasta la muerte. Cortés, terminada su gran obra, ocupa su mente en la preparación del matrimonio de su hija María. Lo vemos, por ejemplo, constituir un ajuar que manda bordar con sus armas. Se siente que el marqués del Valle, cuyos ingresos han sido congelados en Nueva España, sufre de problemas de tesorería. Para comprar el famoso ajuar, debe empeñar valiosos objetos. Alrededor del conquistador, el escenario se va vaciando progresivamente. Su mentor Antonio de Guevara murió en 1545. Enrique VIII de Inglaterra falleció en enero de 1547, Francisco I el 31 de marzo. Francisco de los Cobos, el inamovible ministro de Carlos V que dirigió la corte durante decenas de años, expiró en el mes de mayo. En su casa de la parroquia de San Marcos en Sevilla, Cortés siente, también él, llegar la muerte. Los días 11 y 12 de octubre de 1547 dicta sus últimas voluntades. En esas páginas desfilan toda su vida: sus hijos mestizos aparecen en el testamento al lado de aquéllos de Juana de Zúñiga, su legítima mujer aliada a la familia real; tiene un gesto para cada uno de sus allegados, para sus primos, para sus parientes más lejanos. Reconoce sus deudas, reflexiona sobre el devenir de sus esclavos. Restituye ciertas tierras a señores indígenas pero pone toda su fe en la continuidad de su obra político-económica. Al confirmar a su hijo Martín como heredero de su marquesado, se proyecta en la perennidad. Siendo su hijo menor de edad, lo coloca bajo la tutela conjunta de Juan Alonso de Guzmán, duque de Medina Sidonia, de Pedro Álvarez Osorio, marqués de Astorga, y de Pedro de Arellano, conde de Aguilar, haciendo observar que Martín “es de su sangre y linaje”.[295]

Extenuado, Cortés desea dejar Sevilla. Ya no quiere recibir visitas. Así que irá a Castilleja de la Cuesta, en los alrededores de la ciudad, y ahí, en una pequeña casa prestada por uno de sus amigos, morirá de agotamiento el 2 de diciembre de 1547. Alrededor de su lecho de muerte, está su joven hijo heredero, Martín, de quince años de edad; el prior del monasterio de San Isidro, que acudió como vecino para ayudarlo a morir; el propietario de la casa, Juan Rodríguez de Medina, y el muy fiel Diego Altamirano. Cortés desea ser enterrado en México, en esa tierra que ahora es la suya. Mientras tanto, su cuerpo es provisionalmente depositado en la capilla del monasterio de San Isidro del Campo, en Santiponce, a unas leguas de Sevilla, en la cripta de la familia del duque de Medina Sidonia. El 17 de diciembre, éste organiza en la iglesia del monasterio franciscano de Sevilla unos solemnes funerales. Cortés, el proscrito, recibe exequias de jefe de Estado a las que se agolpa toda la España importante: aristócratas, artistas, intelectuales y políticos. Ese último adiós instala al conquistador en su mito. Los representantes de la Corona ponen mala cara.

Cortés se durmió tranquilo, estoico, sin estertor de agonía. Para morir en su cama, a los sesenta y dos años, debió estar a salvo de todas las guerras mexicanas, de todas las batallas de la vida, de todas las emboscadas tendidas por la Corona. Debió frustrar el cuchillo del traidor, cuidarse de los platillos envenenados y contrarrestar la maledicencia. Tuvo la satisfacción de ser apoyado por su familia, por sus fieles amigos, por mujeres discretamente eficaces. En vísperas de su muerte, depositó su confianza en dos hombres: su joven hijo, Martín, y su primo, Diego Altamirano, que le cerró los ojos. El primero es su heredero para quien hizo valer su derecho como primogénito; a cambio de obligaciones hacia sus hermanos y hermanas, será marqués del Valle y heredará el inmenso dominio mexicano. El segundo es el depositario de su memoria: recibe por misión el velar por el destino de su crónica manuscrita y secreta.

 

 

GÓMARA EN BUSCA DE EDITOR, 1547-1554

 

El primer acto consiste en afanarse para que Gómara publique su crónica. ¡Sin esa publicación, la argumentación estrella de la Historia verdadera perdería evidentemente todo su sabor y todo su sentido! Es notorio que el eclesiástico percibirá de Martín Cortés una renta hasta la publicación de su Conquista de México.[296] Se siente que no fue un recorrido desprovisto de obstáculos. Probablemente para burlar la vigilancia de la censura, Francisco López de Gómara debió integrar su “Vida de Cortés” en una “Historia general de Indias”, de espectro más amplio, y menos oficialmente centrada en el conquistador de México. Esa redacción de la parte no mexicana debió de tomarle un año o dos, probablemente la segunda mitad del año de 1546 y el año 1547. Parece haberse dedicado después a una traducción latina —y más detallada— de su Historia de la conquista de México, de la que sólo poseemos una veintena de hojas. Pero la edición de su obra —en dos partes— no aparecerá sino hasta finales del año de 1552. El hecho de que Gómara la haya hecho imprimir en Zaragoza sugiere una maniobra. El permiso de impresión fue concedido por el arzobispo de Zaragoza, Fernando de Aragón, hijo natural de Fernando el Católico, para una edición en el reino de Aragón. ¿No será una prueba de que Castilla ya se habría opuesto a ella? La astucia del clan cortesiano sorprendió a los censores de la Corona y la obra de Gómara tuvo tiempo de ser editada y reeditada antes del tijeretazo de la prohibición del 17 de noviembre de 1553. El plan de Cortés estaba a salvo. Sólo restaba ahora esperar que el tiempo hiciera su obra.

Aunque podamos pensar que el texto inicial de Gómara sobre la Conquista de México está terminado en el verano de 1546 y fue validado por el marqués, es seguro que Cortés anticipó las diatribas contra su cronista patentado fundándose sobre un texto todavía en estado de manuscrito. Pero Gómara pudo proceder a ciertos ajustes y a ciertas correcciones entre la partida de Cortés hacia Sevilla y la edición de 1552. ¡Es lo que explica que el texto de la Historia verdadera se permita criticar ciertos pasajes de Gómara que no aparecen en la versión editada! Ahora sabemos por qué. Por otra parte, Gómara se permitirá otras modificaciones. En la edición de Zaragoza fechada en 1554, la última en desafiar la prohibición, el antiguo “capellán” de Cortés suavizó algunas de sus formulaciones iniciales que debieron de disgustar a Martín, financiero de la operación. ¡Así, la madre de Cortés deja de ser recia y escasa, el conquistador ya no juega a los dados a maravilla y su gusto por las mujeres es púdicamente borrado![297] Algunas discordancias con la Historia verdadera pueden provenir de esas correcciones de último momento.

Pero no menos cierto es que los años posteriores a la muerte de Cortés se caracterizan por una saña tenaz del joven regente hacia el antiguo conquistador de Nueva España y hacia su hijo heredero. Poseemos varias cartas de sus protectores, firmadas por el duque de Medina Sidonia o por el duque de Béjar —a pesar de ser padrino del joven Felipe— abogando por una vuelta a la razón. Pero ninguna intercesión puede dar fin a la acritud real. El príncipe Felipe no quiere saber nada de Ultramar. Cuando Gonzalo Fernández de Oviedo vuelve de Santo Domingo en noviembre de 1546 con el manuscrito de la segunda parte de su Historia general y natural de las Indias en su equipaje, no logra la autorización para publicarla. Incluso investido con el título de “cronista de Indias”, es rechazado. Esa segunda parte estaba por supuesto ampliamente consagrada a la acción de Cortés en Nueva España. He aquí la obra enterrada. ¡Y permanecerá así inédita hasta mediados del siglo XIX!

 

 

LA VIDA DEL MANUSCRITO EN MÉXICO: LA CONJURA DE LOS TRES HERMANOS, 1562-1567

 

La abdicación de Carlos V, desde entonces recluido en el monasterio de Yuste, y el advenimiento de su hijo bajo el nombre de Felipe II sólo envenenan las cosas. El joven rey entra en España en 1559 después de una estancia de tres años en los Países Bajos. Da rienda suelta sin cortapisas a su aversión hacia los indios, los criollos y los mestizos americanos. A partir de 1550, México tiene nuevo virrey. Mendoza fue transferido a Perú, donde la situación permanece caótica, y es Luis de Velasco quien le sucedió. Caerá pronto en la garras del arzobispo de México, Alonso de Montúfar, dominico conflictual, quien se destacó por una lucha sin piedad contra los franciscanos. Entre las revueltas indígenas de Oaxaca y la ira de los criollos, el desorden se había instalado en Nueva España. Velasco, quien había creído obrar bien liberando a 150 000 esclavos pertenecientes al rey, terminó siendo desaprobado por el Consejo de Indias; su poder estaba desde entonces amordazado por la Audiencia, imprudentemente colocada en un primer plano por la lejana Corona. Así, el ayuntamiento de México se invitó al juego de la política, afirmándose como un influyente poder local. Vamos, que la confusión política estaba en su apogeo.

Es en ese perturbado contexto, en el transcurso del verano de 1562, cuando se cristaliza la más sorprendente de las operaciones diplomáticas. Sin que conozcamos a los promotores, un escenario alternativo cobra vida: la restauración del poder cortesiano por medio de sus tres herederos varones. Una mano invisible reúne a los tres medio hermanos: Martín, el mayor, el hijo de la Malinche, ahora casado y padre de un pequeño Hernando; Luis, hijo de una india a la que el Manuscrito de Guatemala llama misteriosamente “doña Fulana de Hermosilla”, y finalmente, el segundo Martín, hijo de Juana de Zúñiga, heredero designado del marquesado. Éste se casó con su prima hermana, Ana de Arellano, hija del conde de Aguilar; él es, también, padre de un pequeño Hernando. Ese proyecto de restauración reúne el apoyo de los franciscanos, de los criollos y de un ala importante del Consejo de Indias. Tan ingobernable se había vuelto la situación en Nueva España que el órgano de administración de las posesiones americanas llegará a privilegiar la aventura de la independencia. Por mucho que quisiera ocultar su nombre, se perfilaba sin embargo. En el escenario ideal, Martín, el segundo marqués del Valle, tomaba el control militar del país y restablecía los poderes elegidos, es decir, las jurisdicciones municipales que, a su vez, designaban a los titulares de los cargos locales. Los funcionarios nombrados por la Corona, incluido el virrey, desaparecían en esa operación. Y los franciscanos rezaban mucho para que los indios pudieran hallar su lugar en esa república multicultural, de la que ya se anunciaba que el náhuatl sería el idioma vinculante.

