Hay un valle en España llamado Jarama.
Es un lugar que todos conocemos bien,
fue allí donde dimos nuestra hombría
y donde cayeron nuestros valientes camaradas…
Fragmento de “Jarama Song”, de la Brigada Internacional Lincoln
Frente del río Nalón, febrero de 1937
Hacía frío, mucho frío. A Bruno lo habían asignado a un puesto de observación al abrigo de un foso de hormigón, similar a un nido de ametralladora aunque sin boca de fuego; en cambio, disponía de un hueco en su techo, donde habían colocado un periscopio de trinchera. Su objetivo, vigilar al enemigo por si se decidía a atacar.
En septiembre las “columnas gallegas” habían llegado a la desembocadura del río Nalón, en auxilio de los sublevados cercados en Oviedo. Las milicias republicanas, que hasta entonces ocupaban las poblaciones de la margen izquierda —San Esteban de Pravia, Muros de Nalón, Pravia, Grado—, se replegaron a la margen derecha. Pero las columnas habían logrado abrir una brecha en Peñaflor y desde allí un corredor de comunicación con Oviedo, rompiendo el cerco.
Ante el temor de que los rebeldes iniciaran una ofensiva mayor sobre Avilés y Gijón, el III Cuerpo de Ejército de Asturias, republicano, fortificó todas sus posiciones a lo largo del curso del río, en su margen derecha. De ese modo partía una línea de fortificaciones que llegaba hasta donde el río ya no era obstáculo, quedando las posiciones enfrentadas por unos pocos cientos de metros. Una segunda línea defensiva partía de Santa María del Mar y llegaba a la sierra por el extremo opuesto.
Luego de los magros festejos de fin de año, en cada oportunidad que tenía, Pilar lo buscaba para compartir encuentros sexuales. Ambos tenían en claro que solo eran eso, un rato de cariño y satisfacción que no iba más allá de acompañarse y sacarse las ganas, además del frío que empezaba a incomodar a todos.
Con el correr de los días las mujeres de esa posición se habían acercado a algún soldado y eran pocos los que dormían solos. Las necesidades de la guerra eran diversas y nadie era quien había sido antes de ingresar a una trinchera.
Solo Mateo continuaba fiel a esa novia que se había hecho por correspondencia, ansiando el final de la contienda para correr a su encuentro. María había hablado con su padre, quien aguardaba al candidato para ponerlo a trabajar en su granja, luego del casamiento con su hija.
Las batallas eran cruentas, a veces debían enfrentarse cuerpo a cuerpo con el enemigo; otras, los enfrentamientos eran a distancia, con granadas y fusiles.
Una vez Bruno había participado de la voladura de un puente sobre el río, para impedir el avance de los nacionales, avance que finalmente habían logrado por otro sector. Los rebeldes estaban mejor adiestrados para la guerra, además de contar con el auxilio alemán.
Cuando lo reemplazaban en su puesto e iba a la retaguardia, tenía oportunidad de conversar con sus compañeros. Allí se enteró de la batalla de Jarama, en la cual los rebeldes intentaban hacerse de Madrid, venciendo su resistencia.
—Las Brigadas Internacionales fueron en auxilio —dijo uno de los soldados—. Pese a ello, veinte mil hombres, apoyados por la Legión Cóndor, obligaron a los republicanos a replegarse al otro lado del río.
—Hay que estar loco para unirse a una guerra que no te pertenece —opinó otro—. Mira que dejar todo, tu casa, tu familia, tu país seguro, para venir aquí a matar españoles…
Desde octubre de 1936 habían ido llegando a España numerosos voluntarios que se enrolaban en diferentes unidades por su afinidad ideológica —anarquista, socialista, comunista, etc. Algunos ya residían en España, por estudios o por exilios políticos de países fascistas o autoritarios. También había participantes que habían llegado a Barcelona para las Olimpíadas Populares de julio de 1936. Lo cierto era que por todas partes se expresaba la firme voluntad de prestar ayuda a la agredida República española.
—Dicen que han enviado también víveres, medicamentos y ambulancias —develó el primero que había hablado de las Brigadas.
—Por lo que escuché, ahora están organizadas a instancias del Partido Comunista francés que estableció una sede de reclutamiento en París, desde donde se envían voluntarios, con papeles y todo.
—¿Nos mandarán aquí alguna brigada? —quiso saber Bruno.
—No lo creo. Seguramente defenderán Madrid. La lucha allí se lleva a cabo desde principios de mes, en la zona de Jarama, a frente abierto.
Esa noche Bruno pudo ir al pueblo de retaguardia. Necesitaba alejarse un poco del frente, ver algo de vida fuera de las trincheras. La situación en la aldea no era muy distinta, había uniformados y armas por todos lados y en los bares no se hablaba de otra cosa que del asedio a Madrid. Las noticias que llegaban eran de bajas; se hablaba de alrededor de diez mil muertos, aunque la capital todavía resistía.
Al día siguiente llegó el correo y Bruno recibió una carta. El sobre, manoseado y sucio, todavía conservaba el tenue aroma de un perfume de flores. Creyó que se trataría de otra madrina de guerra, ya había recibido algunas cartas de mujeres desconocidas. Giró para ver el remitente y al leer el nombre su corazón se agitó. No le había dicho a nadie dónde estaba, era evidente que Marcia lo había averiguado.
Se alejó de los soldados y fue a sentarse debajo de un árbol. Acercó el sobre para olerlo mejor y la sintió cercana: era su perfume, el mismo que lo había vuelto loco durante su corta convivencia. Revivió la única noche que habían estado juntos y una puntada de dolor le nubló el razonamiento y empañó sus ojos. ¡Cuánto la extrañaba! Sabía que no podía ser suya, era la mujer de su hermano.
