Farid, a una corta distancia, observó con detenimiento a la sonrojada joven que cada tanto desviaba una muy poco disimulada mirada en su dirección. Aún no lograba creer que ambos llevaran meses en la misma ciudad y no se hubieran cruzado antes.
Pero luego de una breve conversación con Oli, su sorpresa pronto se transformó en enojo. Sus desencuentros no fueron debidos a que Evie tuviese una vida social muy activa sino por todo lo contrario, la aristocracia la trataba exactamente igual que a sus hermanas, como si no fuesen iguales a ellos. Lo que resultó en que ella, en general, evitase socializar con nadie que no fuera más que Oli.
Maldijo para sus adentros y su rostro algo dejó entrever porque ella ahora lo miraba alarmada. Lo que hizo que él se apresurara a relajar sus facciones. Lo último que quería era que Evie pensara que el problema eran ellos.
La vio conversar con su madre y con Oli, de seguro la estarían convenciendo de que se reuniera a tomar el té con ellas para sonsacarle todos los detalles de cómo se habían conocido, y eso lo hacía sentirse extrañamente complacido.
Se llevó una mano al dije al mismo tiempo que Evie. Y las miradas de ambos se encontraron. Eso lo hizo reaccionar. Ignorando por completo a todas las damas que intentaban atraer su atención, se apresuró a detenerse junto a ella.
—Mi madre dice que hay una Sherezade oculta en este jardín de Las mil y una noches —le susurró, y se vio recompensado con una suave sonrisa femenina.
—¿En serio?
—Sí. Dice que tan solo aquellos que la encuentren serán premiados con uno de sus magníficos relatos —le confió, y luego le ofreció su codo—. ¿Se considera estar a la altura de tal desafío?
—Siempre. —Y esta vez su sonrisa fue radiante y contagiosa.
Luego de dar una rápida mirada en dirección a su madre, que lo instó a aventurarse por el camino de luminarias que guiaban hacia un bosque que parecía ser el lugar donde era más probable hallar al personaje, ambos comenzaron a caminar en confortable silencio.
—Esperé mucho para poder volver a tenerte en mis brazos, Evie. —Optó por ser sincero con ella. Al fin y al cabo se habían conocido en circunstancias muy particulares.
—No creo que esto se considere tenerme en tus brazos, Farid —le susurró a modo de respuesta cuando se cruzaron con un grupo de damas que de inmediato los observaron alarmadas hasta que el suave sonido de pasos a una corta distancia de ellos le hizo saber que no los habían dejado solos.
El dulce perfume favorito de su madre flotó en el aire hasta él, lo que enseguida reveló la identidad de su acompañante. No le sorprendería que su hermana estuviera con ella hasta que escuchó dos voces que no le eran del todo desconocidas.
—Lady Montfort, buenas noches. ¿Cómo se encuentra lady Tremaine? ¿Lady Willoughby? —Las voces de lady Clarisse y lady Desdémona nunca fueron tan bienvenidas como en aquellos momentos.
Por mucho que enfureciera a Farid, era consciente de que las damas aristocráticas jamás considerarían a su madre como una igual sin importar cuánto poder ostentase su padrastro. Y algo muy similar ocurría con Oli y Emma.
—Es una noche ideal y debo decir que toda la ambientación es impresionante, lady Wentworth —respondió finalmente una de las aludidas, pero luego se apresuró a excusarse junto con el resto y él quiso gruñir amenazador. Odiaba la manera en que trataban a su madre.
—Querida, debo decir que es realmente indescriptible lo que has hecho aquí. Voy a tener que pedirte que hagas algo por el estilo con mi jardín —declaró inesperadamente lady Clarisse—. Debo decir que carezco de habilidades para esta clase de decoración y estoy harta del regio estilo inglés.
—Eso sería todo un honor.
—El honor es mío, querida. Esto es maravilloso —prosiguió la dama mientras él y Evie caminaban a una corta distancia por delante de ellas—. Espero que tu esposo no se niegue a que te robe. Se acerca el que hubiese sido mi aniversario de bodas y quiero recordarlo como lo que fue… uno de los días más felices de mi vida, y no con lágrimas.
Farid casi detuvo su andar y desvió su mirada hacia Evie, quien estaba intentando vislumbrar algo ahora que se hallaban casi al final del camino. La punzada que sintió ante la idea de no volver a verla fue tan inesperada y sorprendente que se encontró deteniendo su andar y aferrándola entre sus brazos.
Cuando ella lo miró sorprendida y sonrojada, supo que se estaba dejando llevar por sus emociones, pero no podía evitarlo.
—Farid, mi hijo, Sherezade nos espera —le susurró su madre, una manera sutil de recordarles que no se hallaban solos, y además que había gente observándolos y con mucha atención.
Él cerró los ojos brevemente, e inhaló hondo antes de liberarla, retroceder un paso y volver a ofrecerle su brazo. Evie, en silencio, lo aceptó sin decir una sola palabra, probablemente sorprendida por su accionar.
Inquieto, desacostumbrado a tener que contenerse cuando deseaba algo, tan pronto las luminarias comenzaron a ofrecer una tenue iluminación, Farid aprovechó las penumbras para envolver su brazo en torno a su cintura… que aún utilizaba ese maldito instrumento de tortura y le impedía sentir la calidez de su piel femenina incluso aunque fuese a través de la tela.
—¿Farid? —Evie sonaba preocupaba, pero él le dio un ligero apretón en la cintura y ella volvió a quedarse callada.
Por un momento le pareció escuchar la suave risa de su madre y a las damas murmurar pero supo que no tenia de qué preocuparse cuando arribaron a lo que debió de ser un claro, pero este se había convertido en una tienda beduina en cuyo centro se hallaba sentada Sherezade hechizando a su audiencia.
—Así me hechizaste tú la noche en que nos conocimos —le susurró a Evie.
Ella al instante se giró ligeramente y le cubrió la boca con una mano mientras se aseguraba de que no hubiese nadie cerca que pudiera oírlos. Y eso le molestó, sabía que su reacción estaba siendo exagerada pero le dio un ligero mordisco para que ella apartase la mano.
—Te avergüenzas de mí.
—¿Qué? No. Farid, no he hecho más que pensar en ti desde aquella noche, pero no me interesa terminar siendo la comidilla de todos estos entrometidos y que terminen convirtiendo una noche mágica en algo espantoso —le susurró Evie mientras apartaba la mano, pero no logro hacerlo del todo cuando él se la aferró de nuevo y le besó con delicadeza la yema de los dedos en donde la mordió.
Pese a la penumbra pudo ver su sonrojo y luego de asegurarse de que su madre y las damas se encargarían de que nadie notase su ausencia, instó a Evie a alejarse con él a una zona más reservada de la arboleda donde sabía que nadie se aventuraría por su cuenta.
—Farid…
—Habibti…
Pero ella no logró decir nada más que su nombre cuando él se apoderó con avidez de su boca y liberó toda la pasión contenida por meses. Incluso si eso era todo lo que podía hacer en aquellos momentos, lo tomaría. Lo aceptaba. Así como ella lo había aceptado cuando él le envió su obsequio.
Uno acorde a la esposa de su alteza el príncipe Farid Haidar Al-Zaidani.