Así nace lo que la historia ha llamado “la conjura de los tres hermanos”. No es un proyecto azaroso de condottiere: Martín lo es todo menos un aventurero; y, dado el caso, no fue pedigüeño. Tampoco es un golpe de Estado improvisado por unos conspiradores autoexaltados. Es una empresa minuciosamente montada, fríamente planeada, en la que lo simbólico es llamado para jugar un importante papel. Si debiéramos ponerle un código a esa operación política, sería seguramente “El regreso de Quetzalcóatl”. Algunos franciscanos, de entre los más eruditos, se tomaron en efecto la molestia de reescribir los mitos indígenas para superponer la figura de Cortés con la “Serpiente de plumas verdes”, antigua divinidad ctónica mesoamericana que terminó representando al planeta Venus. Al jugar con los ciclos del planeta que desaparece del horizonte como una estrella de la noche para reaparecer en otro lugar bajo la forma de una estrella de la mañana, metamorfosearon a Cortés en un dios azteca que vuelve para retomar posesión de sus tierras después de un eclipse tan largo como la edad del mundo. México tenía su mito original: los españoles transformados en actores de la historia prehispánica adquirían en él una inédita legitimidad. Esa “profecía” que anunciaba el regreso de un dios blanco y barbudo que vendría del este es una predicción a posteriori, concebida hacia 1565 para darle una base autóctona y mestiza a la restauración cortesiana.

De entre los símbolos imaginados por los conspiradores figura, por supuesto, el regreso de los restos mortales del antiguo capitán general, al que le estaba prometido un suntuoso mausoleo. Pero, así como habían recurrido a los mitos indígenas, los organizadores habían hábilmente previsto utilizar la edición: tienen en la manga dos obras literarias destinadas a ser impresas en Nueva España, dos crónicas escritas en español en elogio del conquistador, listas para insertarse en la historiografía autóctona. Una es, por supuesto, sobre el testimonio anónimo del soldado desconocido redactada por Cortés, que Martín lleva secretamente en su equipaje; la otra es la crónica de Francisco Cervantes de Salazar.

Detengámonos un momento en la trayectoria de este autor. Originario de Toledo, nacido en el seno de una rica familia, Cervantes de Salazar hizo sus estudios en Salamanca. Muy joven, enseñó retórica en la Universidad de Osuna. Vivió en Flandes antes de convertirse en uno de los secretarios de García de Loaysa, presidente del Consejo de Indias. Es un excelente latinista que destina sus momentos de ocio traduciendo al español los textos latinos de sus contemporáneos, como Juan Luis Vives o Hernán Pérez de Oliva. Es probablemente uno los miembros más jóvenes de la academia cortesiana en Valladolid; frecuenta este círculo elitista cuando apenas tiene treinta y tres años. Queda lo suficientemente impresionado por Cortés como para dedicarle una epístola dedicatoria cuando publica una selección de sus traducciones en Alcalá de Henares en 1546. Escogió colocar ese homenaje, de espíritu hagiográfico, en la introducción al Diálogo de la dignidad del hombre, compuesto en latín por su maestro Pérez de Oliva pero que permaneció inacabado. Cervantes se encargó de terminarlo antes de hacer la traducción al español.[298] Poco después del regreso de la Corte a Madrid en 1546, el cardenal García de Loaysa, convertido en gran inquisidor de Castilla, fallece. Cervantes de Salazar se queda sin empleo. Seguramente influenciado por lo que escuchó de boca de Cortés, el joven toledano decide hacer su vida en México. Heredero de diversas propiedades agrícolas en los alrededores de Toledo, las cede a una tía a cambio del sustento que le será ofrecido en México por uno de sus primos. Cervantes llega a México en 1550. Participará en la creación de la Universidad de México en 1553, donde ocupará la primera cátedra de retórica. Entonces orienta su carrera hacia la Iglesia y se hace ordenar sacerdote en 1554 después de haber llevado una vida bastante disipada. Un tiempo después, en enero de 1558, Cervantes de Salazar es nombrado “cronista de la Nueva España” por el ayuntamiento de México. El pedido es bastante preciso; la municipalidad desea que sea escrita una crónica autóctona que haga quedar bien a los actores de la Conquista cuyos hijos comienzan a ocupar puestos de responsabilidad; algunos ya han heredado tierras atribuidas a sus padres en recompensa por sus históricos hechos de armas. El pedido de la municipalidad de México se comprende: frente a las veleidades confiscatorias de la Corona, se trata de establecer la legitimidad de un criollismo mexicano. Detalle jocoso, el cabildo de la época cuenta entre sus miembros a Bernardino Vázquez de Tapia, el gran enemigo de Cortés. Moriría dos años después, pero podemos imaginar la cara que hubiera puesto al leer la crónica de Cervantes que será, de hecho, un documento ultracortesiano.

Cervantes se pone a trabajar inmediatamente, pues debe presentar todos los trimestres el avance de su labor para recibir sus emolumentos: le fue asignada una pensión anual de 200 pesos oro.[299] Así tenemos a Francisco de Salazar lanzado a la redacción de su Crónica de la Nueva España que es en realidad, a imagen del texto de Gómara y del texto que más tarde le será atribuido a Díaz del Castillo, un relato de la Conquista de México por Cortés y su pequeño ejército de quinientos soldados. Sin embargo, Cervantes no puede revelar inmediatamente su juego declarándose cortesiano, en razón de la hostilidad de Vázquez de Tapia y de uno de sus fieles, Ruy González. Cervantes sabrá mostrarse diplomático y discreto. Mantendrá las apariencias recogiendo el testimonio de los viejos conquistadores y no dejará de explicar en repetidas ocasiones que se inspira en una crónica inédita de la Conquista, redactada por Motolinía, uno de los doce fundadores de la misión franciscana y figura emblemática de la orden franciscana. El manuscrito de Motolinía —de haber existido— está hoy desaparecido. Como buen archivista, tiene igualmente acceso a documentos que no figuran en la crónica de Gómara, como el texto de las “capitulaciones” firmadas por Cortés y Diego Velázquez, el gobernador de Cuba. Dar a conocer ese contrato era de capital importancia, pues aniquilaba el argumento de los detractores de Cortés que lo consideraban un rebelde insumiso; ¡quien era entonces alcalde de Santiago de Cuba efectivamente partió a la Conquista de México con una autorización oficial! Se estima que Cervantes de Salazar interrumpió su crónica, que permaneció inacabada, en 1565. Hábilmente compuesta, agradablemente redactada, a veces dialogada, es una compilación bien lograda, cuya tonalidad general tiende a la hagiografía. En todo caso, ese trabajo viene como anillo al dedo para servir de apoyo ideológico al intento de restauración cortesiana que está en curso desde el verano de 1562. Agreguemos que Cervantes no se comporta ni como oportunista, ni como adepto de última hora. Desde hace tiempo está comprometido a favor de la transmisión de los repartimientos. Tenemos, por ejemplo, una carta de su puño y letra, fechada el 22 de febrero de 1552 y dirigida al príncipe Felipe, en la que se yergue en abogado de los criollos de Nueva España al defender el principio de la perpetuidad de las cesiones de tierras.[300] Por otra parte, él mismo escogió transferir sus intereses materiales y morales a México a partir del año de 1550. Se siente así unido a la tierra de Nueva España, donde morirá en 1575.

 

***

 

Los tres hermanos desembarcan en Yucatán, en Campeche, a principios del mes de octubre de 1562, donde son recibidos por Francisco de Montejo, hijo del compañero de conquista de Cortés. Vemos establecerse una nueva solidaridad en el seno de la generación de los sucesores. Martín le da tiempo a su mujer para que dé a luz a su segundo hijo, Jerónimo. Después, los tres hermanos marchan hacia México. Vuelven a recorrer el camino del padre, pasan por Tlaxcala, por Cholula, abordan los volcanes; el inmenso valle de México pronto está a sus pies. Martín, el segundo marqués del Valle, no ha vuelto a ver Nueva España desde 1540. La había dejado cuando tenía ocho años. ¿Le quedan muchos recuerdos? Pero está ahí para instalarse en una nueva vida. Los tres hermanos hacen su entrada en México el 17 de enero de 1563. Están a pie de obra. El virrey Velasco entra en pánico. Los tres hijos Cortés cuentan con numerosos aliados, principalmente en el ayuntamiento de México pero también en las altas esferas, en el Consejo de Indias. Uno de sus mejores apoyos, Jerónimo de Valderrama, logra hacerse nombrar visitador en Nueva España. Está encargado de reunir los cargos que pesan sobre el virrey Velasco y, más aún, de estimar la situación del país. El visitador Valderrama llega a México en julio de 1563. Viene de hecho a apoyar la operación de los hermanos Cortés. Martín desde hace seis meses ha tomado por costumbre exhibir las armas de su padre. Las hace figurar en su sello y en un estandarte que un paje lleva cuando se desplaza por las calles de México. Desvinculándose abiertamente de la política real, Martín y sus dos hermanos deciden adelantársele a Velasco y recibir a Valderrama sobre la calzada de Iztapalapa con el estandarte de Cortés. Es un desaire para las armas reales. El virrey está furioso y arma un escándalo. Muy a su pesar, Valderrama, apenas llegado, se encuentra obligado a escoger su bando. Decide residir en el palacio de Martín. El 31 de diciembre de 1563, le nombra alguacil mayor de la ciudad de México. Tras ese título creado para él, se perfila el antiguo cargo de capitán general que había ocupado Hernán. En esto, quizás estresado por el procedimiento de destitución que lo apunta, Luis de Velasco muere el 31 de julio de 1564. La Audiencia asume el gobierno provisionalmente. Después de un plazo de luto de un mes, el ayuntamiento de México le escribe al rey el 31 de agosto. El cabildo, con un aplomo claramente revolucionario, propone la supresión de la función de virrey y su reemplazo por una estructura dual, compuesta por un gobernador y por un capitán general. Para las funciones de gobernador y de justicia mayor, el ayuntamiento propone el nombre de Valderrama; para la función de capitán general, propone el nombre de Martín Cortés. México se encuentra listo para dar un vuelco. ¿Vive sus últimos días el absolutismo?