Pensó en romper la carta sin leerla y la curiosidad fue mayor. Rasgó el papel y se concentró en las letras:
No sé cómo empezar esta carta pese a que mil y una vez repetí en mi mente las palabras que quería decir. Te extraño, Bruno. Sé que está mal, que es incorrecto, mas es lo que siento. Te necesito como el aire mismo y muero cada día sin tener noticias de ti. Tarde me di cuenta de que hice todo mal, de que mi capricho con Marco ocasionó todo esto. Porque Marco no fue más que eso, una luz brillante que me cegó, una luz que me hipnotizó y terminó apagándome con tanto brillo. Nuestro casamiento fue un error y los tres lo estamos pagando, porque Marco no me quiere. En cambio, nosotros nos amamos y nos he condenado a ser unos desgraciados.
Sueño con el día en que esta guerra termine y te traiga de vuelta. Escríbeme, Bruno, necesito saber de ti, que estás bien, y que sigues pensando en mí; yo no hago otra cosa que recordar esa única noche que estuvimos juntos. No me arrepiento, sí me avergüenza haber fallado como esposa, aunque creo que para Marco será un alivio saber que cuando todo esto acabe será libre de nuevo.
María de la Paz crece ajena a todo el horror que estamos viviendo, qué te voy a contar a ti las penurias de esta guerra, en el frente debe ser peor y solo rezo para que te devuelva a salvo.
Te quiero, Bruno, no me niegues tu palabra. Escríbeme. Tuya siempre. Marcia.
PD: Marco escribió y preguntó por ti.
Al finalizar la lectura, Bruno apoyó la cabeza contra el tronco y cerró los ojos. Era demasiado intenso lo que Marcia le decía. Ella era lo prohibido y, a la vez, lo anhelado. Saber que ella lo amaba era la mejor noticia y, a la par, la peor. Nunca podrían estar juntos: era la mujer de su hermano. Jamás lo hubiera traicionado, y lo había hecho al acostarse con ella, al amarla como nunca había amado.
Estrujó la carta entre sus dedos y estuvo tentado de romperla y dejar que se la llevara el viento; desistió. Sabía que volvería a leerla mil veces más, que sería su amuleto, su alimento cada día para no morir.
Comparó lo que había vivido con Marcia al sexo sin cariño que compartía con Pilar. Las últimas noches ni siquiera se habían besado, solo el acto animal los había reunido, y luego el dormir juntos para espantar el frío que se colaba por entre la escasa ropa. Vacío, eso era lo que sentía luego de cada encuentro.
Como cuando niño, quiso tener la máquina del tiempo y volver todo atrás, a esa noche en que había conocido a Marcia y había permitido que cayera bajo el influjo de su hermano, bajo su atractivo y carisma. Si en aquella oportunidad él hubiera actuado, si la hubiera retenido con su conversación… Sin embargo, se había mantenido al margen, quizás por protegerlo como había hecho siempre, por querer para él lo mejor, por ser el menor. O quizás por esa culpa que sentía, muy en el fondo, al saber que Marco sentía celos de él, como si sospechara la verdad, esa que sus padres nunca les habían dicho y que él había descubierto sin quererlo.
Evocó esa madrugada, cuando se levantó con dolor de panza y los escuchó hablar. Ellos no oyeron sus pasos descalzos acercándose al dormitorio matrimonial y siguieron hablando en murmullos. Como todo niño, Bruno se aproximó y pegó la oreja a la puerta entreabierta, olvidó su dolor de panza y quiso saber de qué hablaban sus mayores cuando estaban solos. Su madre decía:
—¿Crees que deberíamos decírselo?
—No hace falta, ¿para qué?
—Porque Bruno tiene derecho a conocer su origen, su historia…
—¿Qué sentido tiene, mujer? —había dicho su padre—. Solo le causará tristeza saber que su verdadera madre lo abandonó y lo dejó entre unas rocas… Esta es su familia ahora, nosotros lo amamos.
—Claro que sí, Bruno fue nuestra bendición.
El pequeño de entonces sintió que los ojos le dolían, como si miles de agujas lo pincharan por dentro. Los apretó, no quería llorar, su fuerza no fue suficiente y las lágrimas bañaron su rostro.
Deshizo sus pasos y volvió a su cuarto. Se metió en la cama y se tapó, de pronto tenía frío aunque era pleno verano. Los retorcijones de estómago volvieron con más fuerza, no se animó a levantarse. Miró a su hermano, tan rubio y distinto a él, y entonces supo el porqué. Siempre se había preguntado el origen de sus ojos oscuros cuando sus padres y Marco los tenían tan claros. Su piel también era un poco más cobriza, y su madre siempre le decía que era porque se había quedado unos días más adentro de la panza.
Lloró en silencio. Era una dura verdad para un niño de ocho años, pero luego de desahogarse contra la almohada se sintió dichoso de tener una familia que lo amaba y para la cual era una bendición. Nunca olvidaría esa frase de María Carmen: “Bruno fue nuestra bendición”.
Al día siguiente se mostró como siempre. No perdía detalle en la observación de los gestos y rasgos de cada uno de los integrantes de la casa. Y decidió que así como ellos lo habían elegido a él, él los elegiría siempre. Prometió cuidar de su hermano y protegerlo. Él era el hermano mayor.
La llamada de su superior interrumpió sus evocaciones. Olió nuevamente la carta de Marcia y la guardó cerca de su corazón.
Reunidos los soldados, recibieron las buenas nuevas: se esperaba una cruenta ofensiva.