Gijón, agosto de 1937
Después del rechazo de Bruno Marcia regresó a su casa hecha un manojo de llanto. Tuvo que entrar por la puerta trasera rogando que nadie la descubriera. Logró escabullirse en su cuarto sin ser vista y se arrojó sobre la cama.
Gaia, que la había estado esperando, ingresó ni bien escuchó la puerta. Al verla en ese estado supo que algo no andaba bien.
—¡Marcia! Dime, ¿era él?
Marcia se incorporó a medias y su hermana pudo ver sus hermosos ojos más grises y tristes que nunca.
—¡Dime!
—Sí, era él.
—¡Entonces no llores! Sea lo que sea que te haya dicho, está vivo y eso es lo que importa.
—¡Oh, Gaia! ¿Por qué todo es tan difícil? Bruno no quiere verme, dice que lo nuestro no puede ser, hasta me ha acusado de desear la muerte de su hermano para poder correr a sus brazos… ¡Ha sido cruel conmigo!
—Marcia, cálmate, es normal su reacción. ¡Marco es su hermano! ¿Qué harías tú en su lugar?
—Nos amamos…
—Debes mantener la calma ahora. No debe haber sido fácil todo lo que le pasó… —De repente una pregunta se deslizó por su mente—. ¿Por qué volvió? ¿Acaso ha desertado?
—No, no ha desertado. Le han dado la baja, Gaia… —Al recordar la gravedad de la lesión, las lágrimas que había dominado empezaron a caer otra vez—. Lo han herido de una manera espantosa… Ha perdido un ojo.
Gaia se llevó las manos a la boca y calló la exclamación.
—¡Pobre Bruno! Y el otro ojo… ¿puede ver?
—Supongo que ve a medias… no hablamos de ello. Ni siquiera sé cuándo regresó. Al parecer vive oculto en la casa, solo se acerca a la ciudad para conseguir alimento.
—Escúchame bien, Marcia, ahora es cuando debes obrar con inteligencia.
—¿A qué te refieres? ¡Yo lo amo! ¿De qué hablas? Quiero estar con él, cuidarlo… —Calló porque lo que le venía a la mente no era para compartir con su hermana.
—Por mi experiencia con heridos en el frente, ninguno vuelve bien, Marcia… —La menor no la dejó continuar.
—¿De qué hablas?
—Algunos vienen… distintos. Su carácter cambia, a veces deliran o se tornan violentos… No sabemos qué le ocurrió a Bruno allí.
—Por eso mismo, debo estar a su lado.
—Solo podrás acompañarlo si él te lo permite. Imagino que ahora deberá recuperar fuerzas y acostumbrarse a su nuevo estado.
—Sí, tienes razón. Además, no sabemos dónde está Marco… Eso lo tiene mal también.
—A veces, querida hermana, debemos ser más astutas y dejar de actuar con el corazón.
—¡Ay, Gaia! ¿Cuándo cambiaste tanto? Me asustas…
Gaia la abrazó y la acunó en su pecho.
—Sé lo que sientes, Marcia. Entiendo tu desesperación por estar con él porque es la misma que yo siento por Germinal. Bruno no está bien, aún está atado a las secuelas de esta guerra incomprensible.
—¿Entonces?
—Sugiero que domines tu ansiedad, que no lo fuerces a lo que no desea. Que vuelvas a ser su cuñada, manteniendo distancia.
—¡No puedo mantener distancia! —se quejó Marcia.
—¿Acaso crees que para él fue fácil cuando vivías en su casa?
Marcia bajó la cabeza, su hermana tenía razón. Bastante habría sufrido Bruno al verla todos los días y saberla un imposible.
—¿Te das cuenta? —insistió Gaia.
—Sí, estás en lo cierto.
—Deja pasar unos días y luego llévale a María de la Paz. Seguro querrá ver a su sobrina.
Marcia sonrió y se abrazó de nuevo a su hermana.
—¿Te dije alguna vez que te quiero?
—Creo que es la primera vez.
Al separarse el rostro de Marcia estaba en calma.
—Debes contarles a nuestros padres, Bruno necesitará ayuda —dijo Gaia.
—No creo que acepte nada de papá… es muy orgulloso.
—Sea como sea, ellos tienen que estar al tanto, no podrás escaparte de casa con la niña tan fácilmente. Sería mejor que ellos te apoyaran; después de todo, es parte de la familia.
—Tienes razón.
En los días que siguieron, Marcia se contuvo de ir corriendo al encuentro de Bruno. Quería que él reflexionara, y tomar distancia era lo mejor. Habló con su madre primero y le contó del estado de su cuñado. Purita de inmediato se puso en marcha para organizar el envío de unos paquetes con víveres; había vendido algunas joyas en el estraperlo y tenían algo de reserva; no imaginaban el hambre que vendría.
Al enterarse Aitor también demostró una actitud colaborativa. Los estragos de esa guerra habían distraído su atención a cosas verdaderamente importantes; además, reconocía que Bruno Noriega era muy distinto al irresponsable de su hermano.
Exilart puso el coche a su disposición, luego cayó en la cuenta de que había despedido al cochero, la mala situación económica lo había obligado a tomar esa decisión.
—Padre, quizás podría enseñarme a conducir —se atrevió a decir Marcia.
—Hija, las mujeres no…
Por primera vez su hija no lo dejó concluir la frase:
—Padre, el mundo está cambiando. ¿Sabía que hay mujeres luchando en el frente?
Aitor le dirigió una de sus miradas intimidatorias, aunque solo duró un instante que ella aprovechó.
—¡Enséñeme, padre! ¡Por favor! —Acompañó sus palabras con un abrazo que Aitor no pudo rechazar.
A principios de septiembre, Marcia estaba conduciendo el automóvil de la familia con destino a la casa de la playa.