Sin embargo, durante todo el año de 1565, nada sucede. Los dos poderes se tientan, el de la Audiencia, legitimista y antiindio, y el del clan reunido tras Martín Cortés, que se apoya en los criollos, en los indios y en los frailes de las órdenes mendicantes. Pero el hijo no es el padre. Martín se dispersa en mundanidades, se regodea en la pompa; le basta lo ostentoso, lo suntuario. De todas partes, se le presiona para tomar el poder. Ello equivale probablemente a que se derrame sangre. El joven marqués no logra decidirse. Las vacilaciones de Martín debilitan a sus seguidores. Valderrama, quien ha hecho lo imposible para abrirles las puertas del poder a los hijos de Cortés, es llamado de vuelta a España y deja México en enero de 1566. El ataúd de Cortés, cuyo regreso debía marcar solemnemente el inicio del nuevo régimen, todavía no ha salido de Sevilla. Los conjurados quedan expuestos por sus tergiversaciones. Las primeras delaciones llegan a la Audiencia a principios del mes de abril. Pero la Audiencia, muerta de miedo, es tan vacilante como Martín. Un nuevo virrey ha sido nombrado y parece prudente el esperar. Ese aplazamiento le es fatal al proyecto de restauración cortesiana. Además, un acontecimiento catalizará el mal humor de la Audiencia. Como la joven marquesa acaba de dar a luz gemelos, Martín Cortés decide bautizarlos con el mayor fasto el 30 de junio de 1566. Tras la majestuosidad desplegada, tras el protocolo cuasi real, la ceremonia sirve de reunión para todos los partidarios de Cortés. La catedral está atestada, el bando del marqués cree triunfar. Pero la desilusión será brutal. El 16 de julio, Martín es convocado a la sede del gobierno de la Nueva España, donde es aprehendido sin miramientos por Ceynos, el presidente de la Audiencia. Una violenta y eficaz operación policiaca mandará a la cárcel a todos los conjurados. Luis y el otro Martín, el hijo de Marina, van a dar a prisión con su hermano el mismo día. Una justicia expedita se pone en marcha. Llueven las sentencias. Para los dos hijos mestizos de Cortés: la muerte. Para los dos hermanos Ávila, que resultaron ser el alma del complot: la muerte. La Audiencia pasa al acto. El 3 de agosto, Gil y Alonso de Ávila son decapitados en la Plaza Mayor de México. Sus casas son demolidas y los terrenos regados con sal, para que nada pueda volver a crecer. La causa de Cortés parece estar perdida. Los franciscanos, fieles apoyos del conquistador, pagan un pesado tributo. Sus privilegios eclesiásticos son revocados por el arzobispo Montúfar. Toda su acción en favor de los indios es condenada, toda su simpatía por el pasado prehispánico se vuelve sospechosa.

Pero la historia no ha dicho su última palabra. El nuevo virrey desembarca en Veracruz el 17 de septiembre de 1566. En la cárcel, los tres hermanos Cortés siguen vivos. El representante del monarca español suspende todos los juicios en curso. Llegado a la capital de la Nueva España, cesa a las tropas reclutadas por la Audiencia y suprime las delirantes medidas de seguridad que había instaurado. Para sorpresa de todos, el virrey toma partido por Cortés. Se opone a la confiscación de los bienes del marqués. Anula la pena de muerte dictada en contra de los dos hermanos mayores, para luego recusar a todos los jueces, uno tras otro. Ese virrey, surgido como por milagro para salvar a la familia y la memoria de Cortés, es Gastón de Peralta, tercer marqués de Falcés. El hijo de Antonio de Peralta, el amigo de Cortés, quien fue miembro de su academia en Valladolid. Su madre es francesa y el nuevo virrey forma parte del clan navarro aliado, desde hace una generación, a la familia Cortés. Esa irrupción de Peralta, quien llega en el momento oportuno para salvar la vida de los tres hermanos, no será suficiente sin embargo para reinstalar el poder cortesiano en Nueva España. En efecto, a Felipe II ahora le ha dado miedo. No quiere saber nada de la independencia de México; persiste en querer apropiarse de todas las tierras de América. Para ello, envía representantes decididos que tienen por misión matar a todos los oponentes a la política de la Corona. De los tres nuevos visitadores nombrados, sólo dos llegan vivos a Veracruz, Alonso Muñoz y Luis Carrillo. Hacen su entrada en México el 11 de noviembre de 1567. Destituyen en el acto al virrey y hacen reinar el terror, apoyados por los dominicos, por la maquinaria inquisitorial y por los agentes del fisco. Todos los que han estado, de cerca o de lejos, asociados con la conjuración de los tres hermanos son condenados a humillantes suplicios: horca, decapitación, descuartizamiento, tortura hasta la muerte. El 8 de enero de 1568, el hijo de la Malinche es torturado de manera inmunda pero sobrevive. Paga por ser simplemente el hijo de Cortés y, con carácter de agravante, el hijo mestizo de Cortés. Es desterrado de su país, él, el hijo de una princesa azteca. Los otros dos hermanos, Luis y Martín, han sido subidos prudentemente a un barco con dirección a España, en el mes de abril de 1567, por Peralta quien, al hacerlo, les salvó la vida. Muñoz expulsa a todos los hijos de los conquistadores para robar sus tierras. Confisca también todas las propiedades de los que condena a muerte. La Nueva España se vacía de sus fundadores ibéricos y de sus mestizos. El sueño de Cortés se desbarata.

A destiempo, los restos mortales de Hernán finalmente llegaron a México. El ataúd del conquistador es desembarcado en Veracruz en el mes de julio de 1566, mientras que los tres hijos de Hernán están en la cárcel. El acontecimiento prometía ser a la vez simbólico, festivo y fundador: cae al agua. Los restos del conquistador serán discretamente inhumados en el convento franciscano de Texcoco, al lado de su madre y de su primer hijo, muerto prematuramente. No habrá regreso triunfal de Cortés a la Nueva España. Muy poco faltó para que el asunto se lograra, pero la indecisión de Martín y su atracción por los placeres mundanos le fueron fatales. El viento del destino ahora ha cambiado de sentido. No habrá otra oportunidad.

El segundo Martín y su hermano Luis son condenados al exilio a la región berberisca, en Orán. El marquesado de Martín es confiscado; y para perfeccionar la ruina de Hernán, la Corona le reclama “una fianza” de 150 000 ducados, una verdadera fortuna. Felipe II ahí inventa el impuesto sobre la desposesión. El rey empleó los grandes remedios para deshacerse de los herederos de Cortés, pero no ha logrado terminar con la memoria del conquistador. El final de la partida se jugará ante la historia. Ahí es donde entran a escena dos crónicas inicialmente destinadas a ser explotadas en caso de éxito del golpe de Estado. Cervantes de Salazar sabe que su obra debe esperar mejores días para ser editada. Se resigna. Él, que se había exhibido ostensiblemente al lado de Martín Cortés, sale a flote haciéndose elegir rector de la Universidad de México en noviembre de 1567. Debe verse en dicha elección, en plena crisis de la conjura, la prueba de la vitalidad de la corriente del pensamiento cortesiano que encarna el canónigo Cervantes. Cierto es que la Nueva España no se había hecho independiente, pero México tampoco dejaba de ser el país mestizo inventado por Cortés.

La publicación de la crónica anónima redactada a escondidas por el marqués del Valle debía ser un elemento clave del proceso de restauración. Como el texto debía aparecer como escrito por un viejo sobreviviente de la época heroica, el clan cortesiano emprendió un sucinto retoque. En el fondo, bastaba con agregar un párrafo sobre la muerte de Hernán y el matrimonio de sus hijos, lo que fue hecho a la mitad del capítulo CCIV. Ahí se explica que los restos mortales de Cortés fueron provisionalmente depositados en la capilla de los duques de Medina Sidonia antes de ser transportados a la Nueva España, “y están en un sepulcro en Coyoacán o en Texcoco, esto no lo sé bien, porque así lo mandó en su testamento”.[301] Tal frase es rica en información. Nos indica antes que nada que fue escrita posteriormente al mes de julio de 1566, fecha del entierro —también provisional— en Texcoco. Nos revela a continuación que el autor del agregado respeta un seudotitubeo conforme al tono general del libro. Pero ¿quién, en Guatemala, podría haber sido a la vez testigo de las exequias en Sevilla, luego de la reinhumación en Texcoco y además haber leído el testamento de Cortés? Sólo el círculo cercano del marqués es capaz de conocer dichos detalles. La misma suerte corre la mención de la muerte en Sevilla de Catalina, antepenúltima hija de Cortés, nacida en Cuernavaca en 1534, o del nombre de las cónyuges de los hijos. Todo está perfectamente documentado. Hay incluso una anotación que volvería imposible, por si hacía falta, la paternidad de Bernal Díaz del Castillo:

 

Y también se casó otra señora doncella que estaba en México que se decía doña Leonor Cortés con un Juanes de Tolosa, vizcaíno, persona muy rica, que tenía sobre cien mil pesos y unas buenas minas, del cual casamiento hubo mucho enojo el marqués cuando vino a la Nueva España.[302]

 

¡Para saber de la ira de Martín a su llegada a México en enero de 1563 hacia su media hermana mestiza, nieta de Motecuzoma, se debió asistir a la disputa! ¿Cómo habrá hecho Bernal para estar en el séquito de Martín en Nueva España participando al mismo tiempo en las sesiones del cabildo de Santiago de Guatemala?

¿Quién es el autor de las correcciones entonces insertadas en el manuscrito de Cortés? Seguramente una persona cercana a Martín. Por lo demás, son poco numerosas y en nada afectan al conjunto de la obra. Pero tienden a establecer que la redacción de la crónica tuvo lugar entre agosto de 1566 y septiembre de 1567, es decir, en tiempos de la presencia del virrey Gastón de Peralta. En todo caso, antes de la llegada del despótico Alonso Muñoz, quien no es mencionado. El corrector introdujo a propósito referencias a hechos acaecidos durante la presencia de los tres hermanos en México. La crónica menciona en particular la expedita justicia de la Audiencia y la ejecución de los hermanos Ávila. Y el narrador agrega: “He querido poner esto en esta relación, aunque creo que no había necesidad, para que se vea sobre qué fue el desasosiego de México. Harto estarán de haber oído estos sucesos. Pasemos adelante y volvamos a decir de nuestra materia”.[303] Una vez más, esos agregados al manuscrito de Cortés son ínfimos pero transforman la crónica en una obra criolla. Ahora da la impresión de haber sido escrita en México, al igual que la crónica de Cervantes de Salazar, para fundar una tradición histórica nacional. Las dos obras se reivindican como autóctonas. Observamos que los hijos de Cortés, que en 1562 no podían conocer el avance de la obra de Cervantes, consideraban la crónica de su padre como la obra fundadora destinada a darle a México una parte de su profundidad histórica. Una cuantas líneas bastaron para adaptarla. En esa época, en México, en 1566, la crónica de Cortés sigue siendo anónima y aún no lleva título.

