Los milicianos de acero
salvarán al mundo entero
usando el plomo certero.
Gritan al mundo, si muero:
¡Mis hijos se salvarán!
¡Mis hijos se salvarán!
“Compañías de acero”, del cancionero socialista y comunista
Gijón, Asturias, España, julio de 1936
—No te vayas —pidió Marcia con lágrimas en los ojos—. No puedes dejarnos.
Marco le dio la espalda y se vistió. Tenía una misión que cumplir, no iba a quedarse de brazos cruzados mientras sus compañeros entregaban su vida.
—¿Es que acaso no te importamos? —insistió la joven, pasando de la tristeza al enojo—. En unos meses nacerá tu hijo.
—Por eso mismo me voy, porque mi hijo merece un mundo donde no haya diferencias sociales, donde todos tengamos derecho a lo mismo.
España estaba en llamas. En febrero había ganado las elecciones el Frente Popular, una coalición conformada por los principales partidos de izquierda, incluido el Partido Comunista para reforzar la fracción obrera de la alianza.
Con el afán de continuar con la reforma legislativa y bregar por los derechos de los trabajadores y la autonomía de las regiones, el Frente Popular se lanzó contra los distintos estamentos: la Iglesia, el ejército, la aristocracia y los terratenientes.
La violencia se dio cita en las calles; hubo huelgas, desórdenes y enfrentamientos armados entre izquierda y derecha, con fusilamientos de ambos lados. Así comenzó la guerra civil.
Marco se había visto seducido por las ideas comunistas y había terminado comprometido con la causa.
—Marco, no tienes que ir. —Marcia se levantó y se abrazó a su espalda. El vientre abultado se apoyó contra él—. Siente a nuestro hijo —pidió, en un último intento de retenerlo—. Quiero que tenga un padre.
—Lo tendrá. —Marco giró y la miró a los ojos, donde el gris brillaba por las lágrimas. Se compadeció de ella y le dio un beso en la frente—. Cuídate.
Él no permitiría que ocurriera de nuevo una masacre como la de 1934. Dos años atrás la nación se debatía peligrosamente entre la izquierda y la derecha. La tensión había explotado tras el levantamiento de los mineros de Asturias contra el gobierno. Al haber una coalición conservadora en el poder se le había encomendado a Francisco Franco que aplacara la revolución, cosa que hizo con extrema dureza. Más de dos mil obreros habían resultado muertos y heridos, lo cual hizo que fuera llamado por los izquierdistas “el carnicero de Asturias”.
A partir de esa revuelta, los patrones pasaron a la ofensiva, amparados por el gobierno derechista. Se produjeron despidos masivos, reducción de salarios, restricción de la libertad de prensa, desconocimiento de derechos adquiridos por los trabajadores y anulación de los contratos de trabajo. Marco había sido despedido de la fábrica de aceros Exilart y Fierro de Gijón. A Aitor no le había temblado la mano, máxime frente a la sospecha de que su hija andaba perdida en suspiros por Noriega.
Todo ello había ocasionado que amplios sectores de las clases medias que no habían simpatizado con las huelgas revolucionarias se identificaran con los obreros y cuestionaran las acciones del gobierno de derecha. Así se había gestado el Frente Popular.
Marco salió de la habitación en penumbras, tomó el morral que había dejado preparado la noche anterior y se perdió en la madrugada.
Durante los años anteriores, la corriente monárquica del Partido Conservador había virado hacia el fascismo, del cual Calvo Sotelo era su mayor portador. Tanto este como José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, hijo del antiguo dictador, predicaban que las fuerzas proletarias españolas se preparaban para una segunda revolución, que instauraría un gobierno comunista.
José Antonio Primo de Rivera había fundado, en 1933, la organización filofascista Falange Española. La derecha, por su parte, había consolidado posiciones en una nueva coalición, la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA).
El nuevo gobierno había enviado a Francisco Franco a Marruecos, para evitar una conspiración, sin embargo, la estrategia fue desacertada dado que la distancia impedía su control y vigilancia.
La violencia iba en escalada, Calvo Sotelo fue asesinado por milicianos socialistas, y el socialista Indalecio Prieto cayó a manos de la derecha. La sociedad española se desangraba en una guerra civil sin tregua.
El 17 de julio de 1936 los generales Emilio Mola Virril, comandante de la insurrección, Manuel Goded Llopis y Francisco Franco Bahamonde, aprovechando la escasa tradición democrática y la debilidad de las instituciones, iniciaron el golpe de Estado desde Melilla, al norte de África, y las guarniciones militares de Canarias y Baleares.
Los hombres —anarquistas, comunistas, socialistas y también de la izquierda republicana— partieron para hacer frente a los rebeldes, que si bien en un primer momento no pudieron hacerse del gobierno, lograron controlar un tercio de España: Sevilla, norte de África, archipiélagos, Galicia, Castilla, León y Aragón. Convencido de que estaba haciendo lo correcto, Marco fue detrás de los que defendían la República.
Marcia volvió a la cama, incapaz de dormir. Temía por él. Marco era impulsivo y a veces inmaduro. ¡Iba a ser padre! ¿Cómo podía pesar más la causa que su propia familia?
Ella también tenía sus ideas y había luchado por la igualdad y la justicia social, aunque no estaba dispuesta a arriesgar a su hijo. Sabía lo que era trabajar, asistir a los mítines y reclamar por mejores derechos. Hasta había enfrentado a su padre.
Pensar en Aitor le causó aún más pena. Estaba alejada de su familia, que no entendía cómo ella, una niña bien, había terminado enredada con un simple obrero, para peor, un comunista, por quien se había involucrado en pasiones políticas, con el único afán de atraerlo, y había terminado embarazada.
Su padre la había echado del hogar y ella había salido con la frente bien alta. Su madre, en cambio, si bien no estaba de acuerdo con esa relación, la había aceptado, y a menudo se acercaba a la casa de la playa para ver cómo estaba su hija.