Marcia y Bruno se casaron en julio de 1938 y se instalaron en la casa de Exilart, porque era más fácil hacer frente a la pobreza compartiendo el mismo techo. Además, Marcia no quería alejar a la niña de sus abuelos, máxime teniendo en cuenta que su padre no se encontraba en su mejor momento.
Recién en 1940, cuando Aitor se recuperó y empezó a pensar en nuevos proyectos, ellos volvieron a la casa de la playa, donde nacería su primer hijo.
Blanca y Marco partieron de Gijón en enero de 1938, él como Jerónimo Basante. Gracias al salvoconducto de ella pudieron atravesar varios puestos de control y terminaron viviendo en un pueblo al sur de la provincia de Aragón. Cuando a Blanca se le acabó el dinero que le había dado Juan, empezó a trabajar como planchadora, oficio que debió aprender.
Se instalaron en una casa en las afueras, donde Marco pudo recuperarse, aunque había cicatrices invisibles. Las pesadillas lo visitaban todas las noches y no había manera de ahuyentarlas. Vivían como marido y mujer, sin pronunciar jamás la palabra “amor”. No obstante, estaban unidos más allá de las palabras; lo que habían compartido en el frente era un lazo mucho más fuerte que cualquier declaración.
Cuando se sintió fuerte de nuevo, Marco abrió un taller de carpintería al que llamó “Francisco Javier”, en honor a su padre. Tuvo que contratar a un joven aprendiz porque había cosas que él, con una única mano hábil, no podía hacer.
No tuvieron hijos, tampoco hablaban de María de la Paz ni de la familia que habían dejado atrás. A Marco le llevó muchos años hacer a un lado el rencor y la frustración de saberse desplazado por su hermano incluso en el amor de su esposa.
Gaia y Germinal se casaron en Francia donde criaron a Mara como si fuera su hija. Tuvieron que soportar los estragos de una nueva guerra, pero resistieron. El contacto con la familia fue, durante los primeros años, solo por correspondencia.