Al degradarse la situación para los tres hermanos y sus seguidores, la publicación del manuscrito se vuelve materialmente irrealizable y ha perdido toda pertinencia coyuntural. Es hora de volver a la clandestinidad. La tradición tiende a pensar que fue Valderrama quien se llevó la crónica de Cervantes en su equipaje para ponerla en lugar seguro a su regreso a España en enero de 1566. También podría ser el virrey Peralta quien se habría encargado de ello dos años más tarde. Pero para el manuscrito anónimo de Cortés, el asunto es más delicado. ¿Qué hacer con él ahora? ¿También confiárselo a Peralta? Sería rehispanizarlo sacrificando su dimensión americana. ¿Esconderlo en un monasterio franciscano? La orden estaba amenazada; acababa de perder sus privilegios eclesiásticos; era arriesgado. La situación personal de los tres hermanos estaba más que comprometida. Condenados al destierro, no puede imaginarse cómo hubieran logrado disimular el manuscrito en sus pertenencias personales reducidas a un paquetito de prisionero. Es cuando alguien, en el clan cortesiano, tiene una idea: una ruta de escape hacia Guatemala.

Debemos ahora ocuparnos de algunos puntos de la cronología. Recapitulemos. El manuscrito anónimo de Cortés es retocado, una última vez en México, por el círculo de allegados del marqués en el transcurso del segundo semestre de 1566 o, fecha límite, del primer trimestre de 1567. Está, podríamos decir, listo para usarse. El tiempo de latencia de veinte años que había imaginado Cortés ha transcurrido. De la Conquista sólo queda un puñado de sobrevivientes, septuagenarios mínimamente. El manuscrito, traído a Nueva España, se “criollizó”. Gracias a ello su credibilidad se acrecentó. Pero el fracaso del golpe de Estado lo vuelve inutilizable. Sea en México o en España, el clan cortesiano está cercado de ahora en adelante: ninguno de los tres hermanos tiene libertad de movimiento. Y dicha situación promete ser duradera. El manuscrito debe absolutamente hallar refugio en manos externas al círculo familiar.

26 de febrero de 1568. Ésta es la fecha que el narrador inscribirá como encabezado de la Historia verdadera para firmar el fin de la redacción de su crónica. “Mi Historia […] se acabó de sacar en limpio […] en veinte y seis días del mes de febrero de mil y quinientos y sesenta y ocho años”. Sin embargo prosigue: “Tengo de acabar de escribir ciertas cosas que faltan”.[304]

9 de diciembre de 1569. Un tal Bernal Díaz del Castillo, regidor del ayuntamiento de Santiago de Guatemala, declara en su probanza que “tiene escrita una corónica y relación a la qual se remite”.[305]

La pista guatemalteca se materializó así en el curso del año de 1567. Todo lleva a pensar que la fecha del 26 de febrero de 1568 corresponde a la fecha de llegada del manuscrito a Guatemala. Veremos más adelante cómo esa fecha se conservó en el cuerpo de una redacción ulterior de la introducción. ¡En cierto modo, indica un punto final, ya que el manuscrito llegó todo hecho a Guatemala!

¿Por qué —nos preguntaríamos— los poseedores del manuscrito de Cortés eligieron enviarlo a Guatemala? El elemento determinante parece ser la situación política en Nueva España. Habida cuenta de la feroz persecución que afecta a los allegados de Martín Cortés entre el mes de noviembre de 1567 y el mes de abril de 1568, orquestada por el sanguinario Alonso Muñoz,[306] hubiera sido más que prudente el abandonar precipitadamente México. Quizás era cuestión de vida o muerte. Pero, en esa época, México y Guatemala forman una misma entidad territorial. En efecto, desde 1565, con la idea de la restauración de una Nueva España desplegada sobre sus antiguas fronteras mesoamericanas, tal como la había concebido Cortés, Guatemala había sido separada de la Audiencia de los Confines, cuya sede había sido desplazada a Panamá. Y Santiago, administrativamente reunificada a la Nueva España, era administrada desde México. La circulación entre las dos regiones se vio grandemente facilitada. Alguien del primer círculo cortesiano, huyendo de las persecuciones de Muñoz, debió de partir para esconderse en Guatemala llevándose consigo el libro bajo el brazo. Esa opción provinciana parece hábil. ¿Quién vendría a buscar un documento sensible al pie del volcán de Agua, a 2 000 kilómetros de la ciudad de México? Ya en el lugar, el partidario del marqués entró probablemente en contacto con un extraño personaje que se hace llamar Bernal Díaz del Castillo. Opulento terrateniente, se le considera antiguo compañero de Cortés. Ocupa un cargo en el cabildo de Santiago de Guatemala y se dio aires de notable. Se le agrega a la lista de sobrevivientes, junto a Martín López, el carpintero de marina, quien construyó los doce bergantines destinados al sitio naval de México, y a Juan Núñez de Mercado, instalado en Puebla y completamente ciego. Podemos entonces imaginar varios escenarios. El poseedor del manuscrito puede haberle pedido a Bernal esconder el documento, y luego habría muerto; y el legado se habría vuelto muy estorboso. O Bernal pudo haber aprovechado cualquier oportunidad para apropiarse del manuscrito. No sabremos nunca en qué condiciones el invaluable documento pasó a manos de nuestro guatemalteco de oscura biografía. Sea lo que fuera, los sobresaltos de la conjura de los tres hermanos alcanzaron a Díaz del Castillo en su refugio, y el viejo gruñón y pleitista se convierte por la fuerza de las circunstancias en guardián del templo y depositario de la memoria de Cortés. ¿Es casualidad o complicidad del destino?

 

 

LA VIDA DEL MANUSCRITO EN GUATEMALA: BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO, CRONISTA A PESAR SUYO, 1568-1575

 

Bernal Díaz del Castillo conoce sus limitaciones. Sabe que es iletrado. ¿Quién podría entonces imaginar un escenario de usurpación? Hay que contar con la existencia de un hijo de Bernal, llamado Francisco, quien no tendrá escrúpulo alguno. Hijo mayor de su unión con Teresa Becerra, el joven muchacho, ávido de ganancias, comprende de inmediato el interés que podría sacar del asunto. Transformando a su padre en héroe y memorialista de la Conquista, consolidaría considerablemente sus reivindicaciones de beneficios. Por otra parte, en 1568, su padre ya es mayor, septuagenario. Hay que prepararle su sucesión. Pero, ya lo hemos visto, la Corona no quiere saber nada de la transmisión de las encomiendas a los herederos de los conquistadores. Las sucesiones se definen, caso por caso, ante las Audiencias, con pocas posibilidades de salir airoso. La milagrosa aparición de la Historia verdadera le ofrece a Francisco una espléndida oportunidad. Al leer el texto, constata que es anónimo. Los contornos del personaje forjado por Cortés pueden cuadrar, si no se mira de muy cerca, con la figura de su padre. Le parece posible intentar la amalgama. Imaginamos que Bernal se mostró reticente, por las razones que conocemos. Pero finalmente dejará que actúe su hijo y púdicamente cerrará los ojos ante el sacrilegio, del que con todo cuidado evitará vanagloriarse.[307]

Francisco Díaz del Castillo introducirá modificaciones de dos tipos. Una primera serie de interpolaciones apunta a reivindicar la paternidad del manuscrito identificando a su autor. Otra serie de correcciones intenta enderezar la imagen rústica del narrador imaginado por Cortés, considerado demasiado popular por el hijo de Bernal. En los dos registros, Francisco Díaz del Castillo obrará torpemente, a veces al límite de la ridiculez.

Pareciera que, en un primer tiempo, Francisco haya intentado retocar lo mínimo, por cuestiones de economía. Fácil es agregar una frase al principio o al final de la página, y es factible reemplazar una palabra tachándola y procediendo a una corrección interlinear. Pero el asunto se complica si las modificaciones atañen a párrafos enteros: hay entonces que confiarle la nueva redacción a un copista que debe integrarla rehaciendo dos o tres folios. En Guatemala, en el siglo XVI, el papel es un producto escaso y caro, y los copistas no trabajan gratis. Francisco debió de intentar arreglárselas haciendo redactar una página introductoria de la que encontramos huella en el prólogo “El autor” de la edición de 1632 y al principio del capítulo I del manuscrito de Guatemala. Las dos interpolaciones, que corresponden a redacciones diferentes,[308] generan suspicacia de inmediato. ¿Quién es entonces ese cronista que empieza su historia exponiendo su nota biográfica? El recurso a ese procedimiento —tan inelegante como alejado de los usos de la época— se explica por la voluntad de usurpación de Francisco al menor costo posible. Pero probablemente se le haya hecho notar que esa firma en frontispicio era una prueba muy endeble: bastaba con arrancar la primera página para volver al anonimato original. Francisco se lanza entonces a una serie de interpolaciones dispersas en todo el libro. La edición Remón incluye así trece menciones del nombre de Bernal Díaz del Castillo, repartidas en nueve capítulos; el manuscrito de Guatemala, diecisiete, repartidas en doce capítulos.[309] Para llevar a cabo satisfactoriamente la operación, el interpolador empleó un procedimiento sistemático: insertó el nombre de Bernal Díaz del Castillo en el interior de diálogos. Pero la crónica de Cortés es un relato, redactado de cabo a rabo en un estilo indirecto, en primera persona. Hernán sólo se permitió excepcionalmente algunos incisos. ¡Los pasajes de la Historia verdadera escritos en estilo directo son donde aparece Bernal Díaz del Castillo, citado por su nombre! Mejor prueba no puede haber de que dichos pasajes son intercalaciones. Viéndolo de cerca, ¿habrán existido otras técnicas para insertar el nombre de Díaz del Castillo? Expresándose el narrador en primera persona, hubiera sido todavía más sospechoso escucharlo episódicamente hablar de él en tercera persona.[310] He aquí un ejemplo de agregado imaginado por Francisco Díaz del Castillo, poniendo en escena a su padre y al paje Orteguilla, al que Cortés le había confiado a Motecuzoma para servirle de intérprete:

 

Yo le había hablado a Orteguilla que le quería demandar a Montezuma que me hiciese merced de una india muy hermosa, y como lo supo Montezuma me mandó llamar y me dijo: «Bernal Díaz del Castillo, hánme dicho que tenéis motolinea de ropa y oro, y os mandaré dar hoy una buena moza; tratadla muy bien, que es hija de hombre principal; y también os darán oro, y mantas». Yo le respondí, con mucho acato, que le besaba las manos por tan gran merced, y que Dios Nuestro Señor le prosperase. Y parece ser preguntó al paje que qué había respondido, y le declaró la respuesta; y dizque le dijo Montezuma: «De noble condición me parece Bernal Díaz»; porque a todos nos sabía los nombres como dicho tengo. Y me mandó dar tres tejuelos de oro y dos cargas de mantas.[311]

 

Todas las escenas con diálogos agregadas, ya sean intercambios con Cortés, Sandoval, Puertocarrero o Rangel, son de la misma índole. Digámoslo, son tan ridículas como imposibles. ¡Imaginemos a Motecuzoma pocos días después de la entrada de los españoles a México llamar por su nombre a nuestro Díaz del Castillo! ¿Por qué le ofrecería una hija de un señor como compañera? ¿Por qué le daría oro y preciados ropajes? Y la escena en la que Motecuzoma le confía sus impresiones sobre la nobleza de Bernal al paje Orteguilla es francamente grotesca. El malestar ante esas interpolaciones es aún más apremiante por transmitir una anomalía insalvable. Bernal se llama Bernal Díaz desde 1539 y del Castillo desde 1552 solamente. Pero la crónica de Cortés narra hechos que acontecen esencialmente entre 1517 y 1525. Queda excluido que Bernal haya llevado el nombre de Díaz del Castillo en esa época, porque lo encontraríamos en los archivos. La falsificación deja de ser una simple sospecha.

Otros retoques al texto inicial, instigados por el hijo de Bernal, corroboran la apropiación. Francisco se empeña en conferirle al nuevo autor de la Historia verdadera una honorable ascendencia. Bernal se convierte en hijo de un Francisco Díaz del Castillo apodado El Galán, antiguo regidor de Medina del Campo. ¡Vaya aplomo! En otra parte, afirma tener parentesco con Diego Velázquez.[312] ¡Qué mala idea! Todas las diatribas de Cortés contra el gobernador de Cuba vuelven incomprensible dicha reivindicación. Siempre con la idea de ennoblecer a su padre a los ojos de la historia —de hecho, a los ojos de los miembros de la Audiencia de Guatemala—, Francisco transforma al soldado de a pie de Cortés en poseedor de un caballo. Que ahí haya una implicación importante para los intereses de Francisco Díaz del Castillo, no hay duda alguna. Existía una enorme diferencia jerárquica entre el peón, el soldado de infantería y el caballero. Claro está que sólo se puede ser caballero si se posee un caballo, que además se pone al servicio de una compañía. Como Francisco no tiene ganas de ser el hijo de un simple soldado, argumento poco favorable ante los tribunales de la época, le atribuye un caballo a Bernal, símbolo de nobleza y de compromiso con los ejércitos del rey. La operación se hace en dos tiempos: en la Historia verdadera se interpola un episodio que pone en escena los caballos de Bernal,[313] y luego se hace comparecer ante los tribunales unos testigos dispuestos a certificar la tradición caballeresca de la familia Díaz del Castillo.[314] Pero esta intervención sobre el texto cortesiano es burda, ya que para transformar al narrador de la Historia verdadera en caballero habría sido necesario reescribir completamente el texto que habría, de hecho, perdido todo sabor y todo equilibrio. Tal como se presenta, la introducción subrepticia del caballo de Bernal en el capítulo CLXXXVII es una incongruencia que firma el torpe intento de apropiación de Francisco.

En otro estigma de la interpolación, el hijo de Bernal agrega por aquí y por allá un toque anticortesiano. Entendemos fácilmente que pudo ser la presión del ambiente político. Las persecuciones contra los partidarios del marqués podían en todo momento extenderse hasta Guatemala. Francisco creyó así prudente armar —o más probablemente hacer armar— algunos pasajes contra el conquistador de México. Claro está, Francisco intentó mantenerse en la línea crítica imaginada por Cortés, apuntando a denunciar el poco reconocimiento recibido por los conquistadores después de sus hazañas. Pero la torpeza es patente. Los agregados de Francisco chocan con la admiración, yacente o subyacente, manifestada hacia Cortés en todo el manuscrito. Francisco inserta, por ejemplo, un párrafo para quejarse de la distribución de tierras hechas por Cortés con supuesto espíritu de clan.

 

A todos cuantos vinieron de Medellín y otros criados de grandes señores, que le contaban cuentos de cosas que le agradaban, les dio lo mejor de la Nueva España; no digo yo que era mejor dejar de dar a todos, pues que había de qué, mas que había de anteponer primero los que Su Majestad le mandaba, y a los soldados, quien le ayudó a tener el ser y valor que tenía, y ayudarles, y pues que ya es hecho, no quiero recitar más.[315]

 

La adulación al rey es demasiado visible. Nunca el texto de Cortés es tan legitimista; así, tales intervenciones son tan evidentes como la nariz en el rostro.

Que Francisco haya querido transformar el texto de la Historia verdadera en un documento de apoyo a sus pretensiones se transparenta en varios puntos. Recordemos que Bernal Díaz del Castillo tuvo la idea de hacerse atribuir repartimientos a cambio de los que le habían sustraído en Chamula, Teapa y Mincapa, en Chiapas. Cuando aparece la mención de Teapa en el texto original, Francisco, haciendo hablar a su padre, aprovecha para agregar:

 

Teapan, que en aquella sazón todo era un pueblo y estaban juntas casas con casas, y era una poblazón de las grandes que había en aquella provincia, y estaba en mí encomendada, dada por Cortés, y aún hoy en día tengo las cédulas de encomienda firmadas de Cortés.[316]

 

Aunque esa idea proviene de un sentimiento interesado, es desastrosa. Esa afirmación en el recodo de una frase entra en contradicción con los prolegómenos de la Historia verdadera: “No tengo otra riqueza que dejar a mis hijos y descendientes salvo esta verdadera y notable relación” (cf. supra Capítulo 2). Entra en disonancia con la tonalidad general de la obra, concebida como la amplia queja de un simple soldado olvidado en los repartos. Contradice finalmente otras interpolaciones, como la que figura más arriba, que apuntan a denigrar a Cortés, que nada le habría dado al pobre Bernal. ¿Podemos imaginar torpeza más insigne?

En otro punto, para dar la impresión de desmarcarse de Cortés, Francisco hace modificar un párrafo del autorretrato que el marqués había tenido a bien colocar al final de su crónica. Ese párrafo transforma a Cortés en un jefe de guerra terco, que no escucha a sus soldados.[317] Pero al querer mostrarse crítico para evitar las acusaciones de complicidad cortesiana, el interpolador va en contra de la esencia misma del personaje inventado por Cortés: ese portavoz de la base emplea un nosotros insistente y no deja escapar oportunidad alguna para decir cuánto la palabra de esos soldados era tomada en cuenta por el capitán general.

La verdad es que el deseo de riqueza de Francisco se disimula bastante mal tras un anhelo de gloria atribuido, con o sin razón, a su padre:

 

Entre los fuertes conquistadores mis compañeros, puesto que los hubo muy esforzados, a mí me tenían en la cuenta de ellos, y el más antiguo de todos, y digo otra vez que yo, yo y yo, dígolo tantas veces, que yo soy el más antiguo y lo he servido como muy buen soldado a Su Majestad, y diré con tristeza de mi corazón, porque me veo pobre y muy viejo… y no puedo ir a Castilla ante Su Majestad para representarle cosas cumplideras a su real servicio y también para que me haga mercedes, pues se me deben bien debidas.[318]

 

Todas las interpolaciones producto de Francisco Díaz del Castillo oscilan entre lo ingenuo y lo ridículo.

Si prestamos atención, son esas absurdas correcciones las que han sido señaladas con el dedo por los lectores más críticos de Bernal. Y lo fueron porque efectivamente desnaturalizan el tono de la crónica y la psicología del conquistador anónimo imaginado por Cortés. Lo que los comentaristas de Díaz del Castillo han alabado proviene de la pluma y del talento del antiguo capitán general; lo que esos mismos autores han considerado mediocre en la Historia verdadera —esa obsesión por la vana ostentación, ese rencor de marginado, esa incomprensible fatuidad— corresponde a las correcciones introducidas por un genio malvado llamado Francisco Díaz del Castillo. La historia ahora se vuelve clara y quedan explicadas las contradicciones.

Subsiste la cuestión de la amplitud de esas modificaciones. Afortunadamente, permanecieron poco invasoras. Por razones de economía, el hijo de Bernal se aplicó en concentrar sus intervenciones. Conciernen sobre todo a la introducción y al principio del primer capítulo del manuscrito de Guatemala. Observemos que Remón no publicará ese reajuste introductorio que corre a lo largo de tres páginas, considerándolo probablemente sospechoso y contradictorio con el resto del relato. Simétricamente, las interpolaciones están agrupadas al final de la crónica. Hay cuatro capítulos que parecen ser llana y sencillamente inventos. Uno de ellos está consagrado a la figura de Alvarado cuando era gobernador de Guatemala (cap. CCIII). Otro narra el viaje —real— que hizo Díaz del Castillo a España en 1550 (cap. CCXI). Otros dos, los dos últimos, no figuran ni en la edición de Remón ni en el manuscrito Alegría y también son considerados como agregados bastante torpes; uno toma partido contra la esclavitud y esboza un fantasioso retrato de Bernal, encomendero de Coatzacoalco (!) y libertador de los primeros esclavos (cap. CCXIII); el otro elabora una lista de los gobernadores de México y de Guatemala hasta 1568 (cap. CCXIV). En cuanto al capítulo de conclusión (cap. CCXII), tenemos las pruebas de haber sido manipulado, ya que nos han llegado tres redacciones diferentes: una figura en la edición de 1632 y dos variantes han sido conservadas en el manuscrito de Guatemala. Los capítulos CCIV hasta CCX, con sabor cortesiano, sufrieron intempestivas correcciones que se identifican claramente con la manera en que Francisco alaba a su padre y habla de Cortés diciendo pomposamente “el valeroso don Hernando Cortés”. Esa manera de expresarse entra en contradicción con lo que el narrador de la Historia verdadera dice en el transcurso del relato, es decir, que siempre llama a su héroe Cortés a secas, pues así era como lo llamaban sus hombres.[319]

En marzo de 1575, Bernal —o su entorno— decide enviar el manuscrito al rey Felipe II, a España. Ese envío es algo extraño. Primeramente, éste es falsamente anónimo. El nombre de Bernal Díaz del Castillo no figura en el encabezado del manuscrito. Sabemos que las referencias nominales han sido inscritas en el cuerpo del texto, en el interior del documento. A pesar de todo, para más seguridad, una mano no identificada introdujo discretamente entre dos páginas una hoja suelta en la que Bernal Díaz del Castillo aparece claramente como el autor. Lo sabemos porque el padre Remón encontrará dicha nota.[320] El viejo Bernal Díaz del Castillo, poseedor del documento, se conforma con ser la garantía de autenticidad. La carta de envío se limita a decir: “Un conquistador de los primeros de la Nueva España le dio una ystoria que enbía y la tiene por verdadera como testigo de vista.” [321] Las interpolaciones observan una prudencia de buen gusto. Pero todo se hizo para hacer creer en una redacción guatemalteca acabada en 1568.

La fecha de envío —1575— marca evidentemente el fin de las enmiendas y de las correcciones imputables al militantismo de Francisco. Ese envío tiene un corolario: existe a partir de entonces una copia del manuscrito en Santiago de Guatemala, en posesión del hijo de Bernal. Difícilmente imaginamos que la familia Díaz se haya desprovisto unilateralmente de un documento original, manipulado para servir ante los jueces de Guatemala como prueba de nobleza y como constancia de los servicios prestados a la Corona. Los Díaz debieron guardar un doble. Por otra parte, en fechas posteriores a 1575, varios testigos —una decena— vendrán para hablar del manuscrito que se encuentra en manos de Francisco, y luego de su hijo Ambrosio.[322] Entendemos en esta ocasión lo que implicaba financieramente esta crónica, que justificó una inversión tan importante como la realización de una copia de más de trescientas hojas.

El 25 de marzo de 1575, el manuscrito de Cortés —subrepticiamente alterado— se hace de nuevo a la mar y vuelve a España. La usurpación está en camino. ¿Quién, en ese momento, en Santiago de Guatemala, podría imaginar que el oscuro Bernal Díaz del Castillo, rico terrateniente de torpe pluma, se convertiría algún día en un autor de renombre mundial?

 

 

LA VIDA DEL MANUSCRITO EN ESPAÑA: LA EDICIÓN DE ALONSO REMÓN, 1575-1632

 

Aranjuez, 21 de mayo de 1576. La Corona acusa recibo del envío de la crónica. Al cabo de un año. Tiempo de latencia burocrática. Luego, nada sucede. Bernal muere el 3 de febrero de 1584. Un año más tarde, a principios del año de 1585, se fisura el silencio. Díaz del Castillo queda inscrito en una lista de cronistas que establece Alonso de Zorita unas semanas antes de morir a su vez. Ese Zorita, quien exhuma a Bernal, no es cualquiera. Fue miembro de la Audiencia en Guatemala de 1553 hasta 1556, luego en México de 1556 hasta 1566. Fue testigo de la llegada de los tres hermanos a la Nueva España y de las titubeantes maniobras de Martín Cortés. A su llegada, el visitador Valderrama lo acusará de malversación. Para salvar la honra, Zorita renunciará a sus funciones y tomará un barco para regresar a España en 1566. Lo que no lo salvará de ser condenado a una fuerte multa en 1572 por hechos de corrupción. En consecuencia, mantendrá hasta el final de su vida una fuerte animosidad hacia Martín Cortés, quien ha destrozado su carrera. La manera en la que instala a Bernal Díaz del Castillo en el club bastante cerrado de cronistas es ambigua: finge no haber leído la Historia verdadera y no conocer la crónica más que de reputación por haberse cruzado con Bernal en Santiago de Guatemala. Pero ¿podemos creerle? Un año después del fallecimiento del usurpador, ¿no es tiempo ya de avalar la apropiación? ¿No se dio el gusto de darle un estatus oficial a un testigo que pudo parecerle crítico hacia Hernán Cortés? ¿No estaremos en presencia de una discreta venganza? Lo seguro es que el manuscrito de Cortés, manipulado por Francisco Díaz, tiene ahora un autor comprobado: Bernal Díaz del Castillo, regidor de Santiago. Contra todo pronóstico, la tentativa de acaparamiento sobre la paternidad del manuscrito tuvo éxito. A finales de siglo, el célebre compilador Herrera accede a la Historia verdadera —que todavía no tiene título—, se inspira en ella, y cristaliza la credibilidad del soldado cronista citándolo a partir de 1601. Mientras tanto, el manuscrito duerme en alguna biblioteca real.

El poderío político del clan cortesiano ha sido quebrantado. Por cierto, el segundo marqués del Valle obtuvo su amnistía; regresa de Orán en 1574. Se le devuelven formalmente sus bienes pero le queda prohibido volver a Nueva España. Es un hombre deshecho que se extingue en Madrid en 1589, un 13 de agosto, día del aniversario de la caída de Tenochtitlán. Sus dos hermanos, escaldados por su aventura, se encierran en la más absoluta discreción. Claro está, Cortés sigue teniendo entusiastas defensores, como Gabriel Lasso de la Vega,[323] Antonio de Saavedra Guzmán[324] o Francisco de Terrazas,[325] quienes, todos, escriben homenajes versificados al conquistador de México. ¡A esos poemas heroicos, a decir verdad, les cuesta trabajo compararse con la Eneida! El cortesianismo, perseguido, dejó de ser una opción viable para México. En ese contexto, es dudoso que un ángel de la guarda se haya dado a la tarea de seguir el destino del manuscrito de Cortés hasta en sus idas y venidas. Las páginas de Valladolid, libradas a sí mismas, sólo pueden anhelar el paraíso de las letras.

Hacia 1625, entra en escena un curioso personaje. Es un reputado dramaturgo, quien tiene otra cara: es eclesiástico. Alonso Remón nació en Cuenca en 1561. En una primera vida, entabla amistad con un célebre autor, Lope de Vega, quien es su contemporáneo. Rivaliza con él. El brío de Remón es insaciable; autor dramático en boga, escribió aproximadamente doscientas obras de teatro.[326] En 1605, Remón ingresa en los mercedarios. En el convento de Toledo, simpatiza con un joven hermano llamado Gabriel Téllez. Quizá fue Alonso quien le transmitió su pasión por el teatro: sea lo que fuera, Téllez se lanza a la dramaturgia bajo el nombre de Tirso de Molina. Con razón o no, la crítica sospecha que los dos mercedarios escribieron algunas obras a cuatro manos.[327] Por su lado, Lope de Vega, padre de quince hijos de siete mujeres diferentes, cambia de vida a los cincuenta y dos años y se hace ordenar sacerdote en 1614. Unos años más tarde, Tirso de Molina crea el personaje de Don Juan al escribir el Burlador de Sevilla. Ese curioso trío de alegres y cultos eclesiásticos divide su vida entre la poesía, el teatro, la Corte y cierto apetito por la vida. Hasta ahí nada, absolutamente nada predispone a Remón, figura del medio literario del Siglo de Oro, a convertirse en el editor de Bernal Díaz del Castillo. Hasta hoy, nadie ha encontrado huella alguna de un vínculo cualquiera con la familia de Cortés o de un interés particular del mercedario por Guatemala o por México. Para explicar el improbable encuentro entre Remón y Díaz del Castillo, debemos atenernos a un hilo de Ariadna bastante tenue. En 1617, fray Alonso Remón es nombrado cronista de su orden. Inicia su trabajo y publica al año siguiente los materiales reunidos por su predecesor para formar el primer tomo de la Historia general de la Orden de la Merced. Quien dice cronista dice archivos, bibliotecas, manuscritos. Podríamos entonces imaginar que en el transcurso de sus investigaciones, nuestro dramaturgo mercedario encuentra de casualidad la Historia verdadera y se entusiasma por su lectura al punto de querer publicarla. Es una hipótesis posible. Sin embargo, pudo haber sucedido otra cosa. A Remón pudo acercársele un interlocutor influyente que lo indujo a que editase la crónica. Pero ¿con qué fin? Claramente nos falta un eslabón. Debemos constatar que la orden de la Merced decide hacia 1625 encargarse de la publicación de la obra e invierte amplios recursos poniendo a disposición de Remón revisores y copistas.

¿Cuál podía ser la justificación de tal decisión? A decir verdad, es bastante endeble; se debe a la presencia de un mercedario al lado de Cortés, en los primeros tiempos de la Conquista: el padre Bartolomé de Olmedo. Incondicional del capitán general, capellán de su tropa, Olmedo le brindará varias veces una muy bienvenida ayuda al conquistador. Es hábil, sólido, diplomático. Entiende el terreno, tiene la fe lastrada con racionalismo. Posee una verdadera personalidad; su silueta no pasa desapercibida. Ciertamente. Pero ¿justifica la existencia de ese Bartolomé de Olmedo la implicación de la orden de la Merced en la edición de la crónica de Díaz? Probablemente no. Entonces Remón forzará la escritura para realzar la acción de los mercedarios en México. Primero, le pide al grabador francés Jean de Courbes un frontispicio bastante explícito. En un decorado clásico de frontón con columnas corintias, el artista representó a Cortés a la izquierda y Olmedo a la derecha, bajo una leyenda latina: America condita manu [et] ore (“América fue fundada por la mano y por la boca”). Es decir: por las armas y la predicación. Cortés, con su bastón de mando, está colocado bajo el signo de la mano (manu); Olmedo, con su cruz, bajo el signo de la palabra (ore). A los pies del conquistador figura el escudo —mestizo— de Cortés; bajo los de Olmedo, las armas de la orden de la Merced. Lo que sorprende de entrada es la simetría de la composición. Los mercedarios están simbólicamente colocados en pie de igualdad con Cortés. Se tiene el sentimiento que cada uno intervino por partes iguales en la Conquista y en la conversión de México. ¡Cuando la participación mercedaria se reduce a una sola y única persona! Ese frontispicio disfraza la realidad.

A continuación, fray Alonso procederá a correcciones y a enmiendas del texto de Cortés, ya revisado por su hijo Martín y después por Francisco Díaz del Castillo. Esa tercera serie de interpolaciones ha sido identificada mucho tiempo atrás bajo el nombre de “interpolación mercedaria”. Sin embargo, las intervenciones de Remón han sido más sustanciosas que lo que se dijo. El mercedario hará en realidad tres tipos de correcciones: se dedica a darle cuerpo al papel de Olmedo, introduce la referencia a Illescas y procede a gran número de “correcciones editoriales”.

La “interpolación mercedaria” ha sido ampliamente estudiada.[328] No hay duda alguna de que Remón hizo trampa con los hechos, demostrando que un buen dramaturgo no es necesariamente un buen historiador. Le otorga a Olmedo un papel que jamás tuvo. Al tomarse extrañas libertades con la verdad, el editor de Bernal presenta a Olmedo como el pionero de la evangelización de Guatemala. Pero la conquista de Guatemala, bajo la férula de Alvarado, tuvo lugar en 1523-1524, sin la presencia del religioso, quien se había quedado en México antes de morir en la segunda mitad del año de 1524. La escena en la que el padre Olmedo bautiza al cacique de Quetzaltenango es por ende puramente imaginaria.[329] Asimismo, fray Alonso, intentando hacerles la competencia a los franciscanos sobre sus terrenos, introduce una falsificación notoria afirmando que Cortés volvió de su viaje a España en 1530 acompañado por doce hermanos mercedarios,[330] lo que no fue el caso. El interpolador llegará incluso hasta a dar el nombre del fraile superior de ese grupo ficticio, así como inventó la presencia en México de otros dos frailes mercedarios cuyos nombres pasaron a los anales de la mistificación.[331] Sin embargo, esos agregados centrados en la acción mercedaria en Nueva España son marginales y relativamente inocentes desde el momento en que son identificables.

En cambio, un autor de teatro, dotado de buena pluma, cuyo oficio es inventar personajes, puede transformarse en un peligro real para la integridad de un manuscrito. Y en ese plano, los arreglos de Alonso Remón fueron mucho más allá de lo que se había creído hasta entonces. En particular, se permitió introducir otro personaje en la Historia verdadera: Illescas. Recordémoslo, el padre Gonzalo de Illescas es ese historiador de la Iglesia que consagró su vida a escribir una imponente Historia pontificia y católica. La parte de su obra que se refiere al siglo XVI sólo fue publicada en 1573. Pero ese autor aparece citado en numerosas ocasiones en la crónica de Bernal Díaz del Castillo. Para conocer a Illescas, hay que ser hombre de Iglesia, lo cual es Remón; en tanto que cronista de su Orden, esa lectura le era incluso indispensable. Para mencionar a Illescas, también hay que escribir en una fecha posterior a 1573, lo que no pudieron hacer ni Cortés, ni Francisco Díaz del Castillo. Como Cortés utiliza el procedimiento del cara a cara con Gómara, como es probable que haya a veces juntado al elitista Jovio con el nombre de Gómara, no era nada complicado para Remón agregar otro nombre a la lista, en este caso el de Illescas. Al describirnos a un Bernal Díaz del Castillo alzando la voz contra ese historiador de la Iglesia, Remón intentaba sembrar la confusión sobre el contenido de ese libro de referencia. El testigo ocular, el hombre de terreno Bernal Díaz del Castillo empeñaba así su palabra para negarle virtud alguna al relato de Illescas. Se entiende bien la maniobra: para darle cuerpo a la falsificación mercedaria, había que apuntalar la versión “reinventada” por Remón con el testimonio de un actor de la Conquista. El manuscrito proveniente de Guatemala se volvía una oportunidad de oro. La denigración de Illescas que, por supuesto, el rústico Bernal no pudo conocer, permitía que la interpolación mercedaria pasara mejor. Cortés, en realidad, le había soplado la idea al dramaturgo: puede haber dos verdades, la de los historiadores oficiales, arreglada para las necesidades de la causa, y la de los testigos, que forma la historia “verdadera”. Pero, en el escenario de la Conquista, ¿qué son los actores? ¿Son ellos mismos o interpretan un papel?

La cuestión de las correcciones “editoriales” de Alonso Remón es de un tratamiento más delicado, ya que lidiamos con un verdadero escritor, que sabe como todo dramaturgo endosar variadas personalidades y es excelso en expresarse “al modo de”. ¿Qué podemos, qué debemos imputarle? Antes que nada le debemos el haberle puesto por fin un título a la crónica. Helo aquí: Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Escrita por el capitan Bernal Diaz del Castillo, uno de sus conquistadores. Sacada a luz por el P. M. Fr. Alonso Remon, Predicador, y Coronista General del Orden de Nuestra Señora de la Merced, Redencion de Cautivos.[332] Notaremos que el mercedario se toma, también aquí, libertades con el contenido del relato, calificando a Bernal Díaz del Castillo como “capitán”; ese título no es en ningún momento reivindicado por el narrador, muy al contrario. También sabemos que el mercedario se permitió reescribir el prólogo intitulado “El autor”. Por supuesto que mantuvo la mención de la identidad del autor; también conservó la fecha del 26 de febrero de 1568 para autentificar el final de la redacción de la obra. Esos dos elementos le parecieron constitutivos de la credibilidad de la crónica. La fecha de 1568 sitúa la confección de la Historia verdadera más de cuarenta y ocho años después de la entrada de Cortés a Tenochtitlán; es el máximo aceptable, aunque le hubiera parecido muy tardío para Remón. Pero las referencias a hechos acaecidos en México en 1566 debieron de terminar por convencer al mercedario. Sin embargo, sabemos que él es el autor de ese prólogo. ¡Por una parte, introduce “al doctor Illescas” a partir de la decimotercera línea! Por la otra, se pone a escribir una bella frase a la antigua, idealmente al modo de los cronistas del siglo XVI:

 

…desque mi Historia se vea, dará fe e claridad dello, la qual se acabó de sacar en limpio de mis memorias e borradores en esta muy leal ciudad de Guatimala, donde reside la Real Audiencia, en veinte y seis días del mes de febrero de mil y quinientos y sesenta y ocho años.[333]

 

Pero hay una incoherencia. ¡El 26 de febrero de 1568, la sede de la Audiencia está en Panamá! Ya vimos que la sede de la Audiencia de los Confines fue transferida a Panamá en 1565. Un tal Francisco Briceño fue entonces nombrado gobernador y capitán general del reino de Guatemala, bajo la autoridad del virrey de México. El principio del restablecimiento de la Audiencia de Guatemala se estableció en una cédula de junio de 1568, después del fracaso de la restauración cortesiana. Pero el nuevo presidente designado, Antonio González, sólo entrará en funciones en Santiago de Guatemala el 5 de enero de 1570. Es por lo tanto absurdo nombrar a la “muy leal ciudad de Guatemala” como sede de la Audiencia real en febrero de 1568. Ningún residente de Guatemala sería capaz de escribir tal cosa en ese preciso momento. Y Bernal mucho menos, quien, en su carta al rey de 1567, se queja explícitamente de la transferencia de la Audiencia a Panamá.[334] Ese error firma así la interpolación de Alonso Remón, quien sesenta años después de los hechos no tiene ni idea de lo que era la realidad política centroamericana en tiempos de Bernal Díaz del Castillo. Al querer hacer una bonita frase, se coloca en flagrancia de reescritura.

El problema es que fray Alonso le tomó gusto a pasarse sistemáticamente tras el narrador original para “ennoblecer” su estilo. Se puso a desemboscar las dudosas concordancias de tiempos modales, a borrar una parte de lo rugoso que Cortés había intencionalmente colocado en boca de su personaje. También homogeneizó el contexto cronológico. Por tomar sólo un ejemplo, el narrador de la Historia verdadera, en un momento dado,[335] menciona una carta de agradecimiento de Fernando de Habsburgo, hermano menor de Carlos V, con el que Cortés siempre mantuvo buenas relaciones. Habla de él llamándolo “rey de Hungría y rey de los romanos, hermano del emperador nuestro señor”. Uno de los correctores contratados por Remón señala una contradicción: Carlos V murió en 1558 y Fernando I en 1564. ¿Cómo es posible, en 1568, hablar de él en tiempo presente? El texto es entonces corregido y la palabra “hermano” es reemplazada por “padre”.[336] La coherencia cronológica está a salvo. Pero, a imagen de esta intervención, ¿cuántas “correcciones editoriales” no se habrán hecho sin que nos hayamos dado cuenta?

Alonso Remón muere el 23 de junio de 1632 antes de haber visto la obra de Bernal Díaz del Castillo impresa. Su amigo Tirso de Molina hereda la función de cronista de la orden. De la Imprenta Real de Madrid salen, una tras otra, dos ediciones. El manuscrito de la Historia verdadera desaparece. Pero la versión impresa se encarga ahora de instalar al sorprendente escritor-soldado en el firmamento de los cronistas.

 

 

EL REGRESO DEL MANUSCRITO A GUATEMALA: EL TIEMPO DE LA CLANDESTINIDAD, SIGLOS XVII-XIX

 

Después de 1632, la historia de Bernal Díaz del Castillo y de su manuscrito plantea serios interrogantes. La vulgata, confesémoslo, no aclara ninguno de los misterios que rodean el devenir de la obra manuscrita. Oficialmente, en 1632, existen dos versiones impresas, una con una página del título tipografiada, la otra con el frontispicio de Courbés y un capítulo adicional apócrifo sin relación con el texto de Bernal Díaz del Castillo que narra los presagios que anunciaron la llegada de los españoles y la destrucción de la primera fundación de Santiago de Guatemala. Por otra parte, se considera que en Guatemala existen dos manuscritos: uno es el famoso “manuscrito de Guatemala”, repleto de correcciones, de tachaduras y de rayones, donde encontramos la mano de seis amanuenses interviniendo aleatoriamente y no sucesivamente. El otro es el llamado “manuscrito Alegría”; se le considera una copia en limpio del precedente; habría sido escrito en Guatemala y terminado el 14 de noviembre de 1605;[337] es obra de un copista único y lleva la firma de Ambrosio del Castillo, hijo de Francisco y nieto de Bernal.[338] Según la tradición historiográfica, Bernal, después del envío de una copia a España en 1575, habría continuado hasta su muerte corrigiendo su “borrador”. Casi ciego, con mano temblorosa, habría salpicado el manuscrito de minúsculos retoques, retomando palabra por palabra todo lo que había escrito. Y sin que conozcamos el motivo, su hijo Francisco habría financiado una copia “limpia” de la obra, veinte años después de la muerte de su padre. Toda la crítica, desde hace un siglo, se atareó en comparar el texto impreso con el manuscrito de Guatemala, considerando el texto de Guatemala como más “auténtico”. Y nadie —así pareciera— se alarmó por la desaparición del manuscrito que sirvió de soporte a la edición de 1632.

Es posible retomar la investigación desde otra perspectiva. Poseemos en efecto un testimonio capital, fechado en 1629. Procede de un tal Antonio de León Pinelo, antiguo residente de Lima, contratado en 1624 por el Consejo de Indias como “relator”. Primero se le encarga hacer una compilación de las leyes relativas a las posesiones españolas de América, y luego un catálogo de los escritos en relación con la historia de las Indias Occidentales. Conocido con el nombre de Epítome,[339] ese catálogo publicado en 1629 en Madrid menciona a Bernal Díaz del Castillo. Y la referencia que menciona es sumamente interesante:

 

Bernal Diaz del Castillo. Historia de la conquista de Nueva España, M.S. [manuscrito] i gran volumen que se halla en esta Corte, donde el M.F. Alonso Remon la tiene corregida para imprimir, i es de 300 pliegos, sacada del original que vi en poder de D. Lorenzo Ramirez de Prado, del Real Consejo de Indias”.[340]

 

León Pinelo es un erudito muy competente que terminará su carrera como cronista de Indias. Su testimonio es de los más seguros. En este caso, dice conocer dos manuscritos: un original perteneciente a un bibliófilo, Ramírez de Prado, al que Remón alude en su dedicatoria, y una copia de trabajo elaborada por el mercedario en vista de su edición.

Sugiero explotar ese testimonio para resolver un último misterio, residual pero tenaz. Se presenta en estos términos: el manuscrito de Guatemala contiene doce referencias a Illescas. ¿Cómo explicar la presencia de esas menciones de las que vimos que son concomitantes de la interpolación mercedaria? Es evidente que nunca la Historia pontificia pudo llegar a las muy profanas manos de Francisco Díaz del Castillo. ¿Y qué constatamos? El manuscrito de Guatemala corresponde en todo punto con la descripción de León Pinelo; se trata de un libro grande, de 43 cm de alto por 29,5 de ancho y que contiene 299 hojas. Detengámonos un instante en este dato decisivo: cuando se manda ejecutar la copia de un manuscrito, es imposible obtener el mismo número de páginas que en el original. Todo entra en juego, el número de signos por línea, el número de líneas por página, los espacios interlineares, el ancho del margen, los blancos en las cabezas de capítulo, etcétera. Para dar un ejemplo concreto, el manuscrito Alegría, copia del manuscrito de Guatemala, tiene 330 hojas. Así, gracias a la descripción de León Pinelo, estamos casi seguros de que el manuscrito de Guatemala es el manuscrito “corregido” y listo “para impresión” que el futuro cronista de Indias ha visto en la biblioteca real de Madrid antes de que termine su catálogo en 1629.

Otros hechos perturbadores merecen ser interpretados como pruebas. Se ha dicho: el manuscrito de Guatemala conlleva numerosos pasajes tachados, generalmente por trazos diagonales. ¡Pero esos pasajes tachados no figuran en la edición Remón![341] Ese detalle acredita la idea de que estamos en presencia de una versión preparatoria a la edición. En el mismo sentido, hallamos indicaciones claramente destinadas a los copistas y correctores del manuscrito: “Ha se de quitar toda esta escena… que no conviene”; “No se ha de leer esto que va borrado”; “Este capítulo hasta donde ¿aparece? ojo, ojo, no se siga”; “Ojo! no se escriba esto de abajo”; “Hasta esta hoja ha de escribir todo hasta aquí, e no mas”. Esas acotaciones a menudo son escritas verticalmente, en el margen izquierdo. Aquí, un copista pregunta: “¿Comienzo de otro pliego?”. Allá, el supervisor anota: “Escriba lo excesivo que escribía ayer e otros días deste legajo e deje de escribir por agora lo de ojo”.[342] Si agregamos que una gran mayoría de tachaduras del manuscrito de Guatemala tiene que ver con correcciones de estilo y formas verbales, características de toda revisión editorial que se respete, ello nos lleva a considerar que el documento coincide con el que vio León Pinelo en la biblioteca del rey antes de 1529, que lleva las correcciones de fray Alonso Remón. Entonces se vuelve lógica la intrusión de Illescas en el manuscrito de Guatemala. En todos los otros casos, ésta sería inexplicable.

Debemos entonces admitir que, después de la edición de 1632, los dos manuscritos que se encontraban en España, el que pertenecía al bibliófilo Ramírez de Prado, más la versión de trabajo de Remón, fueron reenviados a Guatemala, dirigidos a la familia de Díaz del Castillo, desde entonces autor de la obra. Ello queda corroborado por la desaparición simultánea de esos dos manuscritos en España, posterior a la publicación de la Historia verdadera. Y ello explica también por qué Remón, dirigiéndose a Ramírez de Prado, le advierte en términos elegantes que no le devolverá el manuscrito: “Y así vuelvo a V.S. impreso lo que nos comunicó manuscrito”.[343]

El antiguo punto de vista de la crítica oponía nomadismo y sedentarismo y le daba la preferencia al sedentarismo. ¡El manuscrito de Guatemala tenía la reputación de ser más auténtico porque no se había movido! Con la reconstitución de los acontecimientos que propongo, nuestra percepción cambia. El manuscrito de Guatemala no dejó de ser nómada y nos muestra gráficamente cómo sufrió con los estigmas de su largo viaje. Vemos turnarse a los copistas encargados de disimular las interpolaciones; las páginas deben incesantemente ser numeradas de nuevo en función de los agregados y de las supresiones.[344] Remón, escritor urbano de estilo pulido, creyó magnificar la obra del cronista limando las asperezas de ciertas formulaciones osadas, rectificando las concordancias defectuosas, eliminando los toques del habla popular. Nos causa gracia. Sabemos ahora que más vale leer la primera redacción e ignorar las correcciones interlineares del mercedario.

En ese juego algo vertiginoso de las copias que desaparecen y vuelven a aparecer, ¿se puede ver claro? El testimonio de Fuentes y Guzmán, fechado en 1675, es esclarecedor. Ese tataranieto de Bernal Díaz del Castillo dice conocer un original borrador y un traslado en limpio, ambos conservados por la familia, en Santiago de Guatemala.[345] No cabe duda de que ese testigo tuvo en sus manos por una parte el manuscrito de trabajo de Remón, hoy llamado “manuscrito de Guatemala”, y por otra el manuscrito que había pertenecido a Ramírez de Prado, hoy llamado “manuscrito Alegría”, reconocible por el hecho de que lleva la firma de Ambrosio, hijo de Francisco y nieto de Bernal. Dos cosas son seguras. El documento que ese autor llama original borrador es de hecho el “manuscrito de Guatemala”, que pasó por las manos de Bernal y de su hijo, y luego por las manos de Remón antes de volver a Guatemala. Tiene la huella material de las dos intervenciones, la guatemalteca y la española. La otra certeza es que el segundo manuscrito, el “manuscrito Alegría”, es una copia hecha en España, posteriormente a las correcciones hechas por Remón: en él encontramos en efecto la mención de Illescas y las correcciones estilísticas introducidas por el mercedario.[346] Ello nos lleva a pensar que el descendiente de Bernal, Ambrosio, sacerdote —es en vano que había solicitado la herencia de las encomiendas de su padre— recibió discretamente los dos manuscritos. Para “guatemaltequizarlos”, le adjuntó al manuscrito de Guatemala un folio no numerado[347] que incluye dos cosas: una imitación de la firma de su abuelo, para hacer creer en la originalidad del manuscrito, y una mención apócrifa destinada a hacer creer que el manuscrito Alegría era una copia hecha en Guatemala el 14 de noviembre de 1605. Sólo le restaba escribir en la primera página de la copia Alegría: “De Ambrosio del Castillo, herencia única que hubo de su padre”.[348] Por medio de una simple hoja suelta, los dos manuscritos enviados de España se habían vuelto guatemaltecos. Simultáneamente, la copia anterior al envío de 1575 que había conservado Francisco del Castillo desaparece. Quizá ya no tenía razón de ser a los ojos de Ambrosio, que ahora poseía un original —de vida ya bastante ajetreada— y una copia en perfecto estado. Si numerosos indicios permiten identificar esa última etapa migratoria de la Historia verdadera, no nos ofrecen, sin embargo, ninguna información sobre el motivo del reenvío de los manuscritos a Guatemala después de la publicación madrileña. Igual trabajo nos cuesta entender las maniobras de Ambrosio, quien parece actuar deliberadamente para borrar la pista cortesiana antes de transformar los manuscritos en fetiches familiares.

El “manuscrito de Guatemala” ahora hace las veces de original. Hemos seguido sus tribulaciones y lo hemos visto mestizarse a lo largo de un siglo de aventuras. En el fondo, reprodujo la vida de su autor: se dividió entre América y España, debió de correr mil peligros. Como si estuviera dotado de una energía propia, el texto de Cortés resistió formidablemente. Burló todos los intentos de acaparamiento. Conservó su unidad de estilo, su ritmo, su genio propio. Las palabras del capitán general supieron combatir solas contra los recuperadores y los embellecedores que dejaron las huellas de su allanamiento. Pero su personaje logró escapar de las páginas. Se le escabulló. Un siglo después de las noches de Valladolid, su conquistador anónimo tomó cuerpo. El imaginario debió ceder el paso. La historia engendró un